Masaje de placer V: Doble penetración

Miguel y yo acordamos quedar con Marcos para otra sesión de sexo. Lo que no sabíamos era que estaba hecho toda una puta y terminamos metiéndosela los dos a la vez, provocando así un éxtasis que nunca antes había conocido.

¡Buenas! Con algo de retraso, pero aquí os traigo el nuevo capítulo. En el siguiente se viene el final... ¿habrá orgía? ¡Disfrutad del capítulo!

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Cuando llegué a casa, mi padre estaba sentado en el sofá del salón, con los pies sobre la mesa y un libro en la mano.

-¿Mamá no ha llegado?

-Tenía reunión de trabajo, hijo. Ya sabes -me miró de reojo mientras pasaba una página del libro-. ¿Qué tal con Miguel? ¿Habéis estrechado más vuestra amistad?

-Eres un cotilla -contesté de primeras-. Pero, sí, lo hemos hecho. Y… bueno, no estábamos solos -me miró sorprendido, apoyando el libro abierto sobre su barriga-. Luis, el primo de Miguel. Resulta que él le había contado lo que hicimos, le ha entrado curiosidad y ha querido participar. Y, claro, no me ha quedado más remedio que dejarle -terminé, soltando una breve risa.

-Joder, cómo os lo montáis, macho. Entre primos, además. Tú eso con Juan y Sergio no lo hagas, ¿eh? Que tu tía me mata como se entere.

-Ostia, papá, qué cosas se te ocurren. Tranquilo, que tengo diversión para rato…

Me dirigí a mi cuarto mientras reía.

-Tampoco hace falta que entres en detalles, chaval.

-¡Pero si has sido tú el que ha preguntado! -grité desde mi habitación.

Me eché en la cama mientras sonreía involuntariamente. Al rato me quedé dormido.

Desperté por el timbre del móvil sonando a todo volumen. Lo cogí como pude, aún bostezando.

-¿Sí…?

-Jaime -era la voz de Miguel-. ¿Has hablado con Marcos ya?

-Qué va, tío. Me has despertado, capullo.

-Cuando te despierto la polla no te quejas tanto, ¿eh, cabrón?

Sonreí. Tenía razón.

-Escucha, ahora hablaré con Marcos. Cuando sepa algo, te digo.

Colgué y, de inmediato, escribí a Marcos por Whatsapp.

-Lunes, a las 5. Esta es mi dirección.

Le escribí el nombre de mi calle y el número. El lunes a esa hora mis padres no estarían en casa. Mi padre había quedado con unos amigos de su infancia y mi madre aún estaría trabajando. El doble tick azul apareció casi enseguida. Había estado esperando mi mensaje.

-Ok. Allí estaré. Lleva a tu amigo, Miguel.

Reí vagamente. Claramente que lo iba a llevar. Llamé de nuevo a Miguel y le informé de las novedades. Se alegró y, entusiasmado, me dijo que se traería el lubricante de sus padres.

-Y seré yo quien meta la polla -añadió, convencido.

Lo cierto es que, sin llegar a darme miedo, me preocupaba que quisiera metérmela. No estaba seguro del dolor que me causaría y no quería pasarlo mal. Sin embargo, a Miguel le había encantado, por lo que todo sería esperar a que llegara el momento.

Dos días después, llegó el lunes y, con él, llegaron los nervios. Cuando llegué a casa, eché la mochila al suelo y fui a mi habitación a preparar todo. Tenía una cama de matrimonio, antes usada por mis padres, que me ofrecía mucho espacio a la hora de dormir. Lo que no sabía cuando me la pasaron a mí es que también me ofrecería mucho espacio a la hora de follar, claro.

Me puse a ver la tele en el salón y, al rato, sonó el timbre. Miguel venía acompañado de Marcos, que traía una chaqueta de cuero y unas gafas de sol, como el típico chulito. Solo que yo me fijé en el bulto que se apreciaba en su entrepierna. Les invité a pasar, apagué la tele y, sin más dilación, fuimos a mi habitación.

-Bonita morada -comentó Marcos-. Y cama de matrimonio… Eres un profesional, chaval.

-Jaime vive como los ricos -añadió Miguel.

Hice caso omiso del comentario y me puse frente a Marcos.

-Marcos, siento decirte que has venido a ser follado. Así que, por favor, comienza a chupar.

El chaval me miró de arriba abajo con una ceja levantada. Pensé que me soltaría una ostia, pero entonces, se puso de rodillas y empezó a desabrocharme los pantalones.

-Jo-der, Jaime -dijo Miguel, sorprendido, mientras reía.

Marcos sonrió casi perversamente cuando bajó la cremallera de mis vaqueros. Con sutileza, fue deslizando los pantalones poco a poco hasta que quedaron a la altura de mis tobillos. Acto seguido, hizo lo mismo con mis calzoncillos, los cuales hizo descender con la boca hasta abajo del todo. Mi rabo, aún flácido, apenas alcanzaba los 10cm, pero comenzó a crecer rápidamente cuando Marcos se lo introdujo en la boca. Enseguida llegó a los 15cm a los que estaba acostumbrado en erección, y Marcos se dedicó a lamer cada recoveco de mi polla.

Miguel, aún de pie, observaba la escena con atención mientras se sobaba el paquete. Lo invité a acercarse a mí. Me senté como pude en la cama, haciendo que Marcos tuviera que acomodarse de nuevo mi rabo en la boca, y liberé la polla de Miguel, que comenzó a crecer en mis manos. De los 8 o 9cm en reposo llegó hasta los 13 en erección. Me metí el cipote de mi amigo en la boca y comencé a comérselo con ansias. Agarré sus nalgas con ambas manos, apretando su pelvis contra mi rostro, y Miguel gimió. A continuación, le abrí el culo y masajeé su ano, hasta que momentos después introduje un dedo. De nuevo, mi amigo gimió.

Al mismo tiempo, Marcos se esforzaba por darme una buena mamada. Su lengua hacía movimientos sobre mi glande, dándome placer por doquier. Sus manos, una sujetando mis huevos y la otra acariciándome el abdomen, se unían en armonía con su boca para acrecentar la sensación de placer. Varias veces escuché cómo Marcos se atragantaba con mi rabo, pero el muy cerdo no se la sacaba de la boca, aunque le fuera la vida en ello. Así que mi cipote quedó lleno de saliva por todas partes, hasta el punto de que esta comenzó a chorrear hacia el suelo.

Aparté suavemente mi boca del cuerpo de Miguel y separé la cabeza de Marcos de mi rabo. Quería cambiar de postura. Le indiqué a Marcos que se pusiera boca abajo sobre mi cama, con las piernas apoyadas sobre el suelo, de modo que su culo quedara fácilmente accesible. Me situé detrás de él y, también a cuatro patas y con el culo en pompa, le pedí a Miguel que me comiera el culo, formando así una pequeña cadena.

Sentí las manos de Miguel abriendo mis nalgas torpemente y, unos segundos después, su lengua recorriendo los alrededores de mi agujero. Hice lo propio y abrí el culo de Marcos. Acerqué mi lengua a su ano y empecé a comérmelo. Me dio algo más de asco que cuando me comí el de Miguel, pues el de Marcos tenía algunos pelos. Sin embargo, el morbo del momento me pudo y lamí aquel ano como si fuera lo último que pudiera hacer en la vida.

Marcos gimió como no lo había hecho hasta el momento. Me miró y se mordió el labio inferior como prueba de que lo estaba disfrutando. Poco después, le hice lamerme los dedos y llenarlos de saliva. Una vez bien impregnados, comencé a introducirlos uno a uno en aquel agujero que, para mi sorpresa, no opuso resistencia alguna.

-Parece que alguien está acostumbrado a recibir visitas -sugerí, metiendo cuatro dedos sin problemas.

-Los dildos dan para mucho -contestó, conciso.

Me imaginé a Marcos en la ducha de su casa con un dildo pegado a la pared, metiéndoselo hasta el fondo por el culo mientras el agua le caía y se resbalaba por su cuerpo y mi rabo palpitó de nuevo.

-Pues ahora es momento de una polla de verdad -anuncié, incorporándome.

-Con cuidado, que es la primera… -respondió Marcos. Fue la primera vez que lo vi titubear.

-Tranquilo -intervino Miguel-. Al principio duele, pero el placer de después lo compensa claramente. Déjate llevar y ya verás.

Mientras decía esto, mi amigo se tumbó boca arriba en mi cama, haciendo que su cipote apuntara al techo. Marcos entendió la idea de Miguel y se colocó a cuatro patas sobre él, haciendo que su rabo quedara a la altura de la boca de mi amigo y viceversa. De ese modo, yo tenía libre acceso al ano de Marcos al mismo que tiempo que este daba y recibía una mamada.

No me había fijado hasta entonces, pero el rabo de Marcos era digno de encuadrar. 17cm de gruesa carne recta, con un glande prominente y una base llena de pelos. Sus huevos, de buen tamaño, parecían cargados de leche, y por su tronco atravesaba una gorda vena que acababa justo en su glande.

Sin más preámbulos, situé el glande en la entrada y, con algo de fuerza, fui presionando para hacerlo entrar. El entrenamiento del chaval con los dildos había dado sus frutos y mi rabo entró sin mucha complicación. Cuando mi pelvis tocó sus glúteos, suspiré.

Me detuve unos segundos mientras contemplaba a los dos chavales comiéndose las pollas el uno al otro y, por la excitación del momento, azoté a Marcos con fuerza, haciendo que este soltara un quejido de placer. Miguel alzó las piernas y situó los pies a mi alcance. Comprendí lo que pretendía y, aunque algo reacio, quise cumplir su fantasía y comencé a lamer y mordisquear sus pequeños pies, que se retorcían por las cosquillas. Aquello me causó más morbo de lo que pensaba en un primer momento, por lo que continué chupando sus pies sin parar.

Marcos, sin decir nada, empezó a moverse adelante y atrás, con un vaivén que provocaba que mi cipote entrara y saliera de su agujero lentamente. Cada vez que mi glande asomaba tímidamente, mi cuerpo temblaba de puro placer. Y con cada roce de sus nalgas con mis huevos, era mi rabo el que palpitaba en su interior. Cuando pensaba que empezarían las embestidas rápidas y fuertes, Marcos habló.

-Folladme los dos a la vez.

Miguel se sacó su rabo de la boca.

-Vale, te follaré por la boca, si es lo que quieres.

-No -replicó al instante el masajista-. Lo que quiero es que me deis por culo los dos juntos.

Miguel y yo nos miramos, incrédulos.

-¿Una doble penetración? -preguntó mi compañero de equipo, todavía estupefacto-. Ni siquiera estoy seguro de que vayan a entrar los dos rabos…

-Por eso no te preocupes -dije yo entonces-. Este culo está más abierto que su puta madre. Entran dos, y hasta tres pollas si hace falta.

Marcos sonrió pícaramente. Me indicó que me tumbara boca arriba en la cama y se puso sobre mí al instante. Introdujo de nuevo mi rabo en su ojete y, de espaldas a mí, guio a Miguel para que le metiera la polla. Parecía que no había hueco, y de hecho así era. Pero cuando mi amigo colocó la punta de su cipote en la entrada de Marcos, apoyando así su tronco sobre el mío, y comenzó a presionar, aquella entrada empezó a abrirse sin apenas esfuerzo hasta tragarse al completo los dos rabos.

Nunca había pensado en esa posibilidad, pero sentir la polla de Miguel haciendo fricción con la mía en el interior de Marcos fue algo simplemente increíble. Sentí su glande rozar con el mío y, en ese momento, comenzó la verdadera fiesta.

Miguel, únicamente con su mirada, me ordenó quedarme quieto y centrarme en disfrutar del momento. Fue él, por tanto, quien tomó las riendas. Agarró del cuello a Marcos, que lo miraba con rabia y lujuria. Lo escupió en la boca y el masajista, sin vacilar, lamió los restos de saliva de mi compañero de equipo.

Yo estaba en la gloria. El simple hecho de ver aquella escena ya era el cielo para mí. Pero, además, ser partícipe de todo aquello provocaba en mí un deleite sin igual. La cara de gusto de Miguel, sus gestos y embestidas, los gemidos de Marcos, mis manos pellizcando sus pezones, los dedos de Miguel masajeando mis huevos, nuestras pollas frotándose la una contra la otra y todo aquello mientras nos follábamos a un chaval que nos sacaba dos y tres años.

-¡Aahhh! -gemía Marcos-. ¡Folladme, joder!

-¿Te gusta, zorra? -decía Miguel, embistiendo con fuerza-. Siempre has querido esto, ¿eh? Ser follado por dos chavales y sentirte como una puta. ¡Menuda guarra estás hecha!

-¡Sí, joder! ¡Hhhmm!

El glande de Miguel rozaba el mío con cada embestida de este, y cada vez el disfrute era mayor. Comencé a moverme por instinto, haciendo así que mi polla y la de Miguel se movieran desacompasadas, pero las dos con una gran intensidad y tocando la próstata de Marcos con cada penetración.

-¡¡Ohh!! ¡Jodeeer!

No tardaría mucho en llegar al éxtasis y Miguel lo sabía. Debió verlo en mi cara, pues aceleró todavía más sus movimientos para darme todavía mayor placer. Además. Acercó sus labios a los de Marcos y me invitó a unirme, creando así un beso a tres que provocó que mi lengua mezclara saliva con la de ambos. Aquello fue el culmen de lo que estaba ocurriendo. Sentí un cosquilleo reptar por mis huevos y exploté.

-Me corro… ¡Me corrooooo! -anuncié, soltando hasta cinco trallazos en el interior de Marcos.

-Yo t-también… ¡AaaAahHhh! -se unió Miguel. Sentí más lefa resbalando por mi cipote.

Marcos, con ambas pollas aún en su interior y una gran cantidad de líquido caliente recorriendo su esfínter, no pudo aguantar más y estalló junto a nosotros. Su leche salió disparada con fuerza hacia su cara, y alguna gota cayó en mi rostro. Cuando por fin terminó, mi rabo y el de Miguel se desinflaron y salieron de su ano, flácidos. Marcos cayó rendido a mi lado y yo cerré los ojos, agotado. Entonces, sentí una lengua lamiendo mi cara. Abrí los ojos y me encontré a Miguel absorbiendo los restos de lefa de Marcos.

-Bésame -le pedí cuando me miró a los ojos.

Miguel no respondió. Tan solo arrimó sus labios a los míos y, cerrando los ojos, nos fundimos un beso que me hizo estremecer.

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Hasta aquí llega esta quinta entrega. Espero que os haya gustado y que esperéis con ansia la última parte. ¿Volverá Luis? ¿Aparecerá alguien nuevo? ¿O terminará la cosa entre Miguel, Marcos y Jaime, tal y como empezó? Espero vuestras sugerencias, comentarios y valoraciones. ¡Gracias!