Más que madre de su hijo

Una madre descubre que excita a su hijo y al final es ella la que acaba sucumbiendo al deseo por su propio hijo.

Debe ser cosa de la profesión que la gente se muestra demasiado predispuesta a contarnos a los médicos sus problemas. Me encontré por casualidad a Raquel en el hospital, para hacerse unas pruebas rutinarias. Digo por casualidad porque ni yo la conocía por su nombre y apellidos ni ella sabía que yo había acabado siendo médico.

Raquel era una amiga de mis padres a la que hacía años que no veía, desde mis tiempos del instituto. En algún momento se mudó dejando atrás el ajetreo de la capital y yéndose a vivir a la costa. Ahora tendría unos cuarenta años, diez más que yo, y seguía pareciéndome una mujer muy atractiva, a pesar de que los hospitales tengan facilidad para ocultar cualquier rasgo de belleza de los que los visitan.

Raquel es una mujer alta, casi en el metro setenta, de cabello largo y oscuro que cuida sabedora de su indudable atractivo. Es atractiva y tiene mucha elegancia en el vestir. Además, todo sea dicho, sus pechos distan mucho de ser pequeños. Quizás su trasero sea su punto débil, pero no diría que es demasiado gordo, ni caído, sólo que le falta algo indefinible.

Mientras la atendía nos contamos sobre la familia y cómo nos había ido. Se alegró de verme tan bien situado y una cosa llevó a la otra que me acabó pidiendo la dirección de correo por si tenía más dudas que consultarme. Que si tener un médico a mano es muy socorrido.

Pasó algún tiempo y recibí un mensaje de Raquel, era intrascendente y me preguntaba cómo seguía todo. Le respondí cortésmente, en los mismos términos. Al final iniciamos una correspondencia que se trasladó al terreno que ella quería. Aquello había sido poco inocente y en el fondo, como tantos otros, quería preguntarme por una cuestión que le había avergonzado en persona.

Empezó preguntándome por la enfermedad del incesto. Me extrañó que se refiriera al incesto como enfermedad, pero le di una definición más o menos académica del término y las posibles diferencias. Poco a poco me fue desvelando su situación hasta acabar confesando abiertamente un deseo frenético hacia su propio hijo, Adrián.

Todo comenzó hacía muchos años, cuando Adrián apenas tenía 15 años. Ella notó que el chico la miraba con ojos lascivos cuando por su propia comodidad iba vestida muy cómoda en casa, quizás con un escote pronunciado o apenas vestida con una camiseta larga viendo la televisión en una cálida noche de verano. Al principio le chocó en incluso dudó de que esto pudiera ocurrir, pero poco a poco fue confirmando que así era. Además, notaba las erecciones del chico cuando su vestuario enseñaba más carne de lo habitual.

Raquel lo habló con su marido, también llamado Adrián. Tratando de no asustarlo ni violentarlo, le preguntó si creía posible que el chico se fijara en ella como algo más que madre, que se excitara. El padre mostró poco interés por el asunto, por un lado decía que sí, como cualquier hombre ante una mujer atractiva, pero por otro le explicó que aquello no tenía sentido alguno, que un hijo mirara a su madre era algo fuera de la naturaleza.

Las confesiones de Raquel llegaban con cuentagotas hasta el punto de exasperarme. No se atrevía a contar nada porque sentía vergüenza, pero por otro lado no dejaba de martillearme con su historia, sin entender hasta dónde quería llegar. Le ofrecí ponerla en manos de un compañero, psicólogo y más apropiado para su caso. Pero ella insistía en que le daba una confianza que otros no podían ofrecer. Cuando la llamaba por teléfono se negaba a hablar de este asunto y sólo era por correo electrónico como se liberaba de sus cargas.

Fue así como me fue desvelando más y más detalles sobre la naturaleza de su relación con Adrián. El paso de los meses fueron transformando a Raquel. El rechazo a la atracción que provocaba en su hijo pasó de repugnarle a acabar, en cierto modo, gustándole. Esa es la fuerza de las pasiones humanas, que el deseo hacia una persona puede bastar para provocar que la persona deseada pase a desear también al otro. Poco a poco Raquel fue sintiéndose atraída no por su hijo, algo que abominaba, sino por esa atracción que provocaba en él. A, en cierto modo, desear excitarlo.

Raquel me contó sus juegos para provocar a su hijo, cómo a veces vestía camisetas escotadas y sin sujetador, y ya he dicho que Raquel es una mujer de generosos pechos. Con los pechos bamboleándose, le encantaba ir paseándose por la casa atenta a las miradas furtivas del menor de los Adrianes. Cuando su marido estaba ausente, algo frecuente durante la semana por cuestiones de trabajo, a veces era algo más descarada en sus exhibiciones.

Todo esto fue cuestión de mucho tiempo, desde que descubriera los primeros indicios hasta que Raquel comenzó a exhibirse abiertamente, Adrián cumplió los diecisiete años.

Un giro sin embargo se produjo un día en que Raquel tuvo que revisar la ropa sucia, buscando algo que creía perdido en los bolsillos de un pantalón sucio. Se topó con que una de sus braguitas estaba manchada de un líquido pegajoso. Poco tuvo que hilvanar para darse cuenta de que aquello era semen y por las circunstancias no podía ser de otro sino de su hijo.

Sorprendida ante el descubrimiento, Raquel sintió rechazo al pensar en lo que hacía su hijo con su ropa interior, a escondidas. Pero al igual que ocurriera con tantos otros de sus reparos, en pocos días el rechazo se convirtió en el sentimiento opuesto.

Raquel comenzó a revisar con curiosidad la cesta de la ropa y rara era la ocasión en que no encontraba una de sus braguitas totalmente manchada por su hijo. Poco a poco pudo ir deduciendo el ritual con que su hijo se masturbaba sobre la ropa de su madre. Lo debía hacer por las noches, antes de acostarse, para dormir tranquilo y sabedor de que su madre pondría la lavadora por la mañana.

Al final Raquel acabó sucumbiendo a esta muestra de excitación que despertaba en su hijo. Un día en que volvió a confirmar lo que había sucedido, con las braguitas manchadas en una mano, comenzó a masturbarse pensando en Adrián. Nunca antes lo había hecho y nunca había sentido tanto placer sino pensando en su hijo, erguido ante su ropa y llenándosela de semen. Tanta excitación sintió que le dio hasta miedo. Pero ya era demasiado tarde.

Una extraña relación se formó a partir de entonces entre madre e hijo. En una especie de ritual, Raquel dejaba sus braguitas para que su hijo por la noche se masturbara en ellas, casi seguro pensando en su madre. Luego ella por la mañana las rescataba de entre el resto de la ropa y no podía evitar tocarse pensando en su hijo y en el semen que había dejado sobre su ropa interior. Más tiempo tardó Raquel en reconocerme que no se limitaba a eso. "Me gustaba oler el semen de Adrián en mis braguitas. Era un olor tan fuerte, tan masculino, que me volvía loca. Me hacía perder la cabeza, me ponía fuera de mi y no podía controlarme, tenía que tocarme hasta conseguir calmar mi excitación."

Ese olor acabó siendo su perdición. Le hizo perder toda cordura y ya no podía pasarse sin revisar la ropa y si algún día no encontraba nada, se sentía triste durante mucho tiempo. Entonces se conformaba con el olor que quedaba en la ropa interior de Adrián, que si bien era algo sucio, tenía esa esencia que tanto la cautivaba.

Al final una cosa llevo a la otra y Raquel provocaba a su hijo Adrián vistiendo prendas interiores más sexys sabedora de que su hijo disfrutaría con ellas al rescatarlas del cesto y se haría una paja más gloriosa y gratificante. Y luego ella, disfrutaría aún más encontrando la leche de su hijo. Y al final Raquel pasó a probarla, primero un tímido contacto con la punta de la lengua. Luego algún lametón para acabar apurando cada gota de la leche que encontraba en su propia ropa interior.

"Sé que es algo asqueroso, pero ya te digo que en toda esta historia he perdido la perspectiva y me resulta imposible controlar mis propios actos." dice la propia Raquel.

En este punto, la amiga de mi familia y ya amiga propia, me expone definitivamente su consulta. Siente una pasión irrefrenable por su hijo, aunque se siente incapaz de llevarla más lejos, por los reparos lógicos que siente hacia su hijo.

"Ya lo veo como al hombre de la casa. Su padre nunca pasa mucho tiempo en casa y cuando estoy sola siento el deseo irreprimible de entrar en el baño, cuando creo que se está masturbando. Me vuelve loca la idea pero no puedo refrenarla: quiero probar ese manjar directamente de su polla. Simplemente la idea de pensar cómo me la meto en la boca y siento la carne caliente y luego salir esa leche que tanto me gusta, me hace perder la perspectiva.

Incluso algún día en que no estaba su padre he salido poco después de que él abandonara el baño. He salido vestida tan solo con las braguitas, con mis pechos en total libertad oscilantes sin nada que los ocultase. Si él hubiera salido de su habitación en ese momento, no sé qué habría pasado. He mirado en la cesta y he tomado mis braguitas que me he llevado como un tesoro a mi habitación para saborear su leche, bien caliente, recién salida de su polla."

Raquel me pide consejo para ver cómo seguir, si debe acercarse a su hijo o dejar esta locura terminar. Yo la verdad, es que no sé qué decirle y por eso pongo esta historia a vuestra disposición para que si podéis sugerir qué puedo decirle a Raquel lo hagáis en los comentarios o en privado por correo charleswades@gmail.com. Yo intentaré teneros al tanto de lo que ocurra, si es que os interesa esta historia. Gracias.