Matacrisis 10.A (la semana de Rebeca 1)

Una dura semana para Rebeca, que aprenderá que la curiosidad puede ser bastante peligrosa... y algunas cosas más.

La vida transcurre apaciblemente para una familia madrileña de clase acomodada hasta que la crisis económica empieza a afectar a las consultas del matrimonio de psicólogos formado por Sergio y Rebeca.

Sergio se ve obligado a aceptar un trabajo muy especial que podría salvarles de la crisis… o quizás los arrastre en una espiral de dudoso final…

CAPITULO 10. REBECA: en el interior de la semana.

10. Primera parte: hasta el fondo.

Sus bragas ahogaban sus gritos.

Chillaba de dolor. Un dolor que la atravesaba como una descarga eléctrica con cada embestida. Sentía cada milímetro de su ano terriblemente dolorido mientras era violada sin compasión por esa polla que la estaba rompiendo el ano, mientras escuchaba el rítmico chocar de los huevos de su agresor contra su culo entre la niebla del dolor.

También sentía dolor en sus pezones, mordidos una y otra vez por otro de sus violadores. Éste tenía la polla clavada dentro de su vagina, pero la intensidad de la penetración anal apenas la permitía siquiera darse cuenta del lento y rítmico bombeo que se producía por parte de este segundo pene.

Su cuerpo se rendía poco a poco, impotente, mientras seguía siendo sometida a una doble penetración.

Prácticamente desnuda y atrapada entre los dos hombres no tenía escapatoria. Tampoco podía gritar pidiendo auxilio después de que la obligasen a meterse sus propias bragas dentro de la boca.

Ahora estaba dentro de la casa, tumbada encima del hermano de Juan y con su polla alojada en lo más profundo de su sexo. Gorda y caliente perforaba su región más íntima sin prisa, moviéndose dentro de su vagina con una lentitud y eficacia más propia de una máquina que de un ser humano. En cambio, su boca ardía con movimientos frenéticos, lamiendo y devorando las tetas de Rebeca. Se frotaba la barba de dos días contra su piel con cada cambio entre uno y otro pecho, a la vez que la mordía con una fuerza controlada sus pezones de tal forma que le producía un dolor que incluso podría haber sido ligeramente placentero en otra situación.

A la vez, encima de ella, rompiéndola con violencia el culo, estaba el padre de su paciente. Los azotes en su culo eran cada vez menores, pero muy fuertes. Sin embargo, lo más doloroso era sin duda la violentísima desvirgación que estaba sufriendo su ano, obligado a recibir sin ningún tipo de piedad la dura polla del dueño de la casa.

No la tenía especialmente grande, de hecho sus dos hijos las tenían claramente más gruesas, pero para su perforado ano esta primera penetración que rompía su virginidad la ocasionaba un dolor gigantesco que anulaba todo lo demás.

Así estaba ella, Rebeca, la psicóloga. Entre los dos sudorosos cuerpos masculinos, siendo doblemente violada dentro de la casa de uno de los jóvenes pacientes que trataba en la clínica.

La sodomización de su culo duró una eternidad, notando cada terrorífica embestida y llorando de breve alivio cuando sacaba hasta la punta la polla el hombre que al cabo de un breve instante volvía a clavar su miembro viril hasta el fondo del roto ano de la mujer. Cuando por fin, después de unos minutos que se la hicieron eternos de penetración brutal de su ano, empezó a brotar el semen del padre de Juan sintió un alivio momentáneo al pensar que su violación había terminado.

Nada más lejos de la realidad.

El padre desapareció de su campo visual mientras el dolor ardiente de su culo empezaba a disminuir lo justo para notar el aumento exponencial de los movimientos de penetración de la polla que estaba violándola su vagina.

  • Es tu turno, hijo –escuchó Rebeca-. Castiga a esta zorra que se atrevía a expiarnos en nuestra propiedad… y tú, ya puedes dejarme la polla bien limpia de toda esa mierda –terminó, mientras se colocaba ante la psicóloga con el flácido pene en la mano cubierto por una mezcla de semen, sangre y… prefería no pensarlo.

El padre arrancó de un tirón las bragas del interior de la boca de la mujer, metiendo su manchada polla en su lugar y aprisionando su nariz entre sus dedos.

  • Déjamela reluciente y sin trucos, puta atontada.

Incapaz de resistirse y medio asfixiada, Rebeca comenzó a chupar el asqueroso pene que se le ofrecía mientras notaba como Juan ocupaba ahora el puesto de su progenitor en su culo, comenzando la segunda sesión de sexo anal de su vida.

El dolor regresó. La violación a la que la había sometido el padre no la había preparado para el grosor del pene de Juan, prácticamente el doble.

Ni siquiera se dio cuenta de que su nariz era nuevamente libre y podía respirar con algo menos de dificultad.

En ese momento, tres pollas compartían su cuerpo.

El padre se contentaba con que Rebeca lamiera hasta el último rincón de su pene, que iba recuperando poco a poco la erección en el interior de la boca de la psicóloga.

Mientras, los dos hijos se entregaban con intensidad a la labor de penetrarla su sexo y su ano. Con movimientos coordinados, eran capaces de empujar los dos a la vez y sacar a medias sus penes antes de regresar con energías renovadas hasta el fondo de los respectivos agujeros.

Una y otra vez seguían follándola, hasta que una nueva sensación comenzó a abrirse paso en la cabeza de Rebeca.

No fue hasta que la polla del padre salió de su boca, con una erección completa recuperada, cuando pudo identificar la sensación. Placer. No pudo evitarlo, sus labios se curvaron y de su garganta surgió un fino gemido que iba creciendo con cada movimiento de frenético impulso de las pollas hasta lo más hondo de su interior.

Siguieron así una y otra vez, cada vez más rápido, cada vez logrando que los gemidos fueran subiendo de tono bajo la atenta mirada del dueño de la casa.

Hasta que, al fin, los dos hermanos estallaron. Primero fue el mayor, lanzando una explosión de semen en el interior de la vagina de Rebeca. Juan aún duró unos minutos más, impulsando su penetración del ano de la psicóloga a una velocidad en continuo ascenso. Cuando al fin eyaculó, no lo hizo dentro.

Sacó su pene en el último momento y en un par de zancadas se puso delante de Rebeca, alzándola el rostro por el sistema de agarrarla del cabello.

Antes de darse cuenta, estaba recibiendo su lechada en la cara. Instintivamente cerró los ojos, pero una parte extraña de su interior optó por hacer que su boca permaneciese abierta, tragándose buena parte del blanquecino líquido.

Sólo entonces la liberaron.

El hermano de Juan sacó su pene del interior de la concha de Rebeca, que se llevó las manos a la cara para quitarse el semen de los párpados.

Así, tumbada boca arriba, vio como los tres varones de la familia empezaban a masturbarse sobre ella, rodeándola.

No hubo palabras. No hizo falta. Y ella tampoco intentó huir. No podía… o no quería, ya no era capaz de diferenciarlo.

Tras unos interminables instantes, fue recibiendo una nueva ración de las lechadas de los tres machos sobre su cuerpo. Eran claramente menos abundantes que antes, pero aún así sus pechos y su abdomen quedaron empapados del líquido seminal combinado de los tres habitantes de la casa.

  • Enseñadle la salida a esta zorra y que no la vuelva a ver por esta casa o sabrá lo que es bueno… aquí no toleramos a los intrusos, ¿entiendes, puta? –terminó su presencia el padre, justo antes de escupirla y marcharse al piso superior.

  • Joder, hermanito, qué buena está la zorra de tu psicóloga, no me extraña que te guste tanto ir a contar tonterías –se relamió el hermano, mirándola aún con cara de vicio.

  • Anda, corta el rollo y ayúdame a limpiarla para mandarla a su casa –dijo Juan.

Entre los dos la agarraron y la sacaron al jardín. Usaron el agua fría de la manguera para lavarla, mientras ella se iba dando la vuelta lentamente en un estado casi de zombi.

Mientras la secaban, siguieron aprovechando para tocarla su sexo y sus tetas, logrando que se volviese a calentar sin poder evitarlo.

La vistió Juan, mientras el hermano mayor observaba.

  • Creo que me quedaré con sus bragas –dijo, cogiéndolas-. ¿Tú que te quedas, hermanito… su coño?. Padre aún tardará en bajar… -añadió, relamiéndose.

  • No digas tonterías… me quedo su sujetador, ¿vale? –preguntó mirándola. Ella, aún medio atontada movió ligeramente la cabeza y Juan sonrió como si fuese el regalo de un amante a otro.

La acompañó a la salida, donde al poco apareció un taxi. Cuando estaba subiendo dentro, la agarró una vez más y se apretó contra ella.

Rebeca notó el bulto del pantalón de Juan y un escalofrío la recorrió.

  • Y esto también… -susurró a su oído mientras la desabrochaba el collar que llevaba al cuello. Añadió en voz alta-. Gracias por su visita, vuelva cuando quiera.

Cuando se cerró la puerta del taxi y arrancó, fue como bajar de una nube.

Despertando poco a poco a un estado de completa consciencia, la psicóloga empezó a recordar los sucesos que la habían conducido a ser objeto de esa salvaje y violenta experiencia.

10. Segunda parte: esa curiosidad morbosa.

Ese lunes, Rebeca tuvo que salir antes de la consulta.

Al principio había pensado quedarse a terminar un artículo, pero recibió un mensaje de Inmaculada cancelando todas las citas de esa semana y se extrañó bastante.

Su amiga no cogía el teléfono, así que decidió averiguar que pasaba sin comentarlo con nadie. No quería que ni Sergio ni el marido de Inmaculada se enterasen, puesto que eso la pondría en un compromiso tanto a si misma como a su amiga.

Por eso, el lunes se marchó antes de tiempo, con la gran suerte de que su marido la dijo que se quedaría un rato más de lo normal por un asunto dela Clínica.Dispondríade más tiempo para descubrir qué sucedía.

Acababa de llegar frente a la casa de Inmaculada cuando la vio salir y no pudo evitarlo. Pidió a su taxista que la siguiera. Una buena propina fue suficiente para evitar preguntas incómodas.

Mientras la seguían, Rebeca se sentía en parte una imitadora de películas de espías y en parte se preguntaba si no se estaría comportando de una manera infantil con su amiga.

Pero todos estos pensamientos se fueron de su mente al comprobar el lugar al que acudía su amiga. Era la casa de Juan, uno de los pacientes que tenía procedentes del Internado.

Como la otra vez, Rebeca fue hasta la parte posterior de la casa y se colocó en la mejor posición posible para espiar el ventanal que daba al patio de la casa. No tardó mucho en ver a Inmaculada y Juan.

La amiga de la psicóloga bebía una copa de vino mientras miraba al exterior cuando apareció Juan por detrás suyo.

La quitó la copa de las manos y la hizo apoyar las palmas contra el cristal. Rebeca vio moverse los labios de Inmaculada y observó cómo se relamía mientras el chico juntaba su paquete contra el culo de la mujer y posaba sus manos en la blusa que cubría sus pechos.

Bajo la atenta mirada de Rebeca, Juan desprendió con gran ansiedad los botones de la prenda de vestir de Inmaculada para dejar a la vista sus dos impresionantes tetas, mientras seguía frotándose contra el culo de la excitada hembra.

Estrujó con fuerza ambos pechos durante un buen rato, entreteniéndose de vez en cuando para pellizcar diferentes partes de las dos cumbres gemelas.

Con los ojos entrecerrados, Inmaculada iba recibiendo las acometidas de las manos de Juan, que apretaba sin piedad ambos senos a la vez que alternaba sus manos en bajar rozando el cuerpo de la mujer rumbo a su entrepierna.

Iba introduciendo alternativamente una mano y luego la otra bajo la falda, acariciando lo que se escondía debajo mientras siempre tenía una mano controlando las tetas de la tremenda rubia, que no dejaba de poner expresiones faciales de intenso placer.

Y mientras todo esto sucedía, Rebeca no podía dejar de mirar. Espiaba la escena con una excitación que crecía en su interior de forma imparable. Así, cuando Juan agarró la falda de su rubia amiga y se la bajó hasta los tobillos junto a sus bragas, la propia Rebeca no pudo resistirse a mover una mano hasta su propia entrepierna, que notaba mojada.

No se perdía ningún detalle, observando cómo el chico mostraba su grande y erecto pene, cuya punta se veía húmeda incluso desde esa distancia. La psicóloga no pudo evitar imaginarse en el lugar de su amiga cuando ese poderoso falo comenzó a entrar y la escuchó gritar de placer incluso pese a estar dentro de la casa.

Fue un instante de debilidad, que expulsó rápidamente de su mente. Era algo que no era correcto, pero aún así su cuerpo le pedía algo. Su sexo estaba cada vez más empapado y el apretado roce de su ropa interior cuando lo acariciaba por encima era electrizante.

Miraba a su amiga recibir la polla del chico, apoyada contra el cristal y con las tetas bailando al compás de las embestidas mientras ella misma no podía dejar de acariciarse su propio coño, cada vez más hinchado y húmedo.

Una y otra vez el antiguo estudiante del Internado clavaba su desnuda polla en el interior de Inmaculada. Y una y otra vez, Rebeca se tocaba su propio sexo, cada vez más intensamente.

Tras unos minutos interminables, la polla de Juan surgió empapada del interior del sexo de Inmaculada, goteando su líquido seminal. No había usado preservativo. Ese dato entró en la mente de Rebeca, que no pudo evitar sentirse aún más excitada involuntariamente.

Inmaculada se puso de pie lentamente, pero nada más girarse, recibió una torta que la cruzó la cara, haciéndola caer.

Rebeca dio un respingo, pero no hizo nada. Se quedó quieta mientras contemplaba como el chico se sentaba sobre su amiga y la metía su polla en la boca, obligándola a chupársela tumbada en el suelo.

La penetración oral duró varios minutos, hasta que Juan se levantó sacando su pene del interior de la boca de Inmaculada. La mujer giró la cara, boqueando mientras parte de la nueva lechada brotaba de su inundada boca y terminaba en el suelo.

Eso pareció enfurecer al chico. Agarrándola del cabello, la hizo ponerse a cuatro patas y lamer con la lengua los restos del semen que habían caído en el suelo de la casa mientras le daba una serie de fuertes azotes en el culo con la mano que tenía libre.

Cuando la amiga de Rebeca dejó tan limpio el suelo como la exigió el joven, la dejó levantarse y empezó a besarla con gran intensidad en la boca mientras la hacía apoyarse contra el cristal, mostrando un culo terriblemente enrojecido por el castigo recibido.

En ese momento, la psicóloga se dio cuenta realmente de que se estaba masturbando y que estaba a punto de tener un orgasmo mientras contemplaba la escena salida de la más perversa de las retorcidas mentes de un guionista de películas porno… o eso pensó ella, mientras por puro esfuerzo de voluntad intentaba controlarse para poder relajarse y centrar su mente en su marido y todo lo que representaba para ella.

Abandonó su puesto de observación justo cuando un par de hombres, uno joven y otro maduro, se acercaban y entraban en la casa.

Debían ser el hermano y el padre de Juan, pensó Rebeca.

Por un momento estuvo tentada de esperar a ver qué sucedía, pero decidió que lo más prudente era marcharse antes de que pudiera encontrarse con Inmaculada y tuviese que dar explicaciones.

Paró un taxi y se marchó, no pudiendo evitar notar su propia humedad ahora que estaba más relajada y podía pensar con algo de claridad.

Durante el trayecto le estuvo dando vueltas a todo lo que había visto, con lo que la fue imposible no sentir cómo crecía una intensa humedad y un profundo calor en su interior.

Al llegar a destino no pudo contenerse. Se encerró en el lavabo y se masturbó hasta correrse.

En su mente las imágenes que había presenciado siguieron repitiéndose una y otra vez... incluso en sus sueños, salvo que en ellos era ella la que protagonizaba las escenas de la fuerte sesión de sexo presenciada y terminaban de distinta forma.

En su sueño era su marido, Sergio, quien llegaba a la casa y se la encontraba copulando con su joven paciente.

La cara de decepción que veía en la ilusoria imagen de su marido en el sueño logró que se despertase. Estaba completamente empapada y notaba su sexo palpitar.

Se levantó con cuidado, procurando no despertar a Sergio y salió del dormitorio que compartían.

Acalorada por el sueño tenido a la vez que avergonzada por haber tenido esos pensamientos impuros, se dispuso a esperar unos minutos sentada a oscuras en el salón mientras su excitado coño regresaba a su estado de relajación.

Se sentía impura en parte, casi como si realmente hubiese puesto los cuernos a su fiel marido. Porque ella temía que pudiese serla infiel, pero a la vez quería creer con todas sus fuerzas que no, que ella era la única mujer en su vida… y por tanto, ella debía dar ejemplo comportándose de una forma más responsable y dominar esos impulsos lascivos que habían surgido dentro de ella.

La culpa era de Inmaculada, tenía que serlo. Todas sus historias de sexo sin restricciones y ahora lo de enrollarse con uno de los pacientes de Rebeca… todo eso la había afectado, incluso la había impulsado a ese comportamiento absurdo de espiarla y, sobre todo, de excitarse mirándola. Tenía que tomar una determinación. Debía hacerlo. No podía volver a seguir a Inmaculada a escondidas. Era lo mejor. Y en cuanto surgiera el tema de Juan, el chico del internado, en sus sesiones, ya procuraría resolverlo como fuese.

Mientras decidía esto, su coño iba relajándose poco a poco, así que Rebeca decidió volver a la cama junto a su marido.

Estaba a punto de entrar de nuevo en el dormitorio cuando escuchó el grifo del lavabo del pasillo. La pudo la curiosidad de nuevo y se quedó en la esquina.

Instantes después salía su hija, cubierta mínimamente por su bata y con un objeto alargado en la mano. Se la veía ligeramente nerviosa, mirando a ambos lados antes de salir realmente del cuarto de baño y regresar a su propio dormitorio. No la había visto. Con el corazón ligeramente acelerado, Rebeca se acercó sigilosamente a la puerta del cuarto de su hija.

En su precipitación, Camila no la había cerrado bien y la puerta se había abierto hacia dentro apenas unos milímetros. Lo justo para que su madre pudiera mirar.

Allí estaba su hija, desprendiéndose de la bata y mostrando su cuerpo totalmente desnudo, mientras abría con cuidado un cajón del armario para colocar en él un objeto azulado. Un consolador. Y a Rebeca le pareció inmenso, tremendo.

Su corazón palpitaba más rápido, notando una extraña emoción. No podía ser. ¿Desde cuándo tenía Camila un consolador?. ¿Para qué lo necesitaba su pequeña?. Porque para ella, su hija siempre sería su pequeña. Pero aún así ya había supuesto, muy en el fondo de su mente porque su parte consciente realmente no lo admitiría, que ya habría tenido relaciones sexuales. ¡Tenía novio!. ¿Acaso no lo habían hecho?. ¿O es que no era capaz de saciarla?. Porque su hija no era como Inmaculada, no podría serlo. Ella no había criado a una ninfómana. No, se negaba a pensarlo. Y, sin embargo… la idea acudió a su mente cuando vio que se tumbaba de nuevo en la cama para dormir completamente desnuda, sin ponerse nada… ¡y con la persiana subida!.

Era imposible… pero a la vez… ¡no!. No podía ser, no quería ni pensarlo… y aún así… la idea rondaba en el fondo de su mente cuando regresó lentamente a su dormitorio a tumbarse junto a Sergio.

Cuando por fin se durmió, los sueños regresaron. Pero esta vez ella volvía a ser una espía. De nuevo veía fornicando a Inmaculada con su joven paciente, aunque ahora sentada en un sillón del salón de su propia casa, puesto que ahora la acción se desarrollaba allí. Entonces se daba cuenta que en realidad Inmaculada ya no era la que recibía las poderosas embestidas. Era Camila. Espiaba a su propia hija que, a cuatro patas, recibía en su interior el movimiento del gordo pene del violento paciente de Rebeca.

E incluso en sueños, supo que la idea de contemplar el desnudo y hermoso cuerpo de su hija sometido por el miembro de su paciente la excitaba aún más que el sueño anterior. Esta vez Sergio simplemente se sentaba enfrente de ambas y presenciaba cómola Rebecadel sueño se masturbaba, de pronto también estaba desnuda, mirando sin poder evitarlo cómo practicaban sexo como animales su hija y Juan.

Al final, Inmaculada reaparecía por una puerta, completamente vestida, y se acercaba a Camila, que estaba sentada en el suelo. La acercó, guiándola por el cabello, hasta la entrepierna de Rebeca y allí empezó a hacer algo que su madre jamás hubiera pensado ni imaginado hasta entonces… salvo por lo que la propia Inmaculada la contará unos días atrás en una de sus sesiones.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, notó que sus bragas estaban mojadas y se encontraba ligeramente excitada.

Reprochándose su falta de resistencia mental a los comentarios que hacía Inmaculada en las sesiones, se refugió en una ducha fría que alejara esos impuros pensamientos de su mente.

10. Tercera parte: Soraya.

A la llegada del matrimonio a la clínica, Rebeca se encontró con la presencia de una hermosa joven detrás del mostrador cubierta con un apretado uniforme que realzaba los encantos naturales de su anatomía.

Notó más que vio, puesto que no se atrevía a confirmarlo con los ojos, que Sergio se había excitado. Y la mente de la psicóloga reaccionó de forma primaria, arrancando la maquinaria de los celos.

Sintió arder el posesivo sentimiento, el mismo que la había impulsado a trabajar en la misma clínica que su marido por la vaga idea de que pudiera serle infiel. Pero casi al mismo tiempo surgió otro pensamiento, esta vez de culpa por la excitación que había descubierto espiando a su amiga Inmaculada y que se había transformado en un sueño de un erotismo que se colocaba en la fina línea de la infidelidad mental.

Rápidamente descartó estas ideas, pero no podía evitar los restos de esa parte posesiva de su interior cuando habló con Sergio, al que siguió al interior de su despacho al percibir esa excitación palpable en el ambiente que lo rodeaba.

  • Sergio, ¿qué sucede?. No sabía que nos fueran a poner asistentes –le preguntó, con el tono más neutro posible para que no sospechase sus celos y a la vez intentando descubrir si había algo escondido en esa situación.

  • Es Soraya, una de mis pacientes. Del Internado, ya sabes.

  • ¿Y qué hace aquí? –preguntó Rebeca, con el ceño fruncido por la sospecha inducida por los celos.

  • Creo que puede ser bueno para la terapia que vuelva a relacionarse con el mundo que la rodea del modo más normal posible –respondió Sergio.

La verdad es que tras pensarlo unos instantes, vio que era una tonta por haber sospechado. Estaba claro que su marido buscaba lo mejor para la chica aplicando una terapia poco habitual entre sus clientes generales, pero quizás la más recomendable por las circunstancias excepcionales de los clientes.

  • Tienes razón. Seguramente probar una terapia ocupacional activa sirva para mejorar su recuperación –concluyó ella, marchándose a su propio despacho con una pequeña sensación de vergüenza por desconfiar de Sergio… sobre todo porque ella sí que había tenido unos pensamientos totalmente incorrectos dentro del matrimonio no hacía demasiado.

Debía aprender a confiar más en su esposo. Y no había otra forma más sencilla que hablar con la chica.

Se pasó buena parte de la tarde buscando la forma de hacerlo sin llamar la atención para que Sergio no imaginase que tras ello estaban esos pequeños e invisibles conspiradores que eran los celos.

Al final, fue la propia chica quien acudió cuando salía su último caso.

  • ¿Puedo pasar, Señora? –preguntó, asomándose a la puerta.

  • Sí, sí, claro. Pasa… esto, ¿Soraya, verdad? –contestó la psicóloga, fingiendo no haber prestado atención al nombre y ordenando unos papeles mientras la miraba de reojo y observaba como la joven cerraba la puerta con cuidado y mostraba la perfección con que se ajustaba el uniforme a su cuerpo hasta el punto de que la propia Rebeca apreció la lujuriosa perfección femenina que tenía-. ¿Qué deseabas?.

  • Presentarme, Señora –empezó a decir, mientras se acercaba con movimientos lentos que parecían invitar a detener los ojos en su movimiento de caderas a la vez que mantenía sus oscuros ojos en un plano ligeramente inferior a los de Rebeca-. Quiero que sepa que estoy a su total, completa y absoluta disposición –seguía hablando mientras iba lentamente bajando el tono de su voz y alargando las palabras hasta darle unas insinuaciones que empezaron a hacer que una parte de la psicóloga empezase a sentirse incómoda según la chica estaba ya casi a su lado, bordeando la mesa-. Para todo lo que ordenela Señora…

La tocó lentamente. Apoyo su mano en la de la mujer de Sergio de una forma que parecía transcurrir a cámara lenta. Fue entonces cuando pasó por su mente la idea clara de que Soraya se la estaba declarando… pero, no podía ser… ¿verdad?. Acababan de conocerse y… y… estaba segura que había una pulsión sexual durante el intercambio de gestos y palabras con Sergio nada más llegar… pero… ¿y si… y si estaba equivocada?... ¿y si en realidad era hacia ella por quién destilaba esa sensualidad tan fuerte?.

Por un lado Rebeca se sintió halagada por ello. Sentirse objeto de deseo de una chica joven y hermosa era… pero, ¿en qué estaba pensando?. Ella no era lesbiana. Todo eso eran tonterías que aparecían en su mente por culpa de Inmaculada y su eterna ninfomanía para todas las opciones sexuales.

Además, también estaba el que esa chica era una paciente y… ¡¡otra vez!!. ¿Qué la estaba pasando?. ¿Cómo podía siquiera imaginárselo?. Ella era absolutamente heterosexual y, lo que era más importante, completamente fiel a Sergio.

El caos de su mente la dejó unos instantes paralizada, absorta en su propia lucha interior y apenas se dio cuenta de que la joven de pelo castaño seguía hablándola mientras la sostenía una mano con la suya.

La apartó bruscamente.

  • ¡Oh!, lo siento, Señora… no era mi intención… -se excusó rápidamente la joven, bajando la cabeza y apartándose de Rebeca.

  • No, no… no pasa nada, Soraya… -contestó rápidamente, intentando evitar a toda prisa que su reacción pudiera ser malinterpretada a más de un nivel y que eso pudiera afectar a la terapia de la chica-… y deja de llamarme Señora, puedes llamarme Rebeca.

  • Gracias, Se… Rebeca –respondió ella con una gran sonrisa, que volvió a remover algo en el fondo de la psicóloga-. Y si algún día quiere que la traduzca algo, cuente conmigo, porque como la decía me manejo bastante bien con el inglés. También sé lo suficiente de francés y portugués… menos que de inglés, pero si necesita cualquier cosa, dígamelo. Estaría encantada de poder ayudarla en cualquier momento, siempre que quiera… para todo, cuente conmigo –terminó, a la vez que la tendía con cierto nerviosismo una tarjeta de la propia clínica en la que por detrás había puesto su número de teléfono móvil con unos corazoncitos que le daban un toque infantil y algo cursi-. Lo que sea, por favor… no me importará, se… te lo aseguro.

  • Gracias, de verdad, Soraya… pero ahora mismo no hay nada que… -empezó ella a contestarla, buscando la mejor frase para no darla falsas esperanzas, pues ya su mente tenía claro que la chica estaba tirándola los tejos y a la vez sintiéndose aliviada al pensar que en consecuencia no podría haber nada con Sergio.

Justo mientras decía esto, se levantaba para acompañar hacia la salida a Soraya, cuando uno de sus pies resbaló fuera del zapato de tacón, cuyos cordón trasero había desplazado hacia abajo porque la había estado molestando en su talón durante las sesiones.

Antes de darse cuenta, la chica la estaba sosteniendo. La asaltó la nariz un perfume extraño, que se resistía a ser identificado aunque en el fondo lo reconocía.

Y aún más rápido, desapareció de su olfato cuando Soraya se arrodilló para calzarla. Sostuvo unos instantes el pie entre sus manos, acariciándolo con suavidad, provocando una descarga eléctrica en la psicóloga.

Fue pasando las yemas de sus dedos por el contorno del pie hasta alcanzar el talón, donde había una pequeñísima ampolla. Con rapidez, la joven sacó una tirita de silicona de un bolsillo y la calentó entre sus manos.

De rodillas, se inclinó aún más hasta tener sus labios a la altura del talón de la psicóloga y antes de que pudiera reaccionar, estampó sus labios contra la piel de la mujer. Besó toda la región, humedeciéndola con su saliva.

Rebeca se apoyó en la mesa, confundida con su propio cuerpo. No era capaz de reaccionar ni de apartar a la chica. Era algo extraño y confuso. Y excitante. Miró mientras ella besaba su talón, acariciándolo entre los labios. Luego puso la tirita y aplicó el calor corporal de su mano hasta lograr la adhesión. Sólo entonces volvió a colocar la lámina posterior que cerraba el zapato de tacón.

Aún de rodillas, la chica levantó una cara sonriente y declaró:

  • Así aguantará más y cuando esté en casa con un baño con sal quedará como nueva.

  • Gra… gracias…

  • Un placer… Rebeca –decía mientras se levantaba-. Lo dicho, cualquier cosa…

Continuará...

QUIÉN ES QUIÉN (episodio 10)

  1. Almudena Abadía Vergas: hermana de Soraya. 16 años. Pelo castaño rizado.
  2. Arturo Abadía Vergas: hermano mayor de Soraya. Con 19 años descubre a Soraya, que tenía 15 años, masturbándose y logra obtener favores sexuales, que se prolongan de forma voluntaria por ambos hasta el internamiento de Soraya. Ingresa en el ejército poco después del internamiento de su hermana. Actualmente tiene novia militar también.
  3. Camila: hija de Sergio y Rebeca. Universitaria de 20 años. Morena. Ha comenzado una relación sentimental con Toni. Siente una fuerte atracción por Vanessa, la novia de su hermano. En ocasiones ayuda en la consulta a sus padres. Ha tenido una relación intermitente con una de sus mejores amigas desde hace años, jugando ambas con su bisexualidad.
  4. Darío: hijo menor de Sergio y Rebeca. 18 años. Repite curso en el instituto. Ha comenzado una relación con Vanessa hace casi 6 meses.
  5. Inmaculada: amiga de Rebeca. 41 años. Rubia. Casada tres veces. Se divorció de Enrique, con quien tuvo a su primer hijo, Adolfo. Su segundo exmarido, Eduardo, es el padre de Lorenzo y Nazario. Ahora está casada con Manuel. Sexualmente hiperactiva, tuvo una aventura con Sergio que duró dos años. Tiene una relación sexual con Juan, uno de los chicos del Internado, en la casa de él y siendo descubierto por Rebeca. También parece tener una nueva relación sexual con su primer marido, Enrique, y con su mujer actual.
  6. Rebeca: psicóloga. 42 años. Esposa de Sergio. Madre de Camila y Darío. Su mayor dedicación al trabajo ha provocado un distanciamiento en su vida de pareja, especialmente a nivel sexual. Intenta recortar su distancia afectiva con Sergio metiéndose en su misma clínica y compartiendo los casos especiales. Tiene miedo de que Sergio pueda serle infiel. No conoce la aventura que tuvieron su marido e Inmaculada, una de sus mejores amigas.
  7. Sergio: psicólogo con ingresos medio-altos al que la crisis le obliga a aceptar unos casos especiales para relanzar su carrera. 43 años. Casado con Rebeca, a quien envidia en el fondo por su mayor éxito de clientes. Tienen casa en Madrid y en San Rafael, donde suelen pasar los fines de semana. Tienen dos hijos: Camila y Darío. Tuvo una aventura con Inmaculada, cliente y amiga de su esposa. Tiene una lucha interior con un lado oscuro que mezcla el estrés con un fuerte componente de represión sexual en su vida diaria,la Bestia.
  8. Soraya Abadía Vergas: paciente de Sergio. Pelo castaño y ojos oscuros. Domina inglés y tiene nociones de francés y portugués. Apodada “Devora Vergas”. Fue secretaria de Don Rafael. 19 años. Residente en Madrid. Tiene dos hermanos: Almudena (16 años) y Arturo (22 años). Tres lesiones en forma de triángulo. Empleada a tiempo parcial en la consulta de Sergio y Rebeca.
  9. Vanessa: novia de Darío. 23 años. Mide 1’80 metros. Tiene piso propio. Mantiene una relación con Camila de juegos de provocación.

Nota: este relato es inventado. Gracias por leerlo y vuestros comentarios.

Toda la saga al completo (hasta ahora):

  • Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/70574/
  • Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/72792/
  • Tercera parte: http://www.todorelatos.com/relato/77053/
  • Cuarta parte: http://www.todorelatos.com/relato/77264/
  • Quinta parte, la consulta 1: http://www.todorelatos.com/relato/77680/
  • Quinta parte, la consulta 2: http://www.todorelatos.com/relato/78143/
  • Quinta parte, la consulta 3: http://www.todorelatos.com/relato/78421/
  • Quinta parte, la consulta 4: http://www.todorelatos.com/relato/78698/
  • Quinta parte, la consulta 5: http://www.todorelatos.com/relato/79210/
  • Sexta parte, fragmento 1: http://www.todorelatos.com/relato/79750/
  • Sexta parte, fragmento 2: http://www.todorelatos.com/relato/80204/
  • Sexta parte, fragmento 3: http://www.todorelatos.com/relato/80546/
  • Sexta parte, fragmento 4: http://www.todorelatos.com/relato/81373/
  • Séptima parte, mitad 1ª de Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82008/
  • Séptima parte, mitad 2ª con Darío: http://www.todorelatos.com/relato/82769/
  • Octava parte: http://www.todorelatos.com/relato/83215/
  • Novena parte, primera mitad: http://www.todorelatos.com/relato/84136/
  • Novena parte, segunda mitad: http://www.todorelatos.com/relato/84948/

PD: cualquier duda o sugerencia no dejéis de hacerla, ya sea en la sección de Comentarios aquí mismo o en mi correo skaven_negro@hotmail.com

Un saludo a tod@s .