Más especial Navidad

La función da comienzo, pero lo más interesante, sucederá detrás del escenario.

Apenas eran las ocho y cuarto cuando el sr. Diego Cabrales, el Director del colegio elemental, llegó a su despacho, como tenía por costumbre. Siempre era el primero en llegar, cuando los únicos que pululaban por allí, con caras de sueño y frío, eran el sr. Vina… el sr. Valmayor, el bedel, y su señora, que como vivían en la casita, dentro del mismo colegio, eran quienes abrían, a las ocho en punto, y algunos cocineros… la mayoría empezaban a llegar a eso de las ocho y media. Pero hoy, se había encontrado a una de las maestras de infantil, esperando frente a la puerta de su despacho, y le había rogado hablar con él urgentemente. Don Diego le pidió que le concediera un minuto para colgar su abrigo y ordenar un poco sus cosas, y la vería. En realidad, lo que deseaba era ir al baño, pero la joven no protestó. Cuando terminó, le abrió la puerta y la invitó a pasar y sentarse.

-Usted dirá, señorita Charito. – dijo con una sonrisa.

-Se trata de algo delicado, señor Director… - empezó la joven, y el anciano optó por una expresión algo más grave, mientras asentía con la cabeza, indicando que escuchaba. – Me veo en la obligación… de dejar mi trabajo.

-¿Cómo? – se extrañó Cabrales – Pero… ¿es que no está a gusto con nosotros?

-Oh, sí, señor Director, soy muy feliz aquí. – admitió la joven.

-Entonces, ¿cuál es el problema? Yo estoy muy contento con su trabajo, los niños la adoran, ningún padre tiene la menor queja de usted… ¿tiene problemas familiares, o…? ¿Puedo yo ayudarla en algo? – la pregunta era sincera, y Charito sintió un terrible dolor al tener que sincerarse así con aquél hombre tan bondadoso, ¡qué poco se le parecía su sobrino! “Piensa que ya lo has hecho antes; no será más terrible que decírselo al Padre César…”, se animó la joven. La misma tarde anterior había hablado con el sacerdote y profesor de Religión de la escuela, el Padre César, un hombre bondadoso y generalmente paciente, quien la había confesado ya muchas veces… ayer mismo, puesto que estaban pintando el confesionario, la aconsejó en la sencilla cocina de su rectoría. Charito tomó ánimos y miró a Cabrales a los ojos.

-Señor Director, ¿recuerda que su sobrino y yo manteníamos una relación sentimental…?

-¿Mantenían….? Oh… creo que voy comprendiendo – a Cabrales no le había pasado desapercibido el tiempo pasado.

-Señor Director, he incumplido gravemente mi contrato, y… no ha sido con su sobrino. Antes que él le venga con chismorreos, prefiero decírselo: he mantenido una relación en extremos inadecuados con otro hombre, y he violado las condiciones de virginidad que exigía mi contrato. Por eso, es obligatorio que me despida. Si puedo rogarle un favor, ya que está contento con mi labor, es que me permita despedirme a mí, y no lo haga usted… para que me sea menos árido encontrar otro trabajo.

El Director parpadeó. Desvió la mirada por un momento, y volvió a mirar a Charito. Y tuvo que acordarse de cerrar la boca.


-¿Y qué cantáis vosotros…? – La vocecita de Tercero ceceaba ligeramente.

-Nada, no cantamos nada. Ni vosotros tampoco, simplemente ponen música y hacemos el tonto abriendo y cerrando la boca. – contestó su primo Renato, de mal talante. Lo habían vestido de verde, como a los demás, simulando ser un duendecillo, y estaba bastante molesto.

-Pues yo sí canto.

-¡Porque eres tonta, ¿no ves que ya canta la música por ti?!

-Pero la seño ha dicho que podíamos cantar.

-Tu “seño” diría cualquier cosa con tal de que tú te callases.

-¿Y para que me calle, me deja cantar…? – preguntó con cierta ironía la pequeña.

-Si cantas, no chismorreas ni haces preguntas estúpidas.

-Tal vez, pero me lo paso bien. ¿Tú te lo pasas bien?

-¿Yo? ¡Mejor que tú!

-¿De veras? Pues no te veo que sonrías.

-Eeeh… ¡me río por dentro!

-Ya. – Tercero se cruzó de brazos, vestida de duendecillo rojo, como todas las niñas. – Pues el fotero no saca fotos a los niños que se ríen por dentro, porque tienen cara de enfadados. Hagamos una cosa: si a mí me sacan más fotos que a ti, es que yo me lo paso mejor que tú.

-Se dice “fotógrafio”, no “fotero”, imbécil.

-Llámale como quieras, pero si me saca más fotos a mí, habré ganado.

-¿Y si me las saca a mí, qué gano yo?

Tercero permaneció pensativa. Si se tratase de sus hermanos, podía pillarlos por los dulces o los juguetes, o tebeos, pero a René había que pillarle por otro sitio…

-El otro día, mi papá nos enseñó cómo se partía la luz en arcoíris con un cristal de la lámpara. Si ganas, te enseño a hacerlo.

-¡Hecho!


-Kostia, deja quieta la estrella… - sonrió la señorita Charito, y el niño ocultó rápidamente las manos, pero lo cierto es que la estrella que les habían puesto en las pecheras azules, toda plateada y llena de purpurina, le llamaba mucho la atención, y hacía un rac-rac muy interesante cuando la rascabas, y se te quedaban los dedos brillantes. Su hermano estaba muy contento y un poco nervioso, igual que él, aunque Kostia decía que él no tenía nervios. - ¡Niños….! Niños – La profesora elevó un poco la voz para hacerse oír entre el murmullo de pollitos alborotados que eran las voces de sus discípulos – Ahora, vamos a pasar todos al salón, para que os vean vuestros papás y os toméis todos un dulce. UN dulce. – recalcó, mirando a Kostia, que se rió sin poder contenerse. – Cogeos de la mano de vuestro compañero, y podéis ir, sin correr, ¿de acuerdo?

Los pequeños asintieron, Kostia y Román se tomaron de la mano y echaron a andar, junto con sus compañeros. Vieron pasar también a su hermana pequeña y a su primo Renato, que se habían colocado juntos, también de la mano, y llegaron al salón. Tenían más suerte que los mayores, a partir de la clase de Primero de Básica, se reunían en el patio, porque el salón era demasiado pequeño para albergar a todos los niños de todas las clases, y a sus padres, de modo que aunque todo el mundo recibiese su ángel de azúcar, a los mayores les tocaría pasar un poco de frío.

En el salón, estaban todos los papás. A Kostia le parecía que todos eran muy viejos y feos… menos los suyos. Román opinaba que todos los padres y madres eran iguales, y los suyos, eran los más guapos.

-¡Mamá, papá! – Kostia sabía que la señorita había dicho “sin correr”, pero cuando vio a sus papás sonreírle, se soltó de su hermano, y corrió hacia ellos, saltándose la fila, entre las risas de los demás padres, y eso provocó una pequeña desbandada, pues el resto de niños también corrió hacia sus padres.

-¡Kostia, Román, qué guapos os han puesto! ¡Tercero, la elfa más guapa de Santa Claus…! – sonrió su madre, agachada frente a ellos, mientras su padre se agachaba e igualmente los alababa.

“Cualquiera diría que llevan diez días sin verse…” pensó René, que los miraba de reojo, mientras se acercaba a sus padres. Su madre le tendió los brazos y le besó la cara, y su padre le abrazó.

-Eres el duende más guapo de todos – le susurró su madre al oído, y Renato sonrió sin poder contenerse. Su padre se reía.

-¡Mi heladito de menta…! – dijo entre risas, y le besó. El niño quería  a su padre, claro que sí, pero… a veces, cuando era tan efusivo, le resultaba un poco… incómodo, que le quisiera tanto. Y además, casi siempre tenía que compararle con helados. No obstante, recordó lo que había en juego, y se colgó del cuello de su padre.

-Os quiero, papás… - dijo con una sonrisa adorable. Dulce, poco acostumbrada a salidas tan tiernas por parte de su primogénito, poco le faltó para aplaudir, y sonrió hasta las orejas cuando René le depositó un beso en la mejilla, y otro a su padre. Un fogonazo. Primera foto. Ya iba ganando.

“Será guarro…” Pensó la niña, y enseguida gritó:

-¡Foto de familia! – y se sentó en el suelo, toda sonrisas, entre sus hermanos y sus padres. El fotógrafo se giró y le faltó tiempo para disparar. - ¡Y ahora, yo sola! – Tercero saco a sus hermanos a empujones del encuadre, y al fotógrafo le hizo tanta gracia, que obedeció y le sacó una foto a ella sola con sus padres. El joven fotógrafo, con un gracioso cabello anaranjado que le daba aspecto de melocotón, sonrió y sus ojos, detrás de sus gafas redondas, parecieron chispear. Le encantaban los niños.

Tercero sonrió a su primo con aire de suficiencia. “Ya llevo dos…” decía aquélla sonrisa.


El Padre César, profesor de religión del colegio, miraba a las familias con ojos soñadores. No pudo evitar recordar a Esther, muerta pronto haría ya diez años. Había roto su voto de castidad con ella, en principio con un sentimiento de culpa terrible, no mucho después con pesar, más tarde con indiferencia, y por último con alegría y amor, tan grandes o más aún que el primer sentimiento de culpa. La joven se quedó en estado de su hijo, Bruno, y lo crió como madre soltera, aunque él siempre estuvo para ayudarla. Eran vecinos y la mayor parte de las noches dormían juntos, igual que el entonces joven cura, la mayor parte de los días invitaba a comer a Esther y a su hijo y daba a éste de merendar cuando volvía del colegio, y le cogió de monaguillo para asegurarse de que no andaba por ahí y hacía sus deberes, y porque le gustaba pasar tiempo con él. Gracias a Dios, Bruno no heredó sus ojos azules, bastante murmuraba ya la gente… Aunque eran muchos más los que decían que el Padre César era un ejemplo de caridad cristiana, ayudando tan vivamente, y no de boquilla, a esa joven a quien sus padres echaron de casa por su mala cabeza.

Don César era feliz con la vida sacerdotal, él quería ser cura prácticamente desde que era niño, estaba seguro de su vocación… pero la idea de haber podido tener una familia normal, de haber podido vivir sin esconderse, aún le seguía picando en el corazón un poquito. El anciano párroco no creía demasiado en el castigo, no pensaba realmente que ayudar a traer al mundo una criatura querida, fuera un pecado tan grave… pero a veces, pensaba si ese escozor por no haber podido… simplemente, pasear con Esther y Bruno cogidos de la mano, no sería parte de su penitencia.

Desde la silla donde estaba sentado, veía el ventanal del colegio y el patio, donde estaban todos los niños mayores con sus padres, y donde estaba alguien más. Don César vio salir del salón de actos a la señorita Charito, e hizo un rápido gesto hacia la ventana, moviendo la mano de arriba abajo. Fuera, en el patio, su hijo Bruno se agachó rápidamente, para evitar que Charito pudiera verle.

-La obra empezará dentro de unos momentos. – Sonrió la joven maestra – Por favor, niños, venid. Los padres se pueden ir sentando, o pueden aprovechar para ir al baño y ver las aulas de los niños.  – Los niños fueron en pos de su maestra, saludando con la mano a sus papás. Tercero se paró junto al fotógrafo y le tiró del pantalón.

-¿Cómo te llamas? – le preguntó.

-Pastor. – sonrió él.

-¿Como los del Belén?

-Sí, justo, como ellos. – se rió más.

-¡Hazte una foto conmigo! – pidió la niña, y Pastor sonrió, se acercó a ella y alejó la cámara, estirando el brazo todo lo que pudo. ¡Clic!

-¡Patataaaaaa! – gritó Renato, metiéndose en la foto en el último momento, tapando a su prima.

-¡Tonto! – gritó Tercero sin poder contenerse.

-¡No os enfadéis! Nos hacemos la foto los tres juntos, y listos – sonrió Pastor, se colocó junto a los dos niños, y tiró la foto. “Sí, sales en ésta… pero en la otra, te he tapado… así que vamos empate otra vez”, pensó el niño.


Vimos marchar a nuestros tres niños, tan sonrientes, diciéndonos adiós. A veces, tengo miedo con ellos. Miedo de equivocarme, miedo de no hacerles felices, miedo de consentirles demasiado, miedo de ser demasiado severo… Pero cuando les veo con esas sonrisas, se me pasa. Esas sonrisas, me dicen “papá, lo estás haciendo bien”. Creo que mi Irina pensó algo parecido, por la soñadora sonrisa que lucía.

La mayoría de los padres entraron al salón de actos, pero a mí no me apetecía aún, sabía que faltaba casi media hora para el comienzo, y me gustaba más la idea de ver el aula de los niños, y mirar sus dibujos y… Busqué con la mirada a Beto y Dulce, Renato compartía clase con Tercero, para ver si ellos también… Pero habían desaparecido. Me daba un poco de pena ir sin ellos, pero en fin, quizá los encontrásemos más tarde…

-Oli, ¿quieres ir al baño? Porque yo necesito ir – me sonrió Irina, y asentí. Cuando echamos a andar, me cogió del brazo, y yo, que ya me considero un cariñosón, admito que en Navidad me vuelvo puro arrope, así que miré que no nos viera nadie (sí, también soy un tímido, qué le vamos a hacer), y la apreté contra mí para que se apoyase, lo que hizo enseguida. La oí sonreír, y froté mi cabeza contra la suya. – Oli, ahora que estamos en Navidad, que es tiempo de reflexionar sobre la vida de uno, y sobre la familia, dime… Si… si pudieras volver atrás en el tiempo, hasta aquella noche que te dije que si querías subir a mi casa a tomar la penúltima… ¿cambiarías tu decisión?

-Ahora que lo preguntas, lo he pensado muchas veces, y sí.

-¿Qué? – Preguntó Irina. Dios, cómo me costó contener la risa.

-Irina, si pudiera volver a ése momento, no te contestaría con un estúpido “no sé si quiero o no….”, ¡te cogería en brazos y te subiría a tu casa en volandas, subiendo las escaleras de seis en seis! – grité, y la cogí en brazos en mitad del desierto pasillo, mientras Irina soltaba la carcajada, y di una vuelta sobre mí mismo, y al dar la segunda… me quedó clavado en el sitio. ¿Había sido cosa mía, o había unos ojos que NO debían haber estado allí? Irina, que podía ver por encima de mi hombro, saludó con cierto embarazo.

-Jeje… buenas tardes, señor Valmayor… ¿cómo está?

Dejé lentamente a Irina en el suelo y me volvió. El conserje, al que llaman el Vinagrón, nos miraba elevando una ceja. Noté que mi cara se encendía.

-….Buscábamos el baño. – dije solo. Valmayor, sin volver la ceja a su sitio, señaló hacia su espalda con el pulgar.

-Por allí. Y…. el baño de mujeres, derecha; baño de hombres, izquierda. – recalcó.

-Gracias… - musitó Irina, tomándome de la mano y sin poder dejar de reír. Tiró de mí y escapamos, y cuando por fin rebasamos al bedel, yo también exploté en carcajadas.


-Mmmmh… ¡qué calentitos! – sonreía Beto, con las manos en los pechos de Dulce, esa adorable sonrisa de tontorrón. Desde que tenían a Renecito en casa, habían aprendido a aprovechar y tomar por asalto las ocasiones, por nimias que fuesen. En ésta, Dulce casi había arrastrado a su marido a un baño de profesoras y se habían metido en uno de los cubículos, muy limpio y de azulejos rosa pastel, y le había propuesto calentarle las manos. Beto había sonreído hasta las orejas, porque sabía muy bien cómo le calentaba las manos su mujer.

-Huy… qué frías tienes las manos, ¡brrrrrr…! Ven que las apriete un poco… - Dulce, que había tenido las manos de Beto contra su sostén, se levantó también éste, y le metió las manos en el canalillo, apretando sus tetas. A Beto se le escapó un gemido, y notó que su cuerpo reaccionaba con tal energía que casi dolía un poquito, un dolor agradable. Entre Beto y Dulce había varios tratos en las tareas domésticas, y uno de ellos, es que él bajaba la basura, si luego ella le calentaba las manos… exactamente como estaba haciendo ahora. Aún cuando después no llegasen al fin de fiesta por cualquier razón, a él le encantaba que le diese así calor, y más ahora, que desde que Dulce estaba en estado, había ganado peso, y sus pechos habían crecido. - ¿Qué es esto que tiene aquí mi corazoncito…? – susurró ella, melosa, acariciando su erección, aún sobre el pantalón del traje – Está calentito… ¿puedo yo calentarme las manos aquí…?

Beto asintió, porque ni hablar podía ya. Su mujer le bajó apresuradamente la cremallera y le sacó el miembro de los calzoncillos (rojos y con estampado de arbolitos de navidad; tenía varios navideños que solía ponerse en fiestas), y empezó a acariciarlo con ganas. Beto inclinó la cabeza, buscando la boca de Dulce, y la mujer se la ofreció, en medio de un gemido goloso. Juntaron sus lenguas y se acariciaron, mientras el funcionario movía tímidamente las manos y acariciaba los pechos de Dulce, provocando que ésta suspirase en su propia boca, haciendo cosquillas con los dedos y pellizcando los pezones. Dulce dio un pequeño brinco de gustito, el pellizco había sido como un golpe eléctrico que sacudiese su columna, y sintió despertarse el ansia en su sexo. Quería jugar más, quería sentir cómo su Betito se derretía tiernamente entre sus manos… pero quería tenerle dentro, y no podía esperar más.

Dulce paró de acariciar un momento para meter las manos bajo su falda, se bajó medias y bragas y se puso de espaldas a su marido, porque con su panza, hubiera sido más difícil hacerlo cara a cara, y subió una pierna al retrete, gimiendo bajito, atrayendo a Beto. Oyó cómo este se reía por lo bajo, aquello era muy travieso para él, y le daba miedo que fueran a pescarles… pero se agarró a sus tetas desnudas y empezó a frotarse, suave, lentamente… ¡qué calentita estaba también ahí abajo!

-Aaah… Beto, corazoncito… mi… mi Culito Mullido… - tartamudeó Dulce, y Beto pareció a punto de echarse a llorar de placer y ternura, le notó estremecerse a su espalda, abrazándola aún más fuerte y besándole la cara, mientras se frotaba contra ella, intentando entrar… y produciéndole un gozo maravilloso sólo con el frotamiento. “Me… me va a hacer terminar si sigue así…. Haaaaaaah… me frota desde el culo al clítoris cada vez que se mueve, y es tan gordito y caliente… más… más…” Pensaba Dulce, temerosa de hablar, porque si lo intentaba, gemiría de modo perfectamente audible. Beto, inconscientemente, se agachó un poquito, y empujó. - ¡Mmmmmmmmmmmmh….!

Dulce gimió una sonrisa, y un espasmo delicioso laceró su cuerpo, haciéndola llegar al orgasmo en el mismo momento en que su Beto se introducía dentro de ella, ¡qué placer! Una oleada de chispas eléctricas hizo zumbar su sexo y se expandió maravillosamente por su cuerpo…. Beto, aún sintiendo las contracciones en torno a él, no fue capaz de detenerse, y al tercer empujón, gimió como si se le escapara el alma del pecho… desde que Dulce estaba en estado, desde que sabía que llevaba dentro un niño suyo, el mismo pensamiento le volvía tan loco de alegría, que no era capaz de aguantar nada… Dulce llevó las manos a su entrepierna, intentando que el miembro de su marido no se saliera… ahí… aaah, qué calorcito tan dulce… mmmh, cómo escocía su semen, era agradable ese escozor… Beto recobraba la respiración agarrado a sus tetas, un poco inclinado sobre ella, gimiendo ese “uhú-uhú-uhum…” tan tierno y casi desconsolado que a veces emitía al correrse… Dios mío, parecía tan frágil, tan pequeñito cuando hacía ese sonido de cachorrillo abandonado… Dulce se volvió y le abrazó, llevándole la cara a sus pechos, apretándole contra ellos y abrazándole con fuerza. Beto devolvió el abrazo.

-Dulcita – susurró – Tengo muchas ganas de que llegue el niño… pero…

-¿Pero qué, corazoncito?

-Pero… a veces me da miedo que ya no me quieras si hay un niño nuevo en casa…

-¡Mi bebé! – Musitó Dulce, agarrándole de los mofletes - ¡A ti nunca voy a dejar de quererte, ni un poquitín así! – dijo, haciendo un espacio pequeñísimo entre los dedos. – A ti siempre voy a quererte mucho, muchísimo… y si me guardas el secreto y no se lo cuentas a nadie, te diré que siempre te querré un poquito más que a los niños, ¿de acuerdo?

-¡Sí! – contestó Beto, con una gran sonrisa, y agachándose, besó la tripa de Dulce. Lo cierto es que ella, había tenido una conversación parecida con Renatito hacía pocas semanas, y también a él le había dicho que, si no se lo decía a nadie, le querría a él un poquito más que al nuevo bebé que llegaba… si todo el mundo cumplía su promesa y nadie se lo decía a nadie, todo el mundo sería feliz, incluida ella misma, que sabía que no podía elegir entre Beto y Renato, porque a los dos los quería por igual, y cuando llegase su nuevo bebé, lo querría exactamente igual que a ellos… pero si le preguntaba, también le diría que, si le guardaba el secreto, le querría a él un poquito más que a los demás. Hacer feliz a una familia, no era imposible, pero sí había que andarse con cuidado.


-A ver, niños, colocaos en fila… eso es, muy bien, ¡vais a quedar estupendos! No quiero nervios, ¿eh? Sobre todo, sin nervios… Román, si sigues retorciendo ese botón, vas a arrancarlo de cuajo. Respira hondo, y cuenta hasta cuatro antes de soltar el aire… eso es. – La señorita Charito no quería admitir que estaba un poco nerviosa. Nada horrible, pero sí quería que sus pequeños quedasen bien. Sólo esperaba que ninguno se echase a llorar, ninguno se cayese… Se alejó un momento para mirar cuánto faltaba para el comienzo; primero irían los de Nido, y después los suyos… Hizo un encogimiento de hombros al bedel y a su señora, que se encargaban del atrezzo y decorado, y el sr. Valmayor alzó la mano: cinco minutos, y empezarían.

-Olivia, ¿qué haces ahí? ¡Vete con los de tu clase! – sonrió Charito, al ver a la hermana pequeña de Román y Kostia, asomada por un bordecito del telón, atisbando. La niña sonrió y se marchó corriendo, y la profesora aprovechó para asomarse también: todos los padres estaban allí ya, muy sonrientes y algo impacientes. Estaba a punto de volver con sus niños, cuando alguien la tomó del codo.

-Charito, tengo que hablar contigo.

-¿¡Serafín, qué haces tú aquí?! – se indignó la maestra. Sobrino o no sobrino del Director, su ex, no tenía derecho a entrar allí.

-Intentar que entres en razón. Hazte a la idea, tú eres maestra, es tu vocación… ¡no puedes perderlo todo por una calaverada! Yo no soy rencoroso, no soy vengativo… no le diré nada a mi tío. Esta noche, te acuestas conmigo, y todo olvidado, ¿hace?

-Serafín, vamos a ver si lo entiendes: Si tú fueras el último hombre de la tierra, y yo la última mujer, y cayera en nuestras espaldas la responsabilidad de impedir la extinción de la raza humana, seguiría diciendo NO.

-Eso es absurdo, Charito, tú me quieres. Y además, no importa que lo hagas, porque yo ya le he dicho a mi tío que somos novios, y por lo tanto, si no sales conmigo, te despedirán…. Y… y yo no quiero que te despidan. No quiero privar a los niños de una maestra como tú, ¿Por qué tú sí quieres privarles a ellos de ti? No seas tan egoísta… No me creo que antepongas el bienestar de todos esos niños, por una tontería de que yo te guste o te deje de gustar…

http://www.youtube.com/watch?v=WOANkPjThGw

“Me tieneeees… pero de nada te valeeee…. Soy tuyaaaaa… porque lo dicta un papeeeeel….” Charito había querido contestar, pero entonces empezó a sonar aquél bolero, y apareció el Padre César, el profesor de Religión, con un pequeño reproductor mp3.

-Buenas tardes… - sonrió, sus bondadosos ojos azules, parecían llenos de simpatía – perdón, creí que no estaba conectado el altavoz. Señorita Charito, creo que sus niños la requieren.

-¡Oh, voy enseguida, muchísimas gracias, Don César! – sonrió la joven, y casi escapó corriendo.

-Una joven encantadora, ¿no cree…? – dijo el párroco, reteniendo a Serafín, todo inocencia, pero cuando miró desde su casi metro noventa de estatura al sobrino del Director, éste creyó ver una cuchilla de hielo en los ojos azules del sacerdote. – Una criatura del Señor, tan bondadosa y delicada que, cuando uno piensa que puede haber personas en el mundo, semejantes suyos, capaces de querer dañarla por puro capricho…

-Horrible, de veras… ni lo piense siquiera, Padre. Pero de todos modos, no se apure… algún día, muy pronto, usted mismo bendecirá mi unión con ella. Y entonces, podrá olvidarse por completo de su bienestar, porque seré yo sólo el que se ocupe de ello; no precisará ocuparse de ella ni un momento más.

El padre César sonrió y colocó una mano fraternal sobre el hombro de Serafín.

-Hijo mío… el buen cristiano, no se asusta de las dificultades, es cierto… pero también conoce sus limitaciones.

-¿Qué pretende decir?

-¿Yo? Solamente, hijo mío que, aún cuando se casase contigo, es una de mis feligresas, y siempre velaré por ella. Será cuidada mejor por dos, que por uno solo, ¿no te parece? Hasta entonces, te recuerdo que Dios, está en los pequeños detalles.

Serafín le miró alejarse con rabia. En su molesto mp3, sonaba “…mas quiero que recuerdes que el cielo, siempre es cielo… que nunca, nunca, nunca, el mar lo alcanzará…. Permíteme igualarme con el cielo, que a ti te corresponde ser el mar….”


En el escenario, sonaban los últimos acordes de “Jingle bells rock”, y los alumnos de Nido, vestidos de duendecillos, movían las caderas, con las manos en la cintura, al ritmo de la canción… o al menos, lo intentaban, mientras sonreían. Tercero tiró un beso a sus papas, y, cuando ya salían del escenario, su primo René se detuvo un momento y gritó “¡mami!”, saludando a la suya con la mano. Estaba a punto de echar a andar, cuando se oyó la voz tristona de su padre, “¿y yo, es que no soy nadie….?”, y el niño también le saludó, moviendo la mano. El fotógrafo tuvo que cambiar la tarjeta de la cámara, la había llenado ya toda.

-Es nuestro turno, chicos, ¡vais a hacerlo muy bien! – les coreó la señorita Charito, y todo el grupo salió al escenario, entre la mirada expectante de los padres. Charito miró al Vinagrón, que la estaba mirando, a la espera de la señal, ella asintió con la cabeza, y el conserje accionó la música. Empezó a sonar el villancico Tú eres la estrella, y la profesora, desde su rincón, miraba cómo sus niños bailaban siguiendo las indicaciones de los ensayos, señalando al aire, sonriendo mucho y cantando… “bri-llas… en el Cielo….” Y entonces, le pareció notar a alguien tras ella, y al volver la cabeza, vio a Bruno. Llevaba en la mano un ramillete de florecitas azules, pequeñitas y de pétalos redondos: nomeolvides.

-Bruno, ¿qué…?

-Tienes razón, soy un bruto. Soy muy impulsivo, soy un policía y siempre pienso mal de todo el mundo. No sé hablarle a la gente, y menos a las chicas. – Charito se dio cuenta que Bruno estaba… recitando, más que hablar. Daba la sensación de que se hubiese aprendido un discurso de memoria, y que si le interrumpía por cualquier razón, no sería capaz de continuar – Parece que siempre estoy de mal humor, y que siempre trato a la gente a patadas, pero eso, es sólo porque… porque soy policía. Porque he estado mucho tiempo en Tráfico, en la calle, viendo cómo la gente perdía la vida por una distracción, por un descuido, por algo evitable… y por eso, cuando veo a la gente jugarse la vida, jugar con la vida de los demás, me enfurezco. Pero eso no significa que no sea sensible. Pero eso no has tenido tiempo de saberlo, porque tú y yo hemos puesto la casa por el tejado, hemos empezado por el final… sólo te pido la oportunidad de conocernos, de salir juntos y ser amigos, y de demostrarte que tengo un corazón. Y en… y…  y en ese… en ese… - Bruno titubeó. Charito estaba temblando, mirándole con las manos juntas, y de pronto, pegó un salto y besó a Bruno en la boca, fuerte, abrazándole con brazos y piernas, como si temiera que fuese a escapársele, mientras él la sostenía en brazos, hasta que se soltaron con un chasquido húmedo. - ¡Habitas tú! En ése corazón, sólo habitas tú… siempre me encallo en el mismo sitio…. – logró completar Bruno, en medio de una sonrisa adorable.

-Bruno, tengo que decirte algo, algo importante… - Bruno puso cara de susto y la besó de nuevo. - ¡mmmfffh…! – protestó la joven.

-¡No… no pienfo defáh que hablef….! – se defendió Bruno, pero la profesora se echó hacia atrás, entre risas - ¡La última vez que dijiste que querías decirme algo importante, rompiste conmigo!

-Pero ahora, no… lo que quiero decirte… es que me perdones. Que te quiero. Te mentí, porque pensaba que era lo mejor, pero ha pasado algo y… ¡y no quiero perderte, Bruno, ni quiero que cambies, me gustas así! – se abrazó a él y de nuevo se besaron. La profesora fue vagamente consciente de que oía aplausos, y abrió los ojos, pensando que el número de sus niños había terminado, pero… eran sus niños los que estaban ahí. Mirándoles con ojos sonrientes y aplaudiéndoles.

-¿Van a casarse la señorita Charito y usted? – preguntó Kostia con todo su descaro. El Rubio se dio cuenta que todavía tenía a la maestra en brazos, y Charito se puso roja como un tomate, mientras se bajaba lentamente.

-Eeeeh… pueess… - vacilaron los dos, mirándose.

-Sí. – dijo una voz profunda, y el Padre César dio una palmada en el hombro del policía. – Acaban de hacerse novios, y dentro de algún tiempo, se casarán. Y les casaré yo.

-¡Bieeeeeeeeeeeeeen…! – gritaron todos los niños, aplaudiendo, y se marcharon corriendo al patio; ahora que su parte de la función había terminado, podían jugar en el recreo, donde les vigilaba doña Asunción, la profesora de Francés.

-Casi no me lo puedo creer… - sonrió el Rubio.

-Pues no te lo creas. Porque no va a suceder – entró Serafín. - ¿Qué te figuras, Rosario, que me puedes pegar la patada sin más, y ya está? ¡Tu contrato, está en mis manos, aguarda a que le diga a mi tío que no eres vi…!

-Tu tío ya lo sabe. – intervino el Padre César. Serafín se puso blanco. El Vinagrón, que acababa de dar la música para el siguiente grupo, se acercó también. Generalmente, no solía sonreír, pero esa sonrisa que ahora lucía, era mucho peor que su cara avinagrada habitual. – Ya te lo dije: no hace falta que la protejas tú solo, somos muchos los que velamos por ella. Aunque esta misma mañana ella misma ha visto al Director y se ha sincerado con él, ya antes el sr. Vina…. Valmayor había hablado con tu tío acerca de sus sospechas de que tú la maltrataras. Y yo, que Dios me perdone, ayer me serví de una burda mentira, haciéndole creer que el confesionario estaba recién pintado, para que me contase sus problemas contigo, libre del secreto confesional, para poder actuar en consecuencia.

-Lo cierto, Serafín… - intervino la joven. – Es que tu tío se mostró muy sorprendido cuando yo le hablé de esa supuesta “cláusula de virginidad” que según tú, figura en mi contrato. Según me dijo, esa cláusula, dejó de ser válida en el año 1916. En los años cuarenta, es cierto que se volvió a hacer referencia a la vida intachable que debía llevar una maestra, pero hoy día, no hay absolutamente ninguna cláusula en mi contrato, que me obligue a seguir virgen, o me prohíba salir con quien yo desee.

-Charo… Charito, yo… yo lo hice por tu bien, para que nadie se aprovechara de ti, y para que tú misma no corrieses peligro de enfangarte con unos y otros… a fin de cuentas, eres una mujer que vive sola, y eres presa fácil para caer víctima de la soledad, e intentar mitigarla con relaciones esporádicas que… - el bofetón cruzó la cara de Serafín con tal velocidad, que Bruno pudo jurar haber oído la mano de Charito cortar el aire como un latigazo. “¡Vaya con la pacifista!” pensó, y sonrió.

-Debí haberte dado esa bofetada hace mucho tiempo. – masculló la joven – Concretamente, desde la primera vez que me dijiste que si no me acostaba contigo, era que no te quería… y por eso, tenías que acostarte con otras tú.

-Su tío ha dejado órdenes muy específicas acerca de lo que debíamos hacer con usted – intervino el Vinagrón – Dijo que echar semejantes mentiras para intentar manipular a una persona, era un comportamiento absurdo, infantil, inmaduro y repulsivo; que intentar dirigir a las personas por el miedo, era tomarlas por niños incapaces de tomar sus propias decisiones. Y que ya que le gustaba tomar a la gente por niños, el castigo iba a estar en consonancia con ello.

-¿Qué me van a hacer? – casi chilló Serafín.

-¡Algo que debieron haberle hecho mucho tiempo, jovencito! – tronó el conserje, y le agarró de una oreja, tirando de él - ¡Andando!


-¿En cuántas salgo yo, mamá? ¿En cuántas? – quería saber René.

-En muchas, cariño… en las mejores – contestó Dulce, mirando las fotos.

-¿Pero, en cuántas? – la apremió.

-A ver, deja que cuente, cariño… en… siete.

-¡No….! – gimió, descorazonado - ¡no es justo… no es justo! – Su prima había salido en ocho fotos. Había logrado colarse en una, supuestamente el “fotógrafio” estaba sacando el escenario vacío, pero se la podía ver perfectamente, asomando la cabeza por entre el telón.

-He ganado. – susurró una vocecita a su espalda. Renato se volvió. – Yo me lo paso mejor que tú, ¡he salido en una más!

-Ya puedes decirlo. ¡Ha sido una apuesta tonta, ha sido un juego estúpido, no tiene ninguna importancia, yo me lo paso mucho mejor que tú, no necesito que ningún fotógrafio imbécil me retrate como a una mona….! Snif, snif…. ¡tonta! – René se volvió de cara a la pared. Detestaba perder, pero detestaba todavía más que nadie le viese llorar. Como tenía los ojos cerrados, tardó un poco en darse cuenta, pero notó que una lucecita le daba en los ojos. Los abrió. Tercero tenía frente a él un cristal de la lámpara del cuarto de sus padres. - ¡Lo has traído! – sonrió.

-Pues claro. Aunque perdieses, que yo sabía que ibas a perder, quería enseñártelo. Mi papá dice que la luz se parte en el arco iris, y que el arco iris se vuelve a juntar en la luz.

-¡A verlo! – gritó el niño, entusiasmado, y se fueron a buscar una buena fuente de luz…. Y ellos eran demasiado pequeños para saberlo, pero no eran los únicos que buscaban sitios adecuados para jugar. Bruno y Charito celebraron su noviazgo en los lavabos del tercer piso, planta que estaba cerrada, y donde no subiría nadie; no sabían que allí estaba también el Director, con la señorita Asunción, quienes a su vez, tampoco sabían que en el aula de Plástica, estaban el Vinagrón y Dolita, quienes tampoco sabían que en el aparcamiento, en un pequeño coche rojo, estaba Tony, el hijo mayor de Dolita, con su novia, Zcs, los que a su vez no sabían tampoco que Pastor, el fotógrafo, estaba en su furgoneta con Traviesa, y ellos tampoco sabían que Oli e Irina pidieron a Beto y Dulce que llevaran a los niños a casa, que Irina se había puesto pachucha, para correr a casa como desesperados y gozar de un rato íntimo en la habitación… mientras pensaban que el piso de arriba del suyo, era una buhardilla amplia, habitable, pero que llevaba diez años vacía, y que, con una escalerita, podrían dejar el piso de abajo para zona común y cuarto de niños, y tener toda la buhardilla para ellos, con una habitación privada, cuarto de baño donde podrían poner un jacuzzi, cocina con neverita para que los niños no vieran el champán, el caviar, y… quién sabe qué más.

Ninguno de ellos, sabía nada. Sólo vosotros lo sabéis todo.

¡FELICES FIESTAS A TODOS!

Epílogo.

-¿Y ésta foto? Aquí no sale ningún niño… - preguntó una de las madres.

-Ah, perdóneme, señora; ésta es para una colección privada. – Un hombre alto, maduro, de abundante cabello canoso y aspecto fuerte, deslizó la foto de las manos de la mujer, mientras pensaba “Dolores, alias Dolita. Buena. Quiere un chaquetón tres cuartos, el que tiene está muy viejo, y un perfume. Su hijo pequeño, Octavio, quiere un Scalextric. Bueno. Algo travieso, pero bueno”.  La mujer asintió y sonrió. Más tarde, no recordaría habérselo encontrado, ni siquiera recordaría la foto. Pero Gastón, más conocido como Gaspar, la recordaría, porque su trabajo era recordarla. Negó con la cabeza, chasqueando la lengua, mientras miraba la foto. En ella, se veía a un joven de unos treinta años, cabello castaño oscuro, con un mechón que le caía por la frente, de rodillas y con los brazos en cruz, y un cucurucho de orejas de asno en la cabeza. “Por burro”, decía el capirote. La verdad que le dolía terriblemente hacer aquello, pero los había queeee… En fin, Serafín:

“MALO”.