Masaje sin límites (ella)
Llevabas años fantaseando con ello. Lo sabía. Me lo habías dicho decenas de veces. Mientras hacíamos el amor, cuando nos emborrachábamos Pero también sobrios, con la cabeza fría y nuestros sexos calientes y húmedos Te encantaba imaginarlo.
Primera parte: http://todorelatos.com/relato/135982/
Segunda parte: http://todorelatos.com/relato/136082/
Llevabas años fantaseando con ello. Lo sabía. Me lo habías dicho decenas de veces. Mientras hacíamos el amor, cuando nos emborrachábamos… Pero también sobrios, con la cabeza fría y nuestros sexos calientes y húmedos… Te encantaba imaginarlo. Constantemente me pedías que te comiese mientras me follaba con el consolador, y me decías que cómo era sentir dos pollas para mi.
La fantasía por fin se haría realidad, hasta donde yo quisiese llegar. Dos hombres para mi.
Me enseñaste su página. Me lo intentaste suavizar, pero aquello era un puticlub. Elegante, limpio, morboso… pero un puticlub. Abriste la sección de “masajistas”. Sólo había dos hombres. Elegí a uno atlético, con un tatuaje. Realmente, me importaba poco. Antes de que fueses a escribir para reservar sus servicios, te interrumpí. Me puse a mirar las masajistas. No te lo esperabas. Elegí una latina que salía de una piscina, con unas tetas operadas enormes y un gran culo. Te tuve que insistir, pero al agarrarte la polla vi que estabas a punto de reventar. Allí mismo, te monté. Acabábamos de contratar dos “profesionales” para una sesión erótica que no sabíamos hasta dónde llegaría. Me penetré contigo. No hablamos, no era necesario. Te follé abrazados, con mi barbilla descansando en tu hombro, sin mirarte a la cara. Te follé profundo y lento. Me follé contigo. Era yo, mi placer y tu polla. Me corrí dos veces antes de que te vaciases en mi. En mi cabeza, su tatuaje. En la tuya, quién sabe. Quizá el cuerpo de ella. Quizá los nuestros.
Ya describiste la entrada a la perfección, así que no me extenderé en más hasta llegar el momento de la piscina.
Fue raro encontrarme sola contigo en una habitación, con un bikini que tapaba lo estrictamente imprescindible, y ver entrar a un segundo hombre, sólo con un escueto bañador, trayendo champán. Instintivamente me apreté a ti al verle acercarse. Nos dedicó una sonrisa arrebatadora.
Todavía no había dicho nada cuando, de cuclillas junto a nosotros, todavía fuera de la piscina, brindó por una noche inolvidable. Su paquete quedaba a la altura de mis ojos, que no pudieron evitar dirigirse a él. Creo que me pilló. Avergonzada, me bebí la copa de un trago.
Entró en la piscina y se presentó. Contigo lo hizo educada y sobriamente. Conmigo se recreó. O eso me pareció. Quizá apenas fueron unos segundos, pero los saboreé como si fuesen minutos. Apoyó su fuerte mano en mi hombro, y en lugar de acercarse noté cómo él me aproximaba, acercando mi rostro. No fueron los típicos besos casi al aire. Noté la presión de sus labios en mi mejilla derecha. Incluso algo de humedad. En la izquierda, tapada de la mirada de mi marido, rozó mi comisura con su lengua. Me susurró algo que no llegué a entender. Un piropo, creo. Me pilló por sorpresa y distraída. Al alejarse miró directamente a mis ojos. Él era más atractivo en persona que en las fotos. Mis pezones se lo hicieron saber pronto.
Pasamos unos cinco minutos hablando de tonterías, conociéndonos. Relajándome. La botella bajaba rápido y el calor subía al mismo ritmo. A pesar del agua tibia notaba el calor de sus cuerpos a mis lados. Al irnos riendo nos íbamos rozando, cada vez más descaradamente. Volaban las caricias.
Me fijé en su tatuaje. Él me explicó el significado, y movió su bañador para enseñármelo entero. Al hacerlo pude ver también su verga, gorda, parcialmente excitada. Le sonreí juguetona. Me susurró que después podría verla entera. Su mano llevaba ya un rato apoyándose en mi pierna, cada vez más cerca de mi vulva.
En ese momento entró la masajista que había elegido para ti. Parlanchina y alegre, no dudó en meterse al agua con nosotros.
Brindamos de nuevo y te besé. Ya no había marcha atrás. Estaba histérica. Mientras nos besábamos noté sus dedos jugando con la goma de mi bañador.
Ella, revoltosa, me separó de vosotros para darme un masaje en los hombros. Sus manos me relajaron, a pesar de acercarse a mi pecho mucho más que en cualquier masaje hasta entonces. Jamás una mujer me había tocado así. Por un momento deseé más, pero todavía era pronto. “Tu hombre se está poniendo a mil mirándonos”, me susurró con su acento sudamericano. “Cierra los ojos, reina, y disfruta de mis manitas. Piensa cómo esos machos te comen con la mirada, piensa en sus vergotas duras para ti… Piensa en sus bocas, en las de los tres, para ti”. Me besó el cuello. “Te ha gustado, eh, pillina?”. Reí.
Me preparó para él.
Me diste permiso. Le diste permiso. Me alejó de ti.
Sus fuertes manos comenzaron en mis hombros. Suspiré. En cuanto me notó entregada, pronto, me pegó a él. Su cuerpo era roca. Le noté erecto en mi culo. Comenzó a susurrarme.
“Eres una mujercita preciosa, ¿sabes? Te voy a dar la mejor noche de tu vida. Soy bueno con los masajes. Soy bueno con las manos. Soy bueno con la boca”.
Me besó el cuello.
“Soy bueno con todo el cuerpo, si quieres”. Pegó su paquete a mi culo. No pude resistirme y lo moví, situando su verga para poder sentirla. Sus manos bajaron a mis brazos.
“Agárrala”.
Te miré. Tu masajista seguía en tus hombros cuando yo agarré su tronco bajo el agua. Me pregunté si lo verías. Si sabrías que agarré su verga. Yo no me había dado cuenta de que se había quitado el bañador. Por lo que leí de tu relato, tú tampoco. Pero realmente en ese momento comenzó todo.
“¿La quieres, verdad?”. Asentí.
Sin preguntarme, me desabrochó el bikini, que se hundió bajo el agua, mientras mis manos seguían acariciando su duro pene.
“Tienes unas tetas preciosas”, dijo, acariciándome los pezones.
Te miré. Quería más. Tú asentiste, mientras tu masajista comenzaba a masturbarte.
Él se puso enfrente de mí y comenzó a comerme los pezones. Dios… Sus manos fueron a la pieza inferior de mi bañador, que voló fuera de la piscina. Después, a mi interior. Recuerdo con nitidez el preciso momento en que sus labios apretaban mi pezón derecho y un dedo se introdujo en mi vagina. Tras más de diez años, otra persona se introducía en mi. Gemí extasiada por la situación.
Me miró y noté un segundo dedo, éste jugando con mi ano. Mordí el labio al notarme doblemente penetrada.
Paró.
Se levantó y me besó. Yo le agarré, excitadísima. Noté su polla contra mi, y abrí las piernas para disfrutarla.
“Pasemos a la cama”
Ellos nos abandonaron unos momentos, preparándose. Yo me acerqué a ti. Al agarrártela, inevitablemente, comparé. Pero me dejé llevar y mi lengua recorrió tu boca. Hablamos un poco y no hice más que asentir. Lo quería todo.
Sus manos consiguieron mantener mi excitación durante mucho tiempo. Demasiado tiempo. El hijo de puta me hizo desearlo como nunca. Primero boca abajo. Después boca arriba. Notaba su mirada recorriendo mi piel tras sus dedos. Dedos que, por fin, posó en mi clítoris, paralizándome. Me miró. Le imploré. Al comenzar el trazado del primer arco una corriente me obligó a arquear la espalda y gemir. A veces te miraba pero sin verte. No sé qué estarías haciendo. Éramos sólo él y yo. Me besó. Como tantas otras veces tu mano me masturbó y nuestras bocas jugaban. Pero tú eres mi marido y él sólo un hombre que darme placer. Y cómo.
Me comenzó a follar con dos dedos y noté que me iba. Me noté abriéndome como nunca.
Grité y grité.
Me corrí. No recordaba algo así.
Dios.
Al recuperarme, te miré y reímos. Ella te masturbaba. Te corriste al instante. Me habría gustado besarte en ese momento, pero estaba extasiada.
Él retomó mis piernas para hacerme volver a la calma. Ella se acercó también y se centró en mi espalda. Después se subió sobre mi y su cuerpo siguió donde había comenzado con sus manos. Recordé cómo, entre caricias, era lo que te había hecho a ti. Noté sus brazos, sus piernas, sobre mi. Después su pecho. Noté cómo me humedecía.
Me dio la vuelta y la vi, pegada a mi, desnuda, deslizándose sobre mi piel. Sus senos rozaron los míos, bastante menos generosos. Me gustaba. Reímos. Me dio un rápido beso. Su pecho derecho recorrió el mío y subió por mi cuello hasta mi rostro. Noté su pezón en mi mejilla, moviéndose lentamente hacia mi boca. No lo dudé, y me introduje cuanto pude. Lamí, como tantas veces tú a mi. Mi lengua jugó con su erección. La noté suspirar.
Bajó y nuestras bocas se fusionaron con ansias. Pero rápidamente noté otra boca y otra ansia entre mis piernas. El masajista me comía el coño mientras ella hacía lo propio en mis labios. Tú estarías mirándonos, recuperándote de tu corrida.
Las manos de él iban de mis muslos a mi interior. La boca de ella, de la mía a mis pezones. Dios. Me encontraba saturada, saturada de placer. No paraba de gemir y de acariciar sus cabezas. Me dejé llevar hasta que pronto me dejé ir de nuevo. No separó su boca de mi coño en ningún momento, hasta que hube parado.
Nos miramos los cuatro y reímos.
Ella me pidió permiso con la mirada, y fue a comerte.
Al acabar, me besaste y te fuiste a la ducha. El tiempo se había acabado, y ella se fue.
Mi masajista me miró. “No tengo prisa”, me dijo.
Me besó. Mientras lo hacía, me agarró las tetas. Yo alargué mis manos para tocar su paquete sobre la toalla.
“Espera”, le dije, calmando mi calentura. No empezaría sin ti.
Me di la vuelta y retomó el masaje hasta que saliste de la ducha.
Te miré y sonreíste. Te devolví la sonrisa. Le quité la toalla y por fin pude ver su gorda polla, lista para follarse a tu mujer.
Tras colocarse el preservativo yo le coloqué entre mis piernas. Noté su glande en la entrada, y fue penetrándome insultantemente despacio. Agarré su culo, quería más, ya, pero él no me dejó. Noté cada centímetro entrando en mi. Gemí cuando hubo estado por completo en mi interior.
“Pídeselo”, me susurró, tumbado sobre mi, quieto. “Pídeselo o no me moveré”.
“¿Quieres ver cómo me folla?”, te dije.
Dios. Agarró mi culo y me folló con fuerza y rapidez. No me dio tiempo a ir en aumento, desde el primer segundo me destrozó con sus embestidas. Creo que no dejé de gritar en ningún momento. Con semejante tratamiento, tras tanta anticipación, no tardé en correrme de nuevo. Tú te limitaste a ver cómo otra persona me follaba tras tantos años de exclusividad. Y, tras tantas fantasías, delante de ti tenías la realidad. Me tenías disfrutando de otro.
Pero necesitaba más.
Le tumbé, y le monté.
Este cuarto orgasmo me costó más, pero lo saboreé como ninguno. Lo describiste muy bien. Lo usé. Lo disfruté. Me follé con él. Y tú disfrutaste mirándome más que si él fueses tú, lo noté.
Al acabar, tras haberte dejado al margen, me tumbé a tu lado. Necesitabas acabar de nuevo. Primero pensé hacerlo con mi mano, pero quería notarte en mi interior, calmada, tras mi amante anterior. Entraste con facilidad. Me moví despacio, para estirar tu inminente orgasmo al máximo. Creo que nos besamos, cariñosamente.
Una mano me acarició la espalda. Todavía no estaba dicha la última palabra.
Mientras te dejabas follar por tu mujercita, ella besó al masajista, olvidándose de nuevo de ti. Te excitó. Noté tu polla palpitar en mi interior. Noté tu boca en mi pezón, sin haber separado mis labios de él todavía. Noté vuestros cuerpos a mi alrededor. Dios...
Tu mano me guió a su polla. Le acaricié. Noté la tuya moviéndose, y miré. Me produjo una extraña sensación ver tus dedos alrededor de su sexo al quitarle el preservativo.
Sabía lo que venía después.
Te besé.
Su polla se notaba muy dura entre mis labios. Joder. Le comí con deseo mientras me follabas. Prácticamente me follé la boca con él. Le engullí.
Con la sensación de tener dos pollas en mi interior, casi por sorpresa llegó mi último orgasmo. Y, con él, el tuyo.
Y le miré, y supo que no le dejaría irse así.