Máscaras
Lydia es la siguiente en relatar una leyenda que ocurrió un buen día en una fiesta de disfraces, llena de sorpresas y juegos prohibidos.
Máscaras
Por fin había llegado la noche de las máscaras... el evento organizado por la empresa donde trabaja mi marido para celebrar su 25 aniversario. Se trataba de una fiesta para todo el staff de la compañía y a la que nos habían invitado a Carlos y a mí, con el único requisito de tener que llevar la cara cubierta con un antifaz e ir ataviados con un disfraz de época.
En principio todo me pareció fabuloso, incluso preparé con esmero mi vestimenta sin que Carlos se enterara de nada, para sorprenderle precisamente en esa noche; sin embargo, a última hora, justo cuando teníamos previsto dirigirnos a la fiesta, a mí se me quitaron las ganas por completo . No sé, no me atraía nada en absoluto tener que aguantar a Javier, el súper jefe de mi marido, tan pedante, tan chulo soportando, como viene siendo habitual, sus bromitas salidas de tono y sus impertinencias de todo tipo. El caso, es que a última hora, muy melosamente, le comenté a Carlos que no estaba nada animada para ir a la fiesta, que me dolía la cabeza y que por favor fuera sin mí... pobrecito, la verdad es que no me puso pegas en absoluto.
Me dijo que lo entendía perfectamente y que él mismo intentaría escaquearse más pronto que tarde. Le pegué un morreo de esos de agradecimiento, pidiéndole que se divirtiera por los dos, prometiéndole que cuando volviera, le esperaría despierta, para darle un masaje reparador, con algún extra de esos que solo él y yo sabemos.
Tras media hora tumbada en el sofá, pasando cansinamente varias veces todos los canales de la tele, me arrepentí de no haber acompañado a Carlos a la fiesta, pues sabía lo importante que era para él mantener con el jefe una buena relación. Pensé que, definitivamente, me había comportado como una tonta. Total, que al final me decidí a ir y de paso poner todo de mi parte para intentar aguantar de la mejor manera posible a su odiado jefe, junto a todas sus estupideces; aunque solo fuera por estar junto a mi marido y hacerle compañía. Rebusqué en el armario hasta localizar mi vestido de ceñido corpiño, modelo María Antonieta, que tan celosamente tenía preparado para la ocasión, junto a unas botas de media caña y mi máscara blanca, que me cubría el rostro por completo. Debajo del vestido no necesitaría nada, así jugaríamos a algo divertido de regreso de la celebración, para hacer la nuestra mucho más privada. Solo de pensar en lo que depararía el final de la noche, me fui calentando yo sola.
Como sabía que Carlos desconocía por completo mi indumentaria, quise darle una sorpresa al llegar a la fiesta. En cambio, la realmente sorprendida fui yo, cuando buscando a mi maridito por toda la discoteca, entre tanta gente, conseguí descubrirle al fin con su disfraz de Luis XIV, bastante más entretenido de lo que cabía esperar y tal y como parecía, no echándome de menos precisamente. Se encontraba bebiendo en la barra, junto a dos chicas que se divertían de lo lindo con él. Mientras una le enseñaba las tetas, abriéndose el escote de cortesana que llevaba, la otra le daba mordisquitos en el cuello como una gata en celo, y rozando su cuerpo lascivamente sobre el de mi infiel esposo. Me enfurecí nada más verlo y me dio un ataque de celos tremendo, con la única idea de dirigirme corriendo a abofetearle allí mismo, además de arrancarles la cabellera a ese par de golfas que le acechaban sin parar, aunque después me detuve a pensar que seguramente me estaba comportando como una histérica, atisbando demonios donde no debía haberlos y que seguramente el comportamiento de Carlos no iba más allá de un simple coqueteo y el de ellas a seguirle la corriente con la travesura. Así que me acerqué sigilosamente, colocándome junto a él, intentando por un lado que me reconociera, y por otro, jugar al mismo juego en el que participaban sus nuevas amiguitas.
Mis planes cambiaron cuando noté que inmediatamente se fijó en mí, pero desconociendo por completo quién era la que estaba bajo aquel disfraz. Muy al contrario, lo que él creía tener ante sí, no era precisamente su amante y fiel esposa, sino una María Antonieta de lo más sexy, que se le acercaba insinuante, moviendo lascivamente sus caderas y a la que él seguía libidinosamente con la vista.
Antes de que me decidiera a pronunciar su nombre y darme a conocer ante él, sorprendiéndole, quise seguir ocultando mi identidad, dispuesta a averiguar hasta donde podría llegar en sus "travesuras" y comprobar por mi misma si sus maniobras con aquellas golfas eran tan inocentes como yo suponía, ahora conmigo con una presunta desconocida. Me situé de espaldas a él y me fui contoneando al ritmo de la música, que sonaba atronadora mientras aproximaba mi culo hasta su paquete, que enseguida percibí bien durito entre mis glúteos... Como cabía esperar, no tardó mucho en cogerme por la cintura y apretarse aún más contra mí... No podía ver su cara, pero le imaginaba disfrutando como otras veces, con sus ojos cerrados, más si cabe, porque seguramente aquella anónima y cachonda María Antonieta le estaba causando más morbo y mayor excitación que nunca. Al mismo tiempo, yo misma me sentía muy animada y desde luego no estaba segura de nada menos de mí misma. La combinación de ese juego prohibido, público y notorio que por otra parte lo llenaba todo de misterio y dudas, ese hecho de sentirme caliente y no revelar mi identidad ante un marido salido, eran el detonante para multiplicar las sensaciones más placenteras en todo mi cuerpo.
Quise ir más allá y demostrarme a mí misma que Carlos no sería capaz de seguirle el juego a una mujer desconocida que le estaba calentando poco a poco, sin embargo volví a equivocarme, pues cuando acerqué mi mano hasta su miembro y lo acaricié suavemente sobre su ropa, no tardó ni un segundo en hacer lo propio con mis tetas y sobarlas con desvergüenza sobre mi escote. Aun cuando ambos íbamos ocultos, no me atraía la idea de que nos vieran metiéndonos mano con tanto descaro, así que le hice una seña para que me siguiera hasta el parking. No dudó ni un instante en hacerlo.
Allí afuera estaba todo bastante oscuro y nadie podría adivinar cuales podrían ser nuestras fechorías, así que me adentré entre cientos de vehículos aparcados en la penumbra. Mi primera intención era ir hacia mi coche, pero después lo pensé y preferí no hacerlo, segura como estaba de que él seguía sin reconocerme, por lo que quise seguir con mis averiguaciones y los límites de mi cachondo marido. Continué de coche en coche, buscando alguno que estuviera abierto, pero Carlos estaba tan caliente que casi no me dejaba moverme; no hacía más que meterme mano sin cesar, unas veces hacia mis pechos, que manoseaba con todo el descaro y desesperación, otras, bajo mi falda, intentando abrirse paso entre mis muslos. Estaba más salido que nunca... imagino que esa caliente desconocida no le hacía detenerse, sino más bien al contrario, aquello era toda una invitación para aprovechar la coyuntura de una noche bien especial y meterle mano por doquier a esa cachonda que le provocaba, sin mediar palabra y sin saber que ella una desvergonzada María Antonieta, era su propia esposa.
Yo, para no ser menos, también estaba fuera de mis cabales, más incluso de lo que hubiera deseado, pues aun debiendo estar más que cabreada con él, seguía urdiendo mi plan de provocación, añadiendo más morbo si cabe a esa carga erótica que envolvía el ambiente, a ese juego de los desconocidos en una fiesta de disfraces. Bueno eso y por no hablar de sus manos, que conseguían alcanzar en más de una ocasión todos mis puntos débiles, esos que inevitablemente me dejaban poco margen de maniobra y de sensatez. Apenas llegué al último coche de aquel parking, Carlos, repentinamente, me cogió de nuevo por la cintura, pegando completamente su cuerpo a mi espalda, apretándome contra él. Nuevamente pude ver que su erección era espectacular. Para colmo, su respiración y su fogosidad junto a mi oído, me encendían más de lo racional.
Cuando aún podría haberle dicho a qué coño estaba jugando, y que era un cerdo salido, por irse con una María Antonieta a la que no conocía de nada y a la que magreaba sin piedad, sus dedos llegaron a posarse levemente entre mis ingles, logrando pellizcar de forma notoria mis labios vaginales, que se encontraban más hinchados que nunca. ¡Dios!, cuando llegó ese momento, ya no podía hacer nada sino dejarme girar completamente hasta quedar frente a él, y posteriormente, permitirle que me tumbara sobre el capó de aquel deportivo, que me subiera el vuelo de la falda hasta cubrirme la cabeza, y dejar mi sexo expuesto a su insaciable lengua. No tardó ni un segundo en apoderarse de cada uno de sus pliegues succionando mi sexo como si la vida le fuera en ello. A partir del primer lengüetazo de mi marido, creí morirme de gusto y no sé si turbada por la situación, por el morbo de aquel juego prohibido o por el hecho de saberme tomada por otra, en una infidelidad a toda regla, además de que literalmente me estuviera comiendo el coño como nunca, dejé que lo hiciera hasta que me provocó uno y mil gemidos. Rápidamente, y antes de que nadie pudiera sorprendernos, mi Luis XIV se apresuró en sacar su miembro a la luz, o más bien a la escasa luz pero la suficiente para comprobar que estaba más desbocado que nunca, tanto que me colocó su polla a la entrada de mi sexo, sin tiempo a que le dijera que era un insensato por follarse a la primera putilla que se le ponía a tiro, sin tan siquiera usar protección. No hubo tiempo para nada, sino para relajar todos mis músculos y entregarme a mi infiel esposo.
Velozmente introdujo su miembro en mi interior, que noté más grande que nunca, follándome ferozmente, mientras yo me agarraba a sus brazos, incapaz de decir nada, solo de sacar por mi garganta, uno tras otro, los jadeos más intensos de mi vida.
Lo único cierto es que yo misma disfrutaba como una loca, de sentirme empalada de esa forma tan bestial y turbada por mi propio placer al tiempo de disfrutar de mi marido haciéndolo de forma bien distinta a la que usaba conmigo en la intimidad. En ese momento, el muy salido, se estaba follando de forma salvaje a una María Antonieta más que dispuesta, completamente abierta de piernas sobre el capó de un coche en una noche mágica y creyéndose anónimo ante ella.
No tardó mucho en llegarme el orgasmo, y sujetándome a su culo, quise que se corriera dentro: sentir como me inundaba con su leche, hasta quedar saciado con aquella zorra que tanto le había provocado. Y así fue, no pasó mucho tiempo hasta que conseguí que se corriera dentro de mí, arañando su culo y su espalda cuando me sentí el coño completamente encharcado, rebosante, inundado... Los chorros surgieron de su verga con la misma potencia que los roncos bramidos de su garganta.
Unos segundos después, ambos estábamos completamente exhaustos y jadeantes tras ese polvo salvaje, con nuestras respiraciones entrecortadas y su cuerpo echado prácticamente sobre el mío. Entonces, justo cuando iba a quitarme la máscara, volví a pensármelo una vez más y no lo hice quería saber cuánto podría tener de hipócrita, para contarme esa noche lo que le había sucedido en la fiesta
Apresuradamente me desprendí de él como pude, desapareciendo sin que le diera prácticamente tiempo a reaccionar Llegué a casa, me duché a toda prisa y me metí en la cama a esperarle, para que me relatara con todo tipo de detalles, lo acontecido en aquel evento tan especial.
Cuando Carlos regresó a casa, intentó no despertarme, pero yo me desperecé como si hubiera estado dormida hasta entonces. Le pregunté por la fiesta y me dijo que no hubo nada fuera de lo normal que si fue bastante aburrida, que si la gente de siempre que si tal, que si cual pero yo insistí en que me hablara, que me detallara con pelos y señales, todo lo que había sucedido. Sus palabras me dejaron petrificada:
- Pues nada, cariño, verás, después de acudir a la fiesta me encontré con Javier que iba bastante mal ataviado con un traje negro y me comentó que el mío era mucho más favorecedor; por tanto me pidió que nos los intercambiáramos esa noche, que me estaría eternamente agradecido, que le gustaba mucho mi estilo Luis XIV total, que se lo cambié. Y sí que debió funcionarle, porque apenas unos minutos después de habérselo puesto, ligó con todas las chicas de la fiesta, hasta incluso con una que aún no sé quién es y que llegó hecha una golfa de mucho cuidado, vestida de María Antonieta acercándosele como una gata en celo, y a la que, según me dijo él después, se folló en el parking sobre un coche en un visto y no visto, aunque no sé si será cierto, ya sabes cómo es Javier de fanfarrón con esas cosas
Apenas me dejó reaccionar tan solo tragar saliva a duras penas y darle la razón.
- No, claro que no será verdad, cariño, ¿Cómo va a hacer el amor con una desconocida así de buenas a primeras? comenté angustiada.
- Eso le dije yo y menos follársela a pelo como me dijo menudo trolero que puede llegar a ser
Ni que decir tiene que no necesité más explicaciones, ni mucho menos que yo le montara ningún tipo de numerito, al contrario, sino callarme cuando quiso echarme el polvo prometido y disimular quedándome con una congoja y una desazón que todavía no se me han quitado de encima.
(Esta historia, según parece, es totalmente cierta o al menos eso me dijeron )
Lydia