Más vale tarde... (3)

Tercera parte de una confesión pero cuando los pecados se acumulan, el remordimiento se apacigua.

Nuria

Pasé los días envuelta en una nube de placer tal que mi consciencia sobre lo inmoral que era mi conducta había quedado olvidada en un rincón de mi mente. No es una excusa es un hecho y ocurrió de tal forma que las relaciones con Lucas y mis hijas pasaron a ser algo tan normal en mi vida que dejé de considerarlas pecaminosas. Disfrutar de los cuerpo jóvenes de ellos tres así como del mío propio pasó a ser una necesidad como el comer y el beber. Para mí Lucas seguía siendo el motor que movía todos mis desenfrenos y la mayoría de las cosas que me atreví a hacer fueron motivadas por el placer de satisfacerle. Pero sé que eso no es excusa. Como tampoco el hecho de que llevara cuarenta años engañada sobre lo que se podía esperar, y permítanme ser tan vulgar, de mi propio coño.

Lucas pasaba más tiempo en nuestra casa que en la suya propia y le gustaba que estuviera desnuda el mayor tiempo posible. Nunca me negaba porque seguía siendo, pese a su juventud, mi hombre al que satisfacer y pese a que me moría de vergüenza jamás se me ocurrió negarme a ninguno de sus caprichos. Alguna tarde montábamos una tranquila tertulia viendo la televisión o simplemente tomando un refresco y el hecho de que yo estuviera desnuda y todos ellos vestidos me provocaban una vergüenza aún mayor pero a la par un placer que no sabría describir. En estas ocasiones me acariciaba de forma tal que, pese a que mis hijas eran testigos mudos de la situación, yo terminaba tan caliente que no me daba rubor alguno suplicarle que me satisficiera follando mi cuerpo. A él le gustaba jugar con mi ansia y a mis hijas les divertía verme tan lasciva por lo que solía terminar de rodillas entre las piernas de Lucas excitando su miembro con mi boca y mis manos para, una vez alcanzado el objetivo de poner su polla rígida y vibrante, buscarme yo misma la satisfacción saltando sobre él ignorante a las risas de mis hijas.

Uno de estos días en que languidecíamos en la piscina los cuatro tumbados tomando el sol en la piscina recordé el ePhone de mi hija y las fotos que nos hicimos. Aquello me trajo a colación que me gustaría guardar un recuerdo de mi querido Lucas porque en cuanto acabaran las vacaciones él marcharía con su familia a pasar el invierno a una ciudad lejos de la que nosotras vivíamos. Como se pueden imaginar el recuerdo en que yo pensaba no era en unas fotos de los dos sonriendo a la puerta de un restaurante sino algo más caliente que me permitiera masturbarme durante el tiempo que iba a estar sin él. Desgraciadamente la realidad no fue muy lejana a mis temores y solo pude ver a Lucas en cuatro o cinco ocasiones por el invierno. Quedábamos en su ciudad o en la mía o la que eligiéramos al azar, con todos los gastos a mi coste porque su paga familiar no daba para mucho y yo me presentaba dispuesta a tener su polla dentro de mi cuerpo durante cuarenta y ocho horas seguidas.

Se puede decir que yo estaba locamente enamorada de él, cosa increíble a tenor de sus quince años frente a mis cuarenta pero mi adoración había pasado del plano sexual al sentimental y es que le necesitaba como el aire para respirar. Supongo que él estaba muy lejos de sentir lo mismo que yo y lo suyo era solamente el puro disfrute de su sexualidad pero no me importaba. Si tenía que usar mi cuerpo y ofrecérselo para que hiciera lo que le viniera en gana con él y de esta forma conseguir su atención lo haría con los ojos cerrados. Para mí era desolador y trágico saber que en un par de años mis tetas se caerían y mi culo engordaría sin remedio y entonces bien sabía yo que él no se sentiría atraído por mí: debía aprovechar el tiempo de forma plena y total hasta que eso ocurriera. (Esto no ha sido así y Lucas sigue siendo mi más asiduo amante y no le importa mi cuerpo ajado para vaciarse en mis agujeros)

Por eso no me opuse cuando uno de esos contados fines de semana me utilizó como lo hizo. Aprovechando la ausencia de sus padres, me recibió con un largo, cálido y cochino beso comiéndome la boca en el propio recibidor de su casa. No habíamos terminado de besarnos cuando ya me había desnudado por completo y me masturbaba con furia conmigo apoyada contra la puerta de la casa para evitar caerme porque hasta las piernas parecían incapaces de sostenerme. Luego me hizo encaminarme por un pasillo que según me contó desembocaba en el salón con él caminando detrás de mi. Sabía que a él le gustaba disfrutar viendo mis nalgas en movimiento y procuré mostrarme lo más obscena posible en mi andar. Cuando entré en la habitación creí morir de vergüenza cuando me encontré a media docena de jóvenes mirándome entre sorprendidos y divertidos. Había cuatro chicos y dos chicas y estas eran las que parecían más sorprendidas de todos. Una de ellas era Nuria la hermana unos años mayor de Lucas.

Me tapé con las manos como buenamente pude y me giré para salir huyendo de allí pero él lo impidió.

— No se creían que me esté tirando a una tía como tú —me dijo a modo de explicación mientras me hacía dar media vuelta y me llevaba de la mano hasta el centro mismo del salón. Los chicos me miraban de forma obscena pero las chicas lo hacían con una mezcla de fascinación y algo que yo me atrevería a definir como envidia. Se dirigió entonces a su hermana y a la otra chica y les preguntó— ¿Me creéis ahora? —ellas afirmaron con la cabeza sin dejar de sonreír como bobas—, pues adelante, pagar vuestra deuda.

Yo no sabía que estaba ocurriendo pero como me explicarían más tarde todo nació un día en que Lucas contó a su cuadrilla, entre la que se contaba el novio de su hermana y es por lo que ésta salía con ellos, que estaba teniendo relaciones con una mujer mucho mayor que él. Nadie le creyó y menos Nuria que me conocía de los veranos y al parecer opinaba que yo era una mojigata (cosa por cierto nada lejos de la realidad hasta que conocí a su hermano). Ante las dudas y tocado su punto vanidoso, Lucas decidió apostar a que era capaz de demostrarlo. Lo presentó como una apuesta y en el caso de ganar ellos todos ellos participarían en una orgía conmigo de eje central. Los chicos no dudaron ni un segundo en aceptar la oferta porque no tenían nada que perder, en cuanto a las chicas se mostraron un poco remolonas al principio pero hasta cuando el novio de Nuria estaba dispuesto a compartirla en una orgía con sus amigos y ésta comprobó que su propio hermano le alentaba a participar, terminaron por aceptar.

Ahora ellas debían, en primer lugar, abrir la sesión conmigo. Indecisas y temerosas se fueron al centro de la habitación y tímidamente me empezaron a acariciar mientras los chicos miraban satisfechos la escena. Lucas me pidió que me abriera de piernas para facilitar su caricia en mi coño y lo hice sumisa pero con el rubor cubriendo toda mi cara porque ser yo la única persona desnuda en el círculo que se había formado me hacía parecer la puta del grupo. Cerré los ojos para evadirme de aquella sucia realidad y sentí los dedos de Nuria penetrando mi coño. No fui capaz de evitar gemir lo que provocó alguna que otra risa y más aún cuando su amiga empezó a pellizcarme con calma los pezones y a acariciar mis nalgas. Aquellas dos deliciosas furcias sabían lo que se hacían y al instante estaba corriéndome sobre los dedos de Nuria con un par de dedos de la amiga masturbándome el ano. Fue tal el estallido de placer que tuve que apoyarme en ellas porque las piernas se me habían quedado lacias y no parecían dispuestas a soportar el cuerpo de mi peso. Agradecida lancé mi mano bajo la falda de Nuria buscando su entrepierna dispuesta a devolver parte de lo que me había dado. Mi sorpresa fue que ella misma se bajó las bragas sin que al parecer le importara la presencia de su hermano y los amigos de su novio y me dejó penetrar con los dedos en un coño que rezumaba jugos de calentura. Otro tanto hice con la amiga y le frotaba el coño por encima del pantalón. Tampoco ella se lo pensó mucho a la hora de bajarse el vaquero y las bragas. Como era de esperar también ella tenía el coño totalmente húmedo. Yo seguía con los ojos cerrados y cuando los abrí para tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo descubrí que los chicos estaban acariciando sus penes desnudos mientras nos observaban. Cuando se levantaron de los asientos empezó la fiesta.

La orgía duró toda la tarde y todas las pollas visitaron todos los coños. Cuando la sesión languidecía, las mujeres provocábamos a los machos actuando como putas y tortilleábamos las unas con las otras sin pudor alguno. Nuria se mostró como un amante deliciosa y yo de forma inconsciente buscaba, entre la amalgama de cuerpos desnudos en que se había convertido el salón, estar cerca de ella porque sus labios me parecían los más jugosos y ardientes. Mi sorpresa fue cuando, estando su hermana y yo en un delicioso 69 con ella sobre mí, se acercó Lucas de rodillas a su grupa y, conocedor de con quién lo estaba haciendo, la penetró de forma decidida. Nuria volvió la cara para comprobar quien la penetraba y cuando vio a su hermano se volvió hacia mí y lamiéndome la cara me susurró entre gemidos calientes que su hermano la volvía loca.

Sin embargo aquella tarde destruyó algo y no fue otra cosa que mi dependencia de Lucas. Descubrí anonadada que prefería las dulces caricias de su hermana Nuria que las de él y a la vez hube de reconocerme que hundirme en el pozo de placer de ella o de su amiga me excitaba más aún que chupar las pollas de los chicos. El sexo no era ya una asignatura pendiente y el amor que sentía por Lucas pasó a descubrirse como un gran cariño sobretodo de agradecimiento por el mundo nuevo que me había descubierto.

La siguiente llamada que recibí desde su ciudad no fue la de Lucas sino de Nuria. Quedamos en un discreto hotel en el campo donde pasamos un fin de semana abrazadas la una a la otra y suplimos la ausencia masculina de su hermano con unos consoladores que trajo consigo. Los había de diferentes formas y tamaños, unos para ser usados por la vagina y otros, según me explicó por el ano. Aportó a mi vida las bolas chinas de las que ahora soy tan aficionada y es que me gusta salir de vez en cuando a la calle, sobretodo a reuniones que se me antojan pesadas y aburridas, con unas bolas en mi coño que me hacen las horas más cortas. Alguna vez las uso por el ano pero en contadas ocasiones porque por esta entrada, al cabo de un rato, termina siendo molesto y doloroso. Lo que me divierte es pensar que ninguno de los hombres con los que me cruzo pueda llegar a sospechar que esa elegante mujer que les mira fríamente lleva incrustadas en su coño un juego de bolas chinas que le provocan placer a cada paso que da. ¿Cuantas mujeres habrá que, como yo, llevan su coño ocupado con esos artilugios?

A las llamadas de Lucas le fui poniendo cada vez más pegas mientras que a las de su hermana tenían contestación al punto. Él se debió dar cuenta y antes de que llegara el verano ya me había dejado de llamar. Sin embargo, el siguiente verano, teniéndolo de vecino en la casita de la playa y con mi marido ausente como era costumbre, Lucas aprovechaba la menor oportunidad para colarse en mi casa y en mi coño donde, pese a todo, siempre era bienvenido. Evidentemente su hermana siempre que estaba en el pueblo, le acompañaba en esas visitas y es que, según me confesaría más tarde, sentía pasión por los hombres y en particular por su hermano que aportaba un punto de morbo al hecho de follar pero reconocía que hacerlo conmigo le producía una satisfacción extraña y agradable. Era como, si por primera vez en su vida, ella fuera la que tenía que dominar la situación y sentirme sumisa a sus órdenes le provocaba una excitación particular. Le gustaba humillarme con órdenes estúpidas y a veces locas, órdenes que yo cumplía con total obediencia y muy consciente del papel estúpido que me otorgaban en la obra pero también yo me sentía particularmente excitada siendo un objeto en sus manos.

Una tarde se presentaba en mi casa con dos amigas de su edad y, aprovechando que estábamos las cuatro solas, me hacía desnudarme para ellas tres que me observaban lascivamente intercambiando besos sentadas en el sofá del salón. Luego no dudaba en pedirme que empezara a simular que corría sin moverme del sitio, como si de un ejercicio de aerobic se tratara. Se pueden imaginar el bochorno que sentía viéndome botar delante de aquellas tres jóvenes que reían divertidas viendo mis tetas bambolearse de forma vergonzosa más teniendo en cuenta mi edad y las suyas. Me humillaba ver como, ignorándome totalmente, empezaban a acariciarse y metían sus manos bajo sus faldas buscando satisfacerse mientras yo debía seguir saltando de forma humillante. Sin embargo, todas las humillaciones a las que me sometía Nuria eran una forma particular de excitarse y al final siempre me acogía entre sus brazos como si fuera su perrita faldera y me besaba calmando mi vergüenza mientras me metía sus dedos por cualquiera de mis agujeros y me hacía alcanzar unos orgasmos vibrantes y enloquecedores.

Excitándome con el recuerdo, hay otra tarde que viene en especial a mi memoria. El escenario fue el mismo pero esta vez sus acompañantes eran tres jóvenes horteras que lucían unos músculos que demostraban que dedicaban más tiempo al cuidado del cuerpo que de la mente. Me extrañó verla acompañada de aquellos gañanes pero me confesaría en un aparte que los había conocido el día anterior en una disco y que estaba deseando probar sus hechuras. Nuevamente me obligó a practicar aerobic totalmente desnudas pero ésta vez fue más humillante si cabe porque los jóvenes no paraban de decir obscenidades, comentarios como "que par de tetas se gasta la vieja" o "ese chocho me lo voy a comer con pelos y todo" y cosas similares que me pusieron en un estado entre el bochorno total y el ansia por que me follaran de una puta vez. Uno de ellos particularmente zafio, con todo el pecho cubierto de tatuajes que mostraba en una camiseta ceñida a más no poder, era el que parecía dedicarme mayor atención. En un momento se ubicó detrás de mí y me hizo inclinar el torso hasta tocar con mis manos el suelo pero sin permitirme doblar las rodillas. Luego me hizo abrir las nalgas con mis manos para mostrarle el prieto agujero de mi culo. Yo me sentía indefensa y totalmente humillada, por lo que busqué a Nuria para pedirle ayuda con la mirada, pero ésta ya le había bajado los pantalones a uno de su acompañante y le masturbaba una más que discreta polla nada acorde con sus vibrantes biceps.

El tío tatuado se ensalivó un dedo y me empezó a penetrar con él por el ano.

— Seguro que está puta está deseando que le follen el culo como dios manda.

Hablaba como si yo no estuviera delante, dirigiéndose a sus amigos que no le hacían el más mínimo caso ocupados como estaban en el cuerpo de Nuria. Por debajo de mi axila pude ver como se desprendía del pantalón corto de deporte que llevaba y de un slip de lo más hortera que había visto en mi vida. Era tan pequeño que una polla notable le desbordaba por la parte superior mostrando su estado de obscena erección. Se escupió en la mano y con ello se lubricó el aparato, otro tanto hizo con mi ano y sin solicitar permiso me metió la polla por el culo de un tirón. El dolor fue tremendo pero el estado de excitación en que me encontraba, tratada como un puto objeto solo válido para su satisfacción, me compensó el sufrimiento y al instante estaba disfrutando de sus embates sobre mi estrecho agujero.

Aquellos tres animales hicieron con nosotras lo que les vino en gana y por primera vez en mi vida sufrí la penetración doble. No sé porque leo a veces que eso es el ¡no va más' del placer, en mi caso no es así. No me gustó nada y lo he evitado todas las veces que he podido. Es un dolor terrible y a la postre lo único que hace es que la polla más pequeña sea la única que te frote produciendo gusto, la otra es un mero consolador metido en tu agujero, un consolador doloroso e incomodo.

Lo mejor de aquella tarde es que con aquellos tres gañanes aprendí una nueva experiencia que pasaría a engrosar mis prácticas sexuales. No hablo de la doble penetración que ya digo que rechazo siempre que puedo sino de otra mucho más humillante y placentera.

Nos relajábamos dando un baño en la piscina después de un par de horas de sexo duro donde cada uno de aquellos patanes nos había follado por nuestros dos agujeros cuando el tatuado me indicó que quería mear. Pensaba yo que me preguntaba por la ubicación del cuarto de baño pero mi sorpresa fue que no era lo que buscaba. Me hizo levantarme de la tumbona donde estaba y que me arrodillara frente a él.

— ¡Abre la boca, guarra!

Comprendí lo que estaba a punto de suceder y estaba dispuesta a mandarle a la mierda ante tal asquerosidad cuando Nuria se levantó corriendo.

— A mí también, me encanta la lluvia dorada.

Y sin más se arrodilló frente al tatuado con la boca abierta sin necesidad que este le dijera nada. Sorprendida porque Nuria estuviera dispuesta a someterse a tal humillación, supuse que aquel acto provocaba un placer que yo no conseguía adivinar. El tatuado comenzó a orinar sobre nosotras y, pese a que yo escupía cuanto me entraba en la boca, me sentí excitada por verme tratada de forma tan ultrajante. Sus dos amigos se unieron entre risas a orinar sobre nosotras que terminamos totalmente empapadas con sus meados y comiéndonos la boca la una a la otra mientras alguien nos cubría de maloliente orín.

Cuando logramos por la noche que abandonaran la casa, Nuria y yo nos abrazamos tumbadas en el jardín recordando la tarde vivida.

— ¿Te ha gustado la lluvia dorada?

— ¿Así se llama esa guarrada? —dije sonriendo tontamente.

— ¿No te ha gustado?

— Me ha gustado pero no me gustó quién me meó encima. Eran unos gañanes asquerosos.

— ¿Te gustaría que te meara yo encima?

No dije nada y como un resorte me puse de rodillas dispuesta a permitir que hiciera conmigo lo que quisiera. Riendo abiertamente se puso en pie y poniéndose de puntillas colocó su coño prácticamente frente a mi boca. Cuando lo lamía como la perrita en que me había convertido ella empezó a mear con ganas.

Días más tarde... Pero esa es otra historia y, solo pensar en ella, me están dando unas ganas tremendas de masturbarme, ¿quieres acompañarme?