Más allá de la oficina 8

Bendita venganza.

Jugamos con nuestros labios unos minutos. Nuestros apasionados besos iban cada vez a más y en seguida metió las manos por mí jersey y recorrió mi espalda hasta llegar al broche del sujetador. La habría tomado en ese mismo instante, encima de la mesa, sin tomar reparo en el precio del portátil o en los documentos a los que tantas horas había dedicado, sin embargo algo dentro de mí no me lo permitió. Separé mis labios unos centímetros y le pedí que parara.

- No, Clara.

Siguió su recorrido de besos por mi cuello sin sacar las manos y susurró.

-¿Por qué?

Moví la cabeza lentamente para liberar mí cuello, pero no podía apartar mis manos de su cadera. ¿A quién quería engañar? No deseaba que se detuviera, quería que me hiciera el amor en la silla, en la mesa y hasta en el suelo, pero no estaba bien.

- Porque no.

Me miró.

-¿Sigues enfadada?

-Tienes novio.

Cambió de posición para abrazarme, yo le respondí con ternura.

-¿Lo entiendes, verdad?

Suspiré.

-Lo que me tiene fuera de lugar son tus cambios de opinión…

Me impregné de su olor. En ese momento sentí que no quería soltarla nunca. Quería que fuese mía, y pensar que podía irse con aquel otro me destrozaba.

-¿Qué quería Ana?

-No lo sé . –No quería darle explicaciones, pues, si ella iba a dormir con Alex no le haría mal un buen escarmiento.

-Pero, ¿para qué va a tu casa?

-Me ha dicho que teníamos que tener una conversación larga y tendida sobre un asunto.

-¿Te echará de menos?

-No lo sé, Clara. No sé nada .

Noté vibrar algo en su bolsillo. Se separó y miró el móvil.

-Alex está abajo esperándome . –Me miró.

-Tú sabrás lo que tienes que hacer .

Me miró inquieta, casi con tribulación.

-Quiero quedarme contigo.

-Deshazte de Alex.

Asintió y comenzó a deslizar el dedo por la pantalla. Cuándo hubo terminado se colocó el teléfono en la oreja.

-Alex.

Se le escuchaba perfectamente. ¡Cómo gritaba ese hombre!

Yo continué recogiendo intentando disimular mi interés por la conversación.

-Estoy abajo.

-Sí, lo sé, es que voy a tardar más, la señorita Casals y yo tenemos trabajo pendiente.

-Pero tu horario ya ha terminado, además, iba a llevarte a cenar.

-Lo sé, pero son muchas cosas y no está bien que lo haga ella sola.

-Puedo esperarte, ¿qué tardarás? ¿Una hora?

-¡No, no! Tardaremos bastante, tres horas por lo menos. Vete a tu casa y yo dormiré en la mía.

-¡Esa tía es una explotadora!

La miré de reojo. Ese sí que era un cretino.

-He sido yo quién ha decidido quedarse, ella ni si quiera lo ha pedido.

-De pura buena eres tonta, cariño. No entiendo por qué la idolatras tanto, a mí me pareció una estúpida estirada.

Suspiré sacudiendo la cabeza con paciencia. Realmente me daba pena. Esta situación me recordaba a las tantas escenas que ponen en televisión del jefe pegándosela a la mujer con la secretaria. Al final de esos films siempre ponían a la mujer dolida y humillada, pero jamás ponían a la secretaria (que en este caso, yo hacía el papel sentimental) ni cómo se sentía ella. Claro, que en estas historias, el jefe siempre volvía con su mujer.

- Tengo que colgar, hablamos mañana.

-Vale, te quiero.

-Adiós . –Colgó.

Se acercó a mí y acarició mi mano.

-Esto no va a salir bien, Clara.

Acarició mi mejilla con suavidad y acercó sus labios, sin llegar a besarme, rozó su boca con la mía susurró:

-Quiero hacerte  el amor en tu mesa.

-Te he dicho antes que no.

Besó mis labios y deslizó sus manos lentamente hasta llegar al botón del pantalón. Empezó a desabrocharlo mientras mordía mi labio inferior.

- Por favor.

Me eché para atrás y tiré con brusquedad los papeles de la mesa. Me senté sobre ella.

- Cierra la puerta.

Sonrió y fue a cerrarla, después se giró y me dedicó una mirada erótica. La invité a volver haciendo gestos con mi mano y abriéndome de piernas y en menos de cuatro segundos ya estaba en mi boca.

Esta vez fue mucho más apasionada y vivaz que la última vez en la habitación del hotel. Tiró del jersey y se deshizo de él con rapidez dejando al descubierto la camiseta de tirantes tan escotada que mi amigo Manuel me había regalado y que, a causa de ser tan ceñida, solo la usaba de ropa interior. Sus besos subían y bajaban desde mis pechos hasta mi vientre con tal avidez que me hizo llegar a un punto de excitación demasiado alto. Le quité el pañuelo con brusquedad y busqué su lengua con la mía mientras subía su jersey. Me ayudó a quitárselo y, casi como un reflejo, apreté su seno con suavidad.

Retomó sus besos por mi cuerpo; cuanto más bajaba, más se agachaba, hasta quedar completamente de rodillas. Besó la tira de mi tanga abriendo la tela de los pantalones. Me levanté con ayuda de mis manos para que pudiera quitármelos y así lo hizo.

Continuó bajando acariciándome con sus suaves labios mientras mi lencería se mojaba. Seguía por la ingle y los muslos y regresaba. No podía aguantar más: llevé sus manos hacia la goma y empujé para que lo bajara. Lentamente lo deslizó hasta mis rodillas y quedó atrapada entre él  mi sexo.

Lo acarició con los dedos y mis palpitaciones aumentaron a un ritmo asombroso. Vi cómo se acercaba lentamente y cerré los ojos. Noté su respiración, el calor de su aliento y…

Bum, bum… Llamaron a la puerta.

-¿Quién cojones…? –me tapó la boca con la mano.

Una voz familiar se escuchó desde fuera.

-¿Hola? Soy Alejandro, el novio de Clara.

-Mierda . –exclamó Clara mientras iba en busca de su jersey.

-¡Un momento, por favor!

Me puse los pantalones y los zapatos con tal celeridad que daba angustia. Clara me miraba aturdida por el pánico rogando que me diera prisa, pero no encontraba mi jersey, no estaba por ningún lado. Se puso a buscarlo cuando Alex irrumpió en la sala y las dos nos erguimos y lo miramos intentando disimular.

-¿Pasa algo? –Preguntó mirando la cara pálida de su novia.

Ambas negamos, pero creo que se podía notar nuestro nerviosismo. Ante el silencio comenté:

-¿A qué se debe tu visita?

-Ya que vais a trabajar hasta tarde me he tomado la molestia de subiros algo de cenar. –Respondió lindando casi en lo grosero.

-No hacía falta que trajeras nada.

Las múltiples miradas de Alex hacia mi escote me hacían sentir mucho más desnuda que la poca tela que me cubría.

-Lo hago encantado.

Esta vez me miró de arriba abajo. Tan pobre era su disimulo que la lividez de Clara se convirtió en enrojecimiento de ira, pero, bajó la mirada.

El sonido de mi móvil interrumpió la tensa escena.

-¡Ana!

Salí del despacho cerrando la puerta, me había olvidado completamente.

-Ana, lo siento, me ha surgido algo y llegaré tarde.

-Vaya… Puedo esperarte dentro, si quieres, sé dónde escondes la llave de repuesto.

-No, porque llegaré muy tarde, además, no me hace gracia que te pasees por mi casa a tu antojo.

-Bueno,  bueno, iré mañana por la mañana, no me falles.

Colgó. Al acercarme a la puerta los escuché discutir. Intentaban hacerlo en voz baja pero se les daba fatal.

-Ahora me dirás que no le estabas mirando las tetas.

-No te lo estoy negando, es que va muy ceñida, ¿no? ¿Siempre trabaja así?

-¿Y a ti qué te importa?

-Joder, es que parece una cualquiera, ni que fuese pidiendo guerra.

“Será hijo de puta”

-¿Pero qué dices? Tiene más clase que tú.

-Yo no voy por ahí enseñando mi pene, ¿sabes?

-¿Eres idiota o qué te pasa?

-¿Perdón? Eres tú la que te has puesto así.

-Porque te ha faltado arrancarle la ropa y abalanzarte sobre ella, conozco esa mirada que le has echado perfectamente.

-Dios, ¿sabes el tiempo que llevamos sin hacer el amor? ¡¿Lo sabes?!

-Cállate que te va a oír.

-Cuatro meses, Clara, cuatro puñeteros meses. Soy un hombre, tengo necesidades.

-Yo también tengo necesidades.

-Te quejarás. Si no hago otra cosa que intentar complacerte en la cama y no me dejas.

-Vete, por favor.

-No.

-Que te vayas.

-Que no, tenemos que hablar de esto y ahora es el momento. ¡Quiero echar un puto polvo y ahora!

Me apresuré a abrir la puerta para poner fin a la discusión.

-Ya está todo solucionado . –Entré sin dedicarles ni una mirada, ajena al mal estar que se respiraba allí dentro y busqué mi jersey con una mirada rápida. Estaba enchancha en la pata de la silla. Me tapé.

-Hace un poco de frío .

Los miré esperando a que alguien dijera algo pero no acaeció nada.

-Señorita Casals.

-¿Sí?

-¿Ha oído hablar usted del código de derechos de los trabajadores?

-¡Alejandro! –Clara le dio un golpe en el hombro.

-¿A dónde quiere llegar?

Me trataba casi con usía.

-En el que dice que un trabajador cumplirá sus horas de jornada y que no está obligado a hacer horas extras no laborales que no serán asalariadas.

Clara iba a decir algo pero la interrumpí.

-Y ¿usted ha oído hablar sobre los osos pandas? ¿Son grandes verdad? Pues un oso panda recién nacido es igual a una rata, sólo pesa ciento diez gramos.

-¿Qué? –Me miraba atónito y con cara de asco.

-¿Le da igual? Exactamente lo mismo me pasa a mí con ese código. Es mi empleada y cumplirá mis órdenes.

-Es denunciable.

Clara nos miraba preocupada.

-Denúncieme. Si quiere que su novia vaya a la cola del paro.

Al fin se metió en el enfrentamiento.

-Alex, vámonos, por favor. Para ya.

Él no paraba de mirarme desafiante y yo le mantenía la mirada. No iba a quedar por debajo.

-Nos veremos mañana, señorita Casals.

Asentí y desaparecieron.

- ¡AAAH!

Sentía tanta impotencia. Estaba a punto de volverme loca. Quería correr, huir, desaparecer, mandar a cada uno de los habitantes de esta tierra a la mierda. Era un sentimiento horrible. Odio, desesperación y depresión se unían planificando un plan macabro contra mi existencia.

Necesitaba hacer algo, iban a acostarse, estaba claro.

Clara caería sumisa ante el miedo de ser descubierta y se dejaría hacer tal y como fuera la cosa.

Yo no iba a ser menos, necesitaba vengarme, devolverle todo el daño que me estaba haciendo. Pagarle con la misma moneda, la misma medicina, el mismo palo.

Salí con rabia de la oficina marcando un número de teléfono. Tras dos toques contestaron.

-Dime.

-Vete a mi casa ahora mismo.

-Pero acabo de…

-Quiero sexo.

Colgué. Llegué a mi piso en veinte minutos y allí estaba Ana. Esperando con una sonrisa llena de malicia.

-¿Has cambiado de opinión?

No le contesté. Simplemente me eché sobre ella besándola con fuerza. Abrí la puerta con sus labios pegados a mi cuello su pecho pegado a mi espalda. Cerré de un portazo y, sin medir palabra, la cogí del brazo y la empujé para tirarla a la cama.

- Guau, podrías haber aprendido a hacer esto antes. –dijo mientras se bajaba la cremallera del vestido azul eléctrico que realzaba sus caderas.

Me senté a ahorcajadas sobre ella y me quité el jersey y la camiseta de una sola vez. Aprisioné sus muñecas y recorrí el interior de su boca con pasión y violencia. Ana se estremeció.

Me apoyé sobre las rodillas y ella se incorporó para poder librarse del vestido. Su cuerpo quedó desnudo. No había ropa interior que lo tapara, le seguía gustando el juego.

A continuación, Ana me arrancó la ropa (literalmente) y con un impulso imperceptible me echó hacia atrás quedando ella encima. Su lengua recorrió mi cuerpo y comenzó a frotar su sexo con el mío. Colocó su muslo derecho bajo mi muslo izquierdo y, echando la espalda hacia atrás y quedando apoyada en los brazos, se pegó lo máximo posible.

Los movimientos rectos dieron comienzo junto a los gemidos. El sonido del roce de las humedades los acrecentaban y su mano apretando mi muslo marcaba el ritmo.

La velocidad fue aumentando y la respiración entrecortándose.

-Oh… Clara…

Me escuché estupefacta. ¿Qué había dicho? Miré a Ana que me observaba sonriendo y sacudí la cabeza hacia la almohada. “¿Qué estás haciendo Adriana?”

Ana se incorporó tumbándose sobre mi pecho y besó mi cuello susurrando:

-¿Quién es Clara?

Sus labios no paraban y yo no quería contestar. Sentí un pinchazo en el pecho y milésimas de segundo después, Ana me introdujo los dedos lo máximo que pudo y yo gemí. Los sacó.

-¿Tienes novia?

Reiteró los movimientos y mi estremecimiento aumento progresivamente hasta llegar al clímax.