Más que números VIII

La veo y la enfoco: con su sonrisa, con su hermosa sonrisa; con su mirada, que se envuelve con la mía, que me atrapa y me hace dichosa. Porque me mira. Porque la miro. Porque me sonríe y todo es hermoso.

Llegamos a un bar que queda cerca de la U, nos sentamos en una mesa y pedimos una cerveza cada una.

-¿Y bien, qué tal estuvo su día? –le dije

-Diay, cansado, un poco. Pero, hasta el momento, ha sido un buen día. –me dijo sonriendo y mirándome de una manera que sentí explicativa a su “buen día”. Yo quise ser su “buen” en su día. -¿y qué tal las grandiosas clases de Medicina?- dijo, ahora más sonriente, riendo.

Yo reí también, con esa risa que trata de no ser muy escandalosa, ni muy alocada, pero sí que se sienta, y sobre todo, lo que sentía era un temblor en mis piernas, a pesar de estar sentada. Pero así era estar frente a ella, y su efecto en mí. La veo y la enfoco: con su sonrisa, con su hermosa sonrisa; con su mirada, que se envuelve con la mía, que me atrapa y me hace dichosa. Porque me mira. Porque la miro. Porque me sonríe y todo es hermoso.

-Muy bien, agotador, a veces. –contesté.

Nos quedamos viendo. Y era mágico. No. Mágico no. No metamos a la magia en esto. No metamos a nadie en esto. Solo ella y yo. Solo ella, con su voz y su carácter, con sus ojos hermosos y su sonrisa que me inspira. Y yo, con todo lo que me conforma y se segrega, con todo lo que duele, pero soy. Con mis dudas, mis miedos, mis recuerdos acosadores y el río entero que se me viene encima. Pero yo. Y ella. No metamos a nadie más en esto. Solo ella y yo. Nosotras.

Antes de que empezase a hablar, sonó su teléfono móvil y disculpándose contestó. Por lo que pude escuchar, mientras veía hacia otro sitio para ofrecer un poco de respeto al menos, con quien estuviese hablando debía de ser algún compañero con que habían quedado en algún trabajo pues algo referente a ello comentaba, y según su tono de voz, que aunque cambió todo y la suavidad en que pronunciaba cada palabra, Fran seguía siendo hermosa, noté que estaba molesta con quien hablaba por celular.

Y era asombroso estudiarla, cuando hablaba y cuando no. Cada gesto, cada movimiento de sus manos al hablar, la forma en que se mantenía erguida y, a veces, colocaba el brazo izquierdo tras su espalda, su rostro cuando algo le disgustaba, la amplia sonrisa que ofrecía al saludar, contestar, o simplemente en el hilo de una conversación, y la sonrisa que lucía un poco forzada cuando algo no le agradaba y lo hacía saber, pero siempre ahí. Y ese algo en sus ojos, preciosos por cierto, y eso hermoso como todo en ella. Era mirarla y casi asegurar que la amabilidad era su sello; la determinación y carácter fuerte su naturaleza. Y así me parecía. Y así me encantaba.

-Disculpá. Era sobre un trabajo para la próxima semana. –me dijo Fran, un poco descolocada.

-No se preocupe. ¿Todo bien?

-Sí. Bueno, es que, a veces cuesta ponerse de acuerdo en esto de los trabajos grupales, y máxime cuando se dificulta la participación activa de quienes simplemente no quieren trabajar. –dijo y sus ojos, a pesar de no estar entrecerrados, o no haberlo volteado hacia arriba, denotaban su molestia.

Si han escuchado eso de que los ojos son el espejo del alma, díganme que es verdad, porque empiezo a afianzarme a ello. Y me siento toda una “Analizadora de ojos especializada en imaginar el significado y mensaje de las miradas”, o al menos eso quería ser cuando nos mirábamos. Esperaba que lo que distingo en las de ella fuese como lo que yo quería que percatase de las mías. Quiero seguir atisbando en lo que es. Descubrirla. Descubrirnos. Quiero susurrarle al oído palabras que logren exponer el idílico paraje en que me encuentro, si ella está.

-Sí, la entiendo. Suele suceder.

-Sí. –dijo, e hizo una sonrisa forzada, como de resignación. ¡Simplemente Preciosa! Y permítanme escribirlo con P mayúscula, como si eso le diese algo más de valor. Pero lo cierto es, que vale cuanto signifique. Y para mí, ella empieza a significar más de lo que el límite de mi seguridad a la estabilidad emocional y psicológica soporta, ese límite que me he puesto y no quiero sobrepasar. Pero ella sobrepasa.

-Quería invitarla a una fiesta que le estoy organizando a uno de mis mejores amigos… bueno, -vacilé por un momento- quería no, quiero invitarla –dije corrigiendo, ella sonrió aun más ampliamente- a la fiesta de uno de mis mejores amigos, no Ricky, el de la playa, sino Ían, es de Limón. Cumple años este sábado y vendrá a pasar el fin de semana aquí.

-¿Ajá? ¡Sí, perfecto! Encantada. ¿En dónde será?

-En mi apartamento, a partir de las siete.

-Jajaja, y usted ¿dónde vive?

-Jajaja, en una caja de cartón. Avenida Central.

Ella reía fuertemente. –Jajajaja, ¡Oh, elegante apartamento en el que vivís!

-Y claramente el más difícil de conseguir. –dije entre risas.

-No lo dudo, a las dos de la mañana en la calle con estos fríos y solo una caja de cartón como cobija. ¡No cualquiera lo consigue!

Hablaba sin dejar de reírse. ¡Santo pajarito azul! ¿Lo ven? Digo, ¿la ven? ¡Preciosa! ¡Hace que el aire que aspira y se escapa por su boca valga una fortuna!

-Eso muestra lo ruda y valiente que soy. –dije haciéndome la creída, luego de aclarar mi garganta para hacerlo más evidente.

-¡Lo tonta, más bien! Jajajajajaja

-¡Bum bam pow! ¡Auch, eso dolió! Jajaja. –ahora jugando de herida ante su comentario.

-¡Jajaja, lo siento! Bueno, tonta no, tontita. –dijo poniendo cara de ternura. Morí. Pero reviví para seguir mirándola. Su risa me devolvió el aliento.

-¡Gracias, gracias! Solo por hoy, sus insultos hacia Sammy, ¡lléguele! Oferta dos por uno: puede decirlo también en disminuto. ¡Lléguele, lléguele!- dije haciendo voz de comerciante en pleno San José.

-¡Jajajajaja! –seguía riéndose. Y ahí estaba yo, embobada con su cara, con su presencia, con su hermosura y ese “algo” que me intriga y me encanta.

-Mire para llegar al apartamento usted se va a La Sabana, por el Lago, usted cruza y agarra hacia el Estadio Nacional pero dobla antes de llegar al cruce peatonal, sigue recto y cuando ve el árbol que hace poco le cortaron una rama, entra en esa calle y el edificio está luego de la casa roja. Apartamento 3. –mientras yo hablaba, exagerando el asunto al propio, ella se quedaba con los ojos como platos, pues ni yo entendí que estaba diciendo.

-¿Cómo? ¡Jajajaja! Direcciones a lo tico. Solo te faltó decir “Mire mi chiquita, usted camina hasta que vea el perro de Doña Rosa, sigue recto recto, recto, hasta antes de llegar al puente que se cayó.” ¡Jajajaja!

Explotamos en risa las dos.

-¡Y fijo el dichoso perro no está, o toca correr porque se le tira a morderlo a uno!- le digo divertida.

-Sí, sí. ¡Jajaja! ¡Y como siempre, los puentes!

-¡Jajaja, sí! Y no le ha pasado que tiene que ir a un sitio, y no lo encuentra, le pregunta a alguien que dónde queda “x” lugar y le dicen “Diay, ya está aquí muchacha”, y uno queda como “¿Pero si hace dos calles me dijeron que estaba en “y” lugar. Jajajaja- le dije. Ya empezaba a sentirme menos inhibida, más suelta para hablar. ¡Se sentía tan bien estar con ella!

-¡Sí, de hecho, me ha pasado! Y esa vergüenza que a uno le da, verdad. Jajajaja.

-Jajaja, dichosamente esas personas no lo conocen a uno. Ah, respecto al sábado nada más me dice cuando ya se dirige al apartamento, yo voy por usted. Solo me dice en dónde, linda, para no complicarnos con la dirección y el perro. –me reí-.

-Bueno, porque si me sale un perro vos me tendrás que rescatar, nuevamente. Ya serían dos: la boa y un perro saguate malvado. –le sonreí tiernamente. ¡Por el cielo azul! Las culebras no me agradan en absoluto, pero esa, esa boa, como dice ella, es la mejor de todas. -¡Jajaja! Además de que no es nada agradable perderse con esas súper direcciones.

-¡Bum bam pow, auch, otra vez! ¡Jajaja! Ya que la menciona, recuerdo la primera vez que vine a la U y le pedí al chofer del bus que me bajase en el Parque de San Pedro. El señor me dice que es aquí y yo me bajo, verdad, cruzo hasta el parque y digo yo “Gracias al cielo cielístico que aquí están los taxis”. Entonces me subo en uno y le pido que- ella comenzó a reírse a carcajadas y yo no pude evitarlo, me contagió la risa, que indudablemente le provocó el imaginar cómo finaliza mi pequeña historia. -¡Jajajaja, deje de burlarse, ni me ha dejado terminar de contarle!

-¡Jajajaja! No me burlo, es que- ella ni podía hablar, sin duda alguna recordé que el aire vale una fortuna si se pasea por su boca, porque en este momento ella necesitaba respirar bien. Me alocaba su locura. -me da mucha risa.

-Jajaja, bueno, continúo entonces para que siga riendo más fuertemente. Le pedí al taxista que me llevase a la Universidad, pero entonces el señor voltea la cabeza en el medio de los dos asientos de adelante y me dice: “Pero si eso es aquí a cincuenta metros, la Universidad está aquí no más, solo camina recto y llega”. –Estalló una de mis carcajadas, y veinte de ella- Vea, yo me moría de la vergüenza, y lo único que pude decir fue “Ah, gracias” y salí disparada del taxi, y me fui a “aquí no más, caminando recto llego” como dijo el taxista, y en diez minutos llegué a una de las entradas de la U.

Ella no dejaba de reírse. Yo reía apenada.

-Y debo decir que en realidad son como trescientos metros.- aclaré en tono gracioso.

-¡Vos me matás! Jajaja.

-¡No! ¡Santo pajarito azul! No se muera. Jajaja

-¡Jajajaja! Bueno, bueno. Solo porque mi Médica me lo pide.

-¿Soy su médica?

-¡Sí! Digo, si querés.

Y puede que suene tonto y patético, pero me hubiese encantado que la palabra en cuestión no fuese “Médica”. Novia, o futura novia, no estaría mal.

-¡Claro! Pero aun no me he graduado. Jajaja.

-¿Mi vida corre riesgo, entonces?

-No, si depende de mí, está segura. Siempre. Más que salvar su vida, daría la mía por… -en ese momento me di cuenta de que en unos segundos ya nuestras respiraciones habían retomado un ritmo ligero, que ella me miraba con sus ojos brillantes y enfocados en mí. En un lapso del que quizá no se es consciente, algo o alguien pueden cambiar lo que se aferraba a permanecer. Cambiar. Miedo. Universo. Azul. Amor. En un momento, fui advertí ese lapso. Me di cuenta que yo estaba diciendo que…

-¿mí? ¿Daría la vida por mí? –dijo ella socavando en mi interior, estremeciéndome completa.

¿Realmente estaba yo dispuesta a dar mi vida por la de ella, por ella? ¿Estaba, acaso segura de querer arriesgarme a darle mis palabras, acceso a mis rasgos, a mi locura, a mis pensamientos, y a todo lo que soy? ¿Querría abrirle paso a mis sentimientos y hacerla partícipe en mi vida, para que tome de ella lo que quiera, a sabiendas de que, si esto llegase a suceder, lo más seguro es que llegue a acabar, que empiece a doler, y quede sin una parte de mí, y con una parte de ella: con fragmentos disociados, como piezas de un rompecabezas que no se ensamblan.