Más allá de la oficina 7

Un día duro.

“Pi, pi, pi”

Ya empezábamos otra vez la rutina. Esta vez apagué el despertador con desánimo. A penas había dormido nada en toda la noche, a esto se le sumaba el cambio horario, las horas de viaje y la languidez que me causaba el imprevisto del aeropuerto.

Me incorporé despacio y me senté en la cama. Quedé quieta unos instantes, reflexionando. No quería ir a la oficina, no quería  verla. No sabía cómo iba a reaccionar cuando me viera. Clara no hacía más que mostrarse voluble y yo me estaba volviendo loca. Y ahora, ¿tendría que actuar como si nada hubiese ocurrido? ¿Como si sólo fuésemos compañeras de trabajo? No podía hacer eso…

Las lágrimas volvieron y yo estaba llena de rabia. ¿Por qué me pasaba esto?

Hacía muy poco tiempo que nos conocíamos de verdad y aun así la necesitaba. Me fascinaba su mente y su cuerpo. Me volvía loca su voz. Y sus labios eran como una droga, precisaba tener sus besos a cada momento.

Me levante y, arrastrando los pies, me dirigí al baño. El camino se me hizo eterno, como si los metros cuadrados de la casa hubiesen aumentado (tal vez lo habían hecho, quién sabe)

Tomé una ducha lenta y con desgana. Me recogí el pelo y me quede mirando mi reflejo en el espejo.

“Tienes que estar increíble” Pensé mientras suspiraba. Era cierto. Clara tenía que encontrarme deslumbrante. Tenía que parecer fría y distante; imponer. Es lo que siempre había hecho.

Me quité la coleta y me ahuequé el pelo para que quedara rizado y con volumen, me puse mis mejores vaqueros y mi jersey azul de punto, los tacones Louboutin. Maquillé bien los ojos para que no se notara la falta de sueño, me di una sonrisa falsa y fui a la oficina, a cumplir con mis obligaciones.

Cuando el ascensor se detuvo en mi planta el corazón se me paró. Sentí ganas de salir corriendo, pero de igual modo, me armé de valor y eché a andar.

Señorita Casals! –ya tenía a Manolo pegado a las espaldas.

-Por fin está aquí, la hemos echado de menos.

Seguro que sí…

-¿Cómo estás, Manolo?

-Muy bien, ¿y usted? Se ha notado muchísimo su ausencia, la oficina estaba medio vacía.

-Manolo.

-Y la usencia de poder, ¡madre mía!

-Manolo.

-Porque entre usted y yo, Vázquez no es tan profesional como usted.

-¡Manolo!

-¿Qué pasa?

-Para ya. Ve a por los ficheros e informa a mi secretaria de lo ocurrido este mes.

-Ahora mismo . –y al fin desapareció.

Ya llegaba a mi despacho y veía la mesa de Clara: estaba vacía. Mi pulso iba aún más rápido. Cuando pasé por su sitio me di cuenta de que su bolso colgaba de la silla y que su ordenador estaba encendido. Había venido a trabajar, supuse que estaría en el baño pero me atemorizaba abrir la puerta y encontrarla sentada en mi silla. No estaba. Cerré la puerta detrás de mí y eché un rápido vistazo al cuarto. Ahí, sobre la mesa estaba ese brebaje cuya principal similitud con el café se radicaba a que se podía servir en taza. Ahora si era seguro: llevaba trabajando desde su hora. Me senté en mi silla y me dispuse a trabajar como si nada ocurriera. Como si todo estuviera bien, como si no la quisiera. Veinte minutos tardó en entrar, veinte minutos. Su aspecto parecía más descuidado que de costumbre. No estaba maquillada y sólo un pañuelo rosa destacaba en su jersey negro y sus vaqueros azul marino. Asomó la cabeza y pidió permiso.

-¿Puedo pasar?

Asentí y entró dejando la puerta cerrada.

-¿Cómo estás?

Volví a asentir sin decir nada.

-Imagino que bien.

Seguí sin contestar y le evitaba la mirada.

- Vázquez me ha pedido que te diga que cuándo piensas ir a hablar con él.

Silencio. Yo miraba la mesa intentando no tartamudear o llorar.

-¿Te has acostado con él?

-¿Qué?

-Me has oído perfectamente . –La miré fijamente apretando los dientes para aguantar la respuesta.

Bajó la mirada pero alcancé a ver una lágrima caer por su cara. Recordé que quien calla otorga.

Me puse de pie.

-¿Te has acostado con Alex? –subí el tono de voz un poco.

- Es mi novio . –¿Realmente estaba llorando?

-Creí que eso iba a acabar.

-Yo jamás dije eso. –Levantó la cabeza.

-¡Estaba tácito!

-No me grites.

Me puse a llorar.

-¿Qué podía hacer, Adriana?

-¡Decirle la verdad!

-No es tan fácil.

-¿Por qué no? ¿Con que derecho te enfadas conmigo por decir que era un error si ahora tú te vas con el capullo de tu novio?

-Cuidado.

-¡No! ¡Eres tú la que estaba jugando conmigo!

-¡Sabes que eso no es verdad!

-¿No? ¿Y qué piensas hacer, eh? ¿Estar con los dos? ¡¿Vivir con él y venir a mi casa a buscar sexo?! ¡Pues lo siento muchísimo, señorita Abellán! ¡Yo no comparto a nadie!

Hizo gestos para que bajara la voz y añadió:

-Sé que tengo que hacer algo, y lo haré. Pero mientras me decido necesito que todo vuelva a ser como antes.

-¿Y qué pretendes? ¿Que espere a ver si con suerte me elijes a mí?

-Tengo que aclararme.

-Muy bien, ¿quieres una relación jefa empleada? Pues eso vas a tener.

Ella seguía llorando, pero no menos que yo.

- No me odies, por favor.

-Váyase de mi despacho.

-Pero…

-¡Fuera!

Al salir le costó agarrar el pomo, estaba nerviosa. Tras salir escuché al otro lado la voz de una de las telefonistas:

-¿Te ha despedido? Se escuchaban gritos.

Estaba cabreada. Necesitaba gritar y romper cosas. Tiré las cosas de mi estantería y respiré hondo. Deseaba odiarla con todas mis fuerzas. No quería verla, ni si quiera oírla. Me estaba haciendo daño y le daba igual. Esto no se iba a quedar así, deseaba vengarme para que supiera lo que se sentía, hacerle daño. Estaba cegada por la ira.

Me sequé la cara y me repasé el maquillaje. Salí con la cabeza bien alta y ni si quiera la miré.

No llamé a la puerta de Vázquez, simplemente entré.

-Ey, ey. ¿Y esos modales, Casals?

-Perdone, creí que tenía prisa por verme.

-¡Sí! Siéntate, anda.

Me senté.

-Ya está informado de todo lo de México, ¿no?

-Sí.

-¿Entonces?

-Necesito que hagas algo especial.

Arqueé la ceja.

-Unos clientes muy importantes, japoneses, van a venir a firmar un contrato para poder abrir una sucursal en su central. Nos seguimos expandiendo por el mundo. Y necesito que te encargues de ellos, que les enseñes la ciudad, las cosas típicas de España, en fin, que los entretengas para tenerlos contentos.

-Pero yo no sé japonés.

-Vienen con intérprete.

-Pero esa no es tarea mía. En ningún lado de mí contrato pone que tenga que pasear a nadie.

-Bueno, pero yo soy tu jefe y te lo mando.

-¿Y si me niego?

Sonrió.

-Adivina.

-¡Mire!

-¿Qué? –me cortó y respiré.

-Nada. Avíseme cuándo sea.

-Gracias, sabía que podía contar contigo.

- Ya, por cierto, usted dijo que el viaje a México se vería reflejado en mi sueldo.

Pensaba sacar algo limpio de esta experiencia nefasta.

-No me acuerdo de eso. Cierra la puerta al salir.

Lo habría asesinado en ese preciso instante, pero salí aguantando el odio hacia el mundo y caminé hacia mi despacho. En el camino me topé con Mariana Báez, ¿porqué no me dejaban tranquilos? Ya estaba desesperada.

-Señorita Casals, necesito comentarle algo.

Resoplé.

-¿Qué? –mi voz sonó furiosa.

-¿Podemos ir a su despacho?

-No.

-Vale… Mire, quería… pedir un cambio de planta…

Antes de poder responder me cortó.

-Es que ya sabe que mí ex marido y yo compartimos cuadro y la situación está tensa.

-¿Y?

-Pues, eso… Que no creo que cueste mucho hacer cambios, le he visto realizarlos a menudo…

-¿Qué te crees que es esto? ¿El jardín de infancia? No me gusta mi compañero y me marcho.

-Pero pensé…

Pensaste! ¡¿Te cuento yo mis problemas!? ¡¿Quieres que te los cuente?! ¡No es cosa mía si estáis pelados! ¡Si tan horrible es cambia de trabajo!

Mi voz sonó por todo el piso y todo el mundo nos miraba.

-¡¿Qué?! –Dije dirigiéndome al resto. Me hicieron caso, todos volvieron a lo suyo, todos menos una chica que me miraba de pie, sonriendo sin dar crédito.

Gruñí, era Ana.

Dejé a Báez quieta y fui hacia la puerta de mi despacho dónde se encontraba mi “amiga” Este estaba siendo un día de perros.

Me detuve a un metro de ella, cerca de la mesa de Clara.

- Vaya, Adriana, pocas veces te había visto así de enfadada. –Sonrió de lado, con cara seductora, algo que siempre le había caracterizado.

-Señorita Casals . –Dijo Clara. – Está aquí la señorita Ana Castellón.

- Ya lo veo. –No le dediqué ni una mirada. – Ana, por favor, entra.

Clara no se dio por vencida.

-¿Les entro un café?

La miré. Su cara denotaba preocupación y miraba a Ana con hostilidad. ¡Estaba celosa!

-No, usted a lo suyo . –cerré la puerta.

-¡Guau! Eso sí que es carácter. Te ha costado mucho sacarlo, eh. Nunca has tenido sangre.

Ojeaba todo.

-Igual me he pasado, luego le pediré disculpas…

-¿Qué ha pasado con tu anterior secretaria? –No hizo alusión a mi arrepentimiento.

- Se jubiló.

Sonrió y se sentó en la mesa.

-Esa señora no se enteraba de nada. ¿Recuerdas lo bien que lo pasábamos aquí ? –dio unos golpes leves sobre el escritorio.

-¿Qué quieres, Ana?

-Necesito que me devuelvas las cajas que me dejé en tu casa.

-Las quemé. –Me senté en mi silla.

-Sabes que no.

-¿Después de un año y vuelves por unas cajas?

-Tengo ahí dentro mi antiguo equipo de grabación y sonido y lo quiero vender. Ainoa y yo nos casamos.

Cerré los ojos dos segundos.

- Ve a por ellas cuando quieras.

-¿Sigues teniendo la misma dirección?

Asentí.

-Estás preciosa.

Reí con resignación.

- Sabes, ahora me alegro de que lo hubiésemos dejado. Te va demasiado la marcha . –Me levanté.

Se echó a reír.

-¿Qué le voy a hacer? Me gustan demasiado las mujeres, pero sabes que intenté serte fiel. ¿No me guardas rencor, no?

Negué.

-Ya me da igual.

Me dirigí a la puerta y la abrí, salí un poco para que Clara pudiese ver la despedida.

Ana salió y dijo:

-Esta noche me pasaré por tu casa.

-Nos veremos entonces.

Sonrió y se fue caminando con su peculiar sensualidad. Esta mujer era un caso.

Miré a Clara. Tenía los ojos fijados en mí, le brillaban intensamente y su labio inferior temblaba. Si soy sincera, eso no me hizo sentir mejor.

Suspiré y antes de entrar le pedí que llamara a Báez al despacho.

Después de disculparme varias veces y realizar su cambio de planta decidí que no irá comer. Tenía trabajo que adelantar y que leer los cambios del último mes, además, el apetito no me acompañaba.

Estuve encerrada en mi despacho toda la tarde. Tan ensimismada en los documentos que olvidé que pasaban diez minutos de la hora de salida. No era la única. Clara entró sin hacer ruido y dejó la puerta abierta. Sólo había silencio fuera.

-Todos se han ido ya.

La miré callada.

-No has salido en todo el día, ¿no tienes hambre?

Negué con la cabeza y ella asintió.

- Puedo traerte algo de comer si quieres.

-No.

-Claro, vas a cena con ella, ¿no?

-No.

Abrió los ojos sorprendida.

- Creí que ibas a… Bueno, no importa.

Seguía mirándola.

-No me acosté con él.

-¿Qué?

-Le dije que estaba cansada y... dejé que me metiera mano.

Esto no arreglaba nada.

-Adri, ayer no dije nada porque estaba asustada, me pilló de sorpresa y no sabía qué decir - -Se sentó.- ¿Cómo le dices a tu novio que le has sido infiel?

Me encogí de hombros.

Se acercó a mí y se sentó en la mesa, en frente de mí.

-No quiero hacerte daño, voy a dejarle, de verdad, sólo necesito tiempo para saber cómo hacerlo, no me acostaré con él y no le besaré, te lo prometo.

Sonreí leve.

-¿Quieres dormir en mi casa?

-Quedé en ir a dormir a casa de Alex.

-Creí que no querías hacerme daño.

Me levanté y metí mi carpeta en la cartera.

Me sujetó decidida la cabeza y me besó con infinita pasión.

Quise deshacerme de ella, pero no pude. Era mi debilidad y ella lo sabía.