Más sueños hechos realidad

La agarré del pelo por la parte de la nuca y la besé con ansia, al tiempo que metía mi mano por el escote de la bata que llevaba puesta. Metí la mano por dentro del sujetador y le amasé la teta derecha por dentro, notando su piel caliente y suave, y enseguida su pezón reaccionó y se puso duro

Para los que no hayáis leído mi anterior relato, os describiré brevemente a los protagonistas de este nuevo.

Juani era mi vecina, una mujer de 48 años, andaluza, rubia, guapísima, de 1,60 aproximadamente, con un cuerpo muy bien proporcionado, delgada de preciosas piernas, culo redondo y unas tetas no demasiado grandes, pero tampoco pequeñas, que pese a su edad se conservaban perfectamente duras, con una ligera caída que no hacía sino mejorarlas.  Siempre vestía muy elegante y femenina, siempre con tacones.

En cuanto a mí, en aquella época tenía 19 años, 1,80, fibroso y de complexión atlética, en pleno servicio militar.

Habían pasado varios meses desde mi primera vez con Juani.  Yo había conseguido un destino en Madrid, así que de nuevo vivía en casa con mis padres.  Desde el momento que regresé, lógicamente intenté volver a verla, pues aquel polvazo que habíamos echado me había despertado un apetito sexual que hasta ese momento desconocía, y mi deseo por ella se había disparado aún más.

Llevaba unos días ya en casa y aún no habíamos coincidido.  Pese a seguir manteniendo su amistad con mi madre, no habíamos coincidido ni en el portal ni en casa de mis padres, así que pensé en cómo hacer para hablar con ella sin despertar ninguna sospecha en nuestro entorno.  Podría haberla llamado a su casa, pero por las mañanas trabajaba y por tanto no estaba, y por las tardes, podía contestar su hijo José, y francamente, no me apetecía perder una tarde con José cuando lo que realmente quería era ver a su madre, así que como más o menos sabía dónde trabajaba, busqué el número de teléfono en las páginas amarillas, y un día desde una cabina llamé a su oficina a ver si tenía suerte y me pasaban con ella.

Yo- Hola Juani, cómo estás?

Juani -  Hombreeeee, pero si es mi soldado favorito.  Me habían dicho que era un tal Víctor, pero no podía imaginar que fueses tú.  Como estás nene?

Y -  Pues ya ves, por aquí ando, que ahora estoy destinado en Madrid.

J – Ya me lo había dicho tu madre.  Pensaba que te estabas escondiendo.  Estarás ocupado con alguna novia y ya no quieres saber nada de mí.

Y – Jajajaja, que va, nada de novias.  Soltero y sin compromiso.  Y con muchas ganas de verte

J – Ah, si?  Y eso?   Si yo soy casi una abuelita para un yogurín como tú.

Y -  Jajaja, abuelitas como tú no hay muchas.  Y en todo caso, ya sabes cuánto me gustas.  No hemos podido hablar nada desde aquel día, y me gustaría verte.

J -  Pues tú me dirás cuándo te viene bien…

Con 48 años, Juani era 29 años mayor que yo.  Cualquiera habría dicho que es mucha diferencia incluso para un rollete, y que un chico de 19 años con un buen físico debería haber andado con chicas de su edad, pero es que Juani no era la típica mujer de su edad de finales de los años 80.  Probablemente por su trabajo en banca, su forma de vestir era muy femenina y elegante.   Siempre llevaba tacones, en ocasiones tacones realmente altos.  De hecho, fue  con ella con quien descubrí que los tacones altos me provocaban una excitación y un morbo especial.  Y ella que me supo leer desde el primer día como a un libro abierto, supo sacar partido de esa debilidad mía, y la convirtió en una de sus armas para tenerme a su disposición siempre que ella quería.

Quedamos para comer ese mismo día en un sitio céntrico, pero lejos de su área de trabajo.  Por entonces yo aún no tenía ni carnet de conducir, ni coche, así que fui en metro hasta el sitio que me dijo y allí la esperé.   Cuando la vi llegar, solo verla bajar del taxi fue un espectáculo visual.  Abrió la puerta y sacó su pierna derecha mientras pagaba.  Como siempre llevaba unos tacones altos y una falda, luciendo una pierna que automáticamente llamó la atención de cuantos por allí pasaban.  El poco tiempo que tardó en pagar y sacar el resto de su esbelto cuerpo, fue suficiente para que algunos hombres que pasaban por la acera girasen su cabeza para mirarla.   Estaba espectacular, sensual y femenina como siempre.  Y con esa sonrisa que me estaba dedicando….   No pude evitar excitarme.  Al llegar hasta mí, me dio dos besos, muy cerca de los labios, que terminaron de excitarme del todo, y tuve que meter la mano en el bolsillo para colocármela.  Una mujer así hace sentirse especial a cualquier hombre, pero si el hombre en cuestión tiene 19 años, te hace casi tener que pellizcarte para asegurarte que no estás soñando.  Se agarró a mi brazo y me guio hacia el restaurante.

Nos sentamos en una mesa y estuvimos hablando muy animadamente, yo contándole historias de la mili, y ella escuchando como si realmente le interesara todo lo que le contaba.  De vez en cuando me apetecía cogerle la mano, pero ella enseguida me soltaba y me recordaba que cualquiera que nos viera pensaría que somos madre e hijo, y que era mejor dejarles pensar eso.  Y lo cierto es que no faltaban ojos mirándonos.  O mejor dicho mirándola a ella. No era a mí solo al que le parecía una mujer irresistible, pues casi cada uno de los hombres en ese restaurante la miraban con mayor o menor frecuencia.  En alguna mesa incluso se les veía haciendo comentarios entre ellos mientras la miraban. Con mis 19 años, aún no había descubierto lo morboso que resulta que otros hombres deseen a tu chica, así que aquello me estaba molestando un poco.  Pero Juani, desde su madurez, se encargaba de hacerme sentir el centro de atención con sus miradas y sus sonrisas.

Cuando terminamos de comer, fuimos dando un paseo hasta el corte inglés de Nuevos Ministerios.  Durante el paseo, ella me cogía del brazo y se arrimaba a mí.  Los hombres no paraban de girar sus cabezas para mirarla.  Estaba tremenda con sus taconazos.  Probablemente pensasen que yo era su hijo, pero me daba igual.  Todos me envidiaban, eso era seguro.  Aquello fue la primera vez que me excitó.

Entramos y fuimos a la sección de caballeros.  Tenía que comprarme algo de ropa, así que estuvimos eligiendo algunas cosas y me acompañó al probador.  Afortunadamente las dependientas estaban ocupadas atendiendo al resto de gente, así que ella entró conmigo en el probador.  Era lo suficientemente grande para los dos.  Colgó toda la ropa en la percha, y sin pensárselo me abrazó y nos besamos como aquella vez en mi casa.  Yo no podía parar de besarla y acariciar su cuerpo.  De nuevo sentía que hacía realidad mi mayor fantasía.  Volvía a tener en mis brazos a la mujer que siempre había deseado.  Le desabroché la blusa que llevaba e intenté sacar sus tetas del sujetador, pero entre mi torpeza juvenil y que estaba todo tan apretado,  necesitaba abrir más la blusa y desabrochar el sujetador, así que desistí por el momento, y me agarré a su culo.  Subí su falda y me deleité tocándoselo.  Seguía tan duro como la última vez, exactamente igual que lo recordaba.  Quizás un poco más ancho, pero igual de sensual.  Ella gemía en silencio, y me susurraba que me deseaba, y que quería que la follara igual que la primera vez, así que me separé de ella y empecé a desabrocharme el pantalón, pero en ese momento me paró.

Se sentó en la banqueta, y me desabrochó ella el pantalón.  Lo bajó hasta los tobillos e hizo lo mismo con el calzoncillo.  Mi polla se quedó dura y desafiante, apuntando a su cara.  La agarró, la admiró con cara de deseo, la acarició entera y luego, mientras con una mano me acariciaba los huevos, con la otra se la llevó a la boca.  Empezó una mamada suave al principio, pero en cuanto acomodó su boca al tamaño de mi polla, se la empezó a meter más al fondo.  Enseguida estaba follándole la boca.  Cada vez que sacaba mi polla de su boca ella lo acompañaba con la mano, de forma que era a la vez una mamada y una paja.  Era tan intenso y tan morbosa la situación que no iba a durar mucho, así que intenté pararla para poder follarla, pero ella insistió en seguir.  Me dijo que allí no podíamos enrollarnos mucho, así que siguió con la mamada y yo me dejé llevar.  El morbo y las sensaciones eran tan grandes, que tuve que taparme la boca para poder correrme sin hacer ruido. Descargué toda mi leche en su boca, sin que ella se inmutase.   No lo tragaba, pero tampoco se quitaba.  Le empezaba a chorrear por la boca, así que para que no se manchase, le ayudé a recogerlo con una camiseta de las que llevaba para probarme.  La verdad es que la pusimos perdida, pero luego la dejamos en el probador, y allí se quedó…

Al final me probé unas cuantas cosas, ya más relajado, y al salir ni siquiera me dejó pagar.  Me las regaló ella.  Supongo que aquello liquidó cualquier duda que las dependientas pudiesen tener sobre nosotros, haciéndolas creer que definitivamente yo era su hijo.

Salimos de allí, y le dije de ir a su casa a terminar la faena, pero me dijo que esa tarde estaba José en casa, y que no creía que fuera posible, pero que no me preocupara, que algunas tardes se quedaba jugando al futbol con sus amigos, y que cuando hiciera eso, me llamaría a casa para que bajase.  Acordamos un código de llamada para que yo supiera que era ella (entonces aún no había teléfonos móviles), y evidentemente tuve que conformarme.  Al fin y al cabo, ella era la adulta…

Fuimos juntos en el metro hasta unas estaciones antes de hacer el último trasbordo, por si algún vecino de la zona iba en el mismo tren que no nos viese juntos, y en Plaza España, yo me bajé y dejé pasar un par de trenes.

El viernes de esa misma semana, Juani subió a mi casa a tomar café con mi madre.  Ellas estaban en la cocina tomando café mientras yo estaba en el comedor viendo la tele.  Estaba pendiente de la menor oportunidad para ir a la cocina a comerle la boca.  Estaba realmente cachondo, pero a ella se la notaba tan tranquila.  Ella siempre sabía manejar todas las situaciones con total naturalidad.

Hubo un momento en que mi madre fue al baño, y yo aproveché y fui a la cocina.  No le dejé ni hablar.  La agarré del pelo por la parte de la nuca y la besé con ansia, al tiempo que metía mi mano por el escote de la bata que llevaba puesta.  Metí la mano por dentro del sujetador y le amasé la teta derecha por dentro, notando su piel caliente y suave, y enseguida su pezón reaccionó y se puso duro.  Se lo cogí y lo pellizqué, lo que le hizo emitir un pequeño gemido (Después me confesaría que mi arrebato de dominador, la había puesto más cachonda de lo que nunca había imaginado).  Me separé de su boca unos centímetros sin soltarle el pelo, y le dije que quería follarla hoy mismo, así que me daba igual como lo hiciese, pero que buscase una solución.  Se quedó un momento callada, y por fin habló…

J – José se va esta noche a dormir con su tío, que mañana por la mañana van al hipódromo, así que estaré sola.  Te hago la llamada cuando se hayan ido, y bajas.

Ver su sumisión y su cara de excitación, hicieron que yo tuviese una erección instantánea.  Oí a mi madre salir del baño, así que le di otro beso, la solté y me fui al grifo a beber agua, para de paso disimular mi erección cuando mi madre entrase en la cocina.  Una vez entró y se sentó con ella, yo aproveché y me volví al comedor.   Estaba tan cachondo que me costó conseguir que se bajase la erección si masturbarme, pero si iba a tenerla toda la noche para mí, tenía que empezar a reservar energía.

Esa noche, a eso de las 9 sonó el teléfono cortando a los dos tonos, como habíamos acordado, así que cuando volvió a sonar, ya sabía que era ella.  Actué como si fuese un amigo mío que me llamaba para salir, y le dije que le veía en media hora.  Me di una ducha, me vestí y le dije a mis padres que probablemente no vendría a dormir, que igual me quedaba en casa de un amigo.

No me llegué a salir a la calle.  Monté en el ascensor y bajé solo un piso.  Salí del ascensor, y el resto de los pisos los bajé andando para tener control y si alguien salía de otro piso, poder esconderme.  Al llegar a su puerta, di unos golpes esperando que me oyese, y enseguida abrió.

Entré y cerré la puerta rápido.  Al verla, me quedé congelado.  Llevaba un conjunto de ropa interior súper sexy.  Un diminuto tanga negro con un sujetador a juego con transparencias.  Liguero y medias, y unos zapatos de tacón altísimo.  Con su pelo rubio suelto, su cara preciosa y sus ojos cargados de deseo, me miraba en silencio con una ligera sonrisa, esperando mi reacción.

No quise perder ningún detalle.  La volví a mirar de arriba abajo.  Le ordené que se diese la vuelta, y ver su culo con el tanga hizo que mi polla se terminase de poner dura por completo.  Era la primera vez que veía un tanga en persona.  Recordé su cara de excitación cuando por la tarde la agarré del pelo y la exigí follarla hoy mismo, y pensé que era el momento de seguir experimentando.  La ordené que se echase para adelante y apoyase sus manos en las rodillas. Obedeció sin decir nada y me ofreció una vista única de su culo.  Se lo acaricié, jugando con mis dedos entre sus cachetes, bajando hasta su coñito y acariciándolo sobre el tanga.  Y de repente le di un azote bien fuerte.

J -  Ay!!  Nene, qué haces?

La agarré del pelo con la mano izquierda y le di otro azote.  Esperé su reacción pero no la hubo.   Se quedó callada.

Y – Mucho mejor zorrita.  Esta noche eres mía, y voy a hacer contigo lo que quiera.  Te voy a follar como quiera y las veces que quiera, y haré con tu cuerpo lo que me apetezca.  Te parece bien?

Ni siquiera contestó.  Se limitó a afirmar con su cabeza.  La cogí del pelo y la di la vuelta.  Ahora la rodeé con mis brazos por la cintura y la besé con dulzura.  Nos enganchamos en un beso apasionado. Le besaba el cuello, le mordía el lóbulo de las orejas, besaba y besaba su cuello y sus hombros.  Ella gemía y jadeaba como no la había escuchado antes.  Me sorprendía, pero al mismo tiempo me excitaba mucho notarla tan cachonda.

Fuimos al comedor, y fue ella la que me empezó a desnudar

J – Nene, esta noche soy solo para ti.  Voy a ser tuya como tú quieras que lo sea, pero déjame que yo también te haga mío.

Me desnudó entero.  Al bajar mis calzoncillos, se quedó de rodillas y agarró mi polla.  Estaba totalmente dura, así que como siempre hacía, la acarició y se la terminó metiendo en la boca.   Durante cinco o diez minutos la dejé que me la chupara.  Entendí que ella también disfrutaba acariciándome y dándome placer, así que la dejé hacer.  Lo hacía de maravilla, y yo veía que mientras me la chupaba, ella se estaba haciendo un dedo, como aquel día hacía años que la espié, solo que esta vez mientras lo hacía, tenía mi polla en la boca y la mamaba con verdadero vicio.

La cogí de los brazos y la levanté.  Le di la vuelta y la apoyé sobre la mesa.  Le ordené quedarse quieta, con las tetas y la tripa pegadas a la superficie de la mesa.  Obedeció sin rechistar pese a lo cachonda que estaba.   Me arrodillé y estuve disfrutando acariciándole las piernas, y los pies subidos en esos taconazos.  Volví a subir hasta su culo.  Lo acaricié, lo besé, abrí sus cachetes y saqué la tira del tanga.  Hundí mi lengua y le lamí el ano.  Jugaba con mis dedos y le metía la primera falange.  La sacaba y se lo volvía a chupar.  Ella gemía un poco, pero no se movía, y cuando la empecé a follar el culo con la punta de la lengua, sus gemidos eran más sonoros.  Estaba claro que no le disgustaba, pero mi objetivo ahora mismo no era ese.  Le terminé de apartar el tanga a un lado, y vi que su coño estaba chorreando flujo.  Brillaba incluso en la relativa oscuridad que había ahí abajo.  Metí mi lengua y saboreé sus flujos.  Estaba ardiendo.  Gimió y sus piernas se tensaron.  Pensé que se iba a correr, pero solo las abrió un poco más.

Yo estaba tan cachondo que no me lo pensé más.  Me levanté y acerqué mi polla a la entrada de su coño.  Jugué un poco con el capullo recorriendo sus labios desde el clítoris hasta atrás, llegando a su ano, donde apretaba un poco, pero no lo suficiente para meterla.  Ella no solo no se quejaba, sino que metía los riñones y elevaba un poco más si cabe su culo para facilitar mis maniobras.  Entonces yo volvía a repetir el recorrido unas cuantas veces más, hasta que ya lo noté todo bien lubricado y se la metí.  No fue de golpe, pero al entrar tan suave, fui directo hasta el fondo.

Se tensó toda y levantó medio cuerpo casi hasta incorporarse, pero la empujé de nuevo para abajo y le di un azote fuerte en el cachete del culo.

J -  Ahh,  joder nene, que me destrozas con esa polla.  Espera que me acostumbre a ella

Y – Toma!!! (y le di otro azote), para que te acostumbres también a esto.

Ni rechistó.  Se volvió a pegar a la mesa, y empecé a salir y a entrar dentro de ella.  La sacaba hasta fuera del todo, y la volvía a meter entera.  Su interior ardía.  Estaba muy estrecha y ardiendo.  Era una sensación deliciosa.  Al principio me movía despacio, pero tan pronto como entendí que estaba bien lubricado todo, empecé a darle una buena follada, bien fuerte.  La agarré de la cintura y a cada embestida que le daba tiraba de sus caderas hacia mí, para poder llegar más dentro.   Ella gemía sin parar, hasta que sentí que me iba a correr y reduje el ritmo. Entonces ella habló de nuevo.

J – No pares cariño, sigue follándome como a tu puta y córrete dentro, que me estoy tomando la píldora para que disfrutes a gusto todo lo que quieras.

Aquello fue demasiado, y empecé a darle otra vez duro, hasta que me corrí.  Sentí mis chorros de leche caliente salir dentro de ella, y ella seguro que los notó también, porque justo en ese momento empezó a correrse también.  Gemía intentando controlar lo más que podía el ruido.

Al terminar de corrernos, me salí de ella, la cogí en brazos y la llevé hasta su cama.  Estábamos como en éxtasis los dos.  Nos besábamos con dulzura sin decir nada.   Nos acariciábamos mutuamente, en silencio.  Fue un momento delicioso.  Era como si estuviésemos totalmente conectados, hipnotizados el uno por el otro.  Nos quedamos dormidos.

No pasó mucho tiempo cuando ella me despertó con besos por todo mi cuerpo.  Me estaba acariciando y besándome con tanta dulzura que me parecía mentira.  Evidentemente mi polla reaccionó y en un momento estaba otra vez dura como una piedra.   Ella se había quitado los zapatos, y ahora se estaba quitando también las medias mirándome a los ojos, convirtiendo el acto en pura provocación.  Se soltó el sujetador dejando a mi vista sus preciosas tetas.  Tenían un poco de caída, aunque no mucho, lo normal de los años, pero seguían siendo duras y preciosas.

Cuando estuvo totalmente desnuda, sin hablar nada, solo mirándome a los ojos, se subió sobre mí, dirigió mi polla a su coño y tras frotarla ligeramente para lubricar el glande, se dejó caer, clavándosela entera.  Bufó sin decir nada, respiró hondo y empezó a moverse.  Adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y atrás.  Despacio, una y otra vez.  En silencio, solo se escuchaban nuestros gemidos.   Mientras tanto yo le agarraba las tetas y se las masajeaba.  Sus pezones estaban duros como piedras.   Me estuvo follando un buen rato.  Perdí la noción del tiempo.  No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero fue un polvazo bien largo.  Tras su segundo orgasmo, se echó sobre mí.  Nos besamos y nos besamos, y entonces yo me quité de debajo.    La tumbé boca abajo.

Y – Junta las piernas y sube un poco el culo.

Empecé de nuevo a acariciarle el culo y a chuparle el ano, y a jugar con un dedo dentro.  Se quejaba en silencio pero no me decía nada.  Le volví a pedir que subiese un poco el culo, me acerqué y puse mi polla en la entrada de su coñito, y entré hasta el fondo.   Empecé a follarla el coñito mientras le trabajaba el culo para irlo preparando.   Ella gemía y sollozaba.  Cuando ya le tenía dos dedos bien metidos mis movimientos de cadera eran bastante rápidos y ella volvió a correrse.  Apretó su cara contra la almohada y gritó como no lo había hecho en toda la noche.

Al terminar de correrse, volví a ensalivar bien su ano, y saqué mi polla de su coñito.   Aproveché que estaba bien llena de sus flujos y la puse a la entrada de su culo.  No dijo nada.  Me dejó hacer sin emitir un solo quejido.   Ni siquiera cuando empecé a empujar.   El capullo tardó un poco en entrar, pero finalmente dilató lo suficiente su ano para permitir la entrada.   En ese momento ella ahogó un quejido con la almohada.  Esperé un momento, y volví a poner saliva sobre el resto de mi polla, y seguí empujando.  Poco a poco fue entrando entera.  Cuando ya estaba toda dentro, con sumo cuidado empecé a bombear, y ella enseguida empezó de nuevo a gemir.  Tenía su cara contra la almohada, gritando y gimiendo.  Yo estaba tan cachondo que empecé a azotarle el culo al mismo tiempo que se lo follaba, y ella a cada azote gemía más fuerte.

La verdad es que tardé bastante en correrme y al final, ella me pidió por favor que terminase ya.   Tenía los cachetes del culo muy colorados de mis azotes.  Aceleré el ritmo hasta que noté que me iba a correr y en ese momento se la saqué del culo y me lo acabé con la mano con una paja y un orgasmo tremendos, gruñendo y corriéndome sobre su espalda.

Al terminar, tenía toda la corrida por la espalda, haciéndosele un pequeño charquito de semen en el centro, justo abajo, antes de empezar el culo.   Era una imagen tremendamente morbosa.  Me tumbé sobre ella y la besé, y le susurré lo maravillosa que era.  Estuvimos así un rato, jugando, acariciándonos, besándonos, charlando.  Por supuesto volvimos a hacer el amor.  Estuvimos toda la noche follando y amándonos.

Por la mañana me desperté yo antes que ella.   Estaba preciosa.  La desarropé entera con cuidado de no despertarla y admiré cada centímetro de su cuerpo.  Me costaba creer mi suerte.  La acaricié muy suave, hasta que finalmente se despertó.  Sonrió sin decir nada y se puso boca arriba, abrió las piernas y se cubrió la cara con la almohada.    Ensalivé cada centímetro de su piel.   Desde los dedos de los pies, hasta su cuello y sus orejas.  Chupar sus pies, que tantas veces había visto subidos en sus preciosos y sexys taconazos, me resultó súper morboso y excitante.  Sus pezones estaban como piedras y ella respiraba como si hubiese estado corriendo una maratón.   Le comí el coño, saboreé sus flujos, mordisqueé su clítoris, la follé con mis dedos, hasta que se corrió en mi boca entre fuertes gritos sofocados por la almohada, y entonces, cuando terminó, subí a su cara, le quité la almohada y la besé con toda la pasión de la que era capaz.  Le di a probar sus propios flujos de mi boca.  Mi polla se deslizó sola entre sus piernas y la penetré.  Hicimos el amor de un modo muy tierno y muy intenso a la vez. Perdí la cuenta de las veces que ella se corrió. Una vez más yo también me corrí, de nuevo dentro de ella.   Me estaba acostumbrando a correrme dentro sin preocuparme de nada, y me encantaba como ella me recibía.

Al terminar la dejé dormitando en la cama y me fui a la ducha.  Cuando salí ya estaba preparando el desayuno.  Desayunamos juntos entre miradas cómplices, caricias, besos y una conversación distendida y llena de confesiones e intimidades. Fue una sobremesa de desayuno realmente larga y gratificante. En nuestras conversaciones después de tener sexo, ella siempre me aconsejaba como hacer ciertas cosas, como tratar a las mujeres, como interpretar sus señales (que tanto nos cuesta leer a los hombres…) me contaba sus sensaciones a mis iniciativas.  Fue sin duda mi mejor maestra en cuanto al sexo femenino.

Al terminar, me acompañó hasta la puerta donde nos despedimos fundiéndonos nuevamente en mil besos.  Yo ya estaba otra vez empalmado, así que intenté quitarle la bata y follarla de nuevo.

J -  No puedo más nene.  Me tienes destrozada.  Lo tengo todo irritado, por delante y por detrás.  Pero déjame, que así tú no te vas a ir de aquí.  Tu zorrita se encarga de que a ti no te falte de nada.

Se arrodilló una vez más y me la empezó a chupar, compaginando la mamada con ese movimiento de sus manos que me volvía loco.  Esa doble sensación mamada/paja, era infalible, y no tardé demasiado en notar que me corría.  La avisé, pero como siempre, siguió chupando sin quitarse.  Esta vez ya no había mucho semen en la corrida y no dejó que nada se cayese de su boca.  Lo tragó, y al terminar de limpiarme, subió y me besó con el sabor a semen.

Se estaba haciendo tarde, y no queríamos que nos pillase José si volvía pronto, así que aprovechando que no había nadie en el descansillo, salí y me subí a casa de mis padres como si viniera de la calle.

TORCUATO