Masoca, cornudo y putita
Os había visto bailar acaramelados, deciros cosas al oído, reíros mientras os movíais por la salde estar de nuestra casa, pero cuando tú te sentaste en el sofá y le cogiste los pantalones para abrirle el cinturón y bajarle la cremallera, supe que no había vuelta a tras.
Que iba a ser por fin cornudo. Y digo por fin porque había sido yo el que te lo había casi suplicado mientras tú te negabas en redondo. Hasta que insistí e insistí tanto que, al final accediste, con condiciones, claro. Y una de ellas era que serías tú la que eligieras al chico con el que ibas a follar, con el que ibas a hacerme cornudo.
Y elegiste a uno del trabajo. Uno muy guapo, mucho más joven que yo y que está muy bueno, según me dijiste. Y debe estarlo porque tras bajarle los pantalones les ha sacado su dura polla y has comenzando a mordisquearla, a lamerla y a chuparla, mientras me miras con ojos de zorra y me guiñas un ojo. Lo estás haciendo. Al final te has atrevido a ponerme los cuernos y has hecho caso a mis súplicas.
Pero luego no me vengas con arrepentimientos –me dijiste hace unos días cuando por fin aceptaste.
No, por favor. Te prometo que no te reprocharé nada.
Así que ahora me tengo que aguantar ese extraño dolor que siento en algún lugar de mi pecho y esas extrañas mariposas en el estómago que hacen que tenga la polla dura. Sufro, pero también gozo. Es una extraña mezcla de dolor/placer.
Siempre has sido un poco masoquistas –me habías dicho cuando de novios te pedía que me pellizcaras los pezones.
No lo sé, cariño.
Y también me lo recordaste cuando me sorprendiste poniéndome tus bragas y mirándome al espejo.
- Encima de masoca, putita.
Por lo visto sí, lo era. Porque además desde ese día comenzaste a ponerte minifaldas para ir al trabajo y yo no sólo que no te decía nada, sino que te las compraba y te animaba a lucirlas. Y también te animaba a llevar siempre tanga y a que abrieras las piernas en las terrazas donde nos sentábamos. Y tú accedías con gusto.
- Te quiero, amor mío y sólo quiero que seas feliz.
Eso me dijiste entonces. Y también luego, cuando por fin accediste a acostarte con otro y ponerme los cuernos.
- Lo hago por hacerte feliz, que conste.
Eso me dijiste, pero al verte chupar ahora su polla sé que también lo haces porque te gusta, porque en el fondo lo deseas, porque siempre has sido algo puta y te han gustado mucho los tíos y follar. Sobre todo follar. Porque ahora lo has cogido de la mano y te lo has llevado a nuestro cuarto, a nuestra cama de matrimonio, para desnudarlo y acariciarle la polla.
- Pasa y mira como te hago cornudo. Por fin vas a cumplir tus sueños.
Y entré detrás de ti, pero tú me desnudaste, me pusiste a su lado, comparaste los penes de los dos y me lo dejaste claro:
- Me quedo con la polla y deshecho el pito -dijiste riéndote, con sorna, con esa ironía tuya que hizo que me enamorara de ti.
Y te sentaste encima de él y te clavaste su enorme polla despacio, muy despacio, deleitándote con esa pollón por la que bajabas tu coño. Un coño que hasta ahora había sido mío y que ahora ya no lo es. Porque una de las condiciones que me habías puesto era que a partir de ese momento follarías con quien quisieras, cuando quieras y donde quieras. Y yo acepte.
Por eso ahora veo como tu coño sube y baja apretando su polla, como me hacías a mí, porque cuando follas aprietas el coño sobre la polla para dar más placer. Eres muy puta y sabes cómo utilizar un coño. Y ahora lo estás haciendo con él, te desvives por darle placer, para que note el roce de tu coño al subir y bajar para darle todo el placer que él siente, es obvio, porque te coge de las tetas, las magrea y gime como un poseso. Se va a correr, Lo sé. Y tú también. Eres multiorgásmica y sé que te vas a correr varias veces sobre su polla.
Así que no me lo he pensado y me he puesto detrás de ti para lamerte el culo mientras subes y bajas y comienzas a correrte sobre su polla. Lo sé porque huelo el jugo de tu excitación que cae coño abajo, sobre su polla, que he lamido.
- Aparte de masoca y putita, también eres mamón, te gusta lamer pollas –me has dicho entre gemidos.
Y debe de ser cierto, porque cuando te has corrido gritando como una posea y él también lo ha hecho, he lamido tu coño lleno de su leche y te he dicho que te amo.
- Lo sé, cornudo. Y a partir de ahora me vas a amar todos los días.