Masturbarme

Si leo algo tuyo que me excita... si al imaginar tus actos impresos en los folios blancos se me mojan las bragas... si me pongo cachonda con lo que me escribes, quiero masturbarme. ¿Me acompañas?

Silencio en mi casa. Nocturnidad en el ambiente. Hora de masturbarme.

Mi sofá… Una chaise long de tapizado elegante con un capitoné que mina un poco la moral, la verdad. Una película porno en el televisor… de esas que te ofrecen gratis en las cadenas mediocres para ganar audiencia en los chat a las tantas de la mañana. Las piernas abiertas y flexionadas, los pies apoyados descalzos sobre la mesa de salón. Una simple camiseta de asillas y unas braguitas de encaje blanco por toda vestimenta, ya que hace calor, o yo lo tengo. En la pantalla del televisor una tía de grandes tetas le hace una mamada a una enorme polla sin rostro. Los grandes huevos del tipo chocan contra la barbilla de la rubia de bote, a la que por mucho que quiera evitarlo se le nota la raíz en las tomas de cerca. Es la primera imagen… la historia promete. Cierro los ojos y dejo que los jadeos del actor invadan mis sentidos y me enciendan el coño. Me encanta escuchar a un hombre jadear cuando se la chupan, me parece que es lo único real en una peli de esas. Mi coño está mojado, resbaladizo, brillante. No puedo verlo, pero sé que es así. Lo he vigilado cientos de veces mientras me coloco frente al espejo de mi dormitorio, viendo como me corro, observando sus cambios cuando me sobreviene el orgasmo. Me gusta saberlo rojo, hinchado, latente…

Y ahora está así. Después de haberte leído, después de haberme imaginado lo que me describías con tanto detalle, después de haberme excitado tanto con tus palabras que no puedo reprimir la imagen de verme follada por tu verga venosa, ensartada hasta gemir de gusto, pidiendo clemencia. No se apartan de mi cerebro las escenas que me regalaste con tus letras, esas que te imagino escribiendo empalmado y con la mano aferrada a tu polla bajo la mesa. Relato que costó terminar, porque no dejabas de masturbarte mientras también pensabas en mí y tener solo una mano libre para hacerlo entorpece la tarea. Pensabas en mi coño, lo imagino así, y eso me lo altera...  Está tan caliente que no sé si con solo soplar sobre él me llegaría a correr. Sentir mi aliento cálido sobre la funda del clítoris hinchada, dulce perversión. Si solo llegara… Dios, si mi lengua llegara…

Mis braguitas están mojadas. Rectifico, completamente empapadas. El forrito diminuto que cubre mi pubis podría devolverme perfectamente el sabor de mi coño ahora, al llevármelas a la boca y lamerlas. Saborear mi sabor de la tela… algo mucho más cercano y factible que calme mis necesidades. Pero no, ahora me niego. Hoy las bragas se quedan ahí, en los muslos. Las bajo lo imprescindible para llegar a poder meter mi mano entre mis piernas, y las veo desde el ángulo que me permiten mis tetas tiesas, esperando atenciones. Y los dedos se entierran entre los labios, se deslizan con total impunidad entre mis pliegues hasta llegar a la entrada de mi vagina. Dos dedos sobre ella, sobre su abertura caliente y mojada. La palma sobre el clítoris, sintiéndolo latir…

Retiro los dedos siguiendo mis surcos a la vez que abro los ojos para mirar la pantalla del televisor. A la tía se la está enculando el actor de una forma impresionante, posturas imposibles si no estás curtido en un gimnasio. La polla entra y sale a buen ritmo acompañada del sonido húmedo del chapoteo cuando hay mucha saliva de por medio. Y es que el actor no deja de escupirse en la polla cada par de embestidas, haciendo resbaladiza la entrada estrecha de su compañera. Las tetas de la actriz se mueven con soltura y sus gemidos compiten con los de él y con las nalgadas que le propina el otro en el reparto. Me empapo de la visión mientras cierro los dos dedos sobre el clítoris, dejándolo en medio de ambos. Lo aprieto y lo siento salir de su funda, y al hacerlo me recorre una sensación escalofriante desde los riñones hasta la parte trasera de las rodillas. Ahí está, pidiendo guerra. Sabe lo que quiere, y yo sé como dárselo.

Tus palabras saliendo en la pantalla de mi ordenador a medida que muevo el cursor del ratón, el relato que me dedicaste y que hizo que se me encendiera mucho más que el coño... eso es lo que intento recordar, y no las imágenes baratas que ahora observo. Cierto es que soy tan visual como un hombre, pero eran mucho más morbosas tus escenas, tus comentarios y guiños, tu entregada prosa perversa hacia las partes de mi anatomía que más te inspiraban lo que me tienen ardiendo y llameando. Solo los oídos atentos, pues... En mi mente puedo volver a dibujar tu mundo, los sonidos los tomaré prestados de los que publicitan el chat.

Siempre utilizo el dedo corazón para masturbarme. Clavo la uña en el punto en que se descapucha y lo muevo con ritmos cortos al principio, bordeándolo, aprisionándolo con círculos cada vez más cerrados. Lo siento caliente y duro bajo la yema del dedo, y siento el roce de la uña sobre la delicada piel de la entrepierna, lesionándolo… Me encanta. Sé que en unas horas sentiré la herida, pero ahora me gusta hacerlo sufrir un poco.

A medida que mis jadeos se hacen cada vez más audibles mi mano cobra fuerza en el movimiento. El dedo se cansa, por lo que tengo que ayudarlo con toda la muñeca, con círculos y pellizcos que se extienden casi desde el codo. Me pone muy caliente saberme cansada, saber que llevo rato tocándome y que todavía puedo aguantar un poco más. Me sudan los muslos, mi coño pide ser poseído y yo le niego mis dedos dentro, para no perder la concentración sobre esa zona tan sensible que me tiene completamente absorbida. Me gusta cómo me lo hago… como no me va a gustar…

Mis pezones piden guerra. Duros. Duros bajo la camiseta de algodón. Los veo oscuros bajo la tela blanca, enmarcados por el sudor que se arremolina al final de mis tetas. La tela se pega a ellos y solo tengo que mover la prenda para acariciarlos con ella. Tirar hacia abajo y luego soltar… Volver a tirar y ver como se hunden si la presión es excesiva. Pobres pezones. Tiesos, sin una lengua masculina que se los lleve a la boca, o unos dedos intranquilos que los pellizquen con saña. Ni unas pinzas, que también sugeriste en alguna de tus morbosas escenas, se aferran a ellos para darles algo de consuelo. Pobres pezones. Ahora no os toca…

Es mi clítoris el que me mata. Arde, chispea, duele… Siento que mis movimientos me están llevando al límite, como debo bajarlo si no quiero correrme en ese momento. Pero, ¡qué coño! Claro que quiero correrme, ya tendré otro en cinco minutos… más lento. Ahora lo quiero salvaje, ese que me está destrozando las entrañas con su calor, ese que me has provocado tú con tus palabras. Ese orgasmo que te morirías por presenciar desde el otro lado, ese que no te he regalado, pero que tampoco has pedido.

Y me abandono cuando me llega el estallido. La espalda se me arquea, se me tensan las piernas y el culo se aprieta contra el sofá. Mis gemidos superan los de la actriz en la tele.  Las imágenes se desdibujan en mi mente mientras me fundo con el calor de la entrepierna; tu mano, que imaginaba acompañando la mía en mis movimientos, desaparece para volver a tu lado y meneártela con saña tras habérmela prestado un rato como me prestaste tu relato. Gimo, jadeo, blasfemo...

Fuerte corrida.

La mano me aprieta el coño y la palma lo palpa para sentirlo latir; sentir como se moja más si se puede. La palma lo calma… porque quiero otro.

Y en este voy a usar las dos manos…