Mascota

Un futuro desalentador en el que los humanos somos juguetes y mascotas de una especie extraterrestre.

No sé cual es mi nombre. Nunca conocí a “padres”, “familiares” o “amigos”. Ni siquiera sé que significan esas palabras. Nunca conocí “amor” u “odio”, “bondad” o “maldad”. Ni siquiera sé que es eso de la “infancia”. Procedo de un mundo extraño donde los humanos no tenemos muchas oportunidades.

Ya han pasado cinco años desde lo que os voy a contar. Aún no tengo claro como debería sentirme por como acontecieron las cosas, si feliz o desgraciado. Pero mis acciones tuvieron gran parte de responsabilidad en la cadena de sucesos que llevaron a los Amos, una raza extraterrestre dominante, a desaparecer de la Tierra.

Era parte del continuo normal de mi vida. Un tubo por mi boca me proporcionaba alimento, un dispositivo en mi pene me masturbaba con regularidad cada hora, para recoger mi semen, una máscara me proporcionaba aire respirable y un tubo grueso en mi ano hacía las veces de recogedor de heces y sodomizador.

Todo esto flotando dentro de una bolsa de líquido amniótico. Yo no era consciente del mundo exterior, solo valoraba las raciones de comidas, el placer del orgasmo y el sentir mi ano atendido. Yo no era alguien especial, sin duda, pero mi existencia se limitaba a una cálida burbuja de líquido rosado.

Descubrí la luz del Sol porque uno de los Amos me escogió. Ese día fue desconcertante, casi aterrador. Uno por uno los tubos que me mantenían en mi cálido y confortable hogar se fueron desprendiendo. El último fue la máscara de aire, lo que hizo me entrada líquido en los pulmones. Salí al mundo sintiendo como el oxígeno descendía y mi cuerpo se asfixiaba.

Todo retumbaba a mi alrededor y había como un gran destello blanco, que me tenía con los párpados cerrados. Un tubo entró por mi boca, lo que me hizo pensar que quizás todo sería una pesadilla y volvería a mi apacible existencia, pero ya no volvería nunca a esta. Sacaron el líquido de mis pulmones y me insuflaron aire. Estuvieron un rato, hasta que vi podía hacerlo sin necesidad de ayuda alguna.

Noté mucho estruendo, pero era una cacofonía sin sentido. Antes solo escuchaba un reconfortante zumbido y mi propio latido. El zumbido se fue y mi latido parecía eclipsado.

Algo me agarró los párpados y, pese a mis esfuerzos por cerrar los ojos, no me dejaron. Una luz parpadeó, por unos instante. La confusión de sonidos se fue aclarando poco a poco. Y por primera vez pude ver. Estaba junto a una criatura humanoide de gran envergadura, tendría cerca de tres metros de estatura. Su piel era negra, pero cálida al tacto, pues no paraba de acariciarme. Vestía un ajustado mono blanco y de su cabeza brotaba una mata de lo que luego supe se llamaba pelo de color plateado. Sus ojos eran azules y en sus labios había una sonrisa afable.

-Mira, este eres tú.

Fue la primera frase que captó con claridad mi cerebro. Puso una superficie reflectante frente a mí y me pude ver. Yo medía metro ochenta, era delgado y de miel blanca, algo amarrilenta. Mis ojos eras marrones y no tenía pelo en parte alguna de mi cuerpo. El pene, eso que tanto me había dado placer, lo tenía mayor de lo que nunca hubiera imaginado, veinte centímetros, o eso descubriría más adelante.

La criatura me envolvió en una toalla, que sacó de no sé muy bien donde, y me alzó entre sus brazos, con gran tacto. A la que salía de la estancia, pues estábamos en una amplia habitación, alguien, otra criatura semejante pero con sutiles diferencias que no recuerdo, se acercó a toda prisa.

-¿De verdad no quiere adquirir una hembra? Procrean con mucha facilidad y sus cachorros son el alimento perfecto para una innumerable cantidad de grandes reptiles.

Sentí un escalofrío, pero al girar la cabeza hacia el ser que me tenía sujeto pude ver un gesto severo hacia su interlocutor. Esto y la respuesta me hicieron sentir extrañamente reconfortado.

-No, hacer eso es de salvajes, más propio de humanos que cualquier otra cosa.

Bueno, aquí me toca hacer un receso en el relato, pues de otra forma no creo vayáis a poder comprender del todo las cosas. Yo soy humano. Caucásico, dirían algunos. Nací casi dos siglos después de la llegada de los Amos a la Tierra, aunque esto es parte de lo que aprendería más tarde.

Por los documentales de esta raza supe que la humanidad fue la especie dominante y perdió ese derecho el día que se volvió codiciosa. Dañamos nuestro propio planeta a unos niveles que dejaron la vida en un precario equilibrio, siempre al borde del desastre.

Los Amos supieron de nosotros por nuestras emisiones vía satélite, aunque en verdad su viaje a la Tierra estaba definido muchos siglos atrás, cuando partieron desde su planeta de origen en busca de un nuevo mundo habitable. Nunca quisieron ni la guerra ni la invasión, pero los hombres y mujeres que gobernaban la tierra el Día del Contacto eran unos necios cobardes traicioneros. Atacaron con armamento nuclear a las flota de los Amos, destruyendo la mitad de sus naves.

Estos respondieron liberando una toxina en la atmósfera diseñada para causar la muerte a toda criatura con un cerebro complejo. Si, se que diréis que acabaron con la humanidad y listo. Bueno, la Tierra se vio privada de una gran cantidad de otras especies, como cetáceos, cánidos o cefalópodos.

Todos perdimos mucho en esos tiempos y los Amos quisieron enmendarse con lo que hicieron un protocolo de desextinción. Pero los hábitos humanos siempre tuvieron un factor vírico que nadie podría esperarse.

Los Amos ocuparon la Tierra como nueva especie dominante y los nuevos humanos fuimos una de sus muchas mascotas.

Dunkel, que así se llamaba el Amo que me acogió, me llevó a su casa. Estuvo cerca de dos semanas constantemente a mi lado, enseñándome cosas que yo no conocía. Y en todo este tiempo nunca dejó de hablarme, pues parecía quería aprendiera a comunicarme con él.

En esos día comprendí que los tubos que me ponían eran parte de lo que me mantenían vivo y sano. Por ejemplo el primer día tuve una extraña sensación en el bajo vientre y me cagué, pero Dunkel no se impacientó ni se puso agresivo. Con una paciencia infinita, tras limpiar el suelo y limpiar mi cuerpo en una bañera, me estuvo indicando una cosa llamada “retrete”. Por lo visto un invento de la humanidad cuando era dueña de su destino que los Amos adoptaron y perfeccionaron.

También me estuvo alimentando, usando un biberón para ello, aunque poco a poco me explicó que tenía una cosa llamada “dientes” y que me servirían para comer cosas sólidas con facilidad. En una ocasión lo vi desnudo y traté de tocarle esa cosa inmensa y dura que tenía entre las piernas, pero no me dejó. “Cuando puedas comunicarte”, recuerdo que me dijo.

Y así fue, a las dos semanas, tras mucho esfuerzo por parte de Dunkel, salieron mis primeras palabras.

-¡¡Dunkel!! ¡¡Retrete!!

Recordemos que yo no había vivido en el mundo exterior como los antiguos humanos, pese a mi aspecto adulto, con lo que tampoco es algo de lo que avergonzarse, creo. Pero Dunkel celebró que echara mis heces en el “retrete” con gran júbilo. Hasta me dio un beso en los labios, que me hizo sentir muy especial.

En la semana siguiente Dunkel estuvo muy emocionado, pues fue logrando que aprendiera muchas más palabras y hasta empezó a explicarme esos extraños símbolos en los murales de luz que él llamaba escritura. Incluso me dejó dormir en su misma cama, los dos desnudos, lo cual me hizo sentirme muy pequeño a su lado.

Cuando me pensaba dormido me estuvo acariciando y hablando, en susurros, como si me confesara algo.

-Mi gente no os entiende. Sois criaturas capaces de aprender, comunicarse y sentir. Merecéis más derechos que el de ser juguetes de carne en manos de unos extraños egoístas.

Me besó la nuca, rodeó entre sus brazos y se quedó profundamente dormido. Yo lo hice poco después, sintiéndome protegido. A la mañana siguiente desperté el primero, junto a esa mole venida de las estrellas. Él continuaba durmiendo, roncando suavemente. Lo observé y me observé. No eramos particularmente diferentes, salvo el color y las proporciones. Tenía eso que había aprendido se llamaba “polla” completamente tieso, tal como yo tenía la mía. Pero la mía era como de juguete a su lado.

Dándome igual todo se la comencé a lamer. Él al principio se removió, pues debía creerse eran sus sueños, pero entonces abió los ojos, me apartó con bastante tacto y me dijo, con firmeza.

-No.

-Pero... yo lo deseo.

Logré construir una frase, sintiéndome orgulloso. Dunkel me dejó. Su glande era inmenso, por no decir que jamás podría meterme eso en su totalidad en mi boca. Pero lamí, chupé y masturbé tal como mis instintos más primarios me indicaban.

El extraterrestre gemía de placer, resoplaba y entonces, sin aviso alguno, se corrió en mi cara, llenándome la boca de su salada semilla. Me alzó, posó mi cuerpo sobre el suyo y nos fundimos en un apasionado beso.

-Hoy voy a llevarte a que conozcas a los demás, pero antes te vas a dar un nombre a ti mismo.

Volvió a besarme, y yo correspondía mientras pensaba en que era eso del nombre y porque debía darme uno a mí mismo, hasta que caí en que era la forma que me iban a denominar los demás. Entonces, por alguna razón desconocida, tuve claro cual debía ser. Lázaro.