Masaje de placer I: El chaval de prácticas

Un masaje después del entrenamiento hace que se me ponga dura. Y es que Marcos, el chaval que está de prácticas, no lo hace nada mal. De hecho, lo hace demasiado bien...

Este relato no contiene sexo, sino que es la introducción a una serie de varios capítulos. Por tanto, si lo que quieres es leer sexo, te recomiendo leer este capítulo por encima para conocer a los personajes, y mantenerte al tanto para futuros capítulos. Espero que os guste y que me comentéis qué os parece.

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Soy un chico simple y, como tal, me gustan las cosas simples. No suelo salir de mi zona de confort, pero sí hay una cosa que adoro: la gimnasia. Desde pequeñito me han gustado las acrobacias y, de tanto insistir a mis padres, finalmente me apuntaron a un equipo de gimnasia en el que practicamos varias modalidades. Salto al potro, volteretas, aros... Lo cierto es que me gusta prácticamente todo de la gimnasia, por lo que tengo todos los músculos desarrollados. Y es que, la verdad es que estoy fuerte. No voy a decir cachas, ni ultra musculado, porque sería exagerar y, honestamente, no es un tipo de cuerpo que me guste. Pero sí, tengo un pecho y unos abdominales bien marcados, unas piernas tonificadas y unos bíceps y tríceps bien entrenados. Sí, soy el tipo de chico al que las niñas de clase miran con... ¿deseo? y los niños con envidia, y eso es algo que odio.

Nunca he querido llamar la atención, pero supongo que las cosas no siempre salen como las esperas. Los chavales que no me conocen me tienen como el típico musculito sin cerebro, pero quienes me conocen saben que de eso nada. Sin llegar a ser un cerebrito, suelo sacar buenas notas. Pero bueno, eso es lo de menos. Lo importante es lo que me sucedió hace 2 semanas.

Sonó el despertador a la hora de siempre: las 8:00 de la mañana. Me desperecé como pude y me di una ducha. Mi amiguito alargado se había levantado contento, como de costumbre. Al vestirme ya se había relajado, pero al mirarme al espejo me dediqué una mirada de deseo a mí mismo. No solía hacerlo, pero me ponía cachondo tocarme por encima de los calzoncillos mientras me acariciaba el cuerpo, y esta vez no me pude resistir. Mi propia mirada de deseo me ponía a mil, supongo que por las hormonas. Mis ojos negros como el carbón se encontraron en el espejo y, en mitad de mi striptease secreto, escuché a mi padre:

-Vamos, Jaime, no te entretengas, que hoy te llevo yo.

-Voy, voy -refunfuñé. Joder, ni un poquito de diversión podía tener.

Me peiné rápidamente por las prisas que me había metido mi padre. La verdad es que mi pelo no necesita mucho cuidado. De un negro igual que el de mis ojos, no lo tengo excesivamente corto, pero sí que es cierto que es más corto que largo. No puedo decir lo mismo de otras partes de mi cuerpo. El caso es que me lo peiné como pude y me puse las gafas, que lejos de hacerme parecer un friki, me dan un toquecito chulesco. Con ellas aprecio mejor el pequeño conjunto de pecas que tengo cerca de la nariz, tirando hacia el moflete izquierdo, y el pequeño lunar que tengo en el moflete derecho, justo donde se me forma un hoyuelo al sonreír.

Bajé a desayunar y ahí estaba mi padre, sentado en una silla sorbiendo el café. Yo no le prestaba atención, pero tengo una especie de sexto sentido y siempre me doy cuenta de cuando me miran. Y la mirada indiscreta de mi padre junto a los toquecitos con los dedos en la mesa me hicieron darme todavía más prisa.

-Recuerda coger la mochila. Hoy tienes entrenamiento.

-Lo sé, papá. Llevo desde los 6 años yendo a gimnasia. Creo que después de ocho años me acuerdo sin que nadie me lo diga -respondí algo borde.

Mi padre negó con la cabeza.

-Ay, las hormonas, hijo. Si no fuera porque sé que es por eso, te habrías llevado un buen bofetón.

Me gusta la relación que tengo con mi padre. Hay mucho cachondeo, pero cuando se pone serio sé escucharle, y creo que eso le gusta. Cogí lo necesario y fuimos al instituto.

-No hagas nada que no debas, campeón -me dijo al bajarme del coche.

-Tranquilo, papá. Será un día normal y simple, como todos los días de mi vida.

Pero, claro, me equivoqué. Vaya que si me equivoqué.

El día transcurrió con normalidad y, durante las clases, no pasó nada extraño. Las cosas empezaron a cambiar al terminar la jornada. Cuando acabo el instituto, tengo el entrenamiento en un polideportivo que hay al lado, a 5 minutos andando, por lo que voy solo. Total, que fui directo para allá y entré al vestuario para cambiarme. Ya entonces noté algo raro, como si alguien estuviera observándome, pero no pude ver a nadie. Justo entonces entró uno de mis compañeros de equipo, Miguel.

Miguel tiene 18 años, uno menos que yo, pero parece que tenga 16 por lo salido que está. Aunque supongo que todos estamos salidos con esta edad. Miguel es un chico bajito, moreno y con los ojos de un color madera. Sus facciones están bien marcadas y, al igual que yo, está fuertecillo, aunque no tanto, ya que se apuntó al equipo hace apenas dos años.

-Hey, tío, ¿qué tal? -preguntó mientras se quedaba en bolas. Me di cuenta de que la traía medio empalmada.

-Joder, vienes contento, ¿o qué? -me miró extrañado, por lo que señalé a su rabo-. Tu amiguita, que viene alegre, jajaja.

-Ah tío, es que hoy Laura me ha tocado el paquete y ya voy medio cachondo todo el día.

-Ostia, tío, va muy lanzada, ¿no? -se encogió de hombros-. Veo que no te quejas. Oye, ¿es imaginación mía o hay alguien vigilándonos?

-No sé, bro. Pero que miren lo que quieran, sinceramente.

Se agarró el pene y lo movió dando círculos. Reímos y fuimos a entrenar. Ahí nos reunimos con el resto del equipo, que ya estaba calentando, y estuvimos practicando una hora y media, como todos los días.

-Hoy toca masaje, ¿no? -preguntó Lucas, otro compañero, cuando estábamos terminando el entrenamiento.

-Sí. Menudas ganas, chaval. A ver si hoy nos toca una pava, por lo menos -contestó Miguel.

-No tienes tú fe, ni nah. Si siempre nos hacen los masajes los mismos -respondió Lucas.

Los martes y los jueves nos toca masaje. Es un plus que oferta el polideportivo y que el club de gimnasia adquiere, ya que viene muy bien para relajar los músculos. Siempre nos hacen el masaje los mismos trabajadores, que son todos tíos, y ya conocemos a todos, así que lo que dijo Lucas tenía sentido. Claro que no contábamos con una novedad. La cosa es que entramos en las salas de masajes. Hay varias salas para dos personas y, como de costumbre, yo entré en una de ellos junto a Miguel. Nos empezamos a desvestir hasta quedarnos completamente desnudos.

-Veo que sigue contenta -le dije, refiriéndome a su polla. Se acercó a mí de broma, como intentando darme con ella-. Cuidadito con lo que haces con eso, que no queremos accidentes.

-Buah, tío, qué ganas tengo de que Laura me la toque de verdad… ¡Solo de pensarlo me pongo to burro! ¡Mira, mira, si hasta se despierta mi anaconda!

-Qué flipao, lo tuyo es una pequeña lombriz.

Entró entonces Ramón, uno de los trabajadores y, en particular, el jefe de la clínica de fisioterapia.

-Id tumbándoos, anda. Y poneos la toalla, que para algo están, ostia.

Ramón es un tío majo. Va de duro, pero durante las sesiones nos pregunta sobre nuestros problemas y todo ese rollo. También nos cuenta sus movidas, así que tenemos bastante confianza con él.

-Oye, Ramón -dijo Miguel, muy serio-. Sé que te va a parecer raro, pero sin mariconadas ni nada… Mi pene… ¿se parece más a una lombriz o a una anaconda?

-¿Esa cosa que tienes ahí colgando? Eso no lo puedo ni considerar pene, chaval. Yo diría que es más una larva, ¿sabes? Como las de las moscas, que son súper pequeñas… Pues así.

No pude evitar descojonarme. Miguel parecía dolido, y hasta hizo un gesto como tocándose el corazón.

-Me decepcionas, Ramón. Yo confiaba en ti.

-Lo siento, chaval, pero yo solo digo puras verdades. Aunque imagino que en acción se parecerá más a esa anaconda de la que hablas. Eso espero, vaya. Por tu bien -concluyó mientras cogía el bote de aceite balsámico.

Miguel y yo ya estábamos tumbados boca abajo, con la toalla cubriéndonos el trasero, cuando entró la novedad de la que os hablaba antes. No era una tía, ni mucho menos, pero tampoco era un trabajador del centro. Parecía un chaval como nosotros, dos o tres años más mayor, quizá. Pelo rizado y media melena, rubio y con unos ojos marrones verdosos. Tenía los brazos fuertes y la espalda ancha.

-Buenas, chicos -saludó.

Miguel y yo nos miramos, aturdidos, y Ramón resolvió nuestra duda.

-Es mi hijo, Marcos. Creo que os he hablado de él en alguna ocasión. Está de prácticas. Pero tranquilo, Jaime, que no lo hace nada mal. De hecho, se ha metido al grado de fisioterapia porque le vi talento para esto -comentó, guiñándole un ojo a Marcos.

-Por mí bien. Mientras no me destroce los huesos…

-Tranqui, chavalín, que yo manejo. Si te los destrozo será porque quiera… -añadió, frotándose las manos en el aceite-. No queda mucho aceite, papá.

-Lo sé. Quien antes necesite va a por un bote nuevo, ¿te parece?

Marcos aceptó y, enseguida, comenzó a masajearme. Dios, no sé si fue porque eran unas manos nuevas o qué, pero en cuanto me tocó sentí que era el mejor masaje que me habían dado en mucho tiempo. Tanto que no pude evitar soltar un “aahhh…” que escucharon los tres.

-Joder, Jaime, parece que te esté haciendo una paja -comentó Miguel, cachondeándose-. ¿Tan bien lo hace?

-Buah… Tienes que probarlo, en serio… ¡Ooh! Qué gustazo.

-Parece que te estoy impresionando, chavalín -comentó Marcos-. Ten cuidado, a ver si ese placer te va a jugar una mala pasada…

Ramón se rio.

-¡Jajaja! Así me gusta, Marquitos, poniéndole nervioso.

-De tal palo, tal astilla… -susurró Miguel.

Yo estaba mirando al suelo, por lo que no podía ver las caras de Marcos y Ramón. Pero por suerte ellos tampoco podían verme a mí, porque me estaba poniendo rojo como un tomate. Y es que el comentario de Marcos iba muy bien encaminado. No sé si era por el masaje o simplemente por Marcos, pero mi amiguito comenzó a despertar lentamente. Las manos de Marcos me masajeaban la espalda y bajaban lentamente hacia mi trasero, aún cubierto por la toalla. Eso hizo que se me pusiera todavía más dura y tuve que acomodarme para que no me molestara mucho. Las manos de ese chico cada vez me masajeaban con más sutileza, casi acariciándome, y noté algo de precum saliendo de mi rabo.

-Bien, hora de darse la vuelta -anunció Ramón. Miguel lo hizo enseguida, pero yo no me atrevía por si se notaba mucho mi erección-. Vamos, chaval, ¡que te quedas dormido!

Ese comentario me vino bien para disimular. Me estiré un poco como si me hubiera quedado traspuesto y finalmente me di la vuelta, tratando de que no se notara mucho mi empalme. Pero, obviamente, el bulto estaba ahí. Pude ver la cara de Marcos y cómo este abría los ojos por un momento, sorprendido. Miré de reojo a Ramón, pero afortunadamente estaba a lo suyo con los pies de Miguel. Cogió el bote de aceite y soltó un quejido.

-Tch, mierda, no queda más. Chaval, tengo que salir un momento -le dijo a Miguel-. No te preocupes, no tardo.

Salió de la sala y cerró la puerta tras de sí.

-Vaya, vaya… -dijo Marcos, acercando su mano a mi entrepierna-, Parece que tenemos una sorpresita por aquí…

-Calla, tío -contesté, intentando que no se notara mi nerviosismo-. Es que estaba pensando en una chica de clase y…

-Claro, es normal… Al fin y al cabo, estáis en la edad. Bueno, me incluyo en ese comentario, jajaja. Pero parece que llevas un buen rato pensando en ella, ¿no?

-Madre mía, Jaime, ¡estás hasta empalmao! Jajajaja, esto es la ostia. Joder, Marcos, podrías darme el masaje a mí, tío, que parece que lo haces de puta madre. Pero sin tocar donde no debes, ¿eh?

-Por mí, os doy el masaje a ambos a la vez. No se si me entendéis… -lentamente metió la mano por debajo de la toalla. Miré a Miguel, nervioso y muy cachondo. No podía pedirle que parara-. Hmm… -su dedo acarició mis pelotas un par de veces-. Mejor lo dejo así. No quiero seguir sin tu permiso.

Qué hijo de puta. Quería dejarme con el calentón. Nunca me habían tocado la polla y yo estaba a mil.

-P-por favor…

-Por favor, ¿qué? Si no lo dices, no puedo saber qué quieres…

-Por f-favor… t-t-tócame el… r-rabo.

Marcos sonrió. Metió de nuevo la mano debajo de mi toalla. Miguel miraba la escena con los ojos abiertos como platos y una sonrisa enorme, sin creerse lo que estaba viendo. Vi cómo su toalla se levantaba poco a poco, fruto de una erección. La mano de Marcos se acercaba cada vez más a mi polla. Reptaba por mis muslos y…

-Por fin lo encuentro -dijo Ramón, abriendo la puerta-. Se había escondido el botecito, jeje. ¿Cómo vais por aquí?

-Muy bien, papá -contestó Marcos ya con su mano sobre mis pies. Y susurró, casi imperceptiblemente-. Muy, pero que muy bien…

Fue entonces cuando me di cuenta. Marcos era quien me había estado observando en los vestuarios del polideportivo.

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Hasta aquí el primer capítulo. Como os decía, es solo la introducción. En los próximos capítulos habrá sexo del bueno, de ese que os pone la polla dura. Espero vuestros comentarios.