Más de mil cámaras...
Más de mil cámaras velan por tu seguridad. Muy pocas tienen algo interesante que contar.
La tarde era calurosa. Ese maldito uniforme se me pegaba al cuerpo y de un momento a otro parecía que me fuera a derretir sobre esa silla. Sí, vale, era muy cómoda, pero es que ese calor no había quien lo aguantara, y menos sin aire acondicionado. Sí, teníamos el ventilador, ya sé, pero...
¡Uy, perdón! Sólo andaba quejándome y ni presentarme se me ha ocurrido. Está bien. Mi nombre es Javier. Tengo 42 años. Soy guardia de seguridad en cierta monstruosidad de cemento y hormigón que se levanta en medio de una ciudad sin nombre. La monstruosidad es una gigantesca torre de no menos gigantescos apartamentos en la que el lujo es la moneda de cambio, y la ciudad sí que tiene nombre, está claro, pero ni nos va ni nos viene para la historia que pienso contarles, al igual que mi aspecto, pues esta historia, aunque la cuente yo, no va conmigo.
Todo empezó una calurosa tarde de mayo. La primavera había venido mordiendo y el calor cubría el asfalto de la ciudad como un manto pesado y pegajoso. Yo estaba recluido en la sala de control, de mal humor por que hoy vendría un nuevo guarda de seguridad y tendría que enseñarle cómo va todo. Lo que me faltaba, un jovencito recién salido del cursillo preguntando "¿Esto para qué es? ¿Cuándo se hace tal? ¿Cuándo cuál?". Como "segurata" más veterano me había tocado aguantar a la mayoría de los guardias que hay en el edificio. Somos, en toda la torre, unos diez guardias de seguridad por cada turno. Y yo soy el único que se ha ganado por méritos propios y no por enchufe, el derecho de trabajar en la sala de control, vigilando las cámaras.
Cámaras, y gracias a una sustanciosa donación de uno de los vecinos, habíamos logrado incluso colocar micrófonos con ellas. Todos los vecinos habían estado de acuerdo. A esos ricachones les gusta tener la seguridad de que absolutamente todo está bajo control. Así pues, nadie que se moviera en el edificio podría escapar del agudo ojo vigilante de las más de mil cámaras que velaban por su seguridad poblando cada rincón de los pasillos, y los micrófonos que las acompañaban, prestos a captar hasta el más mínimo zumbido de mosca. Aquello era un búnker inexpugnable donde se controlaba, grababa y almacenaba hasta el más mínimo detalle. Era una especie de cárcel. Por mucha pasta que tuviera esta gente, yo jamás habría querido vivir así, pero en fin... Son ellos los que pagan, nosotros los que obedecemos.
En fin, el chaval llegó, y como me temía, no tenía ni puta idea de cómo iba todo esto. No tenía suficiente con el calor que ahora venía él a tocarme las pelotas. Se lo expliqué todo un par de veces (el chico parecía cortito de mente), y lo mandé con un compañero para que me dejara en paz. Volví a mi sitio, delante de los monitores, a esperar que por una puta vez en la vida, en ese edificio ocurriese algo interesante. Nada a excepción de lo de siempre. La estirada condesa de No-sé-dónde, señora de No-se-quién, salió de su casa con un vestido largo que seguro valía más que todo mi piso. Puse en uno de los monitores lo que grababa la cámara de la puerta exterior y vi, cómo no, su larga limusina esperando a la señora condesa.
Volví a pasearme por las demás cámaras y no vi nada más digno de atención. El señor García, un gran ejecutivo de una gran empresa del gran sector de las bebidas entraba en su casa con una señorita que según había explicado, era su "chacha". Aunque, definitivamente, la mano que le sobaba el pandero a la mujer decía que era algo más que eso. Luego, entraron en su piso y les perdí la pista. En otro pasillo, Jorge Soto, el hijo del afamado pintor Nicolás Soto, avanzaba por el pasillo entre saltos y gritos, que me obligaron a desconectar los micrófonos de ése corredor hasta que el chaval se hubiera marchado. La verdad, es que ese joven nunca ha estado muy bien de la cabeza...
Para qué andarnos con rodeos, a sus veinte años, estaba como una puta cabra. El niñato ése era famoso por sus excentricidades, si es que a comprarse un Mercedes para destrozarlo a martillazos se le puede llamar excentricidad. Y ésa era sólo una de sus muchas locuras.
En fin. Como todos, ése día pasó sin novedad en el frente. A las doce de la noche salí de la sala de control para irme a mi casa, después de ocho horas sentado en esa maldita silla. Eran las once de la mañana cuando desperté, por culpa de ése insolente sol que se colaba por mi ventana. Llegué al trabajo justo a tiempo, para relevar a mi compañero.
¿Algo que merezca la pena?- pregunté.
sabes que no, Javi. Esto es tan aburrido como siempre.
En fin, por lo menos nos pagaban. Nadie dijo que el trabajo hubiera de ser divertido. Tomé asiento mientras mi compañero se marchaba. Los televisores escupían uno detrás de otro la misma realidad. Un vacío completo, la soledad rebotando en cada rincón, el silencio que ahogaba los micrófonos. Me hice un café para no caer redondo ante el aburrimiento, y seguí cambiando pantallas, buscando algo que me sacara del tedio. El edificio parecía muerto. Los ricos pueden marcharse de sus casas y perderse cuando quieran por las siempre cálidas playas del Caribe, o asistir a desfiles de moda donde modelos anoréxicas, violadas por "Christian-Dios" enseñan su extrema delgadez bajo vestidos que nadie se pondrá nunca. Ése es su mundo. Un mundo frío y de diseño que ellos se pueden permitir. A mí, me tocaba seguir trabajando para pagar la hipoteca de un piso que me asfixiaba.
Muy buenas, señor Soto.- por uno de los micrófonos de las cámaras del "Hall" del edificio me llegó la voz de un compañero. ¡Por fin entraba alguien! Por muy triste que suene, el ver caminar a la gente por los pasillos era la única diversión que tenía en esa sala. Puse en pantalla el piso de Nicolás Soto, conecte el micrófono de la entrada del pasillo y me preparé para verlo aparecer por la televisión.
Venga, Merche, no te quedes atrás.- La voz, aunque distorsionada por el circuito eléctrico era demasiado joven para ser la del pintor Nicolás Soto.
Correcto. Por la pantalla aparecieron Jorge Soto, ese muchacho alocado, seguido de una joven que tendría más o menos su edad, y también llevaba una mochila, por lo que imaginé que eran compañeros en la Universidad. Sin saber por qué, conecté todos los micrófonos y dirigí las cámaras hacia los dos jóvenes. Ahora mismo eran el centro del edificio. También es verdad que eran de los pocos que quedaban en esa cárcel de lujo y exceso. La joven era muy guapa. Quizá tenía la piel muy pálida, resaltaba mucho con el color negro de su larga melena. Labios finos, ojos y nariz diminutos, facciones dulces, en fin, una belleza delicada.
- Venga Merche.- Jorge se acercó a la joven, la empujó hacia la pared y la besó lascivamente, encerrándola entre él y el muro. La mochila de la tal Merche cayó al suelo.
Casi podía oír los gemiditos de la pareja mientras sus bocas se juntaban en ese beso pasional. Desde donde estaban, cuatro cámaras podían grabarlos. Cuatro cámaras cuyos ojos vidriosos se centraron en la pareja. Una, creo que era la J-8, quedaba justo encima de donde los dos amantes se devoraban la boca. Otra, al final del pasillo, filmaba la ancha espalda de Jorge Soto, y sus piernas, que se enlazaban con las de Merche. La tercera ofrecía un plano del perfil derecho de la pareja medio oculto por una planta. La cuarta, y última que tenía en su línea de visión a Jorge y Mercedes, era la que mejor vista ofrecía al capturar el mismo perfil que la tercera, pero sin el obstáculo de la planta. Directo de la pasión de los chicos a mis ojos.
Era esa tercera la que puse en el monitor del centro. Los otros cinco agotaban las otras tomas, dejando dos libres bailando por el resto de cámaras del edificio.
Jorge, vamos dentro. Me tienes muy caliente.- ¡Joder con la niña! Con lo modosa que parecía con esa ropa ancha.
¿Y por qué no aquí? Es más excitante.- respondió el chaval mientras sus manos escarbaban por debajo de la camiseta de Mercedes.
¿Había oído bien? ¿Ése niñato estaba a punto de follarse a su novia delante de mis cámaras? Mi verga respondió ante la sola idea. En ese momento me dieron ganas de abrazar a Jorge Soto.
¿Estás loco? ¿Y si nos ve alguien?
No queda nadie en este puto edificio. ¿No ves que la peña escapa del calor? No nos verá nadie.- El micrófono seguía cumpliendo fielmente su cometido y me traía cada palabra de la pareja.
Que no, Jorge. No...- Mercedes se calló. La mano del hijo del pintor se había hundido en su pantalón y jugueteaba en su entrepierna.- Por Dios, para, Jorge.- su voz se convirtió en un susurro, fielmente captado por el micrófono de la cámara que tenían encima.
O tu boca o tu cuerpo mentís, ¿A quién debo creer?- Jorge le quitó la camiseta a su compañera, sacándosela por encima de la cabeza y mostrando un sujetador bonito, que guardaba dos pequeños pechos como cuencos de leche.
Dicho esto, pasó una mano por detrás del cuerpo de la chiquilla y con un gesto rápido desabrochó el sujetador, que cayó al suelo lentamente. Sus pechos blancos y pequeños, imbuidos del aroma núbil de la juventud y la inocencia, armados con dos pezones erectos, aparecieron en mis pantallas como regalo divino. El perfil que mostraban era precioso, con esas mínimas aureolas que los rodeaban y los elevaban a la categoría de obra de arte.
El pantalón de mi uniforme se levantó en la zona de la entrepierna, empujado por mi miembro excitado, ansioso de salir al aire como habían salido los pechos jóvenes de Mercedes. Sus palabras fueron las que me sacaron de mi aturdimiento momentáneo.
¡No! ¿Qué haces?- Iba a agacharse para recoger la prenda caída cuando Jorge la empujó de nuevo contra la pared. Acto seguido, aplicó su boca a los pezones de la chica, que respondió con un jadeo que retumbó en los micrófonos y me erizó la piel.
No, Jorge. Para. Aquí no... ¡Ahhh!.- La mano del chaval acariciaba por encima del pantalón el sexo de Mercedes.- Deténte por dios, que no respondo...
La respiración de Mercedes se había convertido en un vaivén de inhalaciones y exhalaciones jadeantes. Sus mejillas se iban sonrosando mientras su cuerpo ascendía de temperatura a causa del infierno que nacía en sus pechos y su sexo.
Sí que respondes. Respondes de puta madre, zorrita...- dijo el joven abandonando los pezones de la chica y deslizando su boca hacia abajo.
No, por favor. Aquí no, por lo que más quieras...- Mercedes suplicaba, pero no movía un músculo por detenerlo. Su boca abierta, sus jadeos, su bonita cara colorada de excitación, decían lo contrario que su boca. El cuerpo de Mercedes era una especie de simbiosis de ardor e inocencia. Su apariencia frágil y recatada parecía guardar un interior sexualmente explosivo.
Jorge siguió descendiendo mientras sus manos iban bajando lentamente pantalón y braguitas. Desnuda en el pasillo. El cabrón del niñato Soto desnudó completamente a su compañera en el pasillo. Zapatillas y calcetines se amontonaron con el resto de la ropa. El sexo de Mercedes emergió desnudo y delicioso a través de los metros y metros de cables que unían los monitores con la cámara que filmaba la escena desde arriba, dándome una perspectiva inmejorable de sus pechos y su sexo. La visión de perfil pasó a un segundo plano, mientras que la que miraba desde la otra punta del pasillo, ahora que Jorge estaba arrodillado, enfocaba directamente los excitantes y tiernos pechos de Mercedes.
Ante mí, cuatro monitores me mostraban diferentes planos de un cuadro en movimiento que bien podría haberse titulado "Excitación suprema". No sé en qué punto abrí la cremallera de mi pantalón, pero ahora mi mano derecha se cerraba sobre mi miembro endurecido hasta el umbral del dolor, a causa del morbo y la fascinación que me causaba esa joven.
- ¡Aaaammmm!- El grito de Mercedes me hizo volver a clavar mi vista en el trabajo de Jorge. Ahora su lengua serpenteaba animosa sobre el clítoris de la ardiente joven, cuyas manos iban de la pared a la cabeza de su compañero. Forcé al máximo el zoom de las cámaras, quería conseguir un primer plano del sexo de la chica. Las piernas comenzaban a temblarle como si de gelatina se tratase, y si no fuera por que las manos de Jorge la sostenían, hubiera caído al suelo.
Yo, en mi sala de control, me sentía en otro mundo. Era como si los micrófonos y las cámaras me dieran un poder especial. Lo veía todo, lo oía todo. Jamás había entendido lo que significaba "complejo de Dios", hasta ese momento. Era algo raro. Mirar sin ser visto. Conocer cada secreto sin que nadie te lo haya contado. Contemplar los actos más reprochables sin que el resto del mundo se entere. Parapetarme en la inmunidad que me conferían las cámaras y poder verlo todo. Cada detalle de una piel que los chavales creían un privilegio mutuo, cada sombra de un sexo joven y ardiente, y todo ello, sin que nadie tuviera idea de que yo, a muchos metros de allí, lo contemplaba todo mientras mi mano masajeaba ya tímidamente mi verga.
- ¡Joder, Jorge! Ya, hazlo ya, por favor. Ya me tienes.- Sumisión. Mercedes ya había asumido sus actos y pedía más. Adiós, falsa moral. Adiós "No, Jorge, aquí no". Adiós "Para ya, Jorge". Hola, bendito y sublime Dios del Sexo.
El chaval obedeció a su amante. Se levantó y abrió su bragueta. Después de unos segundos de manipulación, bajando unos centímetros vaqueros y slip, su miembro se mostró ante las cámaras. Sin más, se pegó al cuerpo de Mercedes y le insertó de un golpe su sexo. El gemido de Mercedes se cortó. Como si la hubieran dejado sin aire, como si la ahogaran. El chaval comenzó el movimiento de vaivén, empujando el cuerpo de Mercedes contra la pared, que subía y bajaba presa de las embestidas de Jorge.
Los gemidos de la chica recorrían todo el pasillo. Mercedes gemía y jadeaba víctima de un placer que parecía sobrepasarla. Jorge, por su parte, sólo repetía "¿Te gusta esto, zorra?", "Eres una puta muy caliente ¿Sabes?", "¿Quieres que te dé más, guarra?"... a lo que Mercedes respondía asintiendo con la cabeza, pues sus labios parecían más ocupados en emitir murmullos de placer y gritos de éxtasis que llenaban mis oídos a través de las redes de comunicación.
Mi mano derecha ya me masturbaba frenéticamente, incontenible a causa de Mercedes. ¡Bendita joven! Jamás pensé que un grado de excitación tal era posible. A la sensación que me producía lo que veía, se sumaba el morbo de saber que ellos no me veían, desconocían de mi existencia a pesar de que yo estuviera viendo como fornicaban en medio del pasillo.
- ¡Dame más, Jorge!- el grito me llenó la cabeza. No fue lo que dijo, si no cómo lo dijo. Una amalgama de excitación, desfallecimiento e impaciencia que me hizo aumentar el ritmo de mi mano a la vez que Jorge hacía lo propio con su cuerpo.
Cuando Mercedes comenzó a gritar, presa de un orgasmo que la llenaba, casi no tuve tiempo de agarrar un pañuelo para evitar salpicar toda la sala de control con los frutos de mi excitación. Jorge gruñó, signo de que también a él lo habían llevado a las puertas del cielo.
Los gritos se solaparon unos con otros, La pareja se estremeció de arriba abajo mientras el chorro de semen de mi verga se estrellaba contra el pañuelo que sostenía mi otra mano.
Eres un cabrón, Jorge.- susurró Mercedes cayendo sobre Jorge.- Por eso te quiero tanto, cabrón. Te quiero mucho.
Y yo a ti, Merche...- respondió el niñato con una sonrisa.- Venga, entra en casa, ahora voy yo.- dijo mientras le extendía las llaves.
Mercedes recogió su mochila y las ropas del suelo, tomó las llaves y corrió desnuda hacia el piso de los Soto. Abrió la puerta mientras mis cámaras seguían su cuerpo tierno y sensual y Jorge, después de acomodarse la ropa, abría su mochila y extraía un bloc de dibujo.
- ¿Qué va a hacer éste gilipollas? ¿dibujarla?- pregunté a los monitores de los que, obviamente no recibí respuesta.
Cuando Mercedes se hubo metido en la casa, me centré en lo que hacía Jorge Soto. Parecía estar pintando algo en una página del bloc. Nada más lejos de la realidad. Un par de segundos después, arrancaba la página y la dejaba apoyada en la pared, de forma que una de las cámaras la cogiera de pleno.
"¿Te ha gustado?" se leía, en grandes letras, con una intachable caligrafía adornada mientras la boca de su autor dibujaba una sonrisa cínica en sus facciones aniñadas. Jorge Soto hizo una reverencia burlona en el pasillo vacío y se metió en casa, dejando la lámina fuera.
"¿Te ha gustado?" decía... "¿Te ha gustado?"
- ¿Qué si me ha gustado? ¡Hijo de puta! Me ha encantado, a ver cuando vuelve...- Exclamé, en la soledad de la sala de control mientras devolvía a mi miembro a su cárcel de algodón dentro de mi ropa interior.