Mas allá de la vida hay más vida IV

– No quiero estar muerta – dijo dejando salir una lágrima – no quiero.

Cuando el sol salió Brand ya estaba bajo las sábanas en su habitación, arropada hasta la barbilla. Le era demasiado agradable el frío y poder descansar luego de tanto agite. Noa y Nancy estaban afuera, levitando en círculos mientras veían el sol salir.

– Estoy tan cansada – dijo Noa suspirando.

– Al tiempo te acostumbras – le aconsejó Nancy.

Noa puso una mano sobre su pecho y se apretó la tela transparente.

– No quiero estar muerta – dijo dejando salir una lágrima – no quiero.

Noa se fue deslizando hacia abajo, hasta que sus rodillas tocaron el suelo húmedo. Tapó su cara con ambas manos y lloró, tanto que dolía escucharla.

– Noa – dijo Nancy posándose al lado de ella intentando consolarla – no llores – le pidió.

– Duele – dijo entre sollozos. Descubrió su rostro y miró a través de la ventana a Brand durmiendo – duele – repitió – los muertos sufren aunque no tengan corazón.

– Brand y tú debieron haberse conocido en vida – le confesó. Noa levantó la mirada – ella va a salvarte, sé que lo hará.

– Nancy… - dijo Noa – ya estoy muerta y a no ser que tu hermana sea algún Frankenstein moderno, no creo que sea posible tal cosa – agregó ofuscada.

No era necesario que Brand fuese un Frankenstein.

– Fantasmas del tiempo – susurró Nancy como si hubiese hecho un gran descubrimiento. Y, como cosa rara en ella, desapareció sin decir nada.

Que bonito era cuando el universo entero confabulaba para que fueras feliz. Cuando todos se esforzaban por enmendar esos errores que te hacen llorar cada noche antes de dormir, cuando te cuesta tanto respirar que crees morir. Que bonito era saber esperar el momento en el que la sonrisa se dibujara fácil en tu rostro.

Noa dio una última mirada a Brand y suspiró dolorosamente antes de desvanecerse.

Al no encontrar ni a su hermana ni a Noa dando vueltas alrededor de la casa, Brand se desperezó en la cama e hizo una lista mental de sus mayores preocupaciones.

Primero, debía controlar sus sentimientos hacia Noa. La esperanza iba desvaneciendo de a poco al recordar que estaba muerta y al mismo tiempo crecía cuando recordaba las palabras de su hermana. Y prefería permanecer con esa idea en su mente. Segundo, tenía que averiguar más cosas sobre la muerte de Noa. Era hora de visitar a Paul, el celador del cementerio.

Las rejas chillaron de dolor cuando Brand pasó entre ellas. El clima húmedo le mojaba la cara en segundos y eso la irritaba. Paul estaba intentando juntar las hojas secas en un punto en específico y maldecía por lo bajo cuando estas se desordenaban solas.

– No deberías maldecir en un cementerio, viejo – le dijo Brand al llegar a su lado. Paul le sonrió mientras se secaba el sudor de la frente.

– Tan viejo no soy – le dijo mientras apoyaba su peso sobre el rastrillo, haciendo la pregunta que ya ambos sabían y que no era necesario formular.

– Necesito tu ayuda – le dijo frunciendo el ceño.

– ¿Es por la chica pelirroja? – Preguntó – ¿no sabes cómo hacerla cruzar? – Brand decidió no darle los detalles exactos del problema.

– Quiero saber sobre su muerte, dónde estaba, cómo murió, qué hacía y hacia dónde iba – dijo arrastrando las palabras entre sí.

– Son muchas preguntas – le dijo volviendo a secarse el sudor de la frente. Se sentó en el borde de un muro que separaba las zonas de las lápidas y puso el rastrillo a un lado – ya sabes que aquí no se llevan registros de nada y los familiares comentan muy poco sobre esos asuntos. Nadie quiere indagar en la muerte – suspiró y miró a lo lejos – parece que iba caminando hacia una cafetería o algo así – entrecerraba los ojos, como si estuviese leyendo en la distancia lo que debía decir – iba usando uno de esos aparatos que tienen los jóvenes y que los distrae de todo lo demás, creo que era sorda, porque no escuchó a los albañiles.

Brand lo miró extrañada – no es sorda – le dijo.

– Pues no sé, tenía algo enredado en las orejas y no escuchaba – dijo exasperado.

– Entiendo, continúa – dijo Brand, asumiendo que lo que llevaba eran audífonos.

– Bien, cayó en una alcantarilla que estaba descubierta. Claro, no estaba la cinta de seguridad. Fue un mal día para muchos – dijo en un suspiro.

Esa parte Brand ya la sabía. Intentó averiguar el sitio donde había muerto Noa, pero Paul no pudo darle mucha información. Le dio las gracias y salió del cementerio.

Se quedó de pie frente a la calle, intentando ordenar sus ideas. Un edificio en ruinas llamó su atención y caminó sin dejar de mirarlo. Acompañada del sonido de las ambulancias. Y de repente, recordó algo que había pasado por alto.

Corrió sin parar hacia el camino que iba desde su casa al parque. Y ahí estaba. Un edificio en construcción, clausurado por la muerte de una chica.

– ¿Cómo no lo había visto antes? – se preguntó.

Caminó lentamente hacia el sitio. Unos hombres hacían mediciones y hablaban entre ellos. Vio la alcantarilla rodeada de cinta amarilla, justo en medio de la acera.

Allí había muerto Noa.

Nancy y Noa se deslizaban en medio del bosque, pegadas a los árboles, buscando ancianos fantasmas.

– De verdad – explicaba Nancy – ¡te vamos a regresar a la vida! – gritaba eufórica.

Noa la miraba como si estuviera loca, pero aun así, la curiosidad le halaba hacia donde sea que la llevaran.

En un claro del bosque, una luz demasiado fantasmal, incluso para los mismos fantasmas, se elevaba hacia el cielo. Ahí no llegaba la luz del sol, parecía ser siempre de noche.

– No hay nada que hacer – se escuchó decir desde el centro. La voz arrastrada por el cansancio de los siglos, con un eco que, de haber estado vivas, les hubiese puesto la piel de gallina.

– ¿qué? – dijo Nancy adentrándose en el círculo.

– Ya todo está hecho – volvió a decir la voz.

– ¡Ella no debería estar muerta! – gritó la niña.

Se escucharon unas risas y Nancy se enfureció.

– No lo va a estar, niña – dijo la voz – tu hermana es apreciada en nuestro mundo. Romperemos muchísimas reglas para enmendar el error cometido, pero ella también tendrá que poner de su parte – explicó la voz, esta vez tomando la forma de un anciano frente a ellas. Noa dio un paso hacia atrás, asustada. Pero el anciano solo le sonrió.

– Brand ha estado investigando sobre su muerte – dijo señalando a Noa – pero le falta un detalle importante, el tiempo – agregó con seriedad – tiene dos días para saber la hora exacta en la que murió la chica, estoy seguro de que lo averiguará pronto – esta vez suspiró ruidosamente – el amor es un arma tan poderosa – dijo para sí mismo haciendo énfasis en cada palabra, dándose la vuelta y caminando lejos de las chicas – tan poderosa – y desapareció.

El sol empezaba a ocultarse y Brand se preparaba una taza de café, tenía mucho que pensar luego de hablar con su hermana. Apretaba con fuerza la taza, iba a salvar a Noa pronto.

– Estoy casi segura de que eran las diez de la mañana – refutaba Nancy.

– No necesito un “casi segura”, sino tenemos la hora exacta puede ser demasiado tarde entonces – Brand empezaba a molestarse.

– Tú eres la que está viva y a la que el tiempo afecta, tú deberías saber la hora en la que te despiertas – se defendía Nancy.

– Nueve y treinta – dijo Noa saliendo de su letargo – eran las nueve y treinta.

Brand y Nancy la miraron.

– Iba a desayunar en algún sitio – dijo – siempre desayuno a esa hora.

– Muy bien – dijo Nancy – digamos que tardaste cinco minutos en llegar con Brand – explicó – a las nueve de la mañana será la hora límite.

– ¿Crees que de verdad será así? – Preguntó Brand – que el día volverá a empezar, eso quiere decir, que lo que ha sucedido esta semana no habrá pasado – dijo mirando a Noa – Erick volverá a vagar y Noa no se acordará de nosotras.

Eso era cierto.

– Valdrá la pena si Noa vive – dijo Nancy.

– Por supuesto que sí – agregó Brand sin dudar. Solo que no se acordaría de ella.

Noa leyó la preocupación en los ojos de Brand y se acercó a ella – no podría olvidarme jamás de ti – le dijo en voz baja.

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Bueno yo estem... si bueno se va sigilosamente