Más que números

Basado en hechos tanto reales así como producto de mi mente, que a fin de cuentas no es irreal. Buen viaje a mis letras, que ahora serán suyas también.

Primero que todo quisiera dar una pequeña introducción a esta historia que podría pasar a ser olvido mas no pasado. El relato, o lo que esto resulte ser para cada quien, es basado en hechos tanto reales así como producto de mi mente, que a fin de cuentas no es irreal, por lo que si desean verlo de la manera, o similar, en que yo lo pienso, es tan real a como lo imaginen, lo sientan, y lo vivan. Tengo el interés de hacer un buen trabajo y aprovechar de cada detalle que consiga sacar, o mejor dicho, incluir en cada entrega, por lo que pido su paciencia si no ven gran avance en esta primera o las próximas, y espero eso no provoque que desistan de leer. El hilo se ha roto así que la historia no tiene rumbo fijo, pretendo ir construyéndolo y hacer algo de su agrado y del mío. Gracias por tomarse el tiempo de leerlo, es formidable. Estoy atenta a opiniones, sugerencias, comentarios y demás que gusten hacerme saber, que para mí es un gusto escribir, y que lo lean es todo un honor. Sin más: Buen viaje a mis letras, que ahora serán suyas también.


Siete era, siete de julio el día en que estaba, un dichoso número de la suerte que hasta mi signo zodiacal lo decía. O al menos eso un día leí. Pero vaya suerte fuere a tener ahí de pie frente al portón del departamento, tal cual presa en cárcel ansiando la libertad. Once, once es mi fecha de cumpleaños, del décimo mes, diez y tantos fueren los años a celebrar aunque pensaba –y sigo pensando- que es un festejo vacío si se llena de años que ya no se tienen, no más que en recuerdo.

Quince meses y no sé qué tantas horas, que entonces me dio poca gana sacar a cuentas, faltaban para dos años más, y quería que el tiempo volara. Pero como en todo momento pienso, pienso y pienso cada vez más y en más detalles que reiteradas veces me veo sumida en un enredo fatal sin recordar qué fue lo primero que pensé, solo dije – ¿El tiempo tendrá alas? ¿Será como un pajarito azul así todo lindo, volando, cantando, picoteando, qué se yo? ¿Y será así de tierno como la mueca extraña que ahora mismo debo tener en mi cara o igual de estúpido a como me veo hablando sola? Creo que si no es pajarito o si no tiene alas le tendré que poner un avión o algo similar. – y sonreía para mí misma porque, no sé por qué razón, que ha de ser por el enredo de cosas que pienso cuando pienso, estaba ya imaginando un lindo pajarito azul montado en un avioncito azul, con casco azul y volando por el cielo azul. Y vaya Dios o el cielo mismo y todos a cuantos hospede ahí o en alguna clase de hotel Cielístico a saber, si era realizable en mi mente que el pobre ave sobreviviera pues de tanto azul lo más seguro es que no logró atender las señales de tránsito aéreo, azules también, y puede ahora estar descansando en la Suite Reloj de Cielo Azul en compañía de Señor dios.

¡Cuánto enredo puede haber en mi mente, que al hablar, más enredo hago!

Y vaya qué muchacha más loca ha tenido por compañera esa cochera aquella noche fría. Sí, ojos pequeños y cejas no tan delgadas. Pues me gustan algo gruesas, pienso que me veo más ruda y sexy, ¡sí señorita! Pero entonces estos ojos pequeños brillaban a parecer dos foquitos ayudándole a las estrellas, que entonces ni se veían arrimarse por la inquieta neblina en el cielo. Vaya, era esta chiquilla, no tan viejona no tan chiquilla, de carácter serio y humor de humorista, de risa fuerte y lágrimas tímidas, de cachetes graciosos y camanance indeciso.

Ahí estaba yo. Fruncía el ceño. Y sigo frunciéndolo como siempre suelo hacerlo, como siempre de mi boca se escapan risas una tras otra, y ocurrencias que aún desconozco su origen, ocurrencias y risas que entonces ahí sentada, callada y brava, no fueron vistas.

Estaba yo ahí. Pensando como siempre, pensando en todo y a su vez en nada, porque todo era tanto que resultaba en tan poco. Pasaban minutos y no habían conclusiones ni pensamientos certeros y precisos, ni una frase que alcanzara a resumir todo lo pensado. Es extraño y así he sabido siempre, es como estar caminando descalza en un patio que conozco en demasía, pero me da miedo espinarme o encontrar una mierda de perro. Peor aún: decepcionarme ante el mal cuido del mismo. O perderme ahí, porque esa es mi mente.

Brilló una lágrima en la punta de mi nariz, brilló por la lámpara que estaba en la calle del frente. Lloraba sin saber un motivo, uno solo por el cual lo hacía. Creo que son tantos que cuesta recogerlos en un mismo cesto. Son como peces recién sacados del río, los pones en el suelo y con sus ojos enormes y abiertos saltan y saltan como locos buscando de nuevo el agua. Así, apenas tenía el leve “I got you” de un motivo, se me venía un aguacero o el río encima y volvía a empezar, a pescar de nuevo.

Ensimismada en mis absurdos, a veces profundos, a veces aéreos, pensamientos, reconozco de fondo la melodía, esa melodía… ¡Pero que puta, pute, puti, puto, putu! ¡Mierda y más mierda en mi patio! Son esos momentos en los que miro arriba y digo para mis adentros “¿Por aquí anda un fantasma burlón o las fuerzas sobra-sobre naturales me juegan chueco?” Esa cancioncilla que válgame San Isidro (que a ser sincera no tengo idea de quien pueda ser ese tal Isidoro), de todas y tantas que vinieron de ella, es la única que mantengo en mi celular, e incluso, para darle un toque masoquista o melancólico a todo esto, la tengo como timbre para llamada. ¡Increíble ideota! ¿No? ¿O tal vez debo decir, “Idiota”? Es que esa era parte de mi auto-terapia que ahora mismo llamaré “La quiero y me duele, pero la quiero y sonrío”.

Esa era una posible causa a mi llanto sin nombres, que el de ella ya estaba ocupado, ese nombre a todos lados iba porque a cada rato en todo lado estaba, por ahí lo pegaba en las nubes, paredes y rostros con una mirada tristecilla, de un suspiro lo gritaba o con una leve y apenas audible voz lo susurraba con cuidado, como temiendo que fuese a quebrarse alguna letra al salir de mis labios. El nombre que, aun viéndome al espejo, puedo leer en mis ojos, y en momentos como este, en el que baldazos de lágrimas pintan mi rostro, la imagen de ella se acrecienta… imagen dolida con detalles inventados, otros no tan imaginados, que la hacen casi real cuando el zacate de mi patio se acrecienta sin temor.

Era esa canción, casi, un ritual de encuentro en el que puedo imaginar todo cuanto pueda soportar, por cuanto pueda escucharla. Fue entonces, que me puse los audífonos, subí el volumen a full y con la vista perdida miraba a la nada, muy bonita por cierto. Pero eso fue si acaso por ocho segundos, porque luego, ¡Santo cuidador del pajarito azul allá en el Hotel! Ya ni si quiera miraba a la nada porque ahora no miraba nada, manchones acuosos eran producto de más lágrimas en mis ojos. ¡Válgame pájaro! Yo lloraba más y no emitía sonido alguno, pues ese líquido bendito evacuaba de su Iglesia como por necesidad propia. Sentía una mezcla, ¿Usando como disolvente las lágrimas quizás?, de cólera, melancolía, inquietud y más cólera.

Y es que en todo en cuanto pienso se pinta de silencio, y en silencio pienso, y pensar a veces  duele. Todo esto porque todo cuanto a uno le pase en este lapso de la vida, es culpa de la edad, pongo ejemplos: ¿Te enamoras? ¡La edad!, ¿Subes de peso? ¡La edad!, ¿Te enojas fácil? ¡La edad!, ¿Piensas mucho? ¡La edad!, ¿Se te cae la cuchara? ¡Pucha, la edad también! Y a todo esto se suma la idea de tantos, de que tener novia o novio es indispensable y el que no lo tiene sufre inmensamente, y el que sí lo tiene sufre aún no sé si el doble o triple según lo que rinda la llamada y los mensajes,  las palabritas mielosas (¿o debería decir “pielosas”?) y los amigos en “Vi tu face y me espanté”, lo que sí sé es que esa noche yo lloraba, y el motivo, o mejor dicho, el pez de ello era porque no sé si tantas leyendas urbanas , si las escasas películas que veo, y las historias que leo, añadidas a un “Quizás es cierto” me habían afectado ya. La cosa es que me sentía mal y no sabía qué era lo que estaba mal, tan grave ha de ser, que aún no lo sé.  Lo que sí sé es que esa noche estaba ahí sentada llorando como adolescente deprimida, escuchando una canción que otra adolescente me había dicho –Escuche amor. – la escuché. –Gracias, estoy llorando, es hermosa- le dije.

Y la sigo escuchando aunque ya ella quizás ni se acuerde.

El hecho es que esa mujercita que aún no sale de mi cabeza, a pesar de un año y tantos ratos más, me tortura desde días atrás, que podría yo llamar como “Señal de que sí es amor y sucederá” en tiempos de positivismo. O por el contrario, calificarlo como “La mierda de suerte que me gasto pensando idioteces” cuando no le hallo sentido a esta jugadera de la vida contra mí.

Un día curioseando en Internet, -¡Oh santo proveedor de la comunicación entre gente que no se conocen para que luego terminen como yo, preguntándome si ella es real!- grité para mí. Leí que tendría un sueño que me explicaría muchas cosas, pero qué rayos, lo que soñé fue a ella y no me ha ido nada bien desde ello.

Ya su recuerdo no me dolía, la pensaba rara vez y no iba más allá de una leve sonrisa al repasar lindas cosas como los primeros poemas que escribí y hasta las náuseas horribles que me daba del tornado que entonces ocurría en mi estómago al leer sus mensajes, y todas esas cosillas bonitas se convertían en un monstruo peor que Freddy Krugher corriendo tras de mí.

Diez de la noche eran ya, y ya mis ojos no brillaban, ya no por las lágrimas. Trece las mentiras que salieron de mis dedos, pero ¿cuántas habrán salido de ella?

-Trece, trece, trece… maldito número. O bendito quizás, que me maldice a mí.- susurré. Ese número que he sabido, o he creído, y sigo creyendo, es mi número.

Llegaron las vecinas del apartamento de arriba y yo simulaba hablar por celular para no parecer tan deprimida estando allí, recostada al muro de la cochera como cuidando que no se derrumbara el portón y que la niebla siguiera bailando. Terminé mi simulacro de llamada divertida para iniciar una llamada real y casi de suspenso. Con las manos temblorosas marqué como pude y con la voz entrecortada saludaba con notable desánimo a Ían, el que me propuso amistad en un papel rayado y arrugado, el que siempre me cuenta al oído el secreto mejor sabido entre los dos, pero que ahora a cientos de kilómetros se encontraba y yo lo necesitaba ahí a mi lado, y él a mí.

Era, y es, una conexión recíproca y aunque bien era por un aparato electrónico que su voz se escuchaba, con cautela casi sentí que se acercaba a mi oído a preguntarme -¿Está llorando?-dijo. -No, nada que ver.- le contesté. Pero entonces recurrió el llanto a mí de nuevo. Él tan sólo dijo mi nombre y alcancé a oír el silencio, y luego,  su llanto también. Y ahí estábamos los dos, llorando y acompañándonos en la ausencia, contándonos tanto, sabiendo tan poco y concluyendo en nada.

El dolor no se ausenta, aunque las lágrimas no acudan.

Hacía un frío terrible, y disfrutaba el temblor que producía a mis manos y el aire fresco que visitaba a mis pulmones. Hacían diez minutos que habíamos terminado la llamada y había logrado expulsar un poco de la desesperación por sentir el pecho con esa presión que llevaba ratos agobiándome. Pero eso no aliviaba más que a mis ojos, que explotaron en lágrimas. Mi interior seguía igual, en un espacio comprimido que cedía solo para oprimir más fuerte.

Sin pensamientos certeros y concisos, sin peces en mi balde, entré al departamento en busca del calor que le ofrece a uno, pues ya el frío a el rocío de la noche sin techo, y con el mío quebrado, amenazaban de gripe si no entraba pronto.

Me senté en el sillón beige, más que sentarme, me tiré en él y busqué encogerme doblando mis rodillas y escondiendo mis pies bajo el muslo contrario, las manos en el hueco que se formaba con mis palmas hacia arriba y mis dedos semiflexionados, como pidiendo una respuesta, mirando hacia el techo. Concluí cerrando los ojos y ya me empezaba a dormir cuando deseché la idea al pensar en el terrible dolor de cuello y espalda que sentiría en plena madrugada. Tomé mi celular que anteriormente  coloqué en la mesita baja en el centro de la mini sala, con notable pesadez soplé al ver la hora; 11:47 p.m. Cuando hube acabado de cepillarme los dientes y casi dormirme sentada en el servicio sanitario, me puse unas calcetas blancas con pelotitas de colores, un pantalón de pijama gris y una camisa bastante grande color azul con la frase “Los sueños te quitan el sueño” que había mandado a hacer hace unas semanas ya, y me tendí sobre la cama, y definí la alarma del despertador de mi celular para las 4:30 a.m. Miré la hora; 12:03 p.m. Cerré los ojos con intención de no pensar más, de descansar.  Hacía unas horas debía de estar durmiendo, mas mi respiración acompasada de calma llevaba unos segundos, recién comenzaba a dormir. Porque los sueños te quitan el sueño.