Más vale tarde... (2)

Segunda parte de mi confesión. No busco arrepentimiento sino motivos para masturbarme con el recuerdo.

Casilda y Laura

1

A las once de la mañana, se levantó y, después de que nos ducháramos juntos, nos estuvimos observando un buen rato en el espejo de la habitación. Me resultaba fascinante ver mi cuerpo de mujer de cuarenta años al lado de su juvenil cuerpo de quince y, pese a que yo me conservaba relativamente bien pese a la edad, la mezcla me resultaba de lo más morboso que me pudiera imaginar. Parece que le atraía en particular mis tetas algo caídas por la edad que por suerte no eran tan grandes como las de mi hija Casilda, lo que hubiera provocado una sensación de mayor envejecimiento. Su vista se perdía en mis duros pezones que parecían incansables a ser acariciados. Otra parte que le atraía la mirada era mi entrepierna. Y es que, comparado con el de otras mujeres que mi nueva vida me llevaría a descubrir, el mío estaba totalmente cubierto de una espesa pelambrera de pelo negro y rizado. Sin dejar de mirarnos frontalmente en el espejo empezó a masturbarme y me pidió que yo hiciera lo mismo con él. Cuando me tuvo húmeda me puso delante de él y, observándonos los dos en el espejo, me empezó a follar con fiereza. Los embates de su polla dentro de mí, hacía bambolear mis tetas que yo miraba como hipnotizada.

Esta vez no se corrió en mi interior sino que me lanzó su espesa lechada sobre el lomo como queriendo dejar huella en mi cuerpo de su calentura. Luego se vistió, sin dejar que yo lo hiciera o que me limpiara, e hizo que le acompañara hasta la puerta de casa. Bajamos las escaleras abrazados, yo totalmente desnuda y él totalmente vestido lo que acentuaba mi desnudez. Temía que mis hijas se levantaran y nos sorprendieran pero no me pude negar. Había pasado a ser su puta y podía hacer conmigo lo que quisiera.

— Mañana te follaré el culo —me dijo muy serio mientras me besaba ante la puerta de la casa abierta. Sé que lo hizo a propósito para que el primero que pasara por la calle me viera desnuda despidiéndole pero no me importó, sigo diciendo que había dejado mi voluntad en sus manos. Pese a la diferencia de edad, en eso del sexo, él parecía mucho más maduro que yo y me gustaba dejarme llevar.

Cuando volvía a mi habitación dispuesta a masturbarme una vez más con el recuerdo aún caliente de su polla juvenil, un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar su promesa de que mañana utilizaría mi culo para obtener placer. Una vez en la intimidad de mi alcoba me tumbé sobre la cama y levanté mis piernas hasta poner los pies a cada lado de la cabeza, la misma posición en que él me había colocado para comerme la vagina y me masturbé como una loca, pero incorporé una novedad que no fue otra que masturbar a la vez mi ano con un par de dedos. Pensar en el tamaño de su verga y en el de mi ano me hizo temer que se avecinaba una tarea difícil y dolorosa para mí.

2

Dormí unas pocas horas y desperté justo cuando mi hija anunció que se disponía a tomar el sol en la piscina. Tenía que hablarle sobre su costumbre de publicar a todo el mundo lo que iba a hacer a grito pelado. Desvelada y excitada recordé lo que me había acontecido en las últimas horas y de repente me intrigó saber si Lucas estaría observando a mi hija. Estaba convencida de que no era así porque pensaba que le había dejado satisfecho para unas cuantas horas pero, cual sería mi sorpresa cuando le vi en su posición habitual masturbándose como siempre. Me fascinó su capacidad y energía porque yo tenía el coño escocido de tantas pajas y tanto follar pero él parecía incansable.

Celosa me enfurecí. Sentía que Lucas me engañaba con otra sin pararme a pensar que esa otra era mi propia hija que además era inconsciente objeto de la infidelidad de mi 'hombre'. Sin pensarlo mucho tomé el primer bikini que encontré en el armario y me lo puse de prisa. Corriendo bajé a la piscina donde estaba mi hija.

Ésta se sorprendió al verme porque no era yo muy aficionada a la piscina y prefería el mar pero más se sorprendió cuando le dije en un tono lo suficientemente alto para asegurarme que él me oyera que yo también quería hacer top-less.

Casilda me miró divertida mientras me deshacía del sostén del bikini y me tumbaba en la tumbona que había junto a ella.

— Me sorprendes, mamá, nunca pensé que te atrevieras a algo así.

— ¿Tú crees? —dije sin abrir los ojos más por vergüenza que porque el sol me deslumbrara—, en el fondo tienes razón, es agradable tomar el sol con las tetas al aire.

— Pues no te quiero decir el morbo que te daría tomarlo en pelota picada.

Ésta vez sí tuve que la mirarla.

— ¿Hablas en serio?, ¿tomas el sol desnuda totalmente?

— ¿Quieres que lo probemos?

No supe qué decir pero sabiendo que Lucas nos observaba desde su atalaya de vigilancia no impedí que mi hija se levantara y de un tirón se bajara la braga del bikini. Frente a mí quedó su vagina cuidadosamente depilada cosa que me sorprendió bastante. Me animó a que yo hiciera lo mismo. Decidida me puse en pie e imité el gesto de mi hija mostrándole mi coño peludo.

— Deberías cuidarte un poco ese pelo —me dijo señalando mi entrepierna— aunque bien pensado, en una tía de tu edad excita verlo tan peludo.

— ¿Te excita ver el coño a tu madre? —pregunté atónita.

— Me excitan todos los coños —añadió entre risas— y el tuyo es un coño precioso.

No pude evitar sonrojarme lo que provocó una sonrisa aún mayor en ella. Me intrigaba el comentario de mi hija sobre los coños. Era imposible que fuera lesbiana porque le conocía más novios que profesores del colegio y por mi cabeza no pasaba la idea de que fuera adepta a ambos sexos. No supe qué decir y me volví a tumbar. Ella en ningún momento dejó de mirarme.

— Hay que reconocer que tienes un bonito cuerpo para cuarenta años.

Preferí callarme porque no sabía muy bien como afrontar esa situación pero solo saber que Lucas nos estaba observando mientras mi propia hija alababa mi desnudez me excitó de tal manera que se me empezó a humedecer el coño.

Me sugirió que debía ponerme protector de sol para no sufrir quemaduras y aterrada escuché como se ponía en pie dispuesta a ser ella misma la que me esparciera la crema por el cuerpo. Mis pezones duros demostraban mi excitación y pensé horrorizada que mi hija se daría cuenta irremediablemente. Pero hice el esfuerzo de no abrir los ojos como si allí no pasara nada cuando sentí su mano echando crema por mis hombros y cuello. No se anduvo por las ramas durante mucho rato porque rápidamente atacó mis tetas y empezó a extender crema en círculos. Para ese momento sentía los pezones a punto de estallar y me avergonzaba que aquel placer viniera de mi propia hija. Supe que tantos años de abstinencia sexual estaban pasando factura a mi cuerpo deseoso de nuevos placeres y mi moral y conceptos éticos se estaban resquebrajando por todos lados.

— Vaya, mamá —dijo alegremente—, parece que te excitas a la menor caricia.

— No estoy acostumbrada a que me acaricien —dije sin saber qué decir.

— Lo sé...

— ¡¿Lo sabes?! —no pude evitar gritar.

— Hace mucho que sé que papá y tú no... bueno, ya sabes, que no te folla como es debido.

— ¡¡Casilda!!, ¿como puedes decir eso?, ¡soy tu madre!

— Tonterías —dijo mientras la caricia cremosa de sus manos dejaron mis tetas y empezaron a acariciar mi vientre—, mi amiga Rosario se lo monta con su madre desde que tiene quince años.

Lo suyo hubiera sido que allí zanjara el tema pero estaba deseosa de oír, deseosa de que Lucas me viera como la puta que soy y, porqué no, deseosa de que una mano calmara los ardores de mi chocho. Me sentía sucia y excitada a la vez, era una mujer nueva abriendo la caja de los truenos inconsciente de donde me podía conducir tanta depravación.

La muy cabrona lo debió adivinar porque rápidamente empezó a echarme crema por el vello del pubis donde era evidente que el sol difícilmente podría provocar quemadura alguna. Al principio se limitó a extender sin más la crema por lugar tan sensible, pero al instante estaba su mano en mi entrepierna acariciando mi clítoris que para aquel instante era como un pene erecto en busca de placer.

— Vaya, vaya —dijo con sorna—, veo que también en el coño eres muy sensible. Abre las piernas.

Sin voluntad para oponerme hice lo que me pedía y me despatarré obscenamente dándole libertad a que hiciera con mi coño lo que le viniera en gana. En ningún momento fui consciente de que mi propia hija me estaba masturbando, era como si lo estuviera haciendo una desconocida. Mantuve los ojos cerrados porque no quería romper ese momento mágico con mi deliciosa 'desconocida' y descubrir la verdad y también porque la ceguera evitaba el pecado.

Sentí su cara cerca de la mía.

— Mírame —ordenó con voz firme.

Sumisa hice lo que me pedía y me la encontré mirándome directamente a los ojos mientras  varios de sus dedos jugaban a entrar y salir de mi húmedo coño. Me besó con dulzura.

— Eres una amante deliciosa —dijo con voz tranquila.

— Pero yo... todavía no te he hecho nada —me intenté justificar porque hasta ese momento yo había sido pasiva en la situación.

— ¿Quieres hacerme lo que te estoy haciendo?

Afirmé moviendo con miedo la cabeza.

— Pues adelante, mi coño es tuyo. También yo estoy deseando que la puta de mi madre me haga una paja.

Un instante de cordura me detuvo.

— En cualquier momento puede aparecer tu hermana... —dije temerosa.

— ¿Y qué? —dijo sonriendo—, tu hijita pequeña es más puta que la madre y la hermana juntas. Hace más de un año que me come el coño en cuanto me abro de patas.

Aquello era demasiado pero yo estaba como enloquecida, deseosa de morir y matar de placer, así que lancé mi mano hacia el coño de mi hija, el primer coño que tocaba en mi vida. Me sorprendió comprobar que ella estaba tan húmeda como yo.

— Mastúrbame, mamá, me muero de ganas por correrme entre tus dedos.

Me hubiera gustado terminar la sesión a la vista de mi Lucas, pero Casilda, en cuanto alcanzó el orgasmo me hizo seguirla dentro de la casa. Las dos desnudas como vinimos al mundo subimos las escaleras tomadas de la mano. Mi mente empezaba a ser consciente del terrible pecado de incesto que estaba cometiendo pero me sentía sin fuerzas para oponerme. Casilda me llevó hasta la habitación de mi hija pequeña Laura. Entró sin llamar y desnudas como estábamos se plantó al lado de la cama de su hermana.

— Laurita —dijo con voz melosa—, mira que regalo te traigo.

No me podía creer lo que estaba sucediendo. Buscaba mil razones que justificaran mi comportamiento. Para mí, Casilda no estaba pecando, era yo la única que lo hacía. Ella tenía dieciocho años y era parte inocente de mi depravación.

Laura abrió los ojos indolentes y de un salto se sentó en la cama cuando nos vio a su hermana y a mí desnudas junto a su cama.

— Mamá te quiere hacer cariños —dijo Casilda mientras retiraba la sábana del cuerpo también desnudo de mi hija pequeña. Suave pero firmemente me hizo tumbar entre sus piernas.

— Cómele el coño a Laurita, mamá —me ordenó mientras ella se ubicaba de rodillas al pie de la cama de forma tal que mi coño quedaba al alcance de sus tejemanejes.

3

Descansábamos abrazadas las unas a las otras y mirándonos entre abochornadas y divertidas por la situación en que nos encontrábamos, cuando sonó el teléfono.

Laurita descolgó y al segundo me lo pasó.

— ¿Qué está pasando? —era Lucas— te he visto meterle mano a tu hija, ¿que hacéis ahora?

No sabía qué decirle estando mis hija delante. Era estúpido intentar mostrarme recatada con ellas cuando acabábamos de hacer lo que acabábamos de hacer. Era de imbéciles avergonzarse de tener un amante cuando acababa de convertir a mis hijas en amantes en una relación incestuosa pero reconocer ante ellas que la persona que me había convertido en una depravada era de la edad de mi hija pequeña me parecía más bochornoso todavía.

— Estoy con mis hijas —contesté esperando que captara la indirecta de que no podía hablar francamente, al fin y al cabo no era mentira.

— ¿Te las estás tirando? —noté sorpresa en su voz. Se notaba que no me creía capaz.

— Algo de eso hay —dije indecisa.

— Salir a la piscina y meteros mano allí, quiero veros.

Quise protestar pero mi sumisión a él era total. Me pedía una locura pero si él me lo pedía no podía negarme, si él me lo pedía sabía que era algo positivo para mi estúpida y vacía vida sexual. Ni se me pasó por la cabeza que él buscara solo sus egoístas ansias de satisfacer su morbosidad.

Colgué pensativa el teléfono y mis hijas me miraron intrigadas.

— ¿Os divertiría que tomáramos el sol las tres juntas desnudas?

Las dos rieron mi petición y nos levantamos dispuestas a bajar a la piscina.

— Pero antes —dijo Casilda con voz intrigante—, necesito hacer algo.

Corrió hasta su habitación y quedamos Laurita y yo mirándonos entre avergonzadas y anhelantes. Me intrigaba qué era tan importante para que mi hija huyera de nosotras. Al segundo volvió con su ePhone en la mano.

— Este momento lo quiero inmortalizar —dijo mientras nos enfocaba y tomaba fotos.

— ¡Casilda, estás loca!, no pensarás tomarnos fotos a tu hermana y a mí en este estado.

— Te aseguro que sí —dijo riendo francamente—. Luego te enseño si quieres las fotos de Rosario con su madre.

— ¡No pensarás ir mostrando fotos de tú hermana y yo...!

— Ya te digo —contestó muerta de la risa.

Mientras tanto, Laurita empezó a mordisquearme los pezones y pensé en el resultado de una foto con la madre con cara de indignada y la hija mamando de su teta. Aquello no tenía sentido. No tuve tiempo para pensar mucho más. Mi hija pequeña me tomó de la mano y con delicadeza pero con firmeza me llevó hasta la cama donde me tumbó. Me hizo levantar las piernas y me comió el coño mientras su hermana lanzaba una y mil fotos.

Cuando acabó la pequeña fue el turno de la mayor y otras fotos se acumularon en el archivo del jodido teléfono. Por desgracia, le cogí gusto al tema y a los pocos minutos era yo la que sugería las posiciones más morbosas para fotografiar. Había una en especial a la que quería dar atención y no por el hecho de tener una fotografía artística del momento sino por la amenaza que aún me bullía en la cabeza de Lucas avisándome de que 'mañana te follaré el culo'. Quise que Casilda jugara con mi ano y se lo pedí suplicante. Ella se ensalivó un dedo y empezó a masturbarme por el culo intercambiando las penetraciones con lengüetazos intentando meter su lengua en un sitio tan poco dispuesto.

— ¡Joder, mamá! —me decía— quien te oyera pensaría que eres una autentica puta en esto del sexo pero reconozco que a mí también me gusta que me trabajen el culo.

4

Terminamos, como Lucas me había ordenado, las tres haciendo cochinadas en la piscina y puedo asegurarles que mis hijas en eso de hacer guarradas sabían muy bien de lo que hablaban.

No puedo negarles que yo aún sentía un peso terrible de vergüenza y arrepentimiento por hacer aquello tan terrible pero el trato que mis niñas dieron a mi cuerpo poco a poco fue desplazando el remordimiento y la vergüenza a un segundo plano y solo el placer ocupaba mi mente. El placer y la incongruente satisfacción de saber que estaba haciendo lo que Lucas quería que hiciese. Si quería que fuese una puta, yo sería la más grande de todas.

Terminamos las tres plenamente satisfechas y, dado que Lucas no daba señales de vida, a las tres de la tarde les sugerí salir a comer a algún restaurante porque no me apetecía nada ponerme a cocinar. Aceptaron encantadas y antes de salir nos dimos una ducha las tres juntas en el cuarto de baño de mi habitación. Por primera vez acepté que aquella enorme ducha que ocupaba todo un lateral de la habitación tenía el tamaño adecuado. Hasta entonces siempre me había parecido un derroche todo aquel espacio para una simple ducha. Ahora las tres jugamos con nuestros cuerpos como tres colegialas y hacíamos lo que a cada una se le iba ocurriendo. Casilda, presumiendo que ese era mi gusto, me trabajó el ano con tal dedicación que hubo un momento que me hizo daño pero no la detuve porque sabía que con Lucas la cosa sería peor. Hasta tres dedos, según me confesó, terminó metiendo en mi estrecho agujero pero pese a todo sabía que lo que me esperaba con Lucas iba a ser algo más doloroso. Pese a todo, disfruté con mis hijas todo lo que no había disfrutado hasta entonces con ellas.

Nos fuimos las tres en el pequeño descapotable de Casilda a comer a un restaurante en el centro del pueblo veraniego. Estaba atestado de gente pese a la hora y nos costó un poco encontrar una mesa donde sentarnos. Cuando al final lo conseguimos (descubrí sorprendida que tres escotes pronunciados logran más favores que una buena propina) nos sentamos a elegir el menú.

En esas estábamos cuando apareció junto a nuestra mesa Lucas. No pude evitar sonrojarme como una niña pero mis hijas no parecieron darse cuenta. Nos saludó a las tres amablemente y a preguntas de Casilda nos contó que había bajado a comer porque sus padres no estaban en casa.

Cuando me quise dar cuenta mis hijas le habían invitado a sentarse con nosotras aunque yo no me hubiera atrevido a impedirlo.

— Así que estás solito en casa, ¿eh? —dijo Casilda supongo yo que para iniciar una conversación— ¿y que hace un chico tan guapo con toda la casa para él?

— Pues no mucho si te digo la verdad.

— No irás a hacernos creer que no te llevas las novias a casa —sentenció Casilda soltando una carcajada.

— No, prefiero ir yo a casa de mis novias —contestó él también riendo.

Cuando me quise dar cuenta entre los tres se pusieron a hablar de novios, novias, enamoramientos y, para mi horror, de sexo. Consiguieron que Lucas confesara que le gustaban más las mujeres maduras que las quinceañeras.

— ¿Me quieres decir que te gustan más las tetas de mi madre que las mías? —protestó Laurita haciendo un mohín mientras agitaba juguetona su pecho frente al niño.

— Me gustan las dos pero prefiero las de tu madre —concluyó Lucas con una sonrisa.

— Eso es porque no nos has visto desnudas —defendió Laurita picada en su orgullo femenino.

Yo no sabía donde meterme y me horrorizaba donde se estaba metiendo mi hija: Lucas sí que había visto las tetas de toda la familia y podía muy bien opinar sobre ellas. Por un momento temí que osara reconocer que conocía bien las tetas de todas pero él tomó otro rumbo un tanto más picaresco.

— Si estáis dispuestas a enseñármelas, yo te daría mi opinión. ¿Doña María, me enseñaría usted las tetas?

No supe que decir pero mis hijas rieron como locas ante la ocurrencia. Fue Casilda la que se atrevió a contestar.

— Si tú nos enseñas el pajarito, mamá y nosotras te enseñaremos las tetas.

— Eso no es justo, lo justo sería que si yo os enseño el pecho vosotras me enseñáis las tetas, si yo os enseño el pajarito, vosotras me enseñáis la cueva.

Cuando me quise dar cuenta estábamos de nuevo en el coche de vuelta al chalet esta vez con un pasajero más. Nada más entrar en el salón, Casilda se había quitado el vestido veraniego y quedó ante nosotros totalmente desnuda. Me sorprendió descubrir que iba sin ropa interior alguna. Laurita miró a Lucas esperando a ver como reaccionaba y también ella se desnudó en un pispas. Los tres se volvieron hacia mí esperando mi turno. No era justo que las mujeres nos desnudáramos antes que él pero Lucas era mi macho y yo estaba dispuesta para lo que él dispusiera así que, roja por la vergüenza pero decidida, también yo me quité el vestido. Quedé frente a ellos en ropa interior. Siguieron mirándome por lo que supuse que esperaban mi siguiente movimiento así que no me quedó más remedio que desprenderme del sostén y las braguitas.

Las tres desnudas nos volvimos anhelantes a comprobar la reacción de Lucas.

— Pues, si os digo la verdad, la que más me gusta es...

— ¡Eh, eh!, no seas caradura, quedamos en que si nos poníamos las tres en pelotas, tú harías lo mismo —gritó Laurita.

No protestó lo más mínimo y de un tirón se sacó la camiseta por la cabeza. No hizo falta que dijéramos nada porque rápidamente se desprendió del pantalón. Tampoco él usaba ropa interior y no pude evitar pensar en el estado en que estaría la ropa de aquellos tres cochinos cuando la echaran al cubo de la ropa sucia.

Mis hijas se quedaron sorprendidas ante el maravilloso pene que lucía el mozalbete que ya mostraba un estado de rigidez bastante notable. Me hubiera gustado confesarles con orgullo que aquella polla su madre ya la había catado pero por suerte la discreción pudo más que la vanidad.

Estuvimos toda la tarde haciendo cochinadas maravillosas en mi cama matrimonial, ¡por fin era utilizada como Dios manda! Mis hijas no se sorprendieron de que Lucas no se sorprendiera al vernos a las tres comernos el cuerpo las unas a las otras. Nos estuvo follando a todas con pasión y con dedicación pero sin correrse muchas veces porque decía que, caso de hacerlo, las fuerzas para continuar serían cada vez menos. Es indudable que mi macho sabía mucho para ser tan joven.

Después de más de tres horas jugando los cuatro, donde corrimos por la casa desnudos sin pudor, haciéndolo en los lugares más insospechados, con Lucas de testigo mientras mis hijas lamían mis agujeros, o conmigo haciendo lo mismo en los de ellas, Lucas avisó que quería follar mi culo. Yo casi me muero del susto pero mis hijas aplaudieron la iniciativa, es más Casilda aseguró que me encantaba follar por el culo. Les puedo jurar, y sé que ustedes ya lo sospechan, que mi ano no ha servido para otra función que no sea la natural en sus menesteres. En ningún momento de mi vida se me pasó por la cabeza que la maldita frase 'vete a tomar por culo' fuera algo más que una expresión soez. Sé que pensarán que soy una inocente y una mojigata pero les juro que es así.

Yo miré atemorizada mientras mis hijas me hacían arrodillarme en el sofá del salón con la cabeza apoyada en el respaldo. Cada una de ellas se colocó a un lado mío y me estimulaban masturbándome, acariciando las tetas o incluso preparando mi ano pasando la lengua por el orificio. Lucas se acercó decidido y antes de penetrarme hizo que Casilda le ensalivara bien la polla. Luego la enfiló en mi ano y lenta pero de forma decidida comenzó a penetrarme.

5

Estuve dos días con el culo dolorido pero la perdida de mi virginidad anal me abrió una nueva vía para alcanzar el placer. No suelo permitir que me enculen de forma habitual pero cuando estoy particularmente caliente y con exceso de copas, me gusta terminar la follada haciendo que me lo hagan por el culo. Les puedo asegurar que es todo un placer y me da un morbo especial hacer que el enculador termine corriéndose en mi boca y limpiando yo su polla de su semen y de mis jugos anales.

Días después... Pero esa es otra historia y, solo pensar en ella, me están dando unas ganas tremendas de masturbarme, ¿quieres acompañarme?