Mascota secreta, etc.

La encontré llorando en la calle y la adopté. No hay ni rastro de su familia, así que se ha quedado conmigo. No sale nunca de casa.

Llevaba un tiempo con mi novia Mary y todo iba muy bien. Cada uno vivía en su casa, y follábamos siempre en la mía. Ella es ardiente y sabe complacer mis caprichos, así que yo no tenía ninguna queja. Sin embargo, me escamaba eso de que nunca fuésemos a su piso. Un día se lo dije, y ella se mostró algo esquiva, aunque acabó aceptando. Acudí una tarde y me abrió la puerta nerviosa.

-Hola, Carlos, cariño, pasa. Tengo que contarte algo.

La casa era preciosa, con un ambiente cálido y ordenado. En el salón, dos cómodos sofás dispuestos en ángulo. Mary me indicó que me sentara en uno de ellos. En el otro había una niña negra sonriéndonos.

-Te presento a Fina. Vive conmigo desde hace años y ya tiene 18, pero su presencia aquí es un secreto. La encontré llorando en la calle y la adopté. No hay ni rastro de su familia, así que se ha quedado conmigo. No sale nunca de casa.

-Vaya, esto sí que es raro. Ni de lejos podía imaginarme algo así. Hola, Fina, soy el novio de Mary, supongo que ya lo sabes.

-Hola, señor Carlos, sí, mami ya me ha hablado de usted. Encantada de conocerle.

Había algo extremadamente sensual en la voz y la expresión corporal de Fina. Mary se sentó junto a ella y tuve una erección instantánea al ver a las dos frente a mí. Eran como la noche y el día: la preciosa negrita exalando un candor muy atrayente y mi novia, con sus grandes tetas y su cara de puta viciosa. La niña parecía feliz y sana, y tenía mucha confianza con Mary, a la que agarró del brazo cariñosa. Mary me miraba con gesto de buscar mi aprobación. Al fin y al cabo no era asunto mío, así que intenté calmarla.

-Bueno, Mary. La vida te da sorpresas. Si tu niña está bien y tú también, supongo que no hay ningún problema. Y dime, pequeña, ¿qué te pasó antes de vivir aquí?

-No lo sé, señor. Cuando vine a vivir con mami, yo era muy pequeña.

Cada vez que Fina abría la boca, su manera de hablar, de dirigirse a mí, de sonreír con sus dientes blancos, me agitaba por dentro, me revolucionaba.

-Bueno, es igual, el caso es que eres una niña preciosa.

-Gracias, señor, usted también es muy guapo.

Mary soltó una carcajada que pareció liberarle la tensión.

-Vaya con mi hijita. Ahora va a echarle los tejos a mi novio, jajaja. Bueno, ya nos conocemos todos. Fina, la cena.

La niña saltó del sofá y se fue a la cocina.

-En fin, Carlos, ¿qué te parece mi niña?

-Me parece adorable. Pero entonces, ¿hace ella la cena?

-Sí, mi amor. Yo no lo he programado así, pero Fina insistió desde el comienzo en ayudarme en todo. Ella disfruta haciendo esas cosas. Al principio yo me sentía culpable de tenerla a mi servicio, pero como la veo encantada con eso, me he acostumbrado.

-¿A tu servicio? Qué locura. Es como si tuvieses una criada o algo así. Y además, negra. Mary, la esclavitud se abolió hace mucho...

-Lo sé, mi vida. Pero nadie le obliga. Dime que no te enfadas, amor. Sabes que yo te quiero y hago siempre lo que me dices, no es tan distinto...

-Pero Fina es una niña, no, no es lo mismo.

-Bueno, ya no es tan pequeña. Hasta le han crecido las tetas. Me parece increíble que no te hayas fijado, con lo guarro que eres.

-Déjate de bromas, Mary.

Sí me había fijado, claro. La niña llevaba una camiseta ajustada sin ropa interior y se le marcaba un par de tetas preciosas, muy grandes para los años que aparentaba. Pero a mí me gustaban las mujeres adultas, como Mary, que ya tenía 29. Sería un guarro, pero no un depravado.

-Que no es broma, tonto. He educado a Fina sin tabúes, y dentro de esta casa no existen normas que repriman la naturaleza. Si precisamente te adoro porque eres un pervertido, no te las des de formalito ahora...

-Estás loca, pero yo también te quiero mucho. ¿A qué te refieres con eso de la naturaleza?

-Pues muy sencillo. Por ejemplo, hoy nos hemos vestido las dos, pero normalmente estamos desnudas por casa. El cuerpo de Fina es precioso, es como una escultura de ébano. Y tocar su piel me pone a cien. Estoy segura de que en el fondo a ti te parece genial todo eso, ¿a que sí?

Mary se había sentado a mi lado y me decía esas cosas acercando su torso y acariciándome el paquete. Ya era imposible disimular mi erección.

-Mary, me rindo. Que sea lo que Dios quiera.

La niña trajo la cena y nos sentamos los tres a la mesa. Sirvió los platos y la bebida, y pidió permiso a mi novia para empezar a comer. Las dos me sonreían, como en un extraño sueño erótico.

-Fina, le he contado a Carlos que siempre estamos desnudas.

-Oh, sí, señor, pero mami ha dicho que hoy venía usted y había que taparse. ¿No le gusta ir desnudo, señor Carlos?

-No sé, no es lo normal. Además no se considera correcto que una niña como tú vea a un hombre sin ropa.

-¿Por qué, señor?

-Porque... ¡diablos! En esta casa es todo muy raro, como si no hubiera moral, como si...

Mary me plantó un beso de los suyos. Le había dicho que me rendía, pero yo aún no tenía asumido su extraño comportamiento. Al vernos abrazados, la niña se levantó de su silla y se unió a nosotros. Era menuda y ágil, y en un momento la sentí sobre mis piernas, con sus tetas aplastadas en mi pecho y su lengua jugando con las nuestras.

Mary me sacó la polla del pantalón.

-Mira, Fina. Este es el pene de Carlos. A los hombres les encanta que nos lo metamos en la boca, prueba.

La niña se arrodilló entre mis piernas y se puso a chupármela, mientras Mary me seguía comiendo la boca y se sacaba sus grandes tetas para mí. Estaba claro que todo aquello se me había ido de las manos. Me estaba follando la garganta de aquella criatura, para más inri negra y en situación ilegal, mientras mi novia, que ejercía de dueña de la niña, me calentaba como siempre para que le azotara los melones.

Acabé corriéndome en el esófago de Fina, que volvió a su sitio sonriente. Antes de que yo pudiera decir una palabra, Mary se me adelantó.

-Supongo que te ha gustado el trabajito de la perra, mi amor...

-Esto es una locura, Mary. Claro que me ha gustado, pero Fina es muy joven. Y no le llames perra, es una barbaridad...

-Señor, yo soy la mascota de mami. Ella me lo ha dado todo y a mí me gusta vivir así. ¿No le ha parecido bien que me tragase su líquido? Es muy rico, si mami quiere lo probaré más veces. Seré también su mascota, su perra, señor.

La niña decía estas cosas increíbles mientras se despojaba de toda su ropa y se agarraba los pezones, mirándome fijamente. Luego sacó su lengua y permaneció con ella fuera.

-¿Ves, mi amor? Todo está bien. No me digas que no te gusta ver a la perra desnuda. Espera, que yo también me voy a poner cómoda.

Mi novia se quitó la ropa y volvió a su silla. La perra seguía mirándome con la lengua fuera. Decidí que yo no iba a ser menos. Me desnudé también y no reprimí un escupitajo en la cara de la negrita, que se relamió.

-Sois un par de cerdas sin remedio.

-Tú también eres un cerdo, cariño, siempre lo has sido.

Arreé un bofetón a mi novia que la tumbó en el suelo. Fina se mostró entusiasmada. Levanté a la negrita de la cintura y le clavé mi polla en el coño. Mary se acercó a chuparme los huevos. Acababa de desvirgar a la niña, que gozaba mis embestidas por primera vez mientras yo le agarraba del cuello con mis dos manos. Mary se encargó de limpiarle mi lefa del coño con su lengua.

-Y aún te queda su culito, mi amor. No me digas que no es fantástico. Perra, recoge todo esto y friega los platos.

-Sí, mi ama. Señor, me ha encantado que me hiciera eso. He sentido mucho gusto aquí abajo.

-Así que mi novia tiene una mascota secreta y por fin me la ha presentado. Ni en mis fantasías más remotas podía pensar algo como esto.

-Y no olvides, cielo, que yo soy también tu mascota. Si no quisieras eso, me moriría.

El tiempo pasó y mis visitas a casa de Mary se hicieron habituales. Allí me esperaba mi novia, siempre dispuesta para mí, pero también Fina, que se mostraba muy contenta cada vez que yo llegaba. Decidí que prefería que me recibiesen vestidas, pese a su costumbre doméstica, y siempre me sorprendían con nuevos modelitos, a cual más escandaloso. Si Fina me abría la puerta con un salto de cama atado bajo sus tetas y unos zapatos de tacón, aparecía detrás mi novia con calzado a juego, medias de rejilla y liguero, ataviada con un body abierto en su coño y sus pezones.

-Papi, ¿estoy guapa?

-Claro que sí, FIna. Me encanta tu modelito. Sácate las tetas, así.

-Dice mami que puedo pedirle a usted que me pegue, como hace con ella...

Nunca había pegado a nadie tan joven, pero la negrita me lo estaba pidiendo sinceramente. Empecé a soltarle manotazos en las tetas, como hacía con su madre. Mary tuvo un pequeño ataque de celos y acudió a comerse mi tranca, que estaba inevitablemente endurecida. La niña babeaba de gusto y seguí arreándole bofetones, esta vez en su carita negra. Madre e hija se querían mucho, y empezaron a pasarse gentilmente mi polla de una boca a la otra.

-¿Ves qué bien traga mi niña cuando le azotas, querido? Ya te habrás dado cuenta de que tanto ella como yo necesitamos que nos trates como merecemos.

Estaba claro que las dos eran mías, sin vuelta atrás. Pronto me acostumbré a esas sesiones, que ellas recibían encantadas. Todos sus agujeros eran atornillados por mi polla cuando se me antojaba, y no quedaba un centímetro de sus cuerpos sin recibir mis golpes.

Yo ya había pasado de no visitar nunca la casa de mi novia a instalarme allí. No era cosa de desperdiciar la oportunidad que me había dado la suerte, sin buscarla.

-Papi, me gusta mucho que esté usted siempre aquí con nosotras. Mami y usted se quieren de verdad, y me encanta verlos tan felices. También creo que mi vida no puede ser mejor, sirviéndoles como mascota para todo.

-Eres un encanto, mi niña. Pero quizás sí puedes mejorar. Cuando vuelva tu madre de la compra lo hablamos los tres.

-Hola, cariño. Traigo un montón de cosas que te gustan. Me cambio en un momento.

Mary reapareció con sus taconazos y un conjunto de lencería que acababa de comprar. Sus grandiosas tetas se apoyaban en un sujetador abierto, más realzadas si cabe para ser torturadas por mí. Convoqué a las dos a mis pies.

-Bueno, ya llevamos un tiempo conviviendo los tres y parece que la cosa funciona. Fina, eres una buena mascota y cumples muy bien con tus obligaciones. Y tú, Mary, tienes todo lo que una novia debe ofrecer. Pero siempre se puede ir más allá.

-Oh, papi. Diga qué necesita. Quiero ser la perra perfecta...

-Claro, cariño, las dos te queremos ver cien por cien feliz...

-Así me gusta. Como siempre, sois un par de hembras complacientes. Creo que es hora de rebajaros un grado a las dos.

-Por mi parte, amor, estaba esperando este momento. Fina me da envidia porque al ser la mascota, se ha convertido en tu favorita.

-Exacto, Mary. ¿Entonces?

-Entonces... usted pasa de ser mi novio Carlos a mi amo, y a partir de ahora soy su perra, su esclava para todo, su cerda, su puta arrastrada... ¿sí?

-Eso es, muy bien.

Mary bajó la cabeza hasta el suelo y le puse mi zapato encima. La niña miraba la escena ensimismada.

-¿Y tú, Fina? ¿Qué me ofreces?

-Ay, papi, yo soy muy pequeña para saber qué tengo que hacer ahora. Usted ya me tiene al completo. Soy su niña perra negra, me usa para lo que quiere, le amo con toda mi alma y disfruto con su trato de amo riguroso...

-En eso tienes razón, pero puedes hacer un esfuerzo para ir anulándote, cosificarte...

-Haré lo que sea necesario, amo papi.

-Muy bien. En primer lugar, los objetos no hablan. Como tengo ganas de mear y es más cómodo no ir hasta el baño, se me ocurre que tu primer papel como Cosa será hacer de orinal. Abre la boca.

La niña obedeció al instante, tragándose limpiamente toda mi meada. Mi pie seguía apoyado en la mejilla de Mary, que acercó sus dedos a su coño para acariciarse, excitada ante la escena. Levanté el zapato y lo apoyé en el suelo. Mary aprovechó para lamerlo. Estaba asumiendo muy bien su condición de esclava total y merecía un premio.

-Cosa, ahora eres un consolador para tu madre. Ponte detrás de ella y haz desaparecer tu carita de niña en su coño.

Mientras Cosa obedecía, ahogándose en el interior de Mary, me follé la garganta de mi novia agarrándola de las orejas. Era un placer oír cómo las dos emitían sonidos de asfixia. Mary y yo nos corrimos a la vez, y mi dulce novia expulsó una larga meada orgásmica que la niña deglutió como el buen orinal que era ya.

La niña ya no tenía permiso para hablar, pero mediante sus delicados gestos me hizo ver que estaba muy agradecida por el proceso de su anulación.

-Amo, mi niña es feliz. Si lo desea, yo también seré su objeto para todo. Aprendo mucho de sus sabias acciones.

Pensé que estaba muy bien que las dos asumieran ese nuevo rol, y usé a Mary de cenicero y reposapiés, mientras Cosa hacía la comida, ya sólo para mí. Los objetos no comen. Aunque supongo que, lejos de mi mirada, las dos aprovechaban las sobras de vez en cuando. Decidí que, aunque ahora tenía dos mujeres cosificadas, Mary pudiese seguir hablando, con mi autorización, para no sentirme solo.

Un día saqué a Cosa de casa, por primera vez para ella en varios años. Lo hice porque, una vez convertida en objeto, no tenía mucho sentido protegerla de las leyes humanas. Además, tampoco iba a encontrarla de repente un agente del orden. En apariencia no éramos más que un hombre y una niña negra paseando por una ciudad donde nadie repara en los demás. Aunque las tetas de Cosa destacaban, sin duda. Y más vestida de puta.

Entramos al bar de un hotel de lujo, donde nuestra presencia no desentonaba. Las vidas de los multimillonarios son variadas, y en esos establecimientos el servicio está acostumbrado a todo. Cosa se sentó a mi lado, en un confortable sofá. Se le veía contenta y radiante. Pedí un refresco para ella y una cerveza para mí. Ante mi sorpresa, apareció de la nada una antigua conocida.

-¡Carlos! ¡Cuánto tiempo! ¡Un par de besos!

-Qué tal, Miranda, guapa...

No se trataba de un piropo sin más. Miranda era una de las jóvenes más hermosas que había conocido. Se fue de la ciudad para triunfar como modelo y lo consiguió, sobre todo gracias al considerable volumen de sus tetas.

-¿Me puedo sentar con vosotros? Hola, niña, encantada...

-No te puede responder, Miranda. Le he prohibido hablar.

-Vaya, tú siempre con tus asuntos misteriosos. Aún recuerdo cuando me dejaste atada a la cama y no volviste en varias horas.

-Me dijiste que te había gustado, no mientas...

-Jajaja, pues claro. Pero ¿quién es esta negrita?

-Se llama Fina, es la ahijada de Mary, mi novia. La he sacado a pasear un rato.

Cosa sonreía a Miranda mientras me daba de beber mi cerveza.

-Ya veo que la tienes en el bote, ladrón. Pero incluso para ti me parece muy joven, es casi una niña. Aunque menuda talla de pecho gasta, qué encanto.

Miranda sopesó las tetas de Cosa con sus manos. Se estaba excitando.

-Entonces, Carlos, esta criatura es como si fuera tuya, ¿no?

-Sí, querida traviesa. Es mía, pero puedo compartirla...

En un momento estábamos los tres en la habitación de Miranda. Cosa ayudó a desnudarnos y permaneció arrodillada en la moqueta. Yo estaba sentado en la cama y Miranda, aún con sus zapatos de tacón, merodeaba alrededor de Cosa.

-Cosa, lame a mi amiga.

La negrita usó su lengua como sabía con el coño de Miranda, que permanecía de pie con las piernas abiertas mientras me miraba y se torturaba los pezones para mí.

-Vaya, Carlos. Tienes una ahijada muy competente. Creo que vamos a hacer buenos negocios tú y yo.

En ese momento no entendí a mi amiga, pero me dio igual. La agarré del cuello y la enculé, como en los buenos tiempos, mientras Cosa recibía mis golpes encantada. Luego Miranda y yo nos sentamos en un diván, con la negra de alfombra.

-Resulta que con mi trabajo de modelo he ganado tanto dinero que se me ocurrió comprar este hotel, por nostalgia de mi ciudad de siempre. Ya me conoces, soy bastante viciosa, como tú. Así que lo uso para mis juegos.

-Ya veo, cacho perra. Entonces esto es como un inmenso burdel, ¿no?

-No exactamente. Ya te he dicho que no necesito el dinero. Como me encantan las jovencitas tanto como a ti, lo que he hecho es sustituir a toda la plantilla por niñas recién hechas. No me digas que no te has fijado, tonto.

-Jajaja, sí que me ha sorprendido un poco, pero no imaginaba que fuese un asunto tuyo. ¿Y lo del negocio conmigo?

-Muy fácil. Veo que sigues teniendo facilidad para esclavizar perritas. Te propongo que seamos socios del negocio al cincuenta por ciento. Puedes instalarte aquí con la negra y con tu novia, hay sitio de sobra.

Miranda había cogido del pelo a Cosa y estaba usándola de nuevo para cepillarse el coño con su negra boquita. Decidí aceptar la oferta y escupí a mi amiga en la cara.

-¿Eso es un sí, Carlos?

Confirmé mi entrada en el negocio arreándole una buena sarta de bofetones. Miranda se corrió en la cara de Cosa, satisfecha con el pacto. De vuelta a casa, autoricé a Cosa a volver a hablar.

-Amo, lo he pasado genial en el hotel. Mami se pondrá muy contenta con el traslado.

Miré a mi niña negra. La experiencia con Miranda la había puesto más radiante.  No cabía duda de que era un objeto, pero un objeto precioso. Sus crecidas tetas se bamboleaban al caminar junto a mí y dejaba caer sus babas en ellas desde su labio inferior, mientras me miraba sonriente. En cuanto atravesamos el portal, le di un fuerte bofetón, que tenía guardado todo el camino. En el ascensor ella misma subió su minifalda para que la penetrase de un golpe. Entramos en casa y me ofreció su pelo para llevarla a gatas hasta su madre, que me esperaba de rodillas hacía varias horas.

-Amo, veo que mi niña y usted vuelven contentos. Tengo las rodillas entumecidas para su placer. Espero que me entumezca el resto del cuerpo con sus golpes.

-Claro, pedazo de mierda. Pero antes te tengo que contar nuestro próximo cambio de vida. Come.

Mientras se tragaba mi polla, Mary escuchó atentamente mi historia sobre Miranda y el hotel. Vi que tenía convulsiones y le autoricé a correrse a la vez que le rellenaba el esófago con mi leche y le llenaba de puñetazos su cuerpo perfecto.

En poco tiempo, el traslado era ya un hecho. Pese a la juventud de Miranda, su gestión del papeleo para que yo fuese su socio, la venta de mi casa y la de Mary, y la regularización de Cosa como mi nueva hija legal, fueron fulminantes. Ahora éramos un feliz grupo familiar propietario de un hotel de lujo, y en la sociedad local asumieron que yo era el hermano de Miranda, Mary su cuñada y Cosa (Fina para ellos), su pequeña sobrina, una exótica niña negra que sonreía en las fotos junto a mí.

Los días pasaban plácidos, y pronto aprendí a distinguir a las quince chiquillas del servicio, que cumplían con su trabajo estupendamente, abandonándolo todo si eran requeridas por mí. Miranda se adaptó a su nuevo rol de tercer objeto principal de mi uso privado, aunque Cosa era la mejor, con diferencia, por su resistencia.

Empresarios y diplomáticos de todo el mundo tenían al hotel como residencia inexcusable en sus visitas a la ciudad. Mientras hacían sus negocios, sus jóvenes esposas eran atendidas por las niñas del servicio, y convenientemente emputecidas en mi suite. Los visitantes masculinos acababan dejándomelas durante toda su estancia, ante la exquisita compañía que les ofrecían las criadas.

Uno de esos empresarios, venido del este, se convirtió en cliente fijo, fascinado por la acogida en el hotel. En una ocasión, pidió verme en mi despacho.

-Hola, señor Carlos. Sabe que siempre mi familia y yo hemos estado muy a gusto en su establecimiento, pero debo decirle que esta vez no podré pagar.

-¿Y eso?

-Mi esposa Dana es una manirrota y me encuentro en la ruina.

-Si no me equivoco, usted es el padre de las dos rubias gemelas que corretean por ahí con mi hijita, ¿no?

-Sí, se llevan muy bien con Fina, su hija es un encanto.

-Lo sé. Le propongo pagarle su viaje de vuelta con su bella esposa y custodiar aquí a las gemelas hasta que pueda arreglar todo. Sé que le parecerá extraño, pero si me concede un encuentro con su mujer, creo que tengo la solución para todos sus problemas. Ella se lo explicará luego.

El empresario aceptó mi sugerencia, algo extrañado, pero agradecido. Su esposa se presentó a los pocos minutos.

-¿Qué desea, don Carlos? Mi marido me ha dicho que usted tenía que comunicarme algo...

-Lo primero, Dana, putita, de rodillas y las manos en la nuca. Muy bien.

Esa zorra increíble ya había probado mi polla en todos sus agujeros, como todas. Mientras permanecía en la posición ordenada, me sonreía pícara.

-Vas a volver a tu país con tu marido y allí ganarás para él todo el dinero que te has gastado. Será sencillo para ti, después de lo que has aprendido conmigo.

Mientras le sacaba los melones y se los aporreaba, ella jadeaba nerviosa.

-¿Y mis hijas? ¿Qué harán mientras?

-Se quedan aquí hasta vuestro regreso. Sube a la mesa y ofréceme tu culo de furcia.

Mientras la enculaba, la joven gritaba feliz.

-¡Gracias, señor!

La pareja voló a su destino. En mi suite, una de las mucamas preparó a las gemelas rubias para mí. Cuando estuvieron listas, con sendos corsés color crema y sus zapatitos de tacón, entré acompañado de Cosa. Sus caritas se iluminaron al ver a su amiga negra, que les habló con mi permiso.

-Hola, amiguitas. ¿Os gusta cómo os ha vestido Sandy?

-Creemos que esta ropa es para gustarle a tu papá...

-Eso es, vais a aprender a servirle, como yo.

Las niñas se arrodillaron, guiadas por Cosa, y empezaron su precoz carrera de putas a mi servicio con un buen repaso a mi polla. Si alguna de las dos se quejaba un poquito, Sandy le atizaba con una pala de madera en el culo. En poco rato, las dos tragaban perfectamente. Una de ellas me dijo entre lágrimas:

-Espero que lo estemos haciendo bien, señor. Mi hermana y yo queremos serle de ayuda para que se encuentre a gusto.

Eran unas niñas encantadoras. Pensé que ya teníamos bastantes clientes en el hotel, y envié una nota a todos los conocidos a lo largo del mundo, explicándoles que cerrábamos para el resto, pero seguíamos activos para el grupo selecto al que pertenecían. El texto iba acompañado de una foto con las quince criadas, ante las que se veía en primer plano a las dos gemelitas a gatas, con sus lenguas fuera y flanqueando a una espectacular Miranda.

Varios de los remitentes me contestaron preguntando por las dos perritas, y les expliqué que eran las mascotas del establecimiento. Mary estaba emocionada.

-Amo, todo esto evoluciona genial. Ya he ayudado a Miranda a acondicionar la última planta, como usted ordenó. El equipo está listo para empezar la nueva fase.

Subí con ella a ver las instalaciones. Dos jovencitas enfermeras me esperaban, ante una camilla donde reposaba Cosa.

-He pensado que le gustaría que empezáramos con nuestra hija.

La idea era simple: poco a poco, todas las perras de mi hotel iban a ser anilladas en los pezones y el clítoris. Cosa estuvo lista enseguida.

-Me encanta cómo me ha adornado, amo. Le doy las gracias por hacerlo conmigo en primer lugar.

Saqué mis manos de las minifaldas de las enfermeras y Cosa se acercó a lamérmerlas. Comprobé que sus tetas rebotaban más bellas con las argollas cuando la afofeteaba. Su madre y las dos enfermeras vitoreaban y aplaudían entusiasmadas. Mary y Miranda se morían de ganas de ser ellas las siguientes por anillar, pero preferí que pasaran antes las gemelas.

Me puse en contacto con sus padres, que me respondieron en tono algo distinto cada uno. Dana, la madre, al ver las fotos de sus niñas anilladas y emputecidas, me dio la enhorabuena, además de contarme que ya tenían el dinero para devolvérmelo, fruto de su trabajo como puta de lujo. El padre, que me confirmó la transferencia, no parecía muy interesado en el destino de sus hijas. Estos fueron los mensajes que compartí con él.

-Envío el dinero y doy por terminada la historia. Espero que las gemelas evolucionen bien. Quiero establecer un pequeño negocio aquí y mirar hacia delante.

-Te deseo prosperidad en tu nueva vida. Envíame a la puta. Adiós.

Dana se incorporó a mi cuadra, feliz de estar cerca de sus hijas y de servirme en el negocio. Las gemelas solían estar sobre la barra del bar, como un adorno para amenizar la estancia. Los clientes se entretenían a veces metiéndoles botellas en sus agujeros, o jugando a escupirles. Eran como dos gatitas, y si caían al suelo por algún golpe recibido, volvían a subir al instante.

Esta atracción y las demás convirtieron al hotel en un negocio muy próspero, que me permitiía dejarlo a cargo de Miranda cuando realizaba algún viaje de placer. Me gustaba llevarme siempre a Cosa conmigo, además de la puta privilegiada a la que escogía como supuesta pareja. Desde luego, acerté cuando me hice acompañar de Sandy.

Aunque tenía ya 18 años y trabajaba para Miranda antes de nuestro reencuentro, Sandy conservaba la frescura. Tanto es así que, pese a lucir ya un cuerpazo de diosa, le seguían pidiendo la documentación para que demostrase su mayoría de edad. Dejábamos a Cosa en algún armario de la habitación y nos íbamos a clubes nocturnos, donde solíamos sentarnos en algún rincón para que Sandy se tragara mi polla tras la mesa.

En los países más caóticos, esa función la realizaba Cosa, mientras la criada que había elegido para acompañarme me atendía en cualquier necesidad. Como los lugareños de percataban de que yo era un hombre adinerado, solían presentarme algunas hembras jugosas para jugar con ellas a cambio de unos pocos dólares. Fue en uno de esos viajes cuando conocí a Rina, la nieta del dueño de un tugurio.

Rina era una niña negra desaliñada e introvertida, y mi primera impresión no fue muy positiva, aunque dejé que Cosa la bañase y adecentase. Aquella vez había volado con Mary, que para entonces tenía ya 31 años y aunque era demasiado mayor, aún mantenía sus dotes de esclava y me conocía bien, al haber sido novios en el pasado. Cosa salió del baño de la mano de Rina. Mary, pese a que acababa de recibir mi lefa en los ojos, vio lo mismo que yo.

-Amo, esta criatura es igual que nuestra hija...

Era completamente cierto. Rina parecía una copia exacta de aquella niña que conocí en casa de Mary, la misma que ahora la llevaba de la mano. Cosa intervino:

-Amo, mami, os presento a Cosita. Se me ha ocurrido ese nombre porque es igual a mí cuando papi me convirtió en un objeto. Es una monada, ¿a que sí? Amo, ¿se la queda?

Estrujé las tetas de Cosita para probar su resistencia. Ella se limitaba a sonreírme, arrodillada y con las manos en la nuca. Me emocioné un poco con la aparición de esta nueva cachorra, y acabé comprándosela a su abuelo. Mary y yo dejamos en el poblado a Cosa, y aunque Cosita era más pequeña no tuvimos problema en el viaje de regreso con el cambio.

A la vuelta, las criadas se mostraron entusiasmadas con Cosita. Miranda celebró también la novedad, pero sobre todo Dana y sus hijas, cuando la vieron, fueron las que más lloraron de alegría. Esta vez fueron las gemelas quienes tuvieron que adiestrar a Cosita, como antes había hecho Cosa con ellas.

Cosita es blanda, menuda, suave. Parece que está hecha de algodón negro. Ya sabe decir "gracias, mi amo" y me sigue a todas partes por si me apetece usarla. Todos los rincones de su cuerpo se adaptan a mi polla como un guante. Es mi complemento ideal, mi perfecto urinario, mi juguete favorito. El sonido de mis manos cuando le abofeteo surge como una música entonada. Toda la ropa de puta le encaja al milímetro. Mi vida es pura poesía.