Más que un relato de enfermeras
Os relato la historia de cómo, tiempo atrás, descubrí el placer gracias a una mujer que quiso dejarme probar lo que la experiencia sabe hacer. Maru, me ayudó en un momento en que necesitaba a una mujer real.
Nos situamos hace casi diez años. Por entonces estaba estudiando la carrera, cuarto de telecomunicaciones, y me habían quedado un par de asignaturas para septiembre. Un verdadero éxito comparándolo con años anteriores. Como ya estábamos en agosto, a un mes escaso de los exámenes, había empezado a estudiar de forma algo más intensiva. Cada día me levantaba a una hora prudencial, entre las 8 y las 9, y me iba a la biblioteca a estudiar tres o cuatro horas. Con ello, según mi experiencia, era más que suficiente para sacar esas dos asignaturas enquistadas y asegurarme de tener las tardes libres y disfrutar un poco del verano.
El día en cuestión salí de la biblioteca sobre las doce del mediodía. Cogí el coche y me dirigí directamente a casa para prepararme algo de comer. Estaba feliz. Desde hacía algún tiempo, las cosas me estaban saliendo bien, más o menos según las tenía planeadas.
Pero, como se suele decir, hay cosas que es mejor no pensar o decirlas en voz alta. Llegando a casa, dando el último giro a la derecha para encarar la calle donde vivía un autobús no respetó la señalización (apuró el semáforo más de lo debido) y me impactó lateralmente. Recuerdo pocas cosas y un poco mezcladas del momento: todo girando, el ensordecedor ruido de los airbags saltando, ruido de cristales y un momento en blanco. Para, a continuación, verlo todo casi como si fuese una película: gente gritando, yo en el suelo recostado y de fondo escuchándose la música que llevaba en el coche. Sigo sin saber por qué sonaban los Beach Boys. De los pocos recuerdos que tengo de ese primer instante tras el impacto, recuerdo haber pensado que sería lamentable irme con “Surfing USA” sonando de fondo.
Casi instantáneamente apareció la policía y una ambulancia. Con mucho cuidado, y miedo, me sacaron del coche, me subieron a una camilla y fuimos rumbo al hospital. En ese momento, tu perspectiva sobre las ambulancias cambia. Es muy extraño verte como el protagonista de esa carrera hacia el hospital. Y asusta ver a tanta gente pendiente de ti.
Llegamos al hospital. Me pasaron inmediatamente y empezó la batería de pruebas. Algunas más agradables que otras. La verdad es que únicamente me dolía el abdomen y no era una cosa exagerada. Tras unas horas tocaba la siguiente escena desagradable y reconfortante a la vez: ver a tus familiares y amigos. Asustados. Muy asustados. No sabía cómo transmitirles que me encontraba bien. Afortunadamente tras unos unos minutos los ánimos se calmaron al ver que estaba entero. Aunque estaba en una cama, podía moverme perfectamente, no tenía ningún dolor que me volviese loco y al parecer seguía hablando de una forma más o menos coherente.
Tras unas horas de espera vino la doctora a darme el diagnóstico: estaba todo bien, excepto por una pequeña hemorragia interna. Que todavía no se atrevía a valorar. Traducción: al menos un mes en cama ingresado en el hospital. Un alivio y un mazazo a la vez. Rápidamente caí en la cuenta de cómo mis planes se habían puesto patas arriba en un momento. Pero no era el momento de pensar en ello.
Los primeros días fueron relativamente entretenidos. No paraban de pasarse familiares y amigos a visitarme y, básicamente, darme conversación. Pero los días pasaban, y como es lógico, esa frecuencia se fue reduciendo: no hay que olvidar que estábamos en agosto. Pero poco a poco todo se reducía a la rutina del hospital. A primera hora analítica, después desayunar, la revisión por parte de los médicos a media mañana, comida, merienda, medida de tensión y cena.
No fue hasta el décimo día cuando a esa rutina se incorporó el poder asearme. Y no fue del modo que yo esperaba. Como no querían que me levantase demasiado, prefirieron asearme directamente en la cama y como había que tener cuidado, yo tenía que dejarme hacer. Es una situación extraña. No es algo dramático, pero sientes una falta de privacidad importante. No es tanto porque te vean desnudo, sino porque tenemos la costumbre de hacer algunas cosas cosas por nosotros mismos. Si a eso le sumas una abstinencia sexual de ya diez días, pues la cosa se vuelve más peliaguda. No es por el momento del aseo en sí, ya que los nervios y la situación hacen que estés “tranquilo”, sino el antes y el después en el que acabas fantaseando con la situación. En definitiva aunque sea un plano totalmente profesional, no deja de ser una mujer la que está tocando ciertos sitios. Y si, como fue el caso, eran mujeres bastante jóvenes y en todos los casos con una estupenda apariencia física… pues tienes la fiesta montada.
A los cuatro o cinco días de estar así la situación empezó a hacérseme un poco incómoda. Me encontraba bien, con fuerzas, con energía, y solo había dos cosas que realmente me apetecían: darme una ducha para quitarme el calor y masturbarme de una bendita vez. La primera no era posible, más que nada, porque no me dejaban. La segunda tampoco lo era, porque no estaba solo en la habitación. Estaba acompañado por un hombre de unos 60 años y no encontraba la forma de tener un poco de intimidad. Viéndolo con perspectiva parace poca cosa, pero en aquel momento se me estaba haciendo un mundo.
Cada día que pasaba me fijaba más en las enfermeras que me atendían: Alicia con esas espectaculares caderas y unos ojos verdes que me hipnotizaban, Laura con ese pecho que no ocultaba y me quedaba embobado mirando, Inés tan menudita y lo que me imaginaba haciendo con ella… quizá la única a la no miraba de esa forma era a la coordinadora Maru, que a pesar de estar muy bien, no se si por su edad, bastante mayor que las demás y por ser de un perfil más serio, no terminaba de incluirla en mis fantasías.
Una semana tuvo que pasar para que me dieran el visto bueno para poder ducharme yo solo. A las nueve ya estaba preparado para poder meterme en el baño y poder resolver mis problemas. Vino Inés, bastante puntual, para desconectarme las vías y poder taparlas con plásticos. Aquello no me dejaba una movilidad estupenda, pero no me preocupaba en absoluto. Cuando me dirigí al baño de la habitación, al incorporarme, es cierto que sentí un leve mareo. Llevaba mucho tiempo sin moverme más allá de cuatro paseos por el pasillo acompañado por alguien. No dije ni mu. Necesitaba esa ducha más que respirar.
Al verme entrar en el baño, Laura que pasaba por la puerta, se dirigió a mi:
En ese baño vas a estar muy incómodo. Debes ser más ancho de hombros que ancho tiene la ducha. Dame dos minutos que te preparo el baño grande que tenemos para cuando hay que asear a alguien entre varias personas. Así puedes ducharte cómodamente - dijo mientras se alejaba.
Pues no se me había ocurrido, la verdad - dijo Inés que seguía en la habitación atendiendo a mi compañero de cuarto. - Siéntate mientras Laura te prepara ese baño.
Obediente, hice lo que me sugirió. La perspectiva había mejorado. Iba a tener un baño para mi solo para quedarme nuevo.
Pasados cinco minutos, entró Laura en la habitación para avisarme que ya podía ir al baño. Me acompañó hasta la puerta de mi habitación y desde allí me indicó hacia dónde tenía que ir. Raudo y veloz me dirigí hacia el ansiado baño hasta que por el camino me interceptó Maru, la coordinadora de la planta.
¿A dónde vas tan deprisa?
Hacia el baño grande. Me lo ha preparado Laura porque dice que ahí estaré más cómodo.
Sí, bien pensado. En los de la habitación ibas a empaparlo todo porque son muy pequeños. Espérame un minuto que te acompaño.
No. No te preocupes, Maru, se llegar. Me lo ha indicado Laura.
No, si no es que no sepas llegar, es para ayudarte a ducharte.
Me dejó petrificado. Mi “plan” se había ido a tomar por saco. Reaccioné bastante mal, y se me debió notar en la cara:
No voy a arriesgarme a que te marees mientras te duchas y te caigas. Llevas bastante días sin andar y no quiero sustos - dijo de forma bastante contundente.
Me encuentro perfectamente…
Mira, si es porque te da vergüenza, es algo que tendrás que superar. Piensa en mí como si fuese tu madre. Tienes que ducharte, y no vas a ir tú solo.
Puesto que no era mi intención, en ningún momento, cuestionar su profesionalidad decidí dejar de discutir de inmediato. Terminó de colocar un par de cosas y nos dirigimos al baño.
Al llegar, me sorprendió bastante lo bien que estaba montado ese baño. Era enorme, con la ducha más grande que he visto hasta la fecha, y pensado para que pueda ayudarse a la persona que está dentro sin formar un estropicio. La ducha estaba a la derecha y a la izquierda había un pequeño mueble de la altura de una mesa, pensado para dejar la ropa, jabón, etc.
Maru colocó el indicador de ocupado en la puerta, abrió el grifo y me ayudó a desnudarme. Rápidamente me fui hacia la ducha para sentir un placer increíble. Cómo necesitaba sentir el agua recorriendo mi cuerpo. Al ver la escena, Maru me dio un par de minutos de recrearme con el agua dándome en la cara.
- ¡Madre mía! Sí que necesitabas darte una ducha. Muchas veces olvidamos lo agradables que son ciertas cosas cotidianas hasta que nos las quitan. Venga voy a lavarte y ahora te dejo que te enjuagues tranquilamente.
Se acercó y cogiendo una esponja enjabonada intentó lavarme la cabeza. Al ver que no llegaba bien, cogió una especie de banco que me permitía sentarme en la ducha, con una postura muy cómoda, como medio recostado. Empezó a lavarme y, tras un primer momento de pudor, reconozco que me sentía en la gloria.
Fue bajando poco a poco, recorriendo mi cuello, hombros, brazos, pecho abdomen… y sin darme cuenta, porque estaba disfrutando, cuando iba a llegar a mi pubis, hizo un comentario que me sobresaltó:
- Y deduzco que igual que llevas veinte días sin ducharte, también los llevarás sin tocarte…
Volví en mí, para ver que me miraba divirtiéndose, y notar que tenía una erección completa. No sabía donde meterme.
- Tranquilo. Es normal y es un indicativo de que te encuentras mejor. Relájate y vamos a continuar.
Cuando creí que iba a pasar a las piernas, noto que empieza a acariciarme el escroto. Estaba… sorprendido. Era una mezcla entre nerviosismo y placer. Al ver mi reacción, Maru me posó una mano en el pecho para que me relajara. Se me acercó un poco y me dijo muy suavemente:
- Relájate y déjate hacer. No todo va a ser pasarlo mal.
Poco a poco fue pasando de mi escroto a rodear mi pene con la mano. Muy suavemente. Muy despacio. Estando aún mi glande cubierto de piel, comenzó a deslizarla hacia abajo muy lentamente. Milímetro a milímetro, observando como la cabeza de mi pene se iba liberando. Como iba hinchándose y poniéndose roja. Iba a estallar de placer solo por observar la escena: yo allí tumbado, bajo el agua templada, siendo descapullado por una desconocida que, además, era bastante mayor que yo. Tras deslizar la piel completamente, comenzó a acariciar la corona con su pulgar e índice. Los dos dedos formaban un anillo que hacían el intento de arrancarme el capullo, mientras los giraba lentamente. No necesitó más de cuatro movimientos para que mi polla empezase a gotear. Estaba muy excitado. Con un dedo de la otra mano, recogió el líquido que iba saliendo de la puntita, para extenderlo en sus dedos, y despacio, masajearme el pene de arriba abajo.
No llevábamos ni dos minutos, y mi cuerpo me pedía correrme. La situación me superaba por completo. Al ver como iba reaccionando, Maru paró unos segundos para escupir sobre mi glande, y acto seguido empezar a frotarlo vigorosamente. Era una sensación bestial. La intensidad era tan alta, que bloqueaba totalmente mi capacidad para eyacular. No dejaba de mirar el movimiento de su mano girando y recorriendo mi polla. Se mantuvo así unos minutos, para volver a la dinámica anterior de acariciar toda la polla más suavemente. Se acercó a mí y me dijo muy sensualmente.
- Deja de contenerte y enséñame como te corres. Quiero ver como sale toda esa leche de ti.
Según lo dijo, me relajé y empecé a eyacular. Un chorro detrás de otro, espeso y abundante. Y mientras lo hacía solo acertaba a mirar a Maru a los ojos, que me clavaba la mirada y con la boca medio abierta, fruncía el ceño y soltaba unos gemidos muy leves, casi imperceptibles, lo justo para notar el calor de su aliento en mi cara. Parecía que disfrutaba tanto como yo, y si no era así lo fingía absurdamente bien.
Terminé. No me lo creía. Era la situación más extraña y excitante que había vivido. Aun jadeaba cuando me di cuenta de cómo me miraba Maru. Era un mezcla entre diversión y excitación. Por algún motivo, no podía dejar de mirarla a los ojos. Quería darle las gracias, pero alcanzaba a decir nada. Una sonrisa suya cerró el momento, y de una forma casi maternal, continuó lavándome. Volvía a estar en la gloria.
Me pidió que me levantase para poder lavarme la espalda. Lo hizo atentamente bajando poco a poco hasta mi culo, y de ahí a mis piernas. Terminé de enjuagarme y salí de la ducha. Me pasó una toalla para poder secarme y ella hizo lo mismo con sus brazos, que lógicamente estaban empapados. Cuando iba a vestirme con el pijama limpio que había llevado, me sorprendió:
Espera. Aprovecha ahora que voy a salir cinco minutos y masturbate tranquilo. Tienes un gel que puedes usar de lubricante ahí en la cómoda, en el cajón. Vuelvo cuando hayas terminado.
Pero si acabas de hacerme…
Ya, pero llevabas veinte días sin tocarte, te vas a quedar más tranquilo si te corres otra vez. Vengo en unos diez minutos - dijo con una tranquilidad que me dejó pasmado.
Tal cual salió del baño. Me quedé a cuadros, y como no podía ser de otra forma… me había excitado. Así que empecé a hacer lo único que se puede hacer en estos momentos… masturbarme fantaseando con lo que había sucedido. Era un placer poder desahogarme después de tanto tiempo. Sin embargo no habían pasado ni dos minutos, cuando la puerta se abrió...
-¡Te pillé! - dijo Maru con voz insinuante.
-¡Claro! Es que me habías dicho…
-Era para que te excitaras… y lo he conseguido…
La situación era surrealista. Yo en un baño, desnudo, masturbándome, mientras una madurita me dice que quiere verme excitado. Pero la cosa no quedó ahí. Para mi sorpresa Maru se acercó, me cogió la mano con la que me estaba masturbando, y se la metió debajo de la falda… y sus bragas. Le estaba tocando el coño. Me llamó la atención el tacto de su vello, el calor, y sobre todo lo mojada que estaba. Me guió para que, mientras le acariciaba con toda la mano la vulva, con uno de mis dedos ahondara un poco más y recorriera de arriba a abajo su clítoris y la entrada a su interior. No era la primera vez que le metía mano a una mujer, pero nunca me había resultado tan excitante.
En este momento sucedió algo peculiar. En esta segunda entrada de Maru en el baño, le vi cosas que hasta entonces me pasaban desapercibidas: sus increíbles ojos grises, la melena negra, su pecho generoso y esas caderas… un cuerpo precioso, que hasta ahora había ignorado. Y su voz... me sonaba deliciosa. Y como complemento, una sensación de admiración y sumisión hacia ella, que nunca había sentido.
Tras un minuto, de frotar mientras la miraba a los ojos, deshaciéndome con la mirada de lujuria que me lanzaba, me hizo un gesto para que parase, dió un paso atrás y se sentó sobre esa pequeña cómoda que había en el baño para, acto seguido, subirse la falda y bajarse las bragas, dejándome una visión perfecta de su rosado e hinchado coño. Es una imagen que todavía hoy tengo grabada: ese vello rasurado pero espeso, encima de unos labios menores prominentes e inflamados de excitación. Con ese brillo especial producido por los fluidos que le inundaban la zona.
- Métemela. Quiero que me folles. Acércate, descapúllate y métemela hasta el fondo - dijo Maru con la voz dominante pero susurrante -. Desahógate conmigo.
No alcancé a contestarle. Mi cabeza estaba explotando. Era una situación que escapaba totalmente de mi control. Una mujer que me había pasado completamente desapercibida en todos esos días, se había convertido en una diosa, que no solo me excitaba hasta el infinito, sino que me estaba ofreciendo algo anhelado para mí en ese momento. Y con un extra: si bien es cierto que ya me había acostado con otras chicas, siempre lo había hecho con condón. No conocía la sensación de penetrar a una mujer directamente, al natural, sintiendo el contacto directo de mi piel con la suya.
Me acerqué, y siguiendo sus órdenes, me descapullé y comencé a penetrarla. La sensación era fantástica: el calor, la humedad, la lubricación. Era como meter mi polla en el lugar para el que se había diseñado. Cada movimiento, cada roce hacía que nos estremeciéramos. Pegué mi cuerpo desnudo al suyo, abrazándola por debajo de la cintura, y apoyé mi mejilla izquierda contra la suya. La mezcla de sensaciones me estaba volviendo loco. Contener su cuerpo, oir su respiración entrecortada, notar su reacción a cada embestida… era algo que nunca había experimentado con tanta intensidad.
Según se fué acelerando la cosa, Maru se subió la blusa y el sujetador. Quería asegurarse que su pecho estuviese en contacto con el mío. Sin poder resistirme le agarré uno de sus pechos con mi mano. Era abundante, turgente, y con el pezón puntiagudo. Al ver que me aceleraba, Maru empezó a susurrarme al oido:
Córrete mi niño. Enséñame de lo que eres capaz. Clávame tu polla bien al fondo que quiero sentirte. Quiero sentir tus latidos en mi coño. Quiero ver como te desfogas dentro de mi. ¡Hazlo! ¡Hazme tu mujer!
Maru… me corro…
¡Al fondo! ¡Hazlo al fondo!
No pude aguantar más y me corrí. Fueron media docena de espasmos cargados de semen a más no poder. Una leche caliente y espesa que ni yo mismo pensé que podría crear. A cada chorro que lanzaba en su vagina, Maru respondía con un espasmo que le recorría el cuerpo. No podía creer hasta qué punto le estaba resultando placentero. Hasta que el último golpe, Maru se corrió. Su coño empezó a contraerse sin control, sus piernas se cerraron conmigo dentro y sus manos solo alcanzaban a agarrarme fuerte. Para ella debieron ser unos instantes de placer, para mi de fascinación. Nunca había visto un orgasmo tan fuerte, tan real, tan visceral…
Permanecimos quietos unos segundos. Lo justo para recuperar el aliento. Al separarme, despacio, y sacar mi polla ya flácida de su coño, empezó a gotear mi leche rebosando su vagina. Me había corrido una barbaridad. En un instante Maru se inclinó hacia mí, y me dió un beso rápido y suave en los labios. Era la guinda del pastel que acababa de vivir.
Volví a meterme en la ducha para asearme rápidamente, mientras Maru hacía lo propio. Me ayudó a vestirme y volví a mi habitación. Estaba casi conmocionado. A los cinco minutos de estar de nuevo tumbado en la cama, entró Laura, y con un gesto de comprensión me dijo:
Ya he visto que no has podido ducharte tranquilo. No te preocupes que en unos días…
No está para ducharse solo - dijo Maru entrando en la habitación e interrumpiendo a Laura -. Cuando vaya a ducharse me avisais y me encargo yo. Que con vosotras seguro que le da vergüenza.
Y sin decir más salieron ambas de la habitación. Como uno se puede imaginar, el resto de mi estancia en el hospital fue bastante placentera.