Más que números VII

Su risa se envolvía en el aire, y no podía dejar de mirarla, como si me amarrase a ella y dejar de hacerlo significase dejar de respirar. Reía y me era el sonido más hermoso, porque hablaba entre risas, y eso, me hacía sentir dichosa. La razón y fortuna, mismas al tiempo: estar cerca de ella.

Antes que todo, mis disculpas por la enorme tardanza. He tenido algunos inconvenientes que no quiero utilizar para excusarme, pero sí que admito me han afectado en cuanto a lograr el dichoso equilibrio personal que requiero para desenvolverme efectivamente y ofrecerles un buen escrito con todo mi convencimiento y dedicación. El propósito es encarrilarme nuevamente para aportar los capítulos regularmente, y que su contenido y los tiempos, sean, como siempre es mi meta, de su agrado. Me he creado una página en Facebook para los que gusten: www.facebook.com/saintblue e igual pueden contactarme al correo electrónico. Sin más, la continuación de "Más que números". Buen viaje a mis letras, que ahora serán suyas también.

Sentía que podía volar y que las paredes se encogían. De fondo escuchaba al profesor que hablaba, y una que otra hoja que cortaba el aire acondicionado del aula. Con mi mano derecha en la parte de atrás de mi cuello y la cabeza hacia la izquierda, miraba a la ventana a mi lado, miraba hacia abajo, a cuatro pisos de distancia, en una de las bancas frente al edificio en que estaba, hermosa y ligera, como si la brisa peinase su cabello y el paisaje agradeciese su presencia. Pero, sobre todo, yo, agradecía tener ese panorama. Me encanta el aire frío, natural o acondicionado, cuando pasea en mi interior, como si me refrescase y aliviase entera, y así, poder inhalar como si respirar fuese nuevo para mí, cerrar los ojos y pensar en que pienso. Pero esta vez, cerré los ojos, y mientras el aire me inundaba y aclaraba mi mente, pensaba en algo hermoso, pensaba en ella.

Me percaté de que estaba en clases, cuando escuché el bullicio de todos mis compañeros al agarrar sus cosas y salir de ahí. Eran las once y media, hora de almuerzo. A pesar de estar medio adormilada por toda esta escena y ese pensamiento en el que ella destaca, reaccioné rápido y también salí, a como pude, disparada del sitio. En la aglomeración de personas, caminé deprisa hacia el comedor, donde la fila, como siempre, era grande. Y en la radio una canción me produjo inmovilidad y posteriormente rechazo a permanecer quieta y atormentada. Así que me fui. Se me quitó el hambre.

En ese lapso para almuerzo decidí sentarme en unas bancas con mesa en la sombra de unos árboles, adjunto al edificio en el que sería mi próxima clase. Me puse a leer un poco para ir adelantando materia. En toda la mañana no había querido pensar en Fran, pero verla mientras estaba en clases, además de desconectarme totalmente de esta, me hizo preguntarme si debía o no, si quería o no, seguir tratándola, porque sabía que eso, de una manera u otra, llegaría a doler, a acabar, a dejar de ser, si alguna vez fuese.

Finalmente me decidí, entre un montón de argumentos y rechazos de los mismos, a intentarlo, porque me dije a mí misma, que este dolor que sentía era constante, no se iba. Y que si ella podía alejarlo de mí por el tiempo, y después, irremediablemente volver a sentirlo, estaría bien, quizá mejor que ahora, quizá no, pero me haría sentir la felicidad que inunda los pulmones y hace estallar carcajadas, sonrisas puras y reales, sonrisas que en mi rostro no han vuelto a aparecer.

Le envié un mensaje por Whatsapp, y solo hizo que me burlase de mí misma, por darme una nueva oportunidad a poder tener una oportunidad, y porque ya faltaban dos minutos para la clase y tuve que salir corriendo para no llegar tarde.

“Tenga un lindo día, señorita. Pero no espere a que sea así solo porque sí, hágalo lindo usted, que con solo pensarla ya lo considero un día bueno”.

Entré a clases y justo cuando me senté, mi celular vibró y una emoción me decía que revisase si era ella. Pero rechacé la idea e intenté enfocarme en la lección, aunque al principio me costó. El profesor de Neuroanatomía nos dio un pequeño receso en el que aproveché para revisar el mensaje, que en efectiva era de ella.

“Gracias a vos, que te has encargado de ello, mi día se tornó más que bonito.”

De inmediato se me formó una sonrisa como la luna en cuarto menguante en una noche donde las estrellas solo rellenan el paisaje, porque centro toda mi atención en esa, a veces entera o a veces incompleta, que me mira cuando está y cuando no, el cielo parece triste.

“¡Y ahora usted se encarga de poner una sonrisa en mi rostro! ¿Qué tal las clases?” le escribí, emocionada, sonriente, imaginando su sonrisa como si yo fuese el motivo.

“Bien, ya un poco cansada… ¿Y vos?” me dijo. Y justo antes de poder contestarle, el profesor indicó el final del receso. Así que a como pude le contesté que bien, y le pregunté si nos podíamos ver al finalizar las clases, si lo deseaba. O eso pensé. Pues cuando la clase finalizó y pude revisar mi celular, vi que, de la carrera, lo que le envié fue un mensaje indescifrable incluso para mí. Ella, muy divertida –cosa que me aloca- inmediatamente me había contestado: “¿Bienvenidos ver qué? Jajajaja, ahora mismo lo que quiero es ver algo agradable, como a vos, por ejemplo.”

Riéndome de mí misma y de toda la situación, como estúpida y cayendo en cuenta del efecto de todo esto cuando uno empieza a correr riesgo y sentir mucha atracción por alguien, y sin querer evitarlo, la llamé mientras salía, esperando que ella saliese a esta hora también.

-¿Aló?

-Hola.

-Hola- y pude notar como su voz cambiaba del frío Aló del inicio, a un Hola dulce y suave, relajado y divertido, como ella.

-¡Qué pena con el mensaje! Es que ya iba entrando a clase y no me fié de que lo que escribí era… nada. Jajaja.

-Jajaja. Tranquila. Me reí mucho luego de verlo, intentar leerlo, verlo de inicio a fin nueva y detenidamente, y concluir que no entendía nada más que un bienve algo, jajajaja.

-Jajaja, bueno, al menos, después de todo el arduo trabajo intentando descifrar mis mensajes codificados, se rió. Jajaja, lo que quería decirle era que si después de clase, nos podíamos ver. En mi caso, ya salí, no sé usted si también.

-Jajaja, sí de hecho voy saliendo. ¿Dónde nos vemos?

-Por la Biblioteca, ¿le parece?

-De acuerdo, en cinco minutos llego.

-Va.

-Va- hizo una pequeña pausa, y luego se echó a carcajadas. Jajajaja, ya llego. Y cortó.

Cuando la vi venir, me quede muda, estática, pero a su vez, con mil palabras que gritar, del tornado de emoción por verla, hermosa, segura, inquebrantable, ligera, como si todo el entorno conspirase para hacerla lucir más bella de lo que cualquier otra mujer pudiese lucir.

-Hola- dije

-Hola. ¿A dónde vamos?

-¿Al bar que está por aquí?

-Jajaja. ¿Me querés emborrachar?

-Jajajaja no, no. Si quiere vamos a otro lugar entonces.

-Es broma, vamos. Jajaja

Su risa se envolvía en el aire, y no podía dejar de mirarla, como si me amarrase a ella y dejar de hacerlo significase dejar de respirar. Reía y me era el sonido más hermoso, porque hablaba entre risas, y eso, me hacía sentir dichosa. La razón y fortuna, mismas al tiempo: estar cerca de ella.