Más allá de la oficina 9
De mal a peor.
Quedé tendida sobre la cama respirando profundamente.
- Por tu cara juraría que no vas a tocarme –tenía el codo apoyado en el colchón y su mano sujetándole la cabeza. Me miraba sonriendo.
Yo continuaba mirando al techo sin mediar palabra.
Alargó el brazo hasta llegar al bolso y sacó un cigarrillo, tras darle unas caladas me lo ofreció. Lo acepté sin dudar e inhalé el humo.
-¿Sigues teniendo ese fondo de armario tan increíble? –se levantó luciendo su desnudez y corrió la puerta del aparador, sonrió aún más al mirar el interior.
-Tus zapatos me vuelven loca.
Sacó los Jimmy Choo marrones y se los probó. Se miraba al espejo con orgullo. Estoy segura de que si hubiese podido casarse con ella misma lo habría hecho sin vacilar.
- Por cierto, ¿quién es Clara?
Me incorporé y miré mis tacones. No sabía explicarle o tal vez no quería. Me encogí de hombros.
-Eh, que a mí no me importa. Ya sabes, creo en eso del amor libre. No hay que confundir el amor con el deseo, ¿por qué conformarte con una persona pudiendo tener a veinte? –seguía mirando su cuerpo en el espejo.
Suspiré.
-No vas a cambiar nunca.
-¿Qué quieres que le haga? Soy feliz así.
-Ana… Esto no debería haber ocurrido…
Sonrió con picardía y se sentó en la cama.
- Pero ha ocurrido.
Acercó sus labios a mi cuello.
-¿Te arrepientes, nena?
Me eché hacia atrás evitándola.
-Estaba enfadada y…
-Vale, vale. No tienes por qué darme explicaciones, no me importa. Sólo es sexo, no entiendo por qué te complicas tanto.
Se levantó y se deshizo de los zapatos.
- Iré a verte mañana . –Dijo mientras se vestía.
- No.
-Pues te llamaré.
-Ana, no vamos a volver a acostarnos.
-Ya, claro.
Se calzó.
-Hasta mañana, Adri.
Salió del cuarto y en cuestión de segundos escuché la puerta de la calle.
-Y encima se ha olvidado la caja, mierda.
Apagué el cigarro y tomé unos minutos para reflexionar: ¿Y si por un casual Clara no se hubiera acostado con Alex? ¿Debería contárselo o hacerme la loca? ¿Y por qué me importaba tanto si ella y yo no éramos novias? Me estaba volviendo loca. Tenía ganas de llorar, estaba desesperada. Los celos me corrompían el cuerpo y la culpabilidad me cortaba la respiración. Empezaba a obsesionarme, quería a Clara, deseaba poseerla, anhelaba tenerla. Sus ojos, sus labios, su risa, su voz...
Creí que la noche que pasé había sido horrible, eso era porque no tenía ni idea de lo que me esperaba al día siguiente.
La misma rutina de cada mañana, llegué al trabajo a la hora de siempre, aparqué el coche en la misma plaza en la que llevaba aparcando desde hacía tres años, incluso el tiempo del viaje en ascensor fue el mismo, pero, cuando llegué a la planta hubo algo que cambió la costumbre. En cuanto entré por la puerta todo el mundo se giró. Se escuchaban murmullos entre las miradas indiscretas, incluso llegué a entender algún que otro “que poca vergüenza” a mis espaldas. Crucé la sala intentando aparentar no darme cuenta de nada. Intenté preguntarle a Clara que era lo que ocurría pero no podía ni mirarla a los ojos. Saludé mostrándome distante y entré al despacho.
Tenía trabajo y eso me ayudó a no pensar. Apenas había comenzado a preparar la reunión con los directivos cuando Clara abrió la puerta.
-Señorita Casals, el señor Vázquez la llama.
Asentí y me dispuse a salir. Otra vez las miradas. Ahora reían y susurraban, estaba empezando a cansarme.
-¿Se puede saber qué está pasando? –me dirigí a Clara.
-No… Nada.
-Clara…
-Rumores, nada más.
La miré, estaba cabizbaja.
-¿Qué rumores? –no podían saber nada de lo nuestro. Era imposible.
- No importa… -me dio una sonrisa falsa, como intentando tranquilizarme. –Ten cuidado, Vázquez parecía enfadado.
El corazón se me aceleró. Si sabía algo de mi aventura iba a acabar en el paro. Quería salir corriendo.
Llamé a la puerta.
-Adelante.
Entré y me quedé de pie, mirándole.
-¿Me ha llamado usted?
-Sí, siéntate, anda.
Obedecí atemorizada.
-¿Cómo va la reunión con los directivos para tratar el tema de México?
-Bien, ya tengo listas las estadísticas de los exámenes.
-¿Y
los despidos?
-Por supuesto…
-¿Seguro?
Ya sabía por dónde iban los tiros y, la verdad, prefería esto a lo otro.
-Puedo explicárselo…
-Resulta que hemos recibido un fax de Castillo, pidiendo información sobre una empresa de Perú que no le consta en el ordenador.
Me miraba con odio. Estaba furioso.
-Creí que ese despido no procedía.
-Por eso lo ascendiste.
-Tenía cuatro hijos…
-¡Me importa una mierda!
Gritó haciendo temblar el despacho con un golpe en el escritorio.
-Te creía más inteligente, Casals. Necesitamos un subdirector frío, sin escrúpulos. Cuando te contraté pensé que no me equivocaba contigo.
- Y no se equivoca, señor, si me die…
-No me cuentes historias. Es un aviso, otra más de estas y estarás mendigando por la calle, ¿queda claro?
-Sí, señor.
-Nos veremos en la reunión.
-No se arrepentirá.
Me levanté y salí rápidamente. No me dio tiempo a reaccionar por la discusión pues, había un grupo de empleados en la puerta cotilleando.
-¡¿Qué hacéis aquí?! ¡¿No tenéis trabajo?!
Me miraban sin mover un musculo.
-¡A trabajar!
El grupo se dispensó y emprendí el camino hacia el despacho. Me detuve delante de la mesa de Clara.
-A mi despacho, ahora.
Entramos juntas y cerré la puerta. El tono de mi voz se debilitó, con ella podía mostrar mis sentimientos.
-¿Por qué me mira todo el mundo?
-Son tonterías, no te preocupes.
-¿Qué pasa, Clara?
-Bueno, pero no te enfades, ni te agobies, ni te estreses, ni…
-Clara.
-Corre el rumor de que te acuestas con Vázquez…
-¡¿Qué?!
-Ha empezado esta mañana.
-¿Quién ha sido?
-No lo sé, cuando yo he llegado ya estaban hablando de ello.
-No me lo puedo creer.
-Lo he desmentido, les he dicho que era imposible, que te lleva demasiados años pero…
-Todos piensan que soy una buscona que se tira al jefe.
Asintió.
-Esto me sobrepasa. No aguanto más.
-Tranquilízate. Se les pasará en cuanto otro rumor salga.
-Creo que voy a buscar otro trabajo…
-¿Qué? ¡No! No puedes irte.
-Sí, sí puedo. No soporto esta empresa, ni al jefe, ni a nadie. Es mucha presión…
-¿Te rindes? ¿Así de fácil? Creí que eras una mujer que jamás tiraba la toalla.
-Clara, no me quedan fuerzas, no sé qué me pasa, pero no puedo.
-Pero si te vas…
-Podrás seguir viéndome si es lo que quieres.
Me miraba y continué la frase.
-A no ser que sigas con Alex y necesites la excusa del trabajo para verme…
Suspiré y me senté en la mesa. Clara guardaba silencio. Al fin se acercó a mí y acarició mis manos.
-Estoy contigo, voy a apoyarte pase lo que pase.
-No, Clara. No puedo estar contigo si estás con otra persona…
-Me gustas, pero no puedo dejarle, es complicado, no lo entenderías…
-Inténtalo.
-No, Adriana, las cosas están bien así, podemos seguir viéndonos.
-¿Y qué propones? ¿Qué tengamos una relación los tres o que sea tu amante y vaya a tu casa mientras vuestros hijos están de campamento y el echando horas en la oficina?
-Propongo que sigamos teniendo encuentros y ya se verá en el futuro.
Sólo me faltaba eso, era hora de poner las cartas sobre la mesa. Me levanté, estiré mi falda y alisé mi camisa.
-El problema, señorita Abellán, es que estoy enamorada de usted.
Me miraba con los ojos abiertos. Su expresión mostraba compasión y tristeza. No objetó nada y a mí, aunque poca, aun me quedaba dignidad.
Cogí mi carpeta y salí del despacho. Me acerqué a Manolo, quien se sobresaltó al verme.
-¿Está el señor Vázquez en la sala?
-Esto… Sí… La está esperando.
Note que todo el mundo me miraba a mis espaldas y sin girarme añadí:
-Mi vida sexual no es asunto vuestro.
Todo el mundo se quedó callado.
-Si tan aburridos estáis apuntaros a una clase de apicultura.
Me dirigí a la puerta de la sala y entré. Allí estaban todos: el señor Vázquez, el socio capitalista y los ejecutivos de alto mando.
- Buenos días. –Todos se levantaron y el señor Vázquez me presentó.
- Esta es la señorita Casals, la subdirectora de la empresa. Ella lleva todas las plantas, bajo mi tutela, claro está.
Casi dos horas después la reunión finalizó. Fue todo un éxito. Todos quedaron satisfechos, incluso Vázquez parecía haberse olvidado del error con Castillo. Tras varias felicitaciones fui a mi despacho para coger mi chaqueta, en el camino me crucé con Manolo.
-Señorita Casals, ¿tiene un segundo?
-Sí.
Parecía nervioso.
-Quería pedirle disculpas por si en algún momento se ha sentido insultada o acosada. Con quien se acueste es asunto suyo y nosotros no tenemos por qué violar su intimidad.
-No me he acostado con el jefe.
-Lo sé, lo sé. Ya sabe que las habladurías son terribles.
-¿Sabes quién ha empezado?
-No…
-Si lo sabes deberías decírmelo.
Tenía claro que iba a declarar. Era una rata, dispuesto a traicionar incluso a su propia madre a cambio de privilegios empresariales.
- Pero que no salga de aquí…
-Seré una tumba.
Bajó la voz mirando a su alrededor, cerciorándose de que nadie nos escuchaba.
- La señorita Báez aseguró haberla visto anoche en su despacho con su secretaria y que después cerraron la puerta y más tarde salió usted casi en cueros al ser descubierta por un muchacho y como ya vinieron rumores de México que usted salía con alguien de la empresa pues…
Un escalofrío me recorrió la espalda. Nos habían pillado. ¿Cómo podía ser tan idiota?
-¡Pero no se preocupe! Yo jamás llegué a pensar que usted era lesbiana.
-Vale, ¿qué tiene que ver esto con Vázquez?
-Y esta mañana, cuando la señorita Abellán llegó empezaron las gracias, puede usted imaginarse… Ella se ha dado cuenta y nos ha preguntado, al final hemos tenido que contárselo y no daba crédito. Se ha enfadado bastante, normal, ella tiene novio, y nos ha contado que usted tiene encuentros con el señor director, que es él el que está detrás de todo esto.
No pude evitar gritar.
-¡¿La señorita Abellán?!
Todos se giraron.
- Baje la voz, por favor. Yo no le he dicho nada.
Se fue rápidamente.