Masturbándome frente a mi profesora
Por cacharme con las manos en la verga, mi profesora me impone un placentero castigo.
Me paré enfrente del grupo y, orgulloso del tamaño que a mis catorce años ya tenía, les mostré mi verga sin pudor alguno. Era una costumbre a la que recurría cuando algún profesor no era puntual, una costumbre para matar el tiempo y el aburrimiento. Me divertía escuchar los insultos de las chicas, según ellas indignadas por mis actos, pero sin quitarme la vista de encima, al igual que uno que otro de mis compañeros, disimulando esas ganas de correr a mamármela con sonrisas nerviosas.
Caminaba de un lado a otro del salón, con los pantalones a la rodilla y mi miembro, a medio camino entre la flacidez y la excitación, agitándose al compás de mis pasos. En ocasiones, cuando por las mañanas no había descargado el semen acumulado en los huevos y me empalmaba con el simple roce del viento, me masturbaba ante la mirada incrédula de los demás alumnos. Eso mismo pretendía hacer aquella vez, pero sucedió algo que no me esperaba. La profesora de química, esa que pensé ya no se presentaría, entró al aula y me cachó con las manos en la polla.
Me quedé paralizado y la erección que comenzaba a tener se me bajó de inmediato. Fue hasta que escuché las risas de mis compañeros que reaccioné y me subí los pantalones, pero igual la maestra ya se había dado cuenta de mi conducta falta de moral y, por el gesto de su cara, supe que me había ganado un buen castigo. Les pidió a todos que salieran y la dejaran a solas conmigo y a los pocos segundos, todas las butacas quedaron vacías. La profesora se sentó detrás del escritorio y empezó con su sermón, el cual yo escuché con la cabeza gacha, sumamente avergonzado.
No se que tantas cosas me dijo, pero entre ellas recuerdo bien que mencionó comentarles a mis padres lo que yo acostumbraba hacer cuando no había maestro. La simple idea de que ellos se enteraran me aterró y me puse a llorar como una niña, lo cual molestó demasiado a la profesora. Con un grito que me enchinó la piel, me pidió que me parara enfrente de ella.
¿Por qué lloras? ¿Qué acaso no eres hombre? ¿Qué no eres el mismo que hace un rato mostraba sus genitales a todo el grupo? ¿Dónde está ese atrevimiento ahora, escuincle? Mereces que les comunique a tus padres lo que has hecho, para que te reprendan de manera ejemplar. - Me amenazó.
No, por favor. No les diga nada o me van a matar. - Le pedí de rodillas y con lágrimas en los ojos.
¿Crees que me vas a conmover? Si en verdad te mataran está escuela quedaría libre de un depravado como tú, ¿crees que eso es malo? ¿Por qué no habría de comentarles lo que hiciste? Dame una razón, ¿por qué no habría de hacerlo? - Me preguntó con una voz enérgica que me asustó aún más de lo que estaba.
Porque...porque le prometo que no lo voy a volver a hacer y siendo usted tan buena, me va a perdonar y se olvidará de todo esto.
Argumenté.
Así que piensas que soy muy buena. ¿Qué tan buena? - Me cuestionó.
Mucho, casi como una santa. - Aseguré.
¿Tan buena como una de esas mujeres que salen en las revistas para adultos que le robas a tu padre y con las que seguramente te masturbas a escondidas en tu cuarto? ¿Tan buena como para que hagas frente a mí lo que hacías cuando llegué al salón? ¿Tan buena como para que me enseñes esa verga que te guardas? Dime, ¿tan buena como para eso? - Me interrogó ya con otro tono, más sensual, más sugestivo.
¡¿Qué?¡ - Exclamé sorprendido.
No te hagas el que no escuchó y bájate los pantalones, niñito. - Me ordenó.
Pero...¿cómo me voy a bajar los pantalones si... - Traté de decir, pero me lo impidió con un beso que no esperaba.
Junto sus labios a los míos y comenzó a moverlos, esperando una reacción de mi parte, la cual tardó unos segundos porque en verdad estaba muy confundido. Primero me regañaba, me gritaba y me amenazaba con acusarme con mis padres y después me acosaba con todo el descaro del mundo. Pero más allá de mi confusión, debía aceptar que la profesora era muy hermosa y sin duda era el amor platónico de todos los alumnos y uno que otro de sus compañeros del departamento docente. Me había hecho un par de pajas en su nombre, imaginando lo que ocultaría debajo de su blusa. Era toda una mujer, irresistible incluso en esos momentos en que la incertidumbre me invadía.
Sin poder hacer nada en contra de sus encantos, correspondí a su beso y le permití a su lengua entrar en mi boca, para entrelazarse con la mía y ponerme de nuevo a tono. Nos besamos por un lapso que me pareció eterno, de lo bien que se sentía tener esos labios unidos a los míos. Cuando finalmente nuestras lenguas se separaron, me miró a los ojos y con su mano derecha acarició suavemente mi entrepierna, estremeciéndome hasta los huesos. Luego regresó a su lugar.
- Bájate los pantalones y muéstrame lo que tienes. - Me dijo, casi como un ruego, con un brillo especial en sus ojos.
La vergüenza había quedado a un lado y ya no me opuse a cumplir sus peticiones. Desabotoné mis pantalones y, junto con mis calzoncillos, los bajé hasta mis tobillos, mostrándole ese pedazo de carne del que tan orgulloso me sentía. Permanecimos un rato sin hacer nada y en un silencio total. Ella observó detenidamente mi erecto pene, su piel blanca, su cabeza rozada y las venas marcándose a lo largo de mis diecisiete centímetros. Sus ojos se abrieron como platos, como si estuviera impresionada de que un adolescente flacucho y de apenas catorce años pudiera cargar semejante cosa entre sus piernas. Yo me sentí más orgulloso que nunca, al ver la forma en que admiraba mi virilidad.
- Ya entiendo porque se la enseñas a tus compañeros. Si fuera tú...creo que haría lo mismo. Tienes una verga hermosa - afirmó, haciendo que ésta saltara del gusto que esas palabras le provocaron -. Ahora quiero que te masturbes para mí. Imagina que soy una de esas mujeres que aparecen en las revistas de tu padre y hazte una paja aquí y en éste preciso instante. - Ordenó, al tiempo que empezaba a desabotonarse su blusa y abría sus piernas de par en par, permitiéndome ver sus blancas y sensuales bragas.
No fue necesario que me lo pidiera dos veces. Rodeé mi endurecida y babeante polla con mi mano derecha y comencé a masturbarme desesperadamente, como si fuera la última vez que fuera a hacerlo.
- Así no, hazlo más lento. Con paciencia, con dulzura. - Sugirió.
Como si sus palabras me controlaran, bajé el ritmo y como recompensa, ella dejó sus senos al aire. Eran firmes y redondos, no tan grandes pero si hermosos, con un par de pezones oscuros y ya petrificados. Intenté acercarme para tocarlos, pero ella se negó. Me dijo que me limitara a masturbarme, que ella se encargaría de sus pechos. De inmediato empezó a estrujarlos con ambas manos, dándole pequeños tirones a sus pezones y emitiendo leves y eróticos gemidos que me hacían más difícil el jalármela de manera paciente.
¿Ya puedo acelerar el ritmo? - Preguntó la excitación que me producía ver esa manera tan provocativa que tenía de acariciarse, esas hermosas tetas a unos cuantos centímetros de mi cara.
No, mi niño. No quiero que te vengas a los dos segundos. Quiero que lo hagamos juntos. Hazme ese favor, precioso. - Me pidió, metiendo su mano izquierda bajo su falda.
No era lo que quería, pero seguí moviendo mi puño de manera calmada y suave a lo largo de mi pene, que se veía cada vez más hinchado. No era lo que quería, pero tampoco podía negarme, no cuando me estaba regalando esa increíble y morbosa imagen: una de sus manos apretando sus pezones y la otra hundiéndose en su sexo, ya húmedo por su calentura. Jamás pensé que me masturbaría frente a la profesora más bella del colegio y mucho menos que ella lo haría conmigo.
Ya puedes aumentar un poco el ritmo de tu paja, pero sólo un poco. - Accedió, al mismo tiempo que sus dedos empezaron a entrar y salir de su entrepierna con más rapidez.
¿Así está bien? - Le pregunté, para asegurarme que no me estuviera excediendo.
Sí, así está bien. - Balbuceó, pues sus gemidos eran más constantes e intensos, como si estuviera aproximándose al clímax.
Ya con la certeza de que lo hacía como ella quería, continué frotando mi ardiente y mojada verga, poniéndole especial atención a la punta, la cual presionaba entre mis dedos causándome fuertes latigazos que me sacudían de pies a cabeza. Y no dejaba de mirar ese par de senos y ese delicioso sexo, deshaciéndose en ríos de lubricante que se deslizaban por las piernas de la enloquecida profesora, perdida entre observar mi gozo y sentir el suyo. Sin quitarle la vista de encima a mi enhiesto miembro y sin parar de auto penetrarse, cada vez con más rudeza.
Mis testículos se estaban haciendo pequeños, pegándose a mi cuerpo, preparándose para expulsar toda esa leche que hacía una semana no tiraban. Me sentía desesperado por no poder aumentar la velocidad de mi masturbación. Estaba sumamente excitado. No podía resistir más tiempo sin jalármela como un loco y la maestra, con el rostro desfigurado de placer, incrementaba mi estado de ansiedad. Afortunadamente, a ella también le pasaba lo mismo.
- Ya viene, ya casi llego. Ahora sí...arráncatela si así lo quieres. - Me dijo, en medio de jadeos y una respiración agitada.
Ya con su permiso, aceleré mi masturbación. Mientras ella rasguñaba sus preciosos pechos y taladraba su hermosa, depilada y mojada concha con cuatro de sus dedos, yo comencé a mover con todas mis fuerzas la mano que rodeaba mi verga. El torrente de esperma inició su camino hacia arriba y un exquisito hormigueo empezó a llenar mi cuerpo, señal clara de que, al igual que ella, contorsionándose arriba de la silla, estaba a punto de explotar.
- Acércate. Quiero que termines en mis tetas. - Me pidió y yo obedecí.
Continué masturbándome como un poseso, pero con el largo de mi polla acomodado entre sus pechos. A los pocos segundos supe, por el escandaloso grito que se le escapó, que se había corrido y la imagen de su vulva palpitando y derramándose, fue el último estimulo que me faltaba para hacer lo mismo. Disparé seis o siete chorros de semen sobre sus senos y su cuello, con más potencia que nunca y sintiendo el placer más grande de mi vida.
Una vez que el efecto de nuestros orgasmos pasó y nuestras respiraciones y frecuencias cardiacas se normalizaron, la profesora recogió mi venida con los dedos y se tragó hasta la última gota, sorprendiéndome y poniéndome la verga dura otra vez. Como pidiéndole que también a ella le diera una chupadita, se la acerqué a la boca, pero nada más le dio un beso en la punta y se levantó de su asiento. Se cerró la blusa y con un trozo de papel se limpió las piernas.
- Por hoy ha sido demasiado. No quiero que tus compañeros empiecen a decir que ya llevamos mucho tiempo a solas y se imaginen cosas que a fin de cuentas si pasaron, pero que a ninguno de los dos nos conviene que se enteren. Guárdatela, ya habrá tiempo para otras cosas. - Me prometió para después abandonar el salón y dejarme a solas con mi calentura.
Mis compañeros regresaron al aula y de inmediato comenzó el interrogatorio. Me preguntaron qué me había dicho la profesora, qué castigo me había puesto y muchas cosas más, cosas que yo no respondí. Insistieron tanto que me dieron ganas de decirles la verdad, pero, sin contar que tal vez no me habrían creído, no quería causarle problemas a la maestra y mucho menos, por abrir de más la boca, perder la oportunidad de vivir más placenteras experiencias a su lado. Me senté en mi butaca e ignoré las preguntas. Me puse a pensar en lo que hacía unos minutos acababa de hacer con esa hermosa mujer y en todo lo que en el futuro, con un poco de suerte, podría hacerle.