Más contenta (I)

Una vida anodina. Una pillada a su hija. Vino y sexo.

Viernes quince de abril. Un compañero se jubila hoy. Cuarenta años de servicio público, cuarenta años de funcionario y, por fin, tras su larga y anodina carrera, hoy es su último día. Y yo, la responsable de comprar su regalo, se lo ha olvidado en casa.

11:30, pausa del café. Me excuso diciendo que tengo que ir a comprar -como si hiciese falta una excusa-, cojo el coche y me voy a casa. Al abrir la puerta oigo algo. ¿Gemidos? Joder, creo que voy a pillar a mi hijo con una película porno. Cierro con cuidado para que no me oiga y evitarnos la vergonzosa escena de madre pillando a su hijo haciendo novillos de la universidad para darle a la zambomba.

Pero no, en cuanto doy un paso me doy cuenta de que no es una película. Los gemidos son de mi hija. Ella es la que está haciendo novillos. Sabía que yo no iba a venir a comer y ha llamado a su novio, supongo. Paso rápido por el pasillo para que no me vean, aunque de reojo noto algo raro. Cuando cojo el paquete, en el salón, puedo oirla gritando. “Fóllame, Carlos, fóllame”. Me pongo roja de vergüenza por haber pillado a mi hija así. Pero… ¿Carlos?

Al pasar por el pasillo de nuevo esta vez no puedo evitar la tentación, y miro. Reflejo de madre, lo primero que veo es el envoltorio del preservativo en el suelo. Bien. Y después, en primer plano, el atlético culo de un chaval rubio empujando sin pausa contra mi hija, agarrándola por la cintura con unos enormes brazos, a cuatro patas, gimiendo y gritando. Felices veinte. Desde ahí no pueden verme. Él la azota con fuerza y parece gustarle.

Me retiro en silencio, y salgo cerrando la puerta imperceptiblemente, en el momento en el que ella grita “¡Otra vez, me corro otra vez, Carlos!”. Al salir lo primero que pienso es que siempre creí que su novio de toda la vida, Juan, que ayer mismo la acompañó a casa, era un poco soso, pero que no pensé que le engañaría.

Y lo segundo, que desde que murió mi marido hace cuatro años nadie me ha hecho gemir.

Al bajar en el ascensor noté cómo me humedecía. Hacía mucho que no tenía esa sensación. El culo de ese musculoso chaval me había excitado muchísimo. Al sentarme en el coche y dejar el paquete en el asiento del copiloto no pude resistir la tentación de meter la mano en mi falda. Estaba empapada. Mis dedos se deslizaron bajo mis bragas de madre, color carne y horrorosas. Mi clítoris estaba duro y sensible. Al primer roce siguió otro. “A mis cuarenta masturbándome en un coche, como una quinceañera”, pensé, al comenzar a moverme en círculos.

Cuando solté el primer suspiro los faros de un coche entrando me sacaron de mi concentración. Arranqué y, ruborizada, salí. No me había visto, seguro, pero noté mis mejillas ardiendo.

El día transcurrió raro. El trabajo pasó tan aburrido como siempre, aunque me notaba especialmente ida. Veía a mis compañeros y notaba las miradas de ellos siguiendo las piernas y los culos de las jovencitas que pasaban por allí. Me parecía notarlas a ellas coqueteando constantemente, y me di cuenta de cuán asexual habían sido mis últimos años. La visión de mi hija engañando a su novio con ese semental me había abierto los ojos.

Tras el trabajo nos fuimos al restaurante para darle el regalo. Me pasé la comida analizando a mis compañeros. Caí en la cuenta de lo escotadas y ceñidas que iban todas, maquilladas, incluso algunas mayores que yo. Incluso casadas. Todas buscando sentirse deseadas. Unos y otros bromeando.

“¿Estás bien?”, me preguntó una amiga.

“Sí, sí. Sólo cansada”, mentí. Andaba ida. Tras el postre fui al baño y me miré al espejo. Vi mi blusa abotonada hasta el cuello y vieja. Algo tendría que cambiar. Desabroché un par de botones y saqué el maquillaje del bolso para arreglarme algo. Mucho mejor. Desabroché otro más. Me miré y sonreí.

Aquella tarde me divertí más de lo habitual.

Tras el café, los chupitos y un par de copas me fui a casa, ligeramente mareada. Por el camino mandé un WhatsApp a mis hijos, no quería encontrarme sorpresas. Ninguno iría a casa hasta la noche, es fiesta en la universidad, me dijeron. Él se iba con sus amigotes, ella con su novio.

O eso decía.

Dejé el bolso en la entrada y fui a la cocina a ponerme una copa de vino. Di un trago. Estaba algo borracha. Al ir a salir al pasillo me di la vuelta y cogí la botella entera. Iba al salón a dormirla al sofá mientras, pero al pasar por la habitación de mi hija recordé la escena anterior. Habían recogido el envoltorio del suelo, pero la sábanas estaban movidas. Y en la mesa, su portátil.

Una hija jamás perdonaría esto, pero no pude evitar levantar la pantalla y entrar. Sabía su contraseña, el nombre de su primer novio.

Di otro trago de vino, y recorrí visualmente el escritorio, un caos de apuntes y fotos con amigas. Abajo, el icono del correo. ¿Habría allí alguna prueba? Si la había, no la encontraba. Correos de la universidad, de amigas con más fotos… Nada.

Una carpeta me llamó la atención. “Temporal”. Al abrirla y buscar aquí y allá entre directorios con nombres raros, acabé en uno con un buen listado de vídeos. Hice doble click en el primero, “Blacked-no-sé-qué”. Nada más abrirlo veo cómo una niñita rubia de ojos azules (no tendría ni veinte años) gime bajo el cuerpo de un negro espectacular, que al segundo se corre en ella. Doy otro trago de vino al verles besándose y acariciándose. Charlan un poco mientras él juega con sus pezones, que están duros como los míos. No entiendo qué dicen, pero ella parece excitada. Después retoman el polvo, que tampoco dura mucho. Un fundido lleva a una escena en la que el negro habla con un amigo. Joder. Me pongo cómoda y doy otro trago. La rubia vuelve a escena en lencería. Mis bragas caen al suelo cuando ella alterna besos entre uno y otro, que la rodean. Hace años que ni me masturbo, había olvidado la suave sensación de los dedos recorriendo mi coño. “Tengo que depilarme por aquí”, pienso al comparar mis ingles con las de la rubia, que masturba a los dos negros. Se muerde los labios golosa, y les mira con vicio. Mis dedos aceleran, continuando lo que dejé a medias en el garaje.

Algo me distrae cuando ella está chupando sus pollas y mis dedos comienzan a buscar en mi interior. Algo ha aparecido en la esquina de la pantalla, no sé el qué. Ella continúa, y al minuto lo veo. “Sí”, leo en una especie de alerta junto a un avión de papel justo antes de desaparecer. El siguiente lo cazo. Al hacer click aparece una ventana de chat, y  veo varias conversaciones. Algo parecido al WhatsApp, supongo, porque veo cómo alguno está escribiendo. Allí están los últimos mensajes con el novio:

  • No te he visto por clase esta mañana.
  • Me he quedado dormida, ¿vas a la fiesta esta noche, verdad?
  • Sí.
  • Luego quedamos. Tq.

En el video, bajo la ventana de chat, la rubia se traga cuanto puede de sus vergas. Yo no sé si podría tanto. Pero la conversación de mi hija con el tal Carlos es más tórrida que lo que veo. No sé cómo será leer 50 Sombras de Grey, pero esto no tiene desperdicio. Se remonta a varias semanas atrás. Algunos días son dignos de una película.

  • Lo de ayer me encantó, preciosa.
  • Y a mi.
  • Cuando quieras repetimos.
  • Mañana mismo, esa polla que tienes es adictiva.

La rubia gemía mientras uno se la follaba con fuerza y masturbaba al otro, pero apenas la prestaba atención. Toda la tenía repartida entre masturbarme y leer los mensajes.

  • Me ha contado Sandra que ayer os enrollásteis.
  • Sí.
  • Estoy algo celosa.
  • Joder, yo tengo que verte liándote con tu novio.
  • No es lo mismo.
  • Ya sé lo que quieres.
  • ¿Sí, el qué?

A continuación, una foto de una polla enorme. Más de veinte centímetros, seguro, y unas venas gordas recorriéndola hasta la mano con la que lo sujeta.

  • Sí - contesta mi hija.
  • Estoy solo, ven.
  • Voy en cinco minutos.

Mis dedos tenían vida propia, y se metían en mi coño buscando hacerme gemir. Lo lograban. Llevaba años sin gemir, triste y aburrida.

  • Ayer me dejaste dolorida, no pude follar con Juan.
  • ¿Lo notó?
  • Se la chupé y ya.
  • Jajaja.

La rubia se corría por segunda o tercera vez. Yo lo haría en breve, pensé, cuando un nuevo mensaje de Carlos me hizo ver que estaban hablando en este preciso momento.

  • ¿Te veo esta noche en la fiesta, guapa?
  • Sí, pero va Juan.
  • Joder, me has dejado muy cachondo esta mañana.
  • Jajaja.
  • Me voy a pajear con el vídeo si no vienes.
  • Nunca tienes bastante.
  • De ti nunca, guapa.
  • ¿Y Sandra?
  • Viene ahora.
  • ¿Te la vas a follar?
  • Supongo.
  • ¿También la vas a grabar?
  • Quizá.
  • ¿Me lo enseñas esta noche?
  • Si te portas bien.
  • ¿Ella también se lo traga?

Paré de leer, pero mis dedos siguieron. Me corrí cuando los negros lo hicieron sobre la chica.

Me despertó un mensaje de mi hija: “Esta noche me quedo a dormir en casa de Laura”. Hacía un rato mi hijo me había mandado otro que no había visto “Hoy duermo con Jorge”. Vivimos lejos, los días de fiesta lo solían hacer. Pero no pude evitar ir a ver el chat de mi hija a ver si era cierto.

Tenía la boca pastosa. Eran ya las diez de la noche. Mis bragas seguían en el suelo de la habitación de mi hija, menos mal que no ha venido.

  • Juan está ya pedo, se va a casa.
  • Estoy con Sandra.
  • ¿Va a dormir contigo?
  • ¿Quieres venir?
  • Luego quedamos.
  • Vale, pero ven sin bragas.
  • Eres un guarro.
  • Y tú una puta.
  • Te voy a dejar seco, cabrón.
  • Te voy a partir en dos.
  • Quiero que me folles bien duro y me claves tu pollón hasta el fondo.

Dejé de leer, era demasiado. Me fui a dar una ducha a despejarme. Estaba cambiada. Y algo bebida. Notaba la caricia del agua y del gel. Mi clítoris seguía sensible. Cogí la cuchilla, y me rasuré por completo. Me acaricié, pero no era suficiente.

Tardó una hora en llegar. Le recibí con la bata de baño.

  • ¿Quieres tomar algo?
  • ¿Tiene whisky?
  • Ven.

Se sentó en el sofá mientras le servía la bebida.

  • Tiene una casa preciosa.

Me serví otro para mi. Le miré. Muy guapo, sencillamente vestido con unos vaqueros y una camiseta ajustada que le marcaba la musculatura.

Se puso a ver las fotos de los marcos mientras daba sorbitos. Yo seguía su trasero con la mirada, e imaginaba esas manos grandes sobre mi cuerpo.

  • ¿Son sus hijos?
  • Sí.

Me miró detalladamente. Creo que le gusté. Siguió cotilleando. Miró mi mano, y después otra foto.

  • ¿Su marido?
  • Sí.

Me levanté. Le abracé. Creo que se sorprendió, pero me correspondió, y me dio un beso en la sien. Me apreté contra su pecho.

  • No se preocupe. Todas las parejas pasan por problemas.

Le clavé las uñas en la espalda y comencé a llorar.

  • Murió hace cuatro años.
  • Lo siento, me dijo, apretando el abrazo y dándome un beso en el pelo.

Me consoló durante unos minutos, hasta que me calmé. Me sequé una lágrima. Después fui a la cartera a por el dinero. Se lo di. Lo guardó en el bolsillo sin contarlo.

  • Llevo cuatro años sin estar con un hombre.

Se puso detrás de mi. Me besó en el cuello y dejó caer la bata de baño, dejándome desnuda frente a él, a mi espalda.

  • Señora, le voy a hacer sentir que lleva toda la vida sin estar con un hombre.

Me estremecí.

Me cubrió de besos el cuerpo antes de tumbarme delicadamente en el sofá.

  • Es usted perfecta - dijo agarrándome un pecho y chupándome el otro pezón.

Bajó a mi coño y separó mis piernas. Noté su aliento en mis muslos. Separó mis labios y me miró travieso. Tendría diez años menos que yo, pero comenzó a comerme como un experto.

  • Sí, me encanta… - gemí. Había olvidado cuánto me gustaba. Y nunca me lo habían hecho con su arte.

Le acaricié la cabeza, pegándole a mi, mientras su lengua me recoría y su boca me chupaba. Me hizo correr dos o tres veces antes de cogerle de la mano y llevarle al dormitorio de mi hija. Todavía me temblaban las piernas, pero me puse a cuatro patas. No tuve que decirle nada. Escuché su ropa caer al suelo, y noté una gran polla jugando en mi entrada, empapándose. Cuatro años sin una polla dentro de mi. Eché una mano atrás para notarla. No la abarcaba. La puse en mi entrada y eché hacia atrás.

  • No te muevas todavía, quiero notarte despacio - dije.

Durante unos minutos me follé con él como una estatua, poco a poco. Notaba el látex del preservativo contra mi entrada. Era mi juguete. Había pagado por él y lo iba a disfrutar. Me acariciaba la espalda y el pelo. Lo hice despacio, casi sacándole para volverme a empalar una y otra vez, una y otra vez, hasta correrme una vez más.

Me tumbé boca arriba recuperando la respiración. Le miré. Era perfecto. Musculoso, guapo y con una polla inmensa.

  • Todavía la queda un rato - dijo. - No tengo prisa.
  • Quiero que me folles bien duro y me claves tu pollón hasta el fondo. - le dije. Sonrió.

Se puso sobre mi para susurrarme al oído.

  • ¿Quiere que la folle?
  • Quiero que me folles como a una puta.
  • ¿No ha tenido suficiente?
  • Quiero más de esa polla que tienes.

La puso en la entrada.

  • Dígamelo.
  • Fóllame.
  • Más alto.
  • ¡Fóllame!

Metio el glande, sólo su enorme glande.

  • ¡Más alto!
  • ¡FÓLLAME!
  • ¿Sí?
  • ¡FÓLLAM-aaaarg…! - no pude ni acabar de pedírselo cuando me la metió hasta el fondo y comenzó a follarme como jamás nadie me había follado. Notaba todo su peso sobre mi y su polla partiéndome como un ariete. No paré de gritar. No podía ni pedir más, sólo gritar y gemir, disfrutando de aquella verga profesional que me arrancaba orgasmo tras orgasmo. Me susurraba cerdadas, pero no le prestaba atención. Sólo era una polla para mi. La mejor de mi vida.
  • Me voy a correr ya.

Le saqué de mi.

Me incliné ante él.

Le quité el preservativo deprisa, pero no lo suficiente. El primer disparo fue a mi mejilla. Me la introduje en la boca. Lo que pude. Era enorme. Siguió corriéndose en mi garganta. Jamás lo había hecho.

Al día siguiente, mi hija se acercó a mi.

  • He encontrado esto en mi habitación.

Me tendió una tarjeta. “Carlos. Despedidas de soltera. Scort. Parejas. Tríos. Hetero”.

  • Hija, yo…

Me mandó callar.

  • Haces bien.

“Y tú”, pensé, recordando cómo la hacía gemir su Carlos. La abracé y sonreí.

  • Te veo más contenta.