Más que números III

Porque uno siente como si las fuerzas sobre naturales existentes o imaginarias estuviesen contra uno. Porque uno siente y además grita mientras llora que: ¡La vida es injusta! Y uno se siente tan desgraciado, por haberse creído poco merecedor de la dicha inmensa que se tenía.

Terminamos de almorzar en el bellísimo comedor al estilo rústico, con sus paredes barnizadas y cuadros de la naturaleza de la reserva,  que lograba equilibrar el sitio a un estilo ni del todo sencillo ni tampoco formal. Muy a mi gusto. Al poseer esa bendita manía de buscarle el equilibrio al universo a pesar de no estar de acuerdo en un todo y un nada a la vez, sino, en un punto medio, siempre. El ambiente era muy pacífico a pesar del gran bullicio que formaba las conversaciones de las otras mesas y risas que parecían sincronizarse a ratos con los chillidos de sillas platos que me ponían los pelos de punta. Me sacaban de mis pensamientos  al recordar que, aunque lo tratase, Ricky no siempre conseguía levantarme el ánimo cuando este andaba por los suelos, y por ende, me hacía ajena a la felicidad que hubiese alrededor. Porque aun cuando mi constante trabajo era defender lo idealista que soy con respecto a la constante simetría, el equilibrio y toda esa hablada, muy en el fondo, y no tan el fondo, eso que tanto buscaba y pretendía mantener, era cualquier cosa menos constante, pero sobretodo, mía. O que al menos resida en mí. Y es que mi humor podía pasar de la euforia a la depresión momentánea más cruel posible y vista, que para mí, ya había sido probada en todas sus etapas. Una sola palabra, gesto o caricia del aire lograba poner una lágrima en mi rostro posterior a la carcajada más sonora del día. Mi estabilidad ya no merecía el título de estable, mas tampoco el de bipolar. Pero uno se comporta  como un saco de emociones, como un carrito de supermercado, que se llena y vacía. Y no son precisamente las compras elección propia. Así, se siente que se es tan vulnerable de poner los pies sobre la tierra sin que el zacate no incomode. Se siente inmerso en un estado de transición que, ese sí, permanece ahí, y uno, indefenso como pez al encontrarse saltando a como pueda, luego de ser sacado de un río, consumido por la desesperación y la incomprensión del asunto en que se encuentra, ignorando, quizás, por completo, la felicidad de una familia entera al pescar un domingo. Y ahí está ese pez, con sus ojos saltones ansiando caer al agua de nuevo. Porque así de inútil se siente, sentirse como un pez en ocasiones, sabiendo que debes poner los pies sobre la tierra, aunque una capa de zacate lo impide, o aún no sobrepasas las leyes de la biología como para ser un pez con pies. Porque cuando uno tiene un enredo en la cabeza, y no precisamente un nudo de cabello, nuestras limitaciones por el enredo en sí, son más complejas que las de la vida misma. Porque uno siente como si las fuerzas sobre naturales existentes o imaginarias estuviesen contra uno. Porque uno siente y además grita mientras llora que: ¡La vida es injusta! Y uno se siente tan desgraciado, por haberse creído poco merecedor de la dicha inmensa que se tenía. Porque uno no encuentra porqués válidos, que no sean refutados de nuevo por la sencilla pregunta a la que se le achaca todo el mal que gire en torno nuestro y nos toque, esa incógnita gigante e incomprensible para todo el que se sienta desgraciado ahora, que se formula luego de la más acertada y repetida, pero cierta, frase que uno encuentra en momentos así, que dejan de ser momentos para hacerse horas y días: etapa de sufrimiento: “Esto no es justo. La vida es injusta. ¿Por qué?”.

Y después de maquinar todo eso en mi ejercitada mente, Ricky llamó mi atención pasando su mano izquierda sobre mi espalda, a su vez que la derecha se acercaba a mi rostro, moviéndola de arriba hacia abajo mientras poco a poco dejé de ser pez, para poner los pies sobre la tierra, o al menos sobre el piso en madera del comedor.

-Hey, Sammy, ¡hey!

-Sí, sí. Aquí estoy.

-Oh bueno, ya volviste. ¿Dónde andaba esta vez, en Marte mi querida amiga?

-Jajaja, no no. Tranquilo, estoy bien.

-Llevaba rato hablándole, pensé que la había perdido. ¿Te imaginas? Yo solo en este lugar, sin usted.- poniendo carita triste.

-Tranqui, puede quitar esa carita falsa porque de buenas a primeras sería capaz de dejarme aquí tirada para ir en busca de compañía.

-Por supuesto que no. ¿Cómo puede decir eso? Me ofendés Sammy. –dijo entrecerrando los ojos, haciéndose el dolido.

-Ay sí, sí. Disculpame. Sé que vos nos serías capaz de irte de buenas a primeras con ese muchacho que va pasando por atrás.

No había ni terminado de completar la frase cuando ya había puesto los ojos como los platos en los que comíamos, solo que sin comida, claro está. Y giró hacia atrás su cabeza, de esa manera tan “disimulada y sutil”, que generoso fue su cuello al no quedar tieso de por vida.

Se quedó embobado, tragó saliva, me volvió a ver acomodándose en su asiento para decirme buscando reponerse del escaneo casi que en rayos X que le hizo a ese joven alto, casi como él, de cabello rubio hasta los hombros quizás, pero en una especie de colilla, barba de unos bastantes días, y cuerpo pues si bien es cierto, más bien delgado y sin mucha masa, pero guapo. Mientras lo veía me fue imposible no reír.

-Claro, no te irías.- dije con notable burla.

-Bueno, lo pensaría baby, pero al final te amo más a vos.- y me guiñó un ojo.

-Grandísimo tonto.- dije entre lo que la risa que escapaba de mi boca y el tenedor con un buen trozo de bistec que venía hacia esta, me daban tiempo. –termina rápido de comer, que quiero ir a ver todo el sitio. Parece ser hermoso.

-Tú lo que quieres es postre. – me dijo.

  • ¿Ah?- lo miré extrañada. –Pues no estaría mal, pero ahorita no quiero azúcar.

-No, es que yo no hablaba de azúcar. A como usted tampoco hablaba del sitio al decir que es hermoso. Porque ambos hablábamos de la belleza exquisita que pasó dejando un charco de babas saliendo de su boca Sammy. Puede que a mí me duela el cuello por lo de ahorita, pero usted se ha quedado sin ojos al verla. Opa.- finalizó su enorme comentario-casi-regañada-felicitación para llevarse el vaso con refresco de tamarindo a su boca.

-¿Qué?- dije un tanto nerviosa.- Nada que ver. Está guapa, nada más.

-Ajá.- dijo arqueando una ceja.

-Vámonos ya.- dije levantándome.

-Puedes correr, pero no escaparás de mí Sammy. Jajaja. –dijo el muy baboso para molestarme. Tan solo caminé hacia la salida. Realmente él tenía razón. Aún cuando todo, o casi todo, me lo dijese en esa forma tan singular y propia de él. Porque me conocía demasiado y sabía cómo tocar un tema sin si quiera tocarlo. Y escapar de sus miradas de “A mí no me engañas” es imposible.

Sentí la brisa proveniente del mar y mis párpados se extendieron para mis ojos cerrarse. Se sentía bien estar ahí. Hasta que el muy desconsiderado y poco romántico amigo mío dijo:

–Bien bebé, esto no es el Titanic, yo no soy Jack ni tú eres Rose. Vamos, camine mujersh.

-Genial.- refunfuñé entrecerrando mis ojos.

Luego de lo que quizá fue una hora andando por el sitio, viendo gente y gente por doquier, niños corriendo y muchos extranjeros que amablemente nos sonreían, decidimos ir a sentarnos bajo unas palmeras que estaban cerca de las habitaciones. Sí. Aunque no estaba segura de si Ricky conocía mis intenciones, ya nos habíamos encaminado al sitio en que vi se dirigía la muchacha de hace un rato luego de decirle que viniésemos a descansar aquí un rato. Eso sí, mi cuello era aún mejor que el de Ricky, pues mi cabeza de lado a lado iba, buscando con la vista a esa señorita que para ser sincera, estaba amenazando mi seguridad. No de mala manera, simplemente que me engancho muy fácil con las personas, y por misma razón, estaba ya, esperando apareciera de nuevo.

Dado que el sol iba bajando, y yo era una hiperactiva, añadido a que mi pierna derecha que caía de la hamaca hasta tocar la arena y moverse desesperadamente por la esperada reaparición de la chica que quién sabe dónde se había metido, le propuse a Ricky, que se encontraba en una de sus seriedades momentáneas y algo así como espirituales, ir a probar la playa y sus olas.

Así fue. Nos fuimos desde donde estábamos, corriendo unos cien metros, gritando con nuestros brazos en alto hasta tirarnos de panza al agua. Sí, todos unos loquillos. La pasamos ahí un gran rato. Luego, tuvimos una caminata en silencio, cada uno reflexionando sobre lo que debiera reflexionar. O simplemente pensando y haciéndose un enredo más, como yo. Pero lo interesante, es que a ese enredo, se le añadía un toque especial: la imagen de la chica con la cicatriz en la barbilla mirándome tímida y luego alejándose moviendo su espléndido cuerpo, con la espalda bañada por su cabello. Realmente sexy era ese nudo en mi cabeza, porque exageradamente sexy era su espalda.

Llegamos al mismo sitio donde la había visto en la mañana, y me ponía extrañamente triste el saber que mañana luego de almuerzo nos iríamos y quizá ni la volvería a ver. Intenté desechar la idea, en eso estaba cuando Ricky, como de costumbre, me dijo que se iría a sacarle provecho al viaje, según sus palabras.

-Bueno, ya vas de caza.- dije.

-Jajaja, usted bien que me conoce.

-Sí jaja. Y bueno, aunque aquí muchas casas no hay. Tan solo las cabinas. Pero de igual manera te sirven bebé. Aunque… jajajaja.- me reí de solo pensarlo. En cualquier sitio, Sammy, en cualquier sitio.

-Exacto baby, sé lo que piensas.- me dijo guiñándome el ojo. Se acercó a mí, me abrazó y me dio un beso en la cabeza para alejarse levantando su mano y diciendo -nos vemos mañana, descansa-.

Caminé unos pasos hacia un pequeñísimo corredor, o más bien, entrada, del gran salón de dos pisos con paredes de vidrio para sentarme en el suelo con las piernas cruzadas. La noche no era tan fría como en San José pero el sereno hacía de esta un ambiente fresco, además de la brisa y las olas del mar y paisaje sonoro de los animalitos cantando creaba una atmósfera genial. Cerré los ojos, pero segundos después, mientras sostenía una bocanada de aire, escuché unos pasos y los abrí mientras exhalaba de a poco. Miré a ver quién era esperando que fuera la señorita espalda sexy, pero no. Era una señora de unos sesenta años. En definitiva no era ella. Ni su espalda. Inhalé fuertemente y decidí echarme hacia atrás apoyándome en mis brazos para ver el cielo. Estaba hermoso, despejado, con una luna que lo hacía más hermoso. Todo era inmensidad. Éramos el universo y yo, acercándonos, esta vez no para recriminarnos nada, simplemente, para acompañarnos. Quizá estábamos sufriendo y eso nos hacía buena compañía, recíproca y callada. Pero esa conexión fue rota por un gritó que me pegó un buen susto. Pero el grito no se callaba. Era ella, era la chica de la espalda y cicatriz sexy. Sonreí, pero caí en cuenta en que ella seguía gritando y parecía estaba a punto de llorar mirando hacia el frente, aunque no mirando. Dejó de gritar y  me percaté de que tenía los ojos cerrados, ceñiendo los párpados y la frente. Sus brazos lo más pegados a sus costados, asustada. En todo esto, ya yo me había levantado y estaba a unos metros al lado de ella, entonces le pregunté casi con miedo de quebrar el silencio que ella ya había formado, y a la vez, esperanzada de no asustarla a como ella lo había hecho.

-Hey, ¿está bien?

Pegó un gritito de susto y movió sus hombros, se vió graciosa. Pero entonces se abrazó a sí misma y por la lámpara que daba una luz tenue perfecta a su rostro, pude notar que estaba llorando y recordé que al parecer estaba muerta de miedo.

-Dios, e-e-esta cosa… Ayúdeme, me va a picar.

Yo no entendía a qué se refería. Y ella no volteó a verme. Pero de apoco, zafó sus brazos y me señaló con su índice izquierdo que mirara hacia abajo. Entonces, comprendí todo.

-Wow, ¡santo pajarito azul!- dije, pues tenía una culebra sobre sus tennis, por dicha no enredada ni nada por el estilo, pero le iba pasando sobre sus pies y era realmente grande.

-Mire, no se mueva, no está con intenciones de picarla. O eso parece. –dije sin entonces percatarme de que mi técnica para tranquilizar a la señorita estaba siendo poco favorable. Pero logré reaccionar y recomponerme rápido para decirle: -Tranquila, ella terminará en unos segundos, no se tense pero tampoco se mueva, ¿tranquila va?- le dije sin que se notara mi preocupación pero tampoco con indiferencia, solo buscaba sonar segura para ella.

-Va. –dijo esbozando una ligera sonrisa, imitando mi “va”. Pero claramente asustada.

-Va. –dije con una sonrisa súper amplia. –Hola, soy Sammy.- ella volteó un poco su rostro hacia mí pero entonces la culebra asustó un poco más a la aún sin nombre muchacha.

-¡Ay no!, me tocó, me tocó, Dios… esta cosa me va a comer, me va a tragar, debe ser una boa, saldrá en noticias “joven muere tragada por una boa”, ay no… -dijo tan rápido que apenas le entendí cuando empezó a sollozar de nuevo.

Me acerqué mientras miraba hacia abajo y quedé a medio metro de ella. La culebra aún se divertía en los tennis de la muchacha y yo preferí no acobardarme. Me acerqué un poco más a ella, pero debido a que el animal iba desde su lado izquierdo hacia el derecho, es decir, venía desde el lado de la acera en que yo estaba hasta el contrario, por lo que me situé detrás de ella. Sí, detrás de su sexy espalda, esta vez cubierta por una blusa.

-Shh, shh. Tranquila, no pasará nada, está por irse.- le dije en su oído derecho, y sin más,  puse mis manos en su cintura y la abracé. Trataba de calmarla a ella, pero yo estaba igual de nerviosa. Había una culebra pasando sobre los pies de esta hermosa muchacha, cerca de los míos, y además la tenía de espaldas, abrazándola. Sin embargo, pude manejarme y recobré mi auto-confianza. Digamos. -¿Qué tal si me dice su nombre mientras nuestra amiga se marcha? Digo, no le tomemos importancia. –le dije.

-Me llamo Francella.- dijo al principio e imaginé sonreía mientras tanto. -Y bueno, yo no quiero a esta cosa como amiga.- comenzó un poco nerviosa de nuevo.

-Mucho gusto bonita. Tiene razón, dejemos que se vaya y nos deje en paz. Tranquila.- dije con toda la intención de calmarla. –Le daría la mano, pero creo que ya sobrepasé los límites de la confianza al tenerla abrazada.

-Jaja, no se preocupe. Me hace sentir segura… -dijo casi con lo que podría definir, ¿vergüenza? Oh sí, oh sí. Está nerviosa, y no es por la culebra. La hago sentirse nerviosa, oh sí. Y de pronto, se me pintó una sonrisa, aún más grande si es que cabe.

-Esa es la intención, bonita. Bueno, aunque debo decir que también lo hago por beneficio mío.

-¿Ah sí? ¿Cómo?- preguntó divertida. - ¿También quiere saltar a la fama conmigo, en las noticias al menos?

-Si eso es una invitación a tomarnos un café, acepto.- dije y ella no pudo evitar reír. Estaba logrando mi acometido. Tres en uno diría yo. 1) Protegerla. O al menos tranquilizarla. 2) Permanecer así, abrazándola. Se sentía demasiado bien. 3) Hablarle e invitarla a salir, o, bueno, algo así. –El beneficio es que no me quejo para nada de tenerla abrazada, linda.- le dije.

-Usted es muy cálida, sabe. Y además, muy simpática.

-Gracias- le susurré al oído. Ella se estremeció, y yo sonreí triunfante.

-Y ya me ha salvado de la culebra horrible esa.

-Y te estoy salvando de la culebra horrible esa. –dije divertida a por como ella lo dijo. Sonó demasiado tierna.

-Ya se fue. Realmente me salvó. Si me hubiera mordido o picado o como se diga… Dios, no quiero ni imaginarlo.

-Pues no sucedió. Lo siento, no serás reconocida mundialmente. –le dije vacilando. La culebra se había ido, pero mis ganas de tenerla abrazada no.

-Gracias, entonces. Por arruinar mi camino a la fama. –dijo mientras se soltaba, para mi desdicha, de mi abrazo. Pero, me refracto, porque dicha aún mayor sentí al verla directo a los ojos nuevamente, con su expresión tímida pero a la vez profunda y tierna. Tan cerca de mí que aún estaba entre mis brazos. Mis manos seguían en su cintura, lo cual, al quitar mi mano derecha y haber acomodado la otra, la hizo ruborizarse.

-Ahora, sí. Mucho gusto, Sammy Pacheco. –le dije ofreciéndole la mano que recién soltaba de su cuerpo.

-Francella Suárez, el gusto es mío. –dijo sonriéndome tiernamente. Lamentablemente, y para no ponerla incómoda con mis atrevimientos, solté mi otra mano de su cintura.

-¿Quiere tomar un café conmigo? Sin fama ni culebras, solo usted, yo, y dos tazas de café. Ah y algo de comer, claro. –dije guiñándole el ojo. Ella dejó escapar una risa y yo dejé escapar a mi mente de mis enredos.

-Por supuesto, pero, a esta hora el comedor ya cerró. –dijo señalándolo, quitando su tímida mirada de la mía.

-El café mañana. Hoy, si no pone resistencia, la invito a sentarse conmigo en esa no tan cómoda ni suave acera, libre de todo mal que quiera acecharnos. O ir a caminar un rato. ¿Qué le parece?

-Excelente. –dijo, volviendo a mirarme y sonriendo de nuevo. Sin duda, no solo su espalda era sexy.

Nos sentamos en la acera sobre la que anteriormente yo estaba y conversamos por un buen rato. Al igual que yo y Ricky, ella se iría mañana por la tarde. Francella resultó ser de San José también, por lo que no pude evitar sonreír al escuchar eso. Estudiaba Biología, lo cual me causó gracia por la reacción ante “la boa gigante y horrible” como ella decía.  Andaba con unos compañeros de la universidad: Ariel, Gerald, Nancy y Rocío, según me contó no solo los enlistó en orden alfabético, sino también en orden descendente de edad. Y al tocar ese tema, sonó otra melodía.

-Yo soy la menor, tengo diecinueve primaveras.- dijo sonriente. Lindísima.

-Y yo diecinueve inviernos.

-Somos de la misma edad, ¿quién es mayor? ¿Cuándo cumple años usted? –dijo alzando una ceja de manera divertida.

-En realidad usted es mayor, tengo diecinueve inviernos, pero dieciocho años, bonita.

-¿Cómo así?

-Bueno, lo que sucede es que me encanta el frío, y el invierno. Aunque aquí no sea exactamente regido por estaciones. Hey, porque siendo así usted no tendría ninguna primavera. –dije entrecerrando los ojos. Ella rió.

-Sí, bueno… Tiene razón, sabe. Jajaja. Pero continúe.

-Ah, cierto. Bueno, el hecho es que soy un poco rara y aunque el “supuesto invierno de aquí” es la época que más me gusta del año, tomé esta etapa como si fuera un invierno más, aunque no sea realmente agradable, sí ha sido importante.

-¿Esta etapa?- preguntó ella sin entender.

-Sí, bueno… –

Lo recordé todo y me puse incómoda. Me quedé en silencio por varios segundos, sin saber cómo ordenar mis ideas. Sin saber bien si hacía bien en hablar con Fran, que había insistido en llamarla así, ahora mismo. No sabía si quiera si hacía bien en seguir guardando tantos enredos. No sabía nada. Pero debía contestar. Y lo hice segura de lo que diría, de lo que dije en cada palabra, con todo su significado y su total importancia. Por lo importante que era para mí, doliera o no doliera la vida.

–la vida. Esa etapa: El universo conspirando a favor de uno, o en contra. Luchar sin saber contra qué se enfrenta uno, pero que indudablemente siempre tuerce el arco y desvía la flecha, hiriéndolo. Porque hay fuerzas que van más allá de mi entendimiento y resultan en dolor. Porque, con toda certeza, los sueños te quitan el sueño, ya sea porque se están haciendo asequibles o se han vuelto fantasmas.

Ella me miró buscando en mis ojos algo más. No porque no hubiese entendido, al menos eso sentí. Buscaba en mí todo ese dolor que sentía.