Más que una obsesión (1) Lo que se desea
Para Diego y Javi siempre ha sido un hobby espiar chicos, pero todo cambia cuando llega Yael, que pronto se convierte en más que una obsesión.
Más que una obsesión (1) Lo que se desea
La imaginación es más poderosa que la realidad
Javi
Camina hacia mí de manera despreocupada, se podría decir que disfruta cada paso. Sus pantalones de cuero negro se adhieren a unas piernas que se insinúan fuertes y estilizadas, su camiseta de mangas cortas (e igual color) desvela unos brazos trabajados sin llegar a estar cachas. El negro le sienta fenomenal. Contrasta con su piel a la vez que hace juego con sus ojos marrones y su pelo largo, a la altura de los hombros. Trato de no fijarme en su entrepierna pero no puedo.
Tu descanso de 15 minutos acabó hace media hora -digo con tono serio aunque mi voz suena como la de una chica de 15 años tonta y enamoradiza.
Ese piti era más largo de la cuenta -dice sonriente.
"Ni siquiera se disculpó" me digo para mis adentros. Me encanta su sonrisa, su nariz puntiaguda y sobre todo sus hoyuelos. Lo que daría por tocarlo.
- Anda -digo intentando ocultar una sonrisa- Todavía tienes que poner estos libros en sus puestos.
Yael era un becario que llevaba dos semanas trabajando en la biblioteca. Solo coincidíamos de martes a jueves y algunos sábados por la mañana, aunque solía hacer yo todo el trabajo mientras él se echaba una cabezadita en algún rincón. Tenía 22 años y no aparentaba ni más ni menos. Lo que si aparentaba era cierto descuido, no es que fuese un cerdo, era un descuido comedido y encantador. Algo natural. Me fijé en él desde el primer día, fue casi un flechazo.
A diferencia de Yael, mis mejores años ya pasaron o eso es lo que me digo todos los días frente al espejo. No soy tan mayor, 38 años, aunque aparento muchos más (quizás por mis gafas, mis pantalones de tela y mis jerseys a rayas) De cuerpo podría estar mejor, lo reconozco, pero sigo teniendo encanto... o eso me digo para consolarme despues de una sesión autodestructiva frente al espejo. El caso es que no son solo estanterías las que nos separan; existe un abismo infinito de diferencias entre nosotros.
Lo observo con cuidado mientras se agacha. Que culo, casi puedo saborearlo desde la distancia. Su camiseta se sube un poco al agacharse y puedo ver una parte del tatuaje que va desde su muslo hasta su costado izquierdo. No sé exactamente lo que es, solo alcanzo a ver la cabeza de una chica morena, de ojos claros, pelo rizado y labios rojos. El resto está bajo el pantalón, al igual que un iceberg se oculta bajo el agua. Yael se levanta y yo empiezo a ojear un inventario, lo oigo acercarse mientras me imagino su paquete moviéndose a cada paso.
- Ya está -exhala agotado- ¿Me puedo ir?
"No, quédate conmigo"
Sí, puedes irte.
Menos mal, estoy hasta los cojones de este sitio. No te ofendas -hace una pausa- pero este trabajo es un coñazo.
No, si ya sé yo que esto es un muermo... pero es lo que hay.
Yo en cuanto pueda salgo corriendo. Era esto o...
Se detiene y no dice más. Quiero preguntarle los motivos por los que está haciendo practicas en una biblioteca como la nuestra cuando no piensa dedicarse a nada parecido a esto, pero no me atrevo. De todas maneras no es asunto mio. La biblioteca en la que trabajo forma parte de un centro penitenciario, bueno, preferimos llamarlo centro de rehabilitación para el tratamiento de enfermedades psíquicas. Lo que sea antes de llamarlo manicomio o "cárcel para locos" como prefiere Yael. Si cometes un delito y el juez considera que no estabas en pleno uso de tus facultades acabas aquí. Por eso nuestros pasillos están vacíos y nuestros libros polvorientos.
- No sé cómo puedes aguantarlo -me dice- El silencio... El aburrimiento. Aquí nunca pasa nada.
"Mejor que no pase nada"
Es lo que hay -repito, no tengo el don de la palabra- Disfruto de la soledad. No hay nada mejor que un buen libro y una copa de vino.
No, para nada -apoya los codos sobre el mostrador y acerca su cara a la mía, casi puedo sentir su aliento rozándome las mejillas- Hay mucho más que libros viejos en este mundo. Solo tienes que salir y dejarte llevar.
A continuación salta sobre el mostrador y se pone junto a mí. Yo me aparto para dejarlo pasar, pero él se dirige hacia mí. Está muy cerca. Demasiado. Me sudan las manos, mi pierna izquierda ha empezado a moverse sin control, intento detenerla, pero es imposible. Me sostiene las manos y me mira a los ojos.
- Déjate llevar -susurra.
Una risita nerviosa se escapa de mi boca, Yael ha cambiado su expresión; ahora es fría y distante -a pesar de estar tan cerca- Siento como su mirada penetra mis gafas empañadas y choca con la mía, pero no se detiene, sigue hasta el fondo de mi ser, ese lugar en el que pido a gritos que me bese. No sé qué va a hacer a continuación. Entonces pienso que quizá espera que sea yo quién da el primer paso, y ganas no me faltan... pero el valor tampoco es una de mis cualidades. ¿Debería dar el primer paso? ¿Debería besarlo? ¿Cuál sería su respuesta, me rompería la cara, me rechazaría o me devolvería el beso? "Nunca lo sabrás si no lo haces", me susurra una voz dentro de mi cabeza. Otra voz me susurra que es una locura, pero ya es tarde. Cierro los ojos y me acerco hasta tenerlo tan cerca que puedo sentir su vientre acariciando el mio, su entrepierna rozando mi erección y sus mejillas cálidas y juveniles cubiertas por una incipiente barba de tres días. Su aliento me saluda a las puertas de su boca, sigo adelante y siento la comisura de sus labios. Él se echa hacia atrás.
Lo sabía -dice sonriente.
Yo lo..lo... No fue mi intención.
Me alejo rápidamente de él y trato de calmarme. Lo oigo sonreír a mis espaldas. Vuelve a saltar el mostrador, coge su cazadora y se marcha.
No sé exactamente lo que ha pasado. Fueron a penas unos segundos. Nuestros labios se fundieron en un beso torpe y apurado. No debería haberlo hecho, la he cagado, él no es solo mio, fue muy egoísta por mi parte tomarlo...
Como todas las noches me quedo yo el ultimo. Intento no pensar en lo sucedido y voy cerrando puertas y poniendo llave donde es necesario. Al finalizar, y como cada día de martes a jueves (incluyendo algunos sábados), voy a la sala de vigilancia y cojo la cinta de grabación del día.
Me dirijo a la parada del bus y 45 minutos después -sin saberlo- ya estoy en casa. Abro la puerta con mucho cuidado pero aún así Diego me escucha.
- Un poco tarde, ¿no? -dice mientras cruza el pasillo- Estaba a punto de empezar sin ti.
Sé que miente. También sé que suele hacerlo solo, pero juntos el placer es mayor.
- ¿Qué me traes hoy? -pregunta intrigado.
"No puedo decirle que me ha besado"
Se ha agachado -respondo desganado.
¿Mucho? -sus ojos brillan- ¿Se le vio algo? ¿Raja...? -se moja los labios con la lengua- ¿Se le vio el tatuaje otra vez?
Un poco... casi nada. Ya sabes, lo de siempre.
¡Joder Javi! ¡Quiero verlo ya!
"No me deja ni quitarme los zapatos. Lo necesita casi tanto como yo."
Se abalanza sobre mí para quitarme la mochila. Lo detengo con una mano.
- No, tendrás que esperar a que me cambie. Tú ve preparándolo todo.
Mientras me quito el jersey y busco algo cómodo, escucho como Diego corre por toda la casa para preparar la sesión de esta noche. Es mi amigo desde hace más de 25 años, lo sabe todo sobre mí al igual que yo lo sé todo sobre él. Compartimos piso, vida y aficiones. Juntos creamos "El escondite" y juntos hemos ido llenando sus paredes. Todo comenzó cuando lo pillé oliendo mis calzoncillos durante la segundaría, me confesó que era gay y que esa era una de sus aficiones. Yo le dije que de vez en cuando también olía los suyos. Desde ese día convivimos con nuestras obsesiones.
Con el paso de los años dejamos de oler nuestros propios calzoncillos y pasamos a oler los de otros. En el vestuario del gimnasio, saunas eróticas o robandolos en una lavandería en la que Diego trabajó hace años. Después llegaron los tocamientos a desconocidos en el bus, en el metro o por la calle. Luego las persecuciones a desconocidos. Ahora estamos en un punto diferente; nos atrae el poder de la juventud. Los pasillos de una biblioteca, abarrotados de universitarios, son el lugar perfecto para recabar imágenes de ellos y las cámaras de seguridad una gran ayuda. Por eso decidí ser voluntario como bibliotecario algunos días a la semana, nunca pensé que acabaría en la biblioteca de un psiquiátrico para asesinos, violadores y demás calaña. Pero desde que llegó Yael solo tenemos ojos para él.
Entro en "El escondite". Las luces rojas de la habitación le dan un aura de misterio a las fotos que empapelan las paredes. Desconocidos. Cientos, quizá miles. En el parque, en el supermercado, en un campo de fútbol... Morenos, rubios, altos, bajos, gordos... Caminando, sentados, haciendo deporte... Los hemos observado durante años y ellos ni siquiera lo saben.
- ¡Pon el vídeo ya! -grita Diego.
Está sentado en uno de los dos sofás de la habitación, que se compone solo de eso y de una tele. La única decoración son las fotos de los desconocidos que nos observan silenciosos desde las paredes.
- Estás muy ocioso -bromeo sin éxito intentando ocultar que yo también lo estoy.
Me siento junto a él, tomo el mando y me bajo los pantalones. Sigo la rutina de siempre; adelantar las grabaciones hasta que aparece algo interesante. Pasan unos cuantos chicos monos y otros no tanto hasta que encontramos a Yael. Cuando lo encontramos empezamos a tocarnos.
Relata -le digo a Diego.
No -responde entre jadeos- Hoy te toca a ti.
No quiero protestar, así que empiezo. Miro la foto que está en la pantalla: Yael estirando el brazo para alcanzar un libro, su camiseta se ha corrido un poco y podemos verle el abdomen. Plano, con vello saliendo desde su entrepierna hasta el ombligo. Suficiente para empezar.
Y que sea yo el protagonista -me exige.
Diego entra en una sauna, es su primer día en el gimnasio. Desconoce que son saunas unipersonales y que esa justamente estaba cogida. Un chico joven se exalta al verlo y se cubre una erección con la toalla. Diego hace como que no se dio cuenta y se sienta junto a él. Pasa el tiempo y la erección del chico no baja, y no solo eso, Diego empieza a sentir un bulto creciendo en su entrepierna.
Sigue -gime Diego- Me gusta.
En ese momento yo me estoy masturbando con los ojos bien abiertos imaginando que el chico de la sauna es Yael.
El chico se levanta la toalla y deja al aire un pollón...
Tampoco te pases -me interrumpe.
Una polla no muy grande -rectifico- pero si gorda y venosa. Como a Diego le gustan. Diego está aun mas nervioso, intenta pensar en otra cosa pero sus ojos siempre acaban en dirección a la potente torre de carne que se erige frente a él. Está tan cerca, solo tiene que estirar el brazo y cogerla. El chico, de unos 20 años, sigue inmóvil y con los ojos cerrados mientras su polla suda y se deja mimar por las miradas de Diego.
Umm me encanta.
La polla de Diego también se encuentra en ese estado, su garganta seca, sus manos temblorosas. El chico abre los ojos. Diego intenta apartar la mirada pero es tarde, el chico se ha dado cuenta. Diego intenta levantarse pero el chico misterioso le envía una mirada picara, una invitación al pecado. El chico se lleva su polla gorda y venosa a las manos y empieza a masajearla mirando directamente a Diego. Este hace lo mismo y e cuestión de segundos la sauna se calienta todavía más. El chico le guiña un ojo para después señalar a su polla, Diego captó su intención de inmediato. Se acercó sigiloso hacia el chico en cuestión y tomó su falo con delicadeza, buscó una mirada de aprobación y se dispuso a chuparla.
Ya sabes como me gustan las mamadas -dijo mientras seguía mirando la foto de Yael.
Diego estaba a punto de rozar la polla de su amante ocasional con la lengua cuando este se levantó deprisa agarrándolo por los hombros. "Yo no follo bocas" dijo el chico "Yo follo gargantas". Introdujo su polla hasta el fondo de la garganta de Diego una y otra vez, este al principio se resistía pero al final acabó disfrutando de los placeres que este muchacho le ofrecía. La polla en cuestión estaba lubricada por la saliva de Diego por lo que se deslizaba hasta lo mas profundo de su garganta probocandole arcadas a la vez que placer. El chico también estaba disfrutando, tanto que pronto tuvo que descargar chorros de leche calentita en la garganta de Diego. La corrida cubrió sus labios, su cuello y por supuesto el interior de su garganta.
El solo imaginar el sabor de aquella corrida hizo que nosotros también nos corriésemos. Chorros de leche cubrieron nuestros estómagos y algunos el suelo. Pero nosotros seguíamos mirando a la pantalla, a Yael, nuestro Yael.
Mientras me limpiaba pensé en lo sucedido horas antes. Lo había besado, un acto de traición hacia Diego. El calor de sus labios seguía pegado a los míos, su aliento aún impregnaba mi nariz y el tacto del cuero era todo lo que sentía cuando me tocaba la piel. No, por ningún motivo podía dejar que Diego se enterase de eso.
Bufff -le oí decir- Menuda historia, así me gustan.
Me esmeré todo lo que pude.
Lo hiciste de puta madre. Ese Yael me va a volver loco, quiero ir a la biblioteca a...
¡NI HABLAR! -grité- No podemos acercarnos a él.
¿Por qué tu lo digas?
No, porque son las reglas: Mirar pero no tocar.
Tú puedes conformarte con eso, yo ya no.
¿Y qué pasará cuando Yael no esté? ¿Qué pasará cuando se vaya de la biblioteca?
No lo sé. No quiero pensar en ese día -pone la cabeza entre las manos- No podemos perderlo.
¿Cómo? -pregunto- No creo que le vaya este rollo. Nunca querrá estar con nosotros.
Diego levanta la cabeza y se acerca a la pantalla mientras el semen se seca entre sus piernas. Extiende las manos y sus dedos rozan el rostro de Yael.
- No hace falta que quiera.
Sus palabras sonaron como una amenaza, no, más bien como una promesa. Eso fue lo que realmente me asustó.
Continuará...
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