Mascaras

En algunas ocasiones es realmente difícil quitarnos los antifaces que cubren nuestros rostros. En otras, queremos ponernos antifaces para hacer cosas que no nos atreveríamos sin algún artilugio que proteja nuestra real intención o personalidad. Esta es una pequeña confesión...

En algunas ocasiones es realmente difícil quitarnos los antifaces que cubren nuestros rostros. En otras, queremos ponernos antifaces para hacer cosas que no nos atreveríamos sin algún artilugio que proteja nuestra real intención o personalidad.

Este relato no pretende ser ni pretencioso ni fabuloso, sólo real. El lector decidirá si cree o no algo tan simple como un recuerdo plasmado en letras.

Mi nombre es Isabel. Nombre falso, por supuesto y, por licencia que me otorgué y me otorgo a mí misma, será mi antifaz y única falacia en esta confesión. Soy caleña, tengo 26 años, mido 1.61 m y peso 57 kilos. Doy estos datos porque, por lo leído hasta ahora, reconozco que para el lector son importantes. Podría decir que soy una rubia despampanante o una morena exótica, pero no tiene sentido para mí ponerme ese antifaz. En lugar de eso, la verdad: soy una mujer común y corriente, atractiva para el sexo opuesto, según me han dicho. Me considero bonita, tengo un cuerpo armonioso y llamativo, en el que sobresale mi trasero, grande (no exagerado) y redondo. Soy blanca y tengo el cabello negro, largo y lacio. Mis ojos son cafés y mi rostro es armonioso. Suelo ser muy tímida y tengo relativamente poca experiencia sexual.

Lo que voy a relatar me ocurrió hace aproximadamente un año, la noche de Halloween y, aunque probablemente no tenga nada de espectacular, para mí fue una experiencia intensa. Esta noche, al tener en mis manos nuevamente uno de mis antifaces, el recuerdo de lo sucedido refresca mi mente y hace que mi piel se erice. Quien era mi novio en ese momento y con quien terminé hace 5 meses, nunca supo ni sabrá de esta experiencia. A menos que ingrese a esta página y reconozca ciertos detalles. Espero que la suerte no se burle de mi esta noche!

Fui invitada por mis amigas a una fiesta de Halloween en una de las zonas típicas de Cali para la rumba en cualquier época del año. Compartí la invitación con mi novio quien no la aceptó y me animó para ir sola y que la pasara bien con quienes me habían invitado. Esa era su actitud típica: jamás quiso romper mi lazo con el resto del mundo. Usualmente le insistía hasta convencerlo pues me encantaba que estuviese en lo que él solía llamar mis “espacios”, pero para esa ocasión no lo hice pues sabía que no le gustaba la zona de Menga. Esto sumado a que nunca fue celoso ni posesivo y que nos teníamos confianza mutua.

Fui recogida a dos cuadras de mi casa por una de mis amigas, a quien llamaré “Liliana”. La reconocí por su vehículo aunque luego, adentro del mismo, no había lugar a confusión. Su disfraz de bruja, con sombrero y todo, no escondía su hermoso rostro. Allí me encontré con la primera sorpresa de la noche, pues había dos invitados desconocidos para mí: uno disfrazado de marinero, algo que me pareció ridículo y el segundo disfrazado de orangután, aunque sin ponerse la máscara que simulaba la cabeza de animal, por lo que pude ver ambos rostros con claridad.

-          Mucho gusto, me presenté. Soy Isabel.

Liliana me echó una mirada cómplice. Más tarde me daría cuenta que, por alguna afortunada casualidad, ninguna de mis amigas habían dado mi nombre previamente. Se habían referido a mí como una amiga a la que iban a recoger. Acto seguido, nos dirigimos a la casa de “Sandra” quien se disfrazó de zombie, algo que me pareció un poco de mal gusto.

Mi disfraz no sería fácil de definir, por lo que debo describirlo. Tenía una lycra negra corta con la que solía ir al gimnasio, una camiseta esqueleto, también negra y unos zapatos bajos negros. Todo esto complementado con una especie de capa, que más parecía una sábana, también negra, con bordes bordados rojos. Para culminar, un antifaz que tenía (y tiene) plumas en su parte superior. La verdad no se por qué me disfracé de esa manera. Fue motivo de conversación durante largo rato. De qué está disfrazada Isabel? preguntaban todos bromeando. La verdad es que no tenía nada más y se me ocurrió vestirme así. El antifaz tiene que ver con un gusto particular que siempre he tenido por las máscaras. Desde pequeña me han fascinado y no se encontrar el motivo de tal gusto.

Cuando llegamos a la discoteca, ya había entablado conversación con los dos desconocidos, pero me había dado cuenta que no eran muy interesantes, por lo cual imaginé que sería una noche aburrida. Estuve bailando un rato con ellos y charlando sobre tonterías, hasta que un vampiro desconocido me invitó a bailar. No le vi problema en aceptar y no demoré en agradecer su invitación pues era muy buen bailarín de salsa.

Hay algo que no me gusta que haga nadie diferente de mi pareja y es acercarse de más mientras bailamos, pero esa noche, no se por qué, no le vi problema a que aquel desconocido lo hiciera. No desaprovechó el murciélago pues antes de terminar la canción sentí su erección sobre mi monte de venus. La verdad, no sabía cómo reaccionar. No niego que me gustó, pero era un total desconocido. Me separé para irme a la mesa cuando me dijo: No te vayas, bailemos otra. Lo pensé un instante y me le acerqué nuevamente. Claramente, lo tomó como una invitación a continuar, pues me apretó un poco contra su cuerpo y comenzó, literalmente, a sobármelo. Aquello me excitó bastante, no lo voy a negar. No se si era la libertad de saberme anónima lo que hacía que reaccionara a los estímulos sexuales de este desconocido, pero me quedé bailando con él una canción más.

Al terminar la tercera ronda de baile, me invitó a su mesa, señalando hacia una de las oscuras esquinas de la discoteca. Otro comportamiento inesperado de mi parte pues acepté y me dirigí hacia allá, sin siquiera ir a dar explicaciones a mis acompañantes. Cuando me ubiqué me presentaron a los demás miembros de la fiesta (o de parte de ella). Había seis hombres más, con distintos disfraces (el que más me llamo la atención fue uno de sacerdote… jajaja) y dos mujeres, por lo que mi presencia fue celebrada y, tres minutos después, ya estaba bailando con un bombero.

El apagador de fuegos no hizo otra cosa que encender más mi llama, pues continuó con la labor empezada minutos antes por el vampiro. Sin embargo, fue más allá y metió su mano por entre mi capa y comenzó a tocarme las nalgas por encima de la lycra, hasta que se entusiasmó y me las apretó. No hubo de mi parte ningún gesto de incomodidad. Por el contrario, mi forma de bailar era una invitación a seguir adelante en el juego.

Terminó la canción y volví al rincón. Hasta ahí había bailado solo salsa. En ese instante pusieron un reggaetón. Llegué bailando y contoneándome, casi que invitándolos a bailar conmigo. Dos de ellos aceptaron y se hicieron adelante y atrás y fue en ese momento que comenzó la verdadera fiesta, pues las caricias en mis nalgas y senos no se hicieron esperar. Yo aprovechaba la oscuridad y la algarabía para sobar mis nalgas y mi pubis primero a uno y luego al otro. Mi desinhibición crecía de la mano de mi excitación. Las dos mujeres que compartían la mesa también bailaban, pero la más atrevida era yo, evidentemente, algo que generaba que los hombres se turnasen para acompañar mi danza. Después de unos 15 minutos de bailar sin parar, literalmente había sido manoseada por los seis desconocidos quienes al parecer se habían puesto de acuerdo para intercambiarse cada cierto tiempo y se aseguraron de aprovecharse de mis nalgas y mis senos. Eventualmente, un par de ellos me metieron la mano por delante y me sobaron la entrepierna y un poco más. Mi desinhibición había llegado a un límite insospechado para mí.

Recuerdo que todos preguntaron lo mismo: ¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? ¿Tienes novio? ¿Por qué no está contigo? ¿Dónde vives?, etc. A todo respondí con honestidad, con excepción, claro está, de mi verdadera identidad y lugar de residencia. Cuando preguntaban a qué me dedicaba, respondía simplemente que prefería guardarme esa información. Al parecer todos entendieron que quería permanecer anónima.

Habiendo terminado la ronda de reggaetón, les expliqué que iría a la mesa donde estaban mis acompañantes originales y que regresaría en un rato. Me pareció lo más adecuado, a pesar de mi tremenda excitación y del enorme disfrute que, debo reconocer, significaban los manoseos y desmanes de estos perfectos desconocidos.

Como era de esperarse, todos me interrogaron sobre dónde estaba, sobre todo porque había dejado mi bolso con el celular, por lo cual no habían podido ubicarme. Les expliqué que había ido al baño y que había salido a tomar aire, después de haber bailado con el vampiro. El marinero y el gorila estaban “encarretados” con Liliana y Sandra, por lo cual no hice falta en realidad, así que sería sencillo deslizarme nuevamente hacia la mesa del rincón que, en ese momento, era para mí “el rincón del placer prohibido”.

Veinte minutos después, mis nalgas eran presas nuevamente del bombero quien, después de recibir y darme un trago, que para ese momento ya había hecho bastante efecto en mí, propuso un atrevido juego a los que estábamos en el rincón. En realidad, la propuesta era más para las mujeres: El juego consistía en que cada uno de los hombres diría un color. Si ese color correspondía a la ropa interior de alguna de nosotras, la “adivinada” debería quitarse la prenda y quedarse sin ella, además de regalársela a quien adivinó.

El juego me pareció exagerado, pero una de las dos mujeres que estaba con nosotros, a quien ni siquiera le conocí su nombre, aceptó encantada y celebrando la ocurrencia, por lo que, tal vez movida por la excitación y tal vez por no parecer aguafiestas, acepté también. Acto seguido, el bombero dijo:

-          Negro

-          Ja ja ja ja ja – reí estruendosamente.

Todos supieron el motivo de mi carcajada, por lo cual no tenía opción.

Comenzamos a discutir sobre la manera de cumplir la penitencia. Yo decía que iría al baño y lo haría allá, para regresar con el trofeo en la mano, pero todos insistían que lo hiciera ahí mismo, incluso las mujeres. A esto, repliqué que si ellas no tenían que cumplir igualmente, a lo que respondieron que no, que sus tangas eran de otro color.

La verdad, no me detuve a discutir más si eran de ese u otro color y me envolví en la capa que llevaba y, sin más demora, me bajé la lycra, con tanga incluida, hasta quedar completamente desnuda de la cintura para abajo. Luego me agaché y pasó lo obvio: quedé al descubierto para que todos me vieran mientras me ponía nuevamente la lycra. Todo esto llevó mi excitación a niveles casi orgásmicos. Sentí que temblaba, mezcla de miedo, vergüenza y placer. Además, no sólo me vieron en la mesa, sino que alrededor me observaron varias personas más, como era de esperarse.

Una vez puesta la lycra, comencé a bailar nuevamente y el bombero se hizo detrás de mí, mientras me metía su mano por delante. Había llegado al punto sin retorno: Me metió dos de sus dedos y comenzó a moverlos adentro sin ninguna dificultad, mientras me bajaba la lycra lo suficiente para ponerme su verga entre mis nalgas. Volteé y le dije al oído: Hasta ahí no más! Me susurró que siguiéramos la fiesta en otro lado a lo que respondí que sí, pero que en un rato. La verdad es que en ese momento no quería nada más y le di mi respuesta simplemente para calmarlo, porque no quería “serle infiel” a mi novio. No era consciente que ya le había sido infiel, desde el momento en que había empezado a bailar con estos desconocidos. Un par de minutos después, se sobrevino el esperado orgasmo que, de no ser porque el bombero me estaba besando la boca, mi grito hubiese sido escuchado por todos en la discoteca. Allí, en medio del ruido y de desconocidos, un desconocido más me besó, me metió los dedos y me sobó su verga hasta hacerme llegar de una forma increíble.

Cuando me recuperé, le dije que debía salir a tomar aire (la verdad, estaba aún muy excitada y trataba de controlarme). Me dijo que me acompañaría, lo cual acepté a pesar de que mi intención inicial era evitarlo. Una vez afuera, me indicó que su vehículo estaba en un parqueadero a una cuadra, que ahí podíamos descansar. Nos dirigimos hacia allá, pero de alguna manera yo ya sabía lo que ocurriría. Una vez en el sitio y habiendo ingresado al vehículo, me besó nuevamente y me comenzó a quitar la lycra. Lo detuve y me dijo que fuéramos a alguno de los lugares de la zona (zona llena de moteles… jajaja). Ante tal invitación y, dado que ya estaba de nuevo a estallar, opté por abrir su overall rojo en su cintura y sacar su verga. Hasta ese momento, no la había tocado. Era grande, más o menos del mismo tamaño que la de mi novio, lo cual en ese momento me encantó. Sin pausa, bajé mi cabeza y comencé a chuparla como lo había aprendido en tantas prácticas previas con mi novio. Mientras, él jugaba con sus dedos sobre mi clítoris y abría mis nalgas para acariciarme el ano, algo que agradecí con un gemido de aprobación. Cinco minutos después, llegó la explosión esperada. Me llenó la boca con su semen y mis entrañas explotaron de placer, al punto que no me detuve y me lo tragué completo, sin dejar regar nada. Lo lamí hasta dejarlo limpio y ya flácido, lo encerré nuevamente en el overall.

Al salir del carro, me di cuenta que el cuidador nos estaba observando, algo que, en lugar de avergonzarme, me excitó más: llevaba dos orgasmos y mi excitación aumentaba.

Salí del parqueadero, con el bombero detrás hablándome de planes que yo me negaba a aceptar. No era del tipo fastidioso e intenso. Al parecer siempre entendió que quería ir a mi ritmo. Cuando llegué a la discoteca, fui a la mesa donde estaban mis amigas y tomé mi bolso. Fui al baño, lavé mi rostro y mi boca y llamé a mi novio. Me dirigí nuevamente con mis amigas y les dije que me sentía mal.

Media hora después, mi novio me recogió a una cuadra de la discoteca. Al salir, traté de asegurarme que no me siguiera nadie del rincón y, al parecer, lo logré.

Me preguntó si quería ir a su apartamento o a mi casa. La primera opción era la deseada. Una vez allí, le pedí que me follara sin contemplaciones, algo que le encantaba que le solicitara. Aquella noche, tuvo un final feliz.