Más que amigos (2ª parte de Más que un masaje)
Erika y su amigo deciden irse un fin de semana a una casa en la sierra para profundizar en su nueva relación.
-Hace dos semanas, amigos; y ahora nos vamos de fin de semana a la sierra. Lo que son las cosas. -Erika reflexionaba mientras nos bajábamos del coche de alquiler.
-Hay que celebrar que seamos algo más que amigos. -Dije sonriente mientras bajaba las maletas.
Nos encaminamos a la pequeña casita que nos habíamos agenciado para estos dos días. Al entrar, no se notaba mucho cambio de temperatura con el exterior. Estaba realmente frío ahí dentro. Entramos en el salón, con cristalera al exterior. Lo presidía uno de los motivos por los que esa casita había sido la elegida, una chimenea de piedra, empotrada en la pared. Había leña cortada justo al lado. El pequeño salón tenía también un sofá de tres plazas sobre una alfombra de pelo que ocupaba casi todo el suelo. No me costó mucho imaginarnos a ambos disfrutar aquí. El resto de la casa no era mucho más espaciosa. Una cocina bastante funcional junto al salón, y una escalera que conducía a la habitación con baño del piso superior.
- ¿Te parece si damos una vuelta por el pueblo mientras esto se calienta un poco? -Sugerí mientras comenzaban a avivar las llamas.
Fuera, el blanco de las casas nevadas cegaba por la incidencia de los últimos rayos de sol. A pesar de estar en pleno enero y a más de 1000 metros de altura, la temperatura no era del todo desagradable. Nos metimos en la única cafetería del pequeño pueblo y planificamos el fin de semana. No todo iba a ser estar en el pequeño refugio que teníamos.
Volvimos del paseo. El frío se había ido y el ambiente era mucho más acogedor. Nos quedamos mirando el fuego de la chimenea, era realmente atrayente, el chisporroteo, la luz, el calor.
Abracé a Erika por detrás, la estrujé bien contra mí. Con delicadeza, le retiré el pelo tras la oreja, y le di un beso en la mejilla. No me quedé ahí. Seguí besando su cuello mientras mis manos se centraban en sus tetas. Era tan reconfortante la situación…
Parecía que el fuego se avivaba por momentos. Despacio, mi mano derecha bajó aún más, bajo sus pantalones y su tanga. Ella pasó su brazo tras mi cuello y se giró levemente para besarme. La escena era de lo más caliente y tierna al mismo tiempo. Mis dedos comprobaron que estaba realmente mojada, los movía con extrema suavidad. Solo de arriba abajo, sin apenas ejercer presión.
Nos fuimos desnudando como si el tiempo no existiera. Fuera era ya de noche, tan solo nos bastaba con la luz del fuego. Nuestras sombras proyectadas en la alfombra y el sofá, para los que tenía tantos planes en mente. Recorríamos nuestros cuerpos con las manos. Nos juntamos para sentirnos más. Al cabo de un rato tan solo llevábamos la ropa interior. Ella, un tanga azul con un lazo bastante sugerente en la parte trasera. Yo mis calzoncillos, los notaba empapados.
Traje una de las sillas de la mesa del comedor y la dejé donde habíamos estado abrazándonos justo antes. Cogí el vibrador que ella había traído, junto con el mando.
Erika se acomodó en la silla. Até sus manos al respaldo con el cinturón de mis pantalones, y sus tobillos a las patas de la silla de madera con las mangas de dos camisas, después de retirarle el tanga. Le introduje el vibrador en su mojada vagina con suavidad y lo activé al mínimo, pues quería que lo sintiera, pero no demasiado; al menos de momento.
Caminaba alrededor de la silla, conteniéndome de hacer nada. Solo viendo como Erika disfrutaba de la situación. Aumente al siguiente nivel la potencia del vibrador y dio un ligero respingo en el sitio. Intentaba retorcerse, aunque se lo impedían las ataduras.
Me quité la ropa interior que me quedaba y me coloqué junto a ella. Posé mi dedo pulgar sobre sus labios. Abrí su boca y lo metí dentro. Notaba como su lengua lo recorría, mientras emitía suaves quejidos. Aumenté otro nivel el vibrador. Saqué el dedo y los gemidos eran más sonoros. Tomé su cabello e hice girar su cara hacia mi polla.
- ¿La quieres? -Erika se dedicó a asentir con la cabeza.
El glande tocaba sus labios. Ella abrió la boca.
-La quiero, sí. -Parecía ansiosa por tenerla en su boca.
Se la metí casi hasta el fondo.
-No la sacaré hasta que te corras, pero eso ya lo sabes, ¿verdad? -Tomé con aún más fuerza su melena mientras se lo decía, haciendo que mi polla entrase un poco más. La saliva rebosaba por las comisuras de su boca, y caía sobre sus muslos, formando largos hilos.
Subí otro nivel.
Sus quejidos se volvieron más escandalosos. Se corrió. No pudo contenerse más. Tampoco creo que lo pretendiera.
Una vez se hubo calmado, saqué mi polla bañada en saliva lentamente de su boca. Ella inhaló una buena bocanada de aire. Tenía los ojos algo vidriosos, por el esfuerzo.
Le di un largo beso mientras le quitaba el vibrador de la vagina. Tenía pensado usarlo más adelante, de nuevo.
Frente a ella, coloqué mi polla entre sus tetas. Estaban calientes. Las tomé por los extremos y las junté. Comencé a subir y a bajar, notando una sensación de lo mas placentera. Calor y suavidad. Pero aun mejoraría la situación. Lo hizo cuando inclinó la cabeza y en el momento que mi polla sobresalía, se la metía en la boca. Subir, entrar, salir, bajar. Y así un montón de veces.
Nos tumbamos sobre la alfombra, primero solo eran besos. Besos con bastante ansiedad, como si cada uno fuese el último que pudiéramos darnos. Antes de metérsela por la vagina, jugaba con su clítoris, frotando mi glande contra él.
-Métemela ya por favor. -Ordenó entre dientes. Nos miramos, apenas a un palmo de distancia entre nuestras caras. Mi glande continuó resbalando por su vulva. Erika estaba completamente ida, deseando que la penetrase. Agarré su cuello con fuerza, y con la otra mano le daba en la cara con ella, suave, pero repetidas veces. Cada palmada resonaba ligeramente. Ella me la agarró y se la metió por la vagina, con un suspiro de alivio. También para mí, ese juego previo me estaba gustando demasiado.
Me movía despacio, pero seguía palmeando su cara. Ahora el que estaba ido era yo. Cada vez me movía más rápido y profundo. Se salía de vez en cuando de su vagina por el ímpetu que le ponía. Pero cuando lo hacía aprovechaba para golpear su vulva con el glande justo antes de meterla de nuevo. Erika gemía desconsolada. Nos besábamos. Nos mordíamos los labios, la cara, la oreja, el cuello. Lenguas que se cruzaban, que recorrían solitarias el cuerpo del otro, como si se conocieran de siempre. Nuestras respiraciones eran sonoras y audibles. Ella agarraba con fuerza mis brazos. Mis manos querían hacer que se corriera, así que solté su cuello y tapé su boca. Con la otra, previo paso por sus grandes tetas recorrí su cuerpo para encontrarme con su castigado clítoris. Poco castigado aún. Mis dedos se encargaron de que se volviera a correr en pocos segundos.
Erika clavó sus uñas en mis brazos. Aguanté con mi polla bien adentro mientras de su garganta clamaba un nuevo orgasmo. De nuevo la calma. Ahora solo había besos, y no mordiscos. Caricias, y no palmeos. Permanecimos así unos minutos, pero yo seguía insaciable, y ella también. Me levanté y cogí de nuevo el vibrador. Ella me miraba desde el suelo. Como si uno supiera lo que pensaba el otro, Erika se colocó a cuatro patas. Aun no lo usaría, pues verla en esa postura me daba otras ideas.
-En el sofá mejor. -Sugerí.
Se levantó y nos besamos de nuevo. Se colocó de la misma forma apoyando las manos en el cabecero. Desde el suelo, arrodillado, mis vistas eran difícilmente mejorables. Hundí mi cara entre sus nalgas con dulzura, recorriendo sus orificios con mis labios y con mi lengua. Mis manos subían y bajaban por sus suaves muslos, aunque lo que más me apetecía era juntar esas nalgas con mi cara entre ambas. Tras azotarla repetidas veces, cumplí mi deseo. Mis labios rodaban por su vulva. Le comía el culo frenéticamente y ella gemía y gemía.
Me separé y dejé que mis dedos continuaran estimulándola. Uno para cada agujero, luego dos. Entraban y salían con facilidad. Me incorporé sin sacarlos, y con la otra mano agarré su melena hacia mí con la suavidad que la situación me permitía. Ninguna. No dejé de entrar y salir de ella hasta ver como se corría nuevamente. Comprobé como endurecía los glúteos, y aún me gustaba mas tener mis dedos dentro de ella.
Me senté para que ella se pusiera encima. Me cabalgaba mientras mis manos se aferraban a sus caderas. Le ayudaba a subir y bajar, aunque era ella la que llevaba el ritmo de la penetración. Nos besábamos. Pero a mi me apetecía torturarla lamiendo su cuello con delicadeza. Mi lengua yendo y viniendo. Erika subiendo y bajando, gimiéndome al oído. Sentir su cuerpo contra el mío, esa sensación era prácticamente insuperable y si lo sumabas a todo lo demás hacía que el aguantar sin correrme fuera algo ciertamente complicado. Ya solo pensaba en eso. Y muy a mi pesar, porque en ese momento me sentía en la gloria.
Agarró mi cara y me besó. Una mezcla entre pasión y mucha dulzura al mismo tiempo. Me apetecía volver a algo más salvaje. Tenía ganas de más, y sabía que ella también. Había llegado el momento de usar el vibrador de nuevo. Nos tumbamos de nuevo en la alfombra, cerca del fuego. Gotas de sudor recorrían aleatoriamente los cuerpos de ambos.
Me coloqué tras ella, de lado y después de mojar un dedo en su boca, se lo metí por el culo, mientras el vibrador penetraba su vagina. Lo puse a un nivel medio de potencia. Después, introduje mi polla poco a poco. Dejé que ella controlase la profundidad. Sus gemidos eran bastante sonoros, pero quería que fueran a más. Ella se giró para abrazarme. Nos besábamos mientras me follaba su culo, lenta pero cada vez más profundamente. Mis huevos llegaban a chocar con su cuerpo en cada acometida. Me agarraba a sus tetas con una mano, mientras con la otra buscaba su orgasmo, frotando su clítoris con cierta presión.
Estaba al borde de correrme. Su culo estaba tan estrecho que cada vez que entraba y salía sentía que iba a llegar al orgasmo. Nos colocamos bocarriba. Sus pies descansaban en mis muslos. Y yo me movía para seguir abriendo su culo ayudándome de mis manos, que no soltaban sus nalgas. No podía más. Cada vez me quedaba más tiempo con la polla dentro para evitar el roce de la penetración, pero sentía que iba a explotar de placer. La azotaba. Le mordía el cuello. Ella no se corría, y yo quería que lo hiciera. Solo gemía, y eso no hacía más que ponerme aún más cachondo si cabía.
Saqué mi polla de su culo y me puse encima de Erika. De nuevo la alojé entre sus tetas y me masturbé con ellas. Había decidido parar esta tortura y no se me ocurrió mejor manera. No me hizo falta mucho tiempo para llegar al límite. Ella no paraba de gemir, parecía también al borde del orgasmo. Se tocaba mientras yo explotaba, por fin. Me corrí y mucho. Sobre sus tetas, sobre su cuello, sobre su cara y sus labios, sin ningún control. La bañé en leche caliente, mientras el vibrador terminaba de cumplir su función. Ya relajado, me quedé a su lado mirando como entraba en éxtasis por última vez. Se retorcía de placer en el suelo. Cuando se calmó, le retiré el vibrador y me quedé junto a ella.
Decidimos que esa alfombra era un buen lugar para descansar.