Masajista de mi hijo David
Desvié la vista y pude ver que la erección continuaba, aun más que antes, la toalla estaba levantada y podía ver su vello púbico, moreno y poblado, incluso la base de su pene. Cerré los ojos y volví a besarle en la frente.
Masajista de mi hijo David
Todo sucedió a finales de 1998, fue en Febrero cuando comencé a hacer cursos para dar masajes, mis dos hijos eran ya mayores y me daba la impresión que ya nadie me necesitaba en casa, ni mi marido. La verdad es que me sentía mayor, me sentía cansada. Quizás por eso, y porque me encantaban los masajes y las terapias naturales, me decidí por aprender un mundo que hasta entonces me había sido negado, no hablo del mundo de los masajes tan solo sino de un mundo al margen de las tareas de casa, de aquellas tareas que todo el mundo califica como las propias de un ama de casa. Salir dos tardes a la semana a aprender masajes en un centro de quiroprácticos significo tal cambio en mi vida que al cabo de seis meses comencé a trabajar en un local de estética dando masajes. Mi marido, al principio, se opuso a esta idea pero al final tuvo que claudicar, o era eso o le abandonaba. Así de radical fue mi cambio, así de triste era mi vida.
Por aquel entonces tenía 42 años, medía 1,62 y pesaba no se, hacia meses que no me acercaba a la bascula, la ultima vez pesaba alrededor de sesenta quilos, la bascula y yo no éramos buenas amigas. Tengo que reconocer que antes de tener a mis hijos era una muchacha delgada, llamativa, al menos así me sentía yo. Pero las cosas habían cambiado, ahora mis prioridades eran muchas y sin darme cuenta los años me habían relegado a la ultima posición el la lista. No me cuidaba, mi pelo ahora estaba corto y sin teñir, por pura comodidad. Soy una mujer llamativa, pero nunca me he considerado atractiva, tengo curvas donde se supone que una mujer debe tenerlas pero tampoco es merito mío, la edad y mi condición han hecho todo el trabajo. Acostumbro a vestir siempre con pantalones anchos, jerséis o camisas anchas. Me disgusta mi estomago. Me disgustan mis piernas. Mis pechos caídos. Nada es lo que había sido y, por desgracia, nada volvería a serlo. Incluso Pedro, mi marido, se comportaba de manera diferente, de jóvenes estábamos todo el día haciendo el amor, en cualquier lugar o posición, el deseo era nuestra única forma de vida. Ahora hacíamos el amor una vez a la semana y de la manera más mecánica posible. Esa era mi realidad. Y tampoco hacia nada por cambiarla, era demasiado cobarde para hacer nada. Era más cómodo convencerme a mi misma de que era la vida que me tocaba vivir.
El hecho de comenzar a trabajar en el salón de estética significó todo un cambio en mi vida, dos meses mas tarde tuve que dejar el centro y me cogieron de masajista en un gimnasio lo que represento comenzar a dar masajes a todo tipo de personas, no solamente a mujeres. De repente empezaron a pasar por mis manos hombres de toda raza y condición, la mayoría en buena forma.
Al cabo de un mes de trabajar allí me sentía diferente, ya no era yo misma, no puedo entender como había cambiado tanto en apenas un año. Me sentía nueva, me sentía viva, terriblemente viva. Con ganas de dejar a mi marido y comenzar una vida nueva. Pero nunca me atreví a dejarle, por mis dos hijos. Al fin y al cabo una madre lo es hasta la muerte y así me sentía yo. Tengo dos hijos, uno se llama David y en aquella época tenia 17 años, el otro se llama Samuel y por aquel entonces estaba a punto de cumplir los 22. Si. Tuve a mi primer hijo con 21 años. Con 21 años dejé de sentirme joven. Pero son lo que mas adoro en mi vida y nunca podría hacerles daño.
Aunque algo cambio el 12 de Diciembre de 1998. Aquel día volvía a casa cansada, después de seis horas dando masajes en el gimnasio, aun cansada, me sentía viva y contenta. Eran las cuatro de la tarde y cuando llegue me encontré a mi hijo pequeño sentado en el sofá del comedor, iba vestido con un chándal y miraba la tele de manera distraída.
-Hola hijo dije dejando caer la bolsa donde guardaba mis potingues y toallas, así como la bata, en el suelo- ¿Qué haces tan pronto? ¿Hoy no tienes entreno?
David me miro y su cara se tornó una mueca de desaprobación.
-Me lastimé la espalda en gimnasia. El profesor me dijo que hiciera reposo hoy.
-Déjame ver.
-No contestó rápidamente el.
-Vamos. Tu madre es masajista ¿y no vas a dejar que te mire la espalda? No seas tonto David.
-No volvió a negar con la cabeza.
-¿Pero ?
-Me da vergüenza.
-Pero si te he visto desnudo multitud de veces hijo ¿olvidas que soy tu madre?
-Ya, pero no se me da cosa.
-No seas tonto. Quitate la ropa y estirate en nuestra cama, ahora iré a darte un masaje y verás como mañana podrás volver a jugar a fútbol.
-Me da vergüenza.
-Pues cúbrete con una toalla. No seas tonto le dije propinándole un cariñoso pescozón en la cabeza.
Mi hijo David se levantó y salio del comedor refunfuñando como siempre hacia. Yo me cambie de ropa, me volví a poner la bata de masajista, una baja blanca anudada por delante y de largada por encima de la rodilla. Cuando entre en mi habitación, David estaba acostado boca abajo con una toalla cubriéndole el culo. Sonreí para mis adentros. El pequeño David se había convertido en todo un hombretón, cuerpo de hombre pero mentalidad aun de niño pequeño. Todos son iguales. Mi hijo mayor también era igual, un crío en el cuerpo de un hombre. Como mi marido, como todos los hombres.
-Levántate le dije- pondré unas toallas debajo de ti para que no se manchen las sabanas con el aceite corporal.
David hizo un extraño movimiento para levantarse sin que pudiese verle desnudo, aguantando graciosamente la toalla. Por unos instantes pude ver sus genitales, estaba en erección. No podía creermelo, mi pequeño David. Eso no era posible así que aparté esa imagen de mi cabeza y coloqué varias toallas encima de la cama. Después David volvió a tumbarse.
-¿Donde te duele hijo?
-En la parte baja, en los riñones.
Me arrodillé encima de la cama, a su lado y le puse un poco de aceite en la parte inferior de la espalda. Comencé a hacerle un masaje, lentamente, intentando adivinar cada uno de sus movimientos para saber donde le dolía. Sus músculos estaban duros y se marcaban aun más en el cuerpo gracias al aceite. Mi hijo tenía un cuerpo magnifico. Cuando hube acabado con la espalda le dije que se diera la vuelta. Volví a extender aceite por su pecho y su estomago, libres de vello, hermosos y musculazos ambos. Mi hijo era un adonis, y era solo mío. Comencé a masajearle en la clavícula, luego bajando por sus pechos hasta el estomago. Sin poder evitarlo deslicé una de mis manos un poco mas abajo, metiendo la punta de los dedos por debajo de la toalla, mis yemas rozaron suavemente el inicio del vello púbico de mi hijo y rápidamente saqué mi mano, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. David continuaba con los ojos cerrados pero respiraba cada vez más fuerte, mientras la toalla comenzaba a levantarse bajo su pene demostrándome una erección imposible de imaginar.
-Lo siento mama dijo sin abrir los ojos.
-No te preocupes mi vida, es normal. A algunos clientes les pasa, es una reacción física normal. No hay de que avergonzarse.
-¿Y que haces en estos casos?
-Hago ver que nada sucede contesté intentado sonreír- o les digo que no se preocupen y les dejo solos un rato haciendo ver que tengo algo que hacer.
-No me dejes solo, mamá.
Le mire la cara, había abierto los ojos y me miraba fijamente, parecía que iba a llorar. Le cogi la cara con ambas manos y le di un suave beso en la frente.
-Tranquilo mi niño, tu mami nunca te dejará solo.
David volvió a cerrar los ojos mientras una sonrisa se dibujaba en su cara. Mi hijo. Siempre seria mi niño. Desvié la vista y pude ver que la erección continuaba, aun más que antes, la toalla estaba levantada y podía ver su vello púbico, moreno y poblado, incluso la base de su pene. Cerré los ojos y volví a besarle en la frente. Me ardía la cara, tenia calor. Tenía que salir de allí. Pero no lo hice. Muchas veces me he preguntado porque continué con aquel juego. Quizás porque me apetecía mas que cualquier otra cosa en el mundo. Mi vida estaba cambiando. Yo había cambiado.
Me di la vuelta y cogí una botellita que contenía un poco de aceite corporal. Deslicé lentamente las manos por encima de su estomago, extendiendo el aceite, su estomago era musculoso y estaba duro, como su pecho, como sus pezones. Posiblemente como los míos. Tenia que apartar esa idea de mi cabeza lo antes posible. Era mi hijo. Y si hasta ese momento no había sucedido con ninguno de mis clientes, aun menos iba a pasar ahora con mi hijo. Volví a mirar la toalla, continuaba en erección. Comencé a masajearle lentamente el estomago, después las costillas, el pecho y también los hombros. Me sorprendía que mi hijo estuviese tan duro. Se notaba el ejercicio. De repente note como una de sus manos se posaba en mi pantorrilla. Posiblemente porque yo me había acercado o simplemente porque el se había movido involuntariamente. Pero no, era su mano, que me acariciaba lentamente una de mis pantorrillas. No podía creerlo. Mire su pene. La erección bajo la toalla era cada vez mayor y no era capaz de imagina que se escondía bajo aquella tela. Me aterraba. Cerré los ojos y continué masajeándole los hombros mientras su mano continuaba aferrada a mi pantorrilla, como si me la acariciase lentamente con uno de sus dedos. No podía ser cierto. ¿Me estaba tocando? Inspire profundamente. Alguna vez nos quedábamos tumbados los dos en el sofá y el se abrazaba a mi, mi niño pequeño, sin maldad alguna. Aunque de eso hacia mucho David, mi pequeño David había cambiado. Ahora era un hombre, todo un hombre con una erección descomunal que me estaba acariciando las piernas. Y yo en lo único que podía pensar era en que hacia dos semanas que no me depilaba, como si fuese mi primera vez delante de un hombre. Un hombre, no mi hijo.
La mano de David se deslizó por encima de mi rodilla y comenzó a acariciarme con fuerza los muslos. De improviso yo no podía pensar con claridad, su pene erecto, su mano cerca de mi sexo, su cuerpo joven. Una mezcla de amor y deseo. Deseaba tocarle, besarle, volverle a tocar.
Abandone el masaje en sus hombros y volví al estomago, ya todo me daba igual, cerré los ojos y comencé a bajar mis manos en dirección a su vello púbico. Mi hijo dio una especie de respingo cuando mis dedos comenzaron a jugar con su vello. Era un vello duro y poblado. Mi hijo. 17 años. Su mano se deslizo un poco más arriba de mi muslo y comenzó a acariciarme el borde de la braguita. Baje un poco más la mano y cogi la base de su pene, sorprendentemente ancho y duro, caliente como una brasa. David gimió en silencio y con la otra mano retiré la toalla que ocultaba su sexo. Allí estaba, el pene de mi hijo en erección, grande y brillante, surcado de venas, esplendido en su esplendidez. Era mucho más grande que el de mi marido, su padre. Comencé a tocarlo con suavidad, le puse un poco de aceite y se lo extendí por toda la superficie. David temblaba, de pura emoción, su pene temblaba entre mis manos. Sin pensarlo demasiado comencé a masturbarlo lentamente mientras su mano intentaba adentrarse en mi entrepierna.
-No cariño dije quitándole la mano de mi sexo- deja que mama haga todo. No te preocupes por nada.
Después le besé en la boca, un beso suave y breve. Mi hijo se resistía a abrir los ojos. No me importó. No me importaba si en esos momentos soñaba con su madre, con cualquier novia o con una compañera de colegio. No me importaba nada. Me estiré sobre su vientre y comencé a masturbarle muy lentamente, acariciándole los testículos y la base del pene. David comenzó a gemir y yo comencé a masturbarle mas rápido. Entonces note como una de sus manos intentaba de nuevo meterse entre mis piernas. Esta vez no le dije que parase. No pude. Sus dedos evitaron mi braguita y tocaron mi vello púbico completamente mojado. Podía oler mi propio sexo, un olor ácido y penetrante. Estaba absolutamente mojada. David me tocaba torpemente, mejor. No quería que mi propio hijo me hiciese correr. ¿Por qué? No lo se. Todo era demasiado prohibido.
Al poco rato noté como comenzaba a temblar, sus piernas temblaban con fuerza, sobretodo sus muslos, yo conocía perfectamente ese movimiento, era igual que su padre, los mismos e irrefrenables temblores que precedían al orgasmo, sus jadeos, la torpeza de sus dedos hurgando en mi sexo. Mi hijo estaba a punto así que aumenté un poco mas la velocidad, cogiendo su pene con mas fuerza, y apenas sin darme cuenta apenas un primer chorro de semen salió disparado yendo a parar a mi pelo mientras mi hijo lanzaba un grito y se convulsionaba como si miles de voltios recorriesen su cuerpo. Un nuevo chorro cayó en mi ceja derecha y parte del ojo, el siguiente en la mejilla y parte del labio, no podía dejar de masturbarle ni dejar de ver como la leche salía de su pene disparado hacia mi rostro. Yo lo necesitaba aun mas que el. Creo que nunca antes había visto tanto semen, en mis manos, en su estomago, en mi cara, en su vello púbico, en mi pelo. Su orgasmo duró casi 20 segundos, sin parar. Luego se quedo inmóvil. Retiré mi mano y le miré. Parecía llorar. No se atrevía a mirarme. Me levanté y fui al lavabo donde me lave la cara, las manos y me quité el semen de mi hijo del pelo con un trozo de papel. Cuando volví David seguía en la misma posición, con todo su vello púbico y estomago manchados aun. Cogí una toalla del baño y comencé a limpiarle el semen del vello, de repente, sin saber como, mi cabeza descendió hacia su estomago y sacando la lengua, limpie los restos del semen. Estaba salado y amargo, intenso. Era delicioso. Diferente del de su padre. Giré la cabeza y observé su pene, volvía a crecer. Sin pensarlo me lo metí en la boca, todo lo que pude, aunque una primera arcada casi me hizo vomitar pero cerré los ojos y volví a engullirlo. Deseaba comerme aquella polla como si fuese el último alimento sobre la capa de la tierra. Estaba dura, creciendo aun más a cada uno de mis lametazos. Nunca supe el motivo pero en aquellos momentos necesitaba hacer la mejor mamada de mi vida. Mi hijo merecía eso, merecía recordar aquel momento estuviese con la mujer que estuviese. La mamada que le iba a hacer su madre iba a perdurar en su cabeza por siempre jamás. Porque nunca más volvería a repetirse.
-Mama -comenzó con voz temblorosa- es maravilloso.
-Calla mi niño -dije sacándome por unos instantes su polla de mi boca.
-¿Puedo correrme en tu boca, mama?
-¿Quieres eso cariño?
-Claro, pero también debería hacer algo por ti...
-después David, ahora córrete en mi boca, no pienses en nada. Hazlo. Mami se tragara hasta la última gota. ¿Quieres eso?
-¿Debería?
-Que mas da -dije volviendo a meterme su pene en mi boca.
Comencé a chupar cada vez mas fuerte hasta que un ruido distrajo mi atención, levanté la vista sin dejar de chupar y pude ver a mi otro hijo, Samuel, en la puerta, completamente desnudo y masturbándose.
Podría haber dejado de chupar, levantarme y acabar con todo aquello, pero simplemente observé el cuerpo perfectamente musculado de mi hijo Samuel, su descomunal pene que ahora masturbaba casi con violencia, mucho más grande que el de su hermano que prácticamente no cabía en mi boca. Samuel dio dos pasos y se acercó uno poco más a la cama. Aquello era una locura. Mis hijos, mis propios hijos, chupando al pequeño mientras el mayor se masturbaba furiosamente a escasos metros de mí. En ese momento noté como los muslos de David volvían a arquearse continué chupando con todo el amor que sabia, con toda mi sabiduría, mi pasión el primer chorro salió disparado al fondo de mi garganta, no podía creerlo, hacia tan solo quince minutos que se había corrido y de repente oleadas de semen invadían mi cavidad bucal, comencé a tragarlo, todo, ávida de no dejar escapar ni una sola gota. Era mi hijo, era su semen. Era todo mío, de nadie más. Pero tenía tanto líquido en la boca y cayendo por mi garganta que no pude evitar ahogarme, saqué su polla que aun me regalaba los últimos lechazos de mi boca y tosí mientras el semen salía incluso por mi nariz, me ahogaba. Respiré profundamente e intenté no pensar en nada pero en esos momentos mi hijo Samuel se acercó a mi, me cogio del pelo y se corrió en mi cara. En la cara de su propia madre. Los restos de la leche de David aun caían por mis comisuras, por mi nariz cuando una oleada de nuevo semen salio disparado contra mis labios, mis ojos, mis mejillas, mi pelo. Nunca había visto tanto semen junto, tampoco lo había saboreado. Mis dos hijos gritando mientras llenaba la boca y la cara de su madre de semen. No pude evitar sonreír, nunca había estado tan contenta en toda mi vida. Recogí parte del semen de mi cara con los dedos y lo chupé. El semen de mi hijo Samuel no sabia demasiado diferente del de su hermano, tampoco del de su padre. No pude evitar pensar si el semen tiene un sabor peculiar dependiendo de la familia. Me daba igual.
Cuando mis hijos acabaron de descargar hasta la ultima gota, me levanté y salí corriendo hacia el lavabo. Antes de limpiarme miré de nuevo mi rostro reflejado en el espejo. Por primera vez no me veía a mi misma como cada mañana, ni cansada ni con ojeras ni tampoco con arrugas. Ahora mi pelo estaba enmarañado y ensuciado con el mismo semen que cubría mi cara, abrí la boca y restos de semen se escaparon barbilla abajo. No podía creerlo. Era lo mas excitante que había visto en mi vida. Me lavé la cara y los dientes. Después me quité la bata y la ropa interior y me miré en el espejo del baño. Completamente desnuda. Donde días antes había visto celulitis, pechos caídos, piernas anchas, papada . Ahora veía a una mujer poderosa en su madurez, capaz de todo, ahora me sentía bien. Miré mi pubis, me hubiese gustado haberme depilado, igual que las piernas o las axilas, pero tampoco iba a hacerlo ahora. Era su madre. Tenían que entenderlo. Una madre nunca está preparada para que sus hijos se conviertan en sus amantes.
Salí del lavabo completamente desnuda y me detuve en el quicio de la puerta. Mis dos hijos estaban estirados en la cama de matrimonio, uno al lado del otro, completamente desnudos. Con sus penes de nuevo erectos, brillantes, poderosos. Al verme comenzaron a masturbarse. No pude evitarlo y me lance hacia ellos. Sus manos comenzaron a tocar mis pechos, a meterse en mi sexo, los dedos de uno entraron en mi vagina y el índice del otro se introdujo suavemente en mi ano, no protesté, eran mis hijos y podían hacer lo que quisieran conmigo. Mi boca pasaba de una polla a otra mientras mis hijos me masturbaban. La boca de uno de ellos se apoderó de uno de mis pechos. No podía concentrarme que maravillosa sensación. Olores, cuerpos, sensaciones. Les amaba, les amaba a ambos mientras les comía las pollas, mientras me masturbaban. Se que es complicado de entender. Pero les amaba como siempre les había amado, desde el primer día que la comadrona me los había puesto en los brazos. Mis niños.
De repente Samuel, el mas fuerte, me cogió de la cintura y me puso sobre el. No protesté. Claro que podía follarme. Su pene entro poco a poco en mi vagina completamente mojada. Podía sentir cada centímetro del pene de mi hijo penetrando en el mismo lugar por el que le había dado a luz. Que maravillosa sensación. Hasta el fondo, no podía creérmelo, estaba completamente llena, nunca me había sentido así. Me doble sobre mi mismo y bese a mi hijo en la frente mientras el comenzaba a mover sus caderas para follarse a su madre.
-Te quiero Samuel. Mi niño haz lo que te apetezca.
David estaba a nuestro lado, masturbándose.
-Tu también David, mi niño haz lo que te apetezca
-¿Lo que quiera? preguntó David.
-Lo que quieras respondí sin pensarlo demasiado.
Mientras Samuel me follaba lentamente entrando con su descomunal pene hasta donde nunca nadie había alcanzado dentro de mí. De reojo observe como David se había hecho con la botellita de aceite y se la echaba por el pene, embadurnándolo con generosidad. Luego se dirigió a mi espalda. Cerré los ojos. No era posible. No iba a suceder. De todas formas me doble permitiendo que mi hijo David abriese mi culo con ambas manos. Noté como mas chorros de aceite resbalaban por mi espalda, por mi culo, caían sobre las piernas de Samuel quien continuaba follándome lentamente. Besé a Samuel y contuve la respiración mientras el pene de David rozaba la entrada de mi ano. No era posible. Iba a hacerlo. Iba a hacer algo que siempre había negado a su padre, a todos los hombres que lo habían intentado. Siempre había sentido un pavor terrible por ser sodomizada. Ahora lo deseaba. La punta del pene de David empujó contra mi ano pero resbaló por el aceite. Mi culo estaba cerrado. Nunca había sido dilatado y la sola idea de imaginar aquel gran pene dentro de mi me hizo temblar, no se si de miedo o de emoción. David volvió a intentarlo y una vez más resbaló sin conseguirlo.
-No te pongas nervioso, mi niño dije- tomate tu tiempo no hay prisa.
Antes de que acabase la frase note como algo se rompía dentro de mi, un dolor intenso dio paso a una molestia que segundos después se convirtió en algo que no podría nunca definir. La punta del pene de mi hijo David había entrado en mi culo y poco a poco se habría paso dentro de mis entrañas mientras mi hijo Samuel bombeaba con fuerza dentro de mí. El dolor era insoportable pero no dije nada. Eran mis hijos. Habría soportado todo el dolor del mundo por ellos. Solo quien alguna vez haya sido madre podrá entender ese sentimiento. Respiré profundamente, el dolor era intenso pero comenzaba a acostumbrarme y por otra parte sentía bastante placer al ser follada en la vagina. Dolor y placer.
Noté como mi hijo David caía sobre mi espalda. Besé a Samuel en la boca. Mis dos hijos me tenían aprisionada entre ambos, fuera de si, follándose a su madre sin el más mínimo rubor. Penetrándola doblemente mientras nuestros cuerpos embadurnados de aceite resbalaban entre si. Podía oler sus pieles, sus sexos, el olor del aceite. Apenas me dolía nada aunque podía sentir el pene de David entrando y saliendo completamente en mi culo. Cerré los ojos y sonreí.
-¿Por qué sonríes mama? preguntó Samuel cuya cara estaba a escasos centímetros de la mía.
No contesté. Nunca podrían entenderlo. Tampoco hubiese podido contestar, ni yo misma lo entendía.
Los tres nos corrimos casi al unísono. Una autentica descarga eléctrica corrió por todo mi cuerpo mientras sucedía, mientras notaba los espasmos de mis hijos, su semen descargándose en mis entrañas. Creo que perdí el conocimiento. No lo se. Cuando abrí los ojos sus penes aun continuaban dentro de mí, más pequeños que antes pero aun dentro. No quería que los sacasen nunca.
Mis niños.
Esa misma noche le dije a mi marido que íbamos a divorciarnos. Como siempre, quiso evitarlo, pero ya era demasiado tarde. Tres meses más tarde me fui de casa. Samuel era mayor de edad y decidió venirse a vivir conmigo. A David aun le faltaban cuatro meses para la mayoría de edad aunque el juez decidió que el muchacho tenia suficiente edad para decir con quien quería ir a vivir. También vino a vivir conmigo.
Ni que decir tiene que los siguientes años fueron los mejores de mi vida. Quizás ninguno de vosotros pueda entenderlo, es más fácil juzgar que intentar comprender. Requiere menos esfuerzo. Pero os pediría que no nos juzgaseis como la familia que nunca intentamos ser, juzgadnos como los amantes en los que nos convertimos aquella misma tarde.
Amaba a mis hijos y los amé durante muchos años y hoy aun les amo como ninguna otra madre haya podido amar a nadie.
Mis niños.