Matacrisis 10.B (la semana de Rebeca 2)
Una dura semana para Rebeca, que aprenderá que la curiosidad puede ser bastante peligrosa... y algunas cosas más.
La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.
El capítulo previo de las aventuras de esta semana de Rebeca, la psicóloga y mujer de Sergio:
http://www.todorelatos.com/relato/87104/
CAPITULO 10. REBECA: en el interior de la semana.
10. Segunda parte: previo.
El taxi avanzaba lentamente en dirección a la casa de Rebeca mientras ella seguía reviviendo los sucesos que habían pasado esa semana y que habían culminado en la violación sufrida en casa de uno de sus más jóvenes pacientes.
Era lo único que acertaba a hacer su confuso cerebro. Ni siquiera era capaz de darse cuenta de las miradas lascivas que dirigía el taxista a su entrepierna, completamente expuesta al no llevar bragas. Además, el estado de shock en que se encontraba tras la experiencia sufrida, la mantenía en un estado en el que ni siquiera acertaba a cerrar ni cruzar las piernas.
En realidad, incluso ella estaba favoreciéndolo, porque, según iba recordando, su cuerpo reaccionaba instintivamente, de una forma primaria y animal.
Y pese al tremendo dolor que sentía en su culo por la forzada desvirgación de su ano, la excitación que la iba recorriendo con el retorno de cada episodio de esa semana a su mente provocaba que se reclinase en el asiento y mostrase su coño… un coño ligeramente abierto y húmedo.
Miraba sin ver, sin darse cuenta del repaso que la daba el taxista por el espejo retrovisor. Su mente volvió a regresar a unos días más atrás, justo al día después de conocer a Soraya…
10. Cuarta parte: recuerdos de un masaje.
Estaba sentada en su despacho, con las piernas abiertas, detrás de la mesa de su escritorio. Y justo entre medias, a sus pies, estaba la chica.
Soraya acariciaba con manos firmes, pero suaves, la curva de su pie. Se había empeñado, y después de vencer la resistencia inicial de Rebeca, ahora se encontraba de rodillas ofreciéndola un delicioso masaje en los pies.
Primero había comenzado simplemente como un interés especial en comprobar la recuperación del talón de la psicóloga, pero poco tiempo después se había transformado en una serie de toques delicados en forma de placentero masaje. Extenderlo al otro pie había sido, casi, una secuencia lógica.
Rebeca se sentía ligeramente nerviosa a la par que excitada. Nunca se le habría ocurrido, ni tan siquiera se le había pasado por la cabeza.
De hecho, apenas había ofrecido resistencia a que Soraya se pusiera de rodillas ante ella para ver su pie… y ninguna cuando comenzó el masaje y lo extendió a la otra pierna.
No era propio de ella, pero tampoco se había sentido nunca objeto de las atenciones de otra hembra. Y, en cierto sentido, tenía curiosidad.
No estaba engañando a Sergio, no. Allí no había nada de eso. Ella dominaba la situación y racionalmente no se podía considerar que… bueno, quizás si… no, para nada. Nadie podría considerar siquiera… era un pensamiento absurdo. Ni siquiera sabía de dónde había podido surgir semejante pensamiento.
Estaba claro que Inmaculada y todas sus perversas acciones estaban influyendo en ella. No había otra posibilidad. Se había dejado influenciar por todas las historias que contaba en sus sesiones… por las historias y por haberla descubierto manteniendo relaciones con uno de sus propios pacientes, bastante más joven que cualquiera de las dos… ¡basta!, ¿de dónde salía ahora esa frase?. ¡Ni que ella fuese capaz siquiera de imaginarse participando de semejante perversión!.
Tendría que dedicarle un tiempo a su propia mente. Limpiarla de cualquier tipo de interferencia de lo que escuchaba en sus propias sesiones. No podía dejarse influenciar por semejantes… semejantes… tonterías.
Cuando llamaron a su puerta, la psicóloga salió del trance.
Sólo entonces fue consciente de lo que ocurría. La joven que estaba a sus pies no la acariciaba ya sólo esas zonas. Había separado lenta y hábilmente sus piernas, sin que la propia psicóloga se hubiera dado cuenta, y ahora su sensual masaje estaba alcanzando las rodillas de Rebeca.
Sus miradas apenas se cruzaron un instante. Soraya bajó los ojos y tomó entre sus manos el pie izquierdo de la mujer de Sergio... para llevárselo a sus labios y besar lentamente cada uno de los dedos.
Extrañamente paralizada, Rebeca la contemplaba mientras sentía unas descargas de emoción que no reconocía.
La joven hembra arrastró el pie de la psicóloga hasta dejarlo apoyado sobre su pecho, mientras acariciaba lentamente la pierna entre la rodilla y el talón. El corazón de Rebeca se iba acelerando, mientras su cerebro escondía el molesto ruido de la mano que tocaba la puerta intentando llamar su atención.
Sintiéndose como si estuviera fuera de su cuerpo, como si esa situación fuese incluso un sueño... Rebeca observó con creciente emoción cómo su pie derecho era también besado y depositado sobre el otro seno de la chica.
Podía sentir el lento movimiento de la respiración de la joven bajo la tela. Incluso se imaginó notando cómo los pezones de Soraya crecían en contacto con la planta de sus pies.
Estaba excitada. No podía negarlo.
Ella, una mujer casada y heterosexual. Ella, tan celosa hacia apenas unas horas de la presencia de esa misma chica y de los efectos de su belleza en su propio marido. Ella, que criticaba en su interior la falta de control de Inmaculada en su vida sexual. Ella estaba ardiendo por el contacto de Soraya.
La sonriente chica proseguía el masaje, rumbo al nacimiento de las piernas de Rebeca. Sus caricias eran deliciosas, los suaves besos ocasionales totalmente placenteros, el extraño perfume que desprendía... embriagador...
Y justo entonces, cuando las manos de Soraya estaban tan cerca del húmedo y caliente volcán que había despertado en el interior de Rebeca, sonó el móvil de la psicóloga.
El hechizo se rompió y la mujer de Sergio, intentando aparentar normalidad, bajó sus pies al suelo y cerró las piernas.
Ho... ¿dígame? –preguntó, buscando calmar su agitada voz.
¡Hola, Rebeca!. Soy yo, Inma. Acabo de estar en tu despacho y no estabas.
Ahh... ¿sí?... –intentó fingir Rebeca, pese a reconocer en ese momento los golpes en la puerta de su despacho de unos minutos antes.
Pues sí... quería hablar contigo –decía Inma, mientras se escuchaba como una puerta se cerraba-, pero como no estabas ya estoy de camino a... –un breve momento de interferencia lo siguió, escuchándose amortiguada la voz de la amiga de la psicóloga, seguramente indicando la dirección a un taxista, pensó Rebeca-. El caso es que me gustaría hablar un rato contigo, ¿te importaría venir a casa dentro de... una hora, por ejemplo?.
Aún tengo cosas que hacer, Inma...
Anda, no seas mala...
Dos horas, ¿vale?.
De acuerdo, te espero en dos horas. Besos.
Hasta luego.
Nada más colgar, Soraya intentó de nuevo apoyar los pies de la psicóloga en su cuerpo, pero Rebeca la rechazó.
Gracias por el masaje, pero ya es suficiente –pronunció con la voz más fría de que era capaz y a pesar de que interiormente su cuerpo la pedía dejar que la chica siguiese con... con lo que estaba haciéndola. La indicó con la mano que se levantase a pesar de su lucha interior-. Vete y sigue con lo que tengas que hacer.
Sí, Señora –respondió ella, agitando voluptuosamente su melena mientras se movía de espaldas hacia la puerta.
Que no me llames Señora, puedes usar mi nombre. Ya te lo dije.
Lo siento... Rebeca, gracias –se despidió Soraya antes de cerrar la puerta a su salida.
Cuando entró el siguiente paciente, Rebeca aún estaba descolocada por esos nuevos sentimientos que habían aparecido en ella. Soraya había logrado despertar en ella algo que no creía que existiese... un deseo por... pero no, ella no podía. No era así realmente. Eso era más propio de gente obsesa... vamos, de Inmaculada. Ella era una mujer casada, madre de dos hijos, responsable y heterosexual. Estaba fuera de lugar.
Pero aunque intentaba convencerse, cuando iba a la casa de su amiga aún estaba confusa y ni siquiera la molestaba el no haber prestado atención a su último paciente.
10. Quinta parte: en casa de Inmaculada.
¿Y bien?. ¿Qué es eso tan importante? –inquirió Rebeca, mientras Inmaculada servía un par de cafés y se sentaba enfrente suyo, al otro lado de la pequeña mesa redonda que tenía en la terraza cubierta de su piso.
No sé bien cómo contártelo... –empezó su amiga-. ¿Recuerdas a Juan, ese chico de tu consulta que nos encontramos por casualidad el otro día?.
Sí –contestó ella, mientras en su interior pensaba “ sí, el que te estás tirando aunque le doblas la edad ”-. Sigue, por favor.
Pues… en fin, no sé cómo decirlo… pero… nos hemos estado viendo… un par de veces, no más… pero… el caso es que… Lucía, la mujer de Enrique, se ha enterado y ahora creo que podrían usarlo para lo de Adolfo… y… ¿qué hago?.
A ver si me he enterado. Has quedado con otro de mis pacientes a pesar de que siempre te he dicho que intentes controlarte y que, al menos, todo lo que rodea mi consulta lo considerases como un mundo aparte intocable… -comenzó, fingiendo desconocimiento y ocultándolo bajo una lógica reprimenda a su paciente y amiga-. Sólo faltaría que hayas tenido relaciones sexuales con él…
Sí… lo siento… es que… ya sabes, no pude resistirme… es más fuerte… y es una verdadera bestia insaciable, fue fabuloso y…
¡Podría ser tu hijo! –continuó Rebeca en su papel de desconocimiento de las sesiones de sexo de Inmaculada y Juan.
Ya, pero tiene un cuerpo que…no pude resistirme. Y él quería, me…
¿Y qué es eso que dices de Lucía, Enrique y Adolfo? –la cortó, antes de que comenzase a relatarla sus posiciones favoritas.
Fui a casa de Enrique porque había perdido un pendiente hace unos días y Lucía me dijo por SMS que lo tenía ella. Cuando llegué me invitó a una copa y… bueno, no sé cómo pasó… el caso es que ella me dijo que lo llevaba encima y cuando se lo pedí, abrió su bata y no llevaba nada debajo… y me ordenó que lo cogiera… y yo no lo veía… y… me dio un bofetón… me llamó zorra estúpida porque estaba tardando mucho y que ya sabía por qué se había divorciado Enrique de mi, que era una tonta mojigata y… bueno, no sé en qué estaba pensando… pero me puse entre sus piernas y ella me agarró la cabeza y me puso contra su coño… tuve que comérselo… lo tenía allí dentro… tenía mi pendiente dentro de una bolsa de plástico…
Mientras Inmaculada la iba contando eso, la psicóloga no podía evitar irse excitando a medida que su receptiva mente empezaba a conjurar las imágenes… y las mezclaba con el recuerdo del masaje que la había dado Soraya esa misma tarde.
Me tuvo allí lamiéndola hasta que tuvo un orgasmo… fue increíble, me agarró aún más fuerte hasta meterme la nariz dentro de su sexo. Cuando pude sacarla no pude dejar de oler otra cosa distinta a ella un buen rato… fue algo extraño, pero a la vez también me sentí… caliente… no sé explicarlo… y entonces ella cogió la bolsa con el pendiente, que ya estaba asomando por su coño y me la dio como si fuese un premio que daba a un perro. Fue humillante… pero también algo excitante… -dijo, ruborizándose ligeramente, pese a su intensa vida sexual-. Luego estuvo hablando conmigo normal, como si no hubiera pasado nada y fuésemos amigas de toda la vida… y, al final, empezó a preguntarme por las sesiones y no sé cómo surgió lo de Juan y… no sé, parecía casi como si lo conociese… y cuando me iba a ir me dijo que volviera a comerla el coño porque se le había enfriado con mis tonterías o que contaría que estaba liada con Juan y… bueno, yo realmente no había dicho nada… pero volví a hacerlo… y hasta que tuvo otro orgasmo no me dejó levantarme… pero cuando me iba, insinuó que sería una pena que alguien se enterase de lo mio con Juan, sobre todo por Adolfo… y no sé qué hacer…
Bueno, dices que ella no sabe nada realmente, ¿verdad?.
No… no… pero…
¿Qué?.
Creo que me dejé un collar en su casa, porque no lo encuentro… y ella, Lucía, comentó que la había gustado mucho porque me lo había visto la anterior vez y que estaría bien que lo llevase este sábado en una cena con ella y Enrique…
¿Y se lo has preguntado a Juan?.
Es que no me coge el teléfono… y… no me atrevo a ir… por si, ya sabes… por si…
Por si te lo vuelves a tirar –terminó Rebeca la frase por ella.
Sí. ¿Podrías pedírselo tú? –preguntó suplicante Inmaculada.
Está bien –respondió Rebeca, tras pensarlo un rato-. Se lo diré en nuestra próxima sesión.
No, no… sería tarde… ¿no podrías ir tú a su casa?.
O sí, voy hasta allí y le digo que me entregue un collar que te dejaste la última vez que follasteis –soltó Rebeca, con un falso tono de irritación.
No hace falta que seas tan directa –comentó Inmaculada, adoptando un aire infantil como si no se hubiera dado cuenta del tono de su amiga.
Además, no tengo idea de cómo es ese famoso collar.
Y… -empezó la amiga con tendencias ninfomáticas de la psicóloga- ¿y si yo te lo consiguiera mostrar?.
¿De qué hablas?.
Podría distraerle y tú mientras lo coges.
Para eso, cógelo tú directamente.
No puedo… -respondió nerviosa, mientras desviaba la mirada- es que… en realidad se lo di porque me lo pidió como una especie de trofeo y en ese momento me estaba comiendo tan bien el coño que yo…
¡Basta!, me lo imagino. Ese es tu problema, Inma, piensas con el coño en vez de con el cerebro… de verdad, eres…
¿Me ayudarás? –preguntó, suplicante.
Al final, tras otro cuarto de hora siguiendo el mismo tono, Rebeca terminó cediendo cuando esa parte que había en el fondo de su cabeza y que tanto había disfrutado espiando a Inmaculada la hizo superar las reticencias de su lógica a la espera de poder volver a observar los cuerpos de su amiga y su paciente nuevamente enlazados por la pasión de un sexo salvaje sin fronteras.
Y una parte aún más profunda, un lado que ni siquiera reconocía porque no sabía que existiese en su interior, lanzaba señales intermitentes de querer dar incluso un paso más… pero era tan débil que incluso el más leve vuelo de una mosca podía hacerlo pasar desapercibido.
Inmaculada le contó su plan. Ella entraría y distraería al chico, dejando abierta la puerta corredera que daba al pequeño patio de atrás… incluso la describió el lugar desde donde podía verles mejor y acceder a ese patio, justo el sitio desde donde Rebeca les había estado espiando.
Luego sería cuestión de esperar hasta que Inmaculada lograse sacar a la luz el collar y cogerlo mientras… bueno, mientras distraía al joven paciente de Rebeca.
10. Sexta parte: la casa de los Mindsor.
Todo estaba saliendo según lo previsto.
Como siguiendo un guión.
Con rapidez y facilidad, apareció el collar de Inmaculada en las manos de Juan al poco de llegar, mientras la psicóloga observaba desde el sitio que había usado en otras ocasiones para espiarlos.
Poco tardó “ toro ” en demostrar su sangre caliente.
No bien acababa de abrir la puerta corredera Inmaculada para, en apariencia, dejar que entrase algo de aire fresco en la casa, cuando el chico se abalanzó sobre ella.
La sacó al pequeño patio abrazada por detrás, empujándola con toda la potencia de su cintura mientras la besaba con violencia el cuello, casi más cerca del mordisco que del beso.
Rebeca observaba paralizada como en apenas un minuto, su amiga se rendía a las brutas maniobras de Juan y le permitía desnudar sus tetas para comérselas con toda la boca.
No le cabían en la boca, pero hacía intensos esfuerzos por devorarlas a la par que las sometía a todo tipo de tocamientos.
Al poco, la amiga de la psicóloga estaba echada sobre una pequeña mesa del patio, con la falda levantada y las bragas colgando de uno de sus tacones, mientras Juan la penetraba con ansiedad animal.
Rebeca no podía evitar que la escena que se producía ante sus ojos la excitase. Veía los pechos de su amiga moverse al son de las fuertes embestidas, mientras las manos del chico se alternaban entre las caderas de Inmaculada y amasar las tetas en los momentos en que se inclinaba para metérselas en la boca.
Empezó a tocarse inconscientemente a la vez que seguía observando sin pestañear como el perfecto culo de Juan impulsaba con fuerza el erecto pene del chico en el interior de su amiga y surgía en su interior la necesidad de recibir también ella un trato similar.
Casi sin darse cuenta se imaginó en el lugar de su amiga y la ansiedad por sentir esa caliente polla se hizo aún más intensa. Por unos instantes fue presa de una fiebre primaria, un deseo imperioso de entrar en escena y sustituir a su amiga. Sentía un calor y humedad intensos en su interior, una necesidad animal de gozar como hacía tiempo que no lo hacía… e inexplicablemente se sintió culpable de desearlo… cuando cruzó su mente una imagen. No de Sergio. De Soraya.
Tuvo que dejar de mirar. La costó. Estaba muy excitada y sentía crecer en su interior una humedad salvaje, pero logró apartarse. Y empezó a sentirse doblemente culpable.
Se sentía culpable por espiar a su amiga y sentirse excitada imaginándose en su lugar, sintiendo deseos de tener una aventura con ese irreverente joven… que además era su paciente, para agravar la situación.
Pero también por lo que Soraya estaba despertando en ella, esa extraña y desconocida sensación. Nunca la habían interesado las mujeres, pero ahora un fuerte sentimiento palpitante rondaba cada vez que pensaba en ella. Y sabía que estaba mal. Iba contra su propia naturaleza, contra su propia integridad profesional y… era una traición a su marido.
No pudo evitar darse cuenta de que incluso en ese momento, sólo al final había aparecido la imagen de Sergio, ocultada bajo las intensas emociones primarias, casi animales, que habían despertado en ella ese día. Se sintió aún más culpable, pero al mismo tiempo deseaba seguir sintiendo ese fuerte calor de su interior.
Miró otra vez, de forma inconsciente. No estaban. No sabía cuándo se habían ido. No había escuchado nada… pero allí estaba. Podía ver el collar de Inmaculada tirado en el suelo junto a la puerta corredera.
Sin pensarlo dos veces, deseando marcharse de ese lugar antes de volver a caer bajo el control de ese desconocido impulso primario, pasó el muro hasta el interior de la casa y se agachó para recoger el brillante objeto.
Sólo un breve movimiento por el rabillo de su ojo la advirtió un segundo antes de recibir el puñetazo.
Cayó de lado, soltando el collar y agarrándose con fuerza el costado dolorido.
Padre, creo que acabo de pillar a la mirona que nos espiaba… y encima también es una ladrona –pronunció una fría voz de hombre que Rebeca no conocía.
Está buena, la cabrita… pero eso no te va a salvar de recibir el castigo que mereces por entrar en mi propiedad, puta de mierda –anunció el padre de Juan, surgiendo del cuarto de al lado.
La psicóloga intentó hablar cuando recibió una patada del primer hombre, poco mayor que Juan y que debía ser su hermano por sus rasgos. Encogida y llorando de dolor, observó cómo se acercaban sus dos captores.
Se agachó sobre ella el hermano de su paciente, mirándola con una cara de deseo inconfundible. Ella volvió a intentar explicar su presencia allí, segura de que Inmaculada aún debía estar en la casa, pero la manaza del chico la tapó la boca.
No quiero escuchar excusas, -sentenció el padre- asegúrate de ello. A esta hay que castigarla nosotros mismos o mañana estaría de vuelta.
Sí, padre –respondió con una cara cada vez mayor de ansiedad el hijo mayor, mientras como por casualidad agarraba las bragas de la psicóloga y tiraba de ellas hacia abajo-. ¡Joder, las tiene mojadas la muy zorra! –anunció con cara de sorpresa y deseo.
Todas las mironas lo son, hijo… -decía el padre, mientras se quitaba el cinturón- todas los son…
Antes de darse cuenta o poder resistirse, Rebeca era obligada por el hijo mayor a meterse las bragas en la boca y empezaba a recibir golpes del padre con su cinturón en su desprotegido culo, puesto que apartaron su falda.
Fue entonces cuando empezó a luchar, pero la inmovilizaron rápidamente entre los dos y al poco estaba nuevamente en el suelo con el culo al aire recibiendo más latigazos con el cinturón mientras el hijo mayor estaba sentado en el suelo sobre sus manos y obligándola a poner su cara pegada contra sus calzones, tras aprovechar para bajarse la cremallera de su propio pantalón.
Su nariz se inundó del masculino olor a sudor y líquidos preseminales que ya empezaban a notarse en el envuelto paquete del hermano de Juan.
No supo de dónde surgió la idea, pero la alzaron y de pronto estaba siendo ensartada por la desnuda polla del hijo mayor, que entró con demasiada facilidad en su concha. La calentura acumulada minutos antes aún no se había disipado y facilitó la penetración mientras el padre la sujetaba las manos a su espalda para evitar que pudiera arañar a su primer violador.
Fue entonces cuando Juan apareció, bajando por las escaleras.
¡Padre!, ¿qué pasa?. ¿Qué hacéis?.
Hemos pillado a una mirona en nuestra propiedad, hijo. Ven, los castigos mejor son en familia.
¡Joder, pero si es Rebeca! –gritó, adoptando una cara de sorpresa el paciente de la mujer.
¿Quién? –preguntó el padre.
Mi psicóloga.
No me extraña que te guste tanto contar tonterías por ahí, hermanito… bufff… -añadió el hermano mayor mientras seguía bombeando en el incendiado coño de la hembra.
Tu psicóloga… entonces doble castigo deberá recibir por su mala forma de trabajar, ¿no te parece? –sentenció el padre-. Responde, ¿no te parece que debe ser doblemente castigada?.
Sí, padre –respondió Juan, con una mezcla de deseo y remordimientos en la cara mientras observaba cómo su hermano liberaba al exterior las tetas de la mujer.
Fue entonces cuando Rebeca entendió a qué se referían. El padre la hizo inclinarse completamente sobre el hijo mayor y escupió con fuerza contra su expuesto ano.
Quiso chillar… implorar… pero no podía… de su boca apenas surgían sonidos sin sentido… y cuando sus ojos captaron la mirada de su paciente, en ellos vio reflejado lo que sabía que iba a pasar, mientras el chico también se empezaba a acariciar el paquete mirando cómo era violada.
Algo se desgarró en su interior cuando empezó la violación de su ano. Su mente se vio sacudida por espasmos mezcla de dolor y ultraje. Las lágrimas acudieron a sus ojos mientras sentía bombear al mayor de los Mindsor en lo más profundo de su sexo.
- Ummmm… qué estrechita… cómo se nota que es una de esas pijas licenciadas que no saben lo que es bueno… pero ahora sabrás lo que es un hombre, puta… -el padre no tuvo compasión de su culo y lo desvirgó con fuerza, haciéndola estallar en una mezcla de dolor por la violenta desvirgación de su ano y el placer que empezaba a sentir una pequeña parte de su ser primario al contacto perforante de la polla que forzaba su vagina.
Así comenzó la violenta e intensa violación de la mujer de Sergio, un calvario mezcla de dolor y, en cierto modo, de placer salvaje oculto… aunque eso sólo empezó a descubrirlo cuando sus recuerdos alcanzaron ese momento mientras el taxi aparcaba en la esquina de su casa.
10. Séptima parte: pagando.
- Son veinte con ochenta y cinco –anunció el taxista.
Fue entonces cuando Rebeca descubrió que además de su propio collar, había perdido el dinero y las tarjetas.
- ¿No me dirá que no tiene dinero? –comentó, bajando lentamente la voz hasta hacerla un murmullo el taxista.
La psicóloga empezó entonces a notar cómo la devoraba con los ojos y comenzó a ponerse nerviosa.
Si se espera un momento, subo a casa y lo bajo…
No, cariño, de eso nada… de las putas no me fio –dijo, accionando el cierre de las puertas.
No soy una puta –contestó ella, enfadada.
Ya… -comentó él, deslizando su lengua entre los labios mientras admiraba las partes expuestas de su cuerpo e imaginaba el resto.
Entonces sonó el teléfono de Rebeca y ella lo cogió rápidamente, pensando que si era su marido podría pedirle que bajase con el dinero.
- Tengo sus tarjetas y el dinero –empezó la voz de Juan. Un escalofrío la recorrió-. Y para mantener todo este pequeño incidente en secreto, me las quedaré hasta mañana, ¿te parece?. No, no hace falta que contestes… sé que sí, tu húmedo conejito se portó demasiado bien para que ahora intentes fingir que no lo disfrutaste… además, se sabría que vienes a espiar a la casa de tus pacientes y a follartelos como una vulgar zorra, ¿comprendes?. Sí, ¿verdad?. Así que… shhhh… silencio... shhh…
Cuando colgó, Rebeca estaba sentenciada. Lo sabía. No tenía escapatoria. No se la ocurría nada para escapar de esa situación… y, una parte de ella, sabía que Juan llevaba razón cuando decía que había disfrutado… bueno, no, en realidad no, pero… ya no sabía ni qué pensar de sí misma mientras el taxista llevaba su asiento para atrás y se bajaba la cremallera.
En su estado de shock, la psicóloga estaba completamente desarmada. No era capaz de reaccionar ni siquiera cuando, como si lo estuviera viendo con los ojos de otra persona, el taxista sacó de su pantalón su gorda y sudada polla.
Vamos, puta, no seas remilgada, chúpamela y a lo mejor te perdono la carrera… -anunció su oferta el hombre.
No… yo no… -empezó a tartamudear Rebeca, justo antes de que la agarrase del cabello y la acercase la cara a su rostro.
¡A callar y a chupar, zorra, que no tengo todo el día! –gritó ante sus ojos, salpicándola de saliva, antes de hacer que bajase la cabeza hasta chocar contra su pene.
Intentó hablar, lograr un momento de respiro que la permitiese escapar de su situación. Pero fue su perdición.
Al abrir la boca, él empujó su cabeza hacia abajo. Tuvo que tragarse el miembro del taxista, no pudo evitarlo.
Sintió arcadas al notar cómo el extremo húmedo llegaba hasta el fondo de su boca y un fuerte olor a meado la inundaba.
Su nariz golpeaba contra los huevos del taxista, húmedos y peludos, aumentando la sensación de asco y el deseo de huir. Apoyó las manos para escapar, pero eso sólo sirvió para hacerle más violento.
La golpeó las manos y apretó aún más su cabeza contra su polla, que no paraba de crecer en el interior de su boca.
Al final tuvo que ceder.
Empezó a lamerle la polla. Él llevaba el ritmo, guiándola en el movimiento de ascenso y descenso en torno a su grueso tronco. Esa misma noche las había tenido más grandes, pero la humillación de estar siendo obligada a mamar la sucia polla del taxista en el portal de su propia casa la hacía sentir aún peor.
Así estuvo lo que a ella le pareció una eternidad, succionando el viril miembro del sucio taxista mientras notaba cómo una de sus brutales manos agarraba su culo y se lo apretaba con una fuerza dolorosa.
Pero no fue hasta que notó cómo uno de sus dedos empezaba a introducirse a la fuerza en su violado culo cuando intuyó lo que podría sucederla en ese coche, apenas a unos metros del portal de su casa.
Aceleró la mamada, la única forma en que su mente y cuerpo parecían capaces de hacerla escapar de otra nueva violación en ese oscuro día.
- Siiii… siii… sigue puta… siii…-gemía el conductor del taxi, olvidado ya todo pensamiento sobre el culo de la psicóloga y cerrando sus dos manazas sobre la cabellera de la mujer-… más… siii… ufff… me cooo…
No llegó a completar la frase antes de inundar la cavidad oral de Rebeca con su espeso fluido. La apretó contra si para obligarla a tragárselo todo, con ese sabor mezcla de orines, sudor y semen que volvió a hacer que sintiese ganas de vomitar.
Sólo cuando se hubo vaciado completamente, el hombre la dejó levantarse y acomodarse la ropa mientras él regresaba a su puesto.
- Venga, puta, largo de aquí… no me hagas perder más clientes de los que pagan de verdad –la decía mientras desbloqueaba los cierres del coche.
Estaba saliendo como podía por el lado contrario a la acera, recolocándose la falda, cuando escuchó una voz al otro lado del coche, mientras se abría la puerta de pasajeros en ese lado.
¡Hola, mama! –empezó a hablar su hija, asomándose por la puerta del otro lado, aparentemente sin haber observado nada de lo que sucediese instantes antes en la parte de atrás del taxi-. Voy a…
¡Señora! –bajando la ventanilla del asiento de copiloto, el taxista llamó a Rebeca, que por hábito se agachó para escucharle. Entonces la susurró de forma que sólo ella pudiera escucharla-. De tal palo tal astilla, ¿verdad?. Espero que su hijita también vaya sin dinero porque está para…
No se atreva a ponerla un… -empezó a contestar ella, al principio en el mismo tono, pero luego subiendo por inercia.
Cierra el pico, puta –la cortó él-. O ahora mismo se entera de que su mami es una puta calientapollas, ¿entiendes?.
Su hija entró y cerró la puerta, más atenta a la conversación que estaba teniendo por el móvil que a intentar escuchar las palabras que habían intercambiado el taxista y su madre.
Atemorizada por lo que pudiera sucederle a su querida hija, Rebeca estuvo a punto de abrir la puerta del coche, pero el taxista volvió a usar el cierre centralizado y arrancó con violencia, dejándola en mitad de la calle.
Usó su móvil para llamar a su hija, pero no conectaba… seguramente aún estaba hablando por el teléfono.
Rebeca fue corriendo a su casa, aún sin saber qué hacer ni cómo demonios se había metido en esa situación.
Continuará...
Nota: este relato es inventado. Gracias por leerlo y vuestros comentarios.
Toda la saga al completo (hasta ahora):
- Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
- Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
- Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
- Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/
- Quinta parte, la consulta 1: http://www.todorelatos.com/relato/77680/
- Quinta parte, la consulta 2: http://www.todorelatos.com/relato/78143/
- Quinta parte, la consulta 3: http://www.todorelatos.com/relato/78421/
- Quinta parte, la consulta 4: http://www.todorelatos.com/relato/78698/
- Quinta parte, la consulta 5: http://www.todorelatos.com/relato/79210/
- Sexta parte, fragmento 1: http://www.todorelatos.com/relato/79750/
- Sexta parte, fragmento 2: http://www.todorelatos.com/relato/80204/
- Sexta parte, fragmento 3: http://www.todorelatos.com/relato/80546/
- Sexta parte, fragmento 4: http://www.todorelatos.com/relato/81373/
- Séptima parte, mitad 1ª de Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82008/
- Séptima parte, mitad 2ª con Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82769/
- Octava parte: http://www.todorelatos.com/relato/83215/
- Novena parte, primera mitad: http://www.todorelatos.com/relato/84136/
- Novena parte, segunda mitad: http://www.todorelatos.com/relato/84948/
- Décima parte, primera mitad: http://www.todorelatos.com/relato/87104/
QUIÉN ES QUIÉN (episodio 10)
- Almudena Abadía Vergas: hermana de Soraya. 16 años. Pelo castaño rizado.
- Arturo Abadía Vergas: hermano mayor de Soraya. Con 19 años descubre a Soraya, que tenía 15 años, masturbándose y logra obtener favores sexuales, que se prolongan de forma voluntaria por ambos hasta el internamiento de Soraya. Ingresa en el ejército poco después del internamiento de su hermana. Actualmente tiene novia militar también.
- Camila: hija de Sergio y Rebeca. Universitaria de 20 años. Morena. Ha comenzado una relación sentimental con Toni. Siente una fuerte atracción por Vanessa, la novia de su hermano. En ocasiones ayuda en la consulta a sus padres. Ha tenido una relación intermitente con una de sus mejores amigas desde hace años, jugando ambas con su bisexualidad.
- Darío: hijo menor de Sergio y Rebeca. 18 años. Repite curso en el instituto. Ha comenzado una relación con Vanessa hace casi 6 meses.
- Inmaculada: amiga de Rebeca. 41 años. Rubia. Casada tres veces. Se divorció de Enrique, con quien tuvo a su primer hijo, Adolfo. Su segundo exmarido, Eduardo, es el padre de Lorenzo y Nazario. Ahora está casada con Manuel. Sexualmente hiperactiva, tuvo una aventura con Sergio que duró dos años. Tiene una relación sexual con Juan, uno de los chicos del Internado, en la casa de él y siendo descubierto por Rebeca. También parece tener una nueva relación sexual con su primer marido, Enrique, y con su mujer actual.
- Rebeca: psicóloga. 42 años. Esposa de Sergio. Madre de Camila y Darío. Su mayor dedicación al trabajo ha provocado un distanciamiento en su vida de pareja, especialmente a nivel sexual. Intenta recortar su distancia afectiva con Sergio metiéndose en su misma clínica y compartiendo los casos especiales. Tiene miedo de que Sergio pueda serle infiel. No conoce la aventura que tuvieron su marido e Inmaculada, una de sus mejores amigas.
- Sergio: psicólogo con ingresos medio-altos al que la crisis le obliga a aceptar unos casos especiales para relanzar su carrera. 43 años. Casado con Rebeca, a quien envidia en el fondo por su mayor éxito de clientes. Tienen casa en Madrid y en San Rafael, donde suelen pasar los fines de semana. Tienen dos hijos: Camila y Darío. Tuvo una aventura con Inmaculada, cliente y amiga de su esposa. Tiene una lucha interior con un lado oscuro que mezcla el estrés con un fuerte componente de represión sexual en su vida diaria,la Bestia.
- Soraya Abadía Vergas: paciente de Sergio. Pelo castaño y ojos oscuros. Domina inglés y tiene nociones de francés y portugués. Apodada “Devora Vergas”. Fue secretaria de Don Rafael. 19 años. Residente en Madrid. Tiene dos hermanos: Almudena (16 años) y Arturo (22 años). Tres lesiones en forma de triángulo. Empleada a tiempo parcial en la consulta de Sergio y Rebeca.
- Vanessa: novia de Darío. 23 años. Mide 1’80 metros. Tiene piso propio. Mantiene una relación con Camila de juegos de provocación.
PD: cualquier duda o sugerencia no dejéis de hacerla, ya sea en la sección de Comentarios aquí mismo o en mi correo skaven_negro@hotmail.com
Un saludo a tod@s .