Más allá de la oficina 6

Un capítulo algo más sentimental.

No podía dejar de llorar. Demasiada tensión acumulada, supongo. Tenía miedo. No me explicaba por qué sentía esto por ella. Clara tenía pareja y yo me jugaba mi puesto, pero aun así la quería; la quería muchísimo.

Me abrazó con dulzura, (como quién quiere consolar a un niño al que acaban de reñir) y acarició mi pelo con suavidad.

- No llores más, cariño, todo va a salir bien, ¿recuerdas?

Asentí intentando serenarme, pero no quería alejarme de sus brazos.

-Te lo prometo.

Y tras decir esto, no añadió palabra. ¿Cómo fiarme? Acababa de decirle que la quería y ella no había respondido. No podía estar segura de que dejaría a Alex y vendría a mis brazos, las cosas no podían ser tan fáciles.

Me separé y secando mis lágrimas limpié los restos de rímel. Una vez que respiré hondo y me calmé volví a mis quehaceres.

-Llama a Vázquez, por favor.

Afirmó con la cabeza y caminó hasta el teléfono. Un botón y se hacía la llamada con manos libres. Tras varias señales se oyó su voz.

-¡Casals! Por fin estás trabajando, ya era hora.

-Buenos días, señor. ¿Ha leído ya las evaluaciones?

Me senté en mi silla.

-Sí, y la verdad, estoy impresionado: hemos acrecentado la efectividad y he recibido varios e-mails de agradecimiento de varias empresas por el buen trato de los empleados.

-Si le soy sincera, y créame que lo seré, esta gente no trabajaba por falta de conocimientos, señor. Lo que necesitan es un perro guardián que los vigile y los motive.

-Tonterías. Ahora que esos inútiles han aprendido a hacer las cosas bien ganaremos millones.

-Pues mi sueldo sigue congelado.

Miré a Clara, estaba sentada en el taburete de la esquina, mirando el ventanal que daba al patio. “Un duro por tus pensamientos”

-No te pases de lista Casals.

-Está bien, señor. Pero me reitero en lo de la necesidad de contratar un supervisor.

-¿Estás diciéndome cómo manejar mi empresa? Te recuerdo que soy yo quien toma las decisiones, además, he pensado en algunos trabajadores de los que podemos prescindir.

-¿Va a hacer despidos?

Imposible.

-No, los vas a hacer tú.

-Pero señor…

Me cortó.

-Acosta, Barroso y Castillo.

-¿Castillo? Pero, ese hombre tiene cuatro hijos.

-Ese no es nuestro problema.

-No puedo hacer eso.

-Tú misma, si no haces los recortes, tendré que hacerlos yo, aquí en mi plantilla y no me apetece nada traerme a alguno de esos para que haga tu trabajo.

-No será necesario.

-Lo suponía. ¿Qué tal ha trabajado la señorita Abellán?

-De sobresaliente.

Prestó atención al escuchar su nombre.

-Estupendo. Aquí sólo tenemos a los mejores. Id por la mañana a recoger los billetes, un amigo que me debía un favor me ha facilitado los trámites. Viajaréis el Martes de la próxima semana.

-Sí, señor. Ya está preparada la reunión para informarles.

-Pareces disgustada. ¡Alégrate, hombre! Que vais a estar unos días de vacaciones a mi costa. Luego diréis que soy mal jefe. Además, tengo unos trabajos pendientes para ti aquí.

-¿Qué clase de trabajos? Ya le dije que yo solo realizo las funciones necesarias para cumplir mis honorarios.

-Ya hablaremos, Casals, ya hablaremos. Que pases un buen día.

-Adiós, señor.

Suspiré. Clara seguía concentrada en el exterior, ausente. Sin ni si quiera darse cuenta de que la observaba dijo:

-Mira aquél pájaro. Lleva un rato intentando coger esa rama y el gato no le deja.

Sonreí.

-Pobre.

-No te burles.

Apoyó la cabeza sobre el cristal.

-No volveré a gritarte . –Realmente me sentía arrepentida.

Asintió.

-Yo no volveré a juzgarte.

-Me parece justo.

Sonrió vagamente.

-¿Me haces un favor?

-Estoy a tus servicios.

-Llama a Castillo, tengo que hablar con él .

Se apenó.

- Lástima de hombre.

Regresó al cabo de unos minutos con Castillo, que tenía las mejillas de color fuego.

-Los dejo solos . –Cerró la puerta.

-Siéntese, por favor.

-Señorita, si es por lo de antes, le juro que no he visto nada, de verdad.

-Siéntese, por favor. No me importa lo que haya visto o no. No es delito, ¿no?

Sonrió aliviado.

-No, el amor no entiende de jerarquías empresariales, ni sexo, ni razas.

Reí levemente y dije casi sin voz.

-Tengo que decirle algo…

No me escuchó.

-Mi hijo el mayor tiene un novio, y es un gran hombre.

Sonriente sacó la cartera y me mostró la fotografía de sus tres hijos y su mujer. Debía estar de unos seis meses por lo menos. Me señalaba a un muchacho moreno y muy bajito, pero bien guapo.

-Son una familia adorable.

-Los amo.

Miró la foto con orgullo y volvió a mí.

-¿Para qué me mandó llamar?

Suspiré intentando aclarar mis ideas.

-¿Qué me dirías si te dijese que estoy ante el nuevo supervisor?

Su rostro cambió de inmediato. Estaba anonadado.

-¡¿En serio?! ¡Sería genial! ¡No me lo esperaba!

-Sí, en serio .

Yo tampoco me lo esperaba. Sonreí nerviosa.

-Eso sí. Cada vez que necesites algo de España, me llamaras a mí y solo hablarás conmigo, ¿está claro?

-Sí, claro que sí.

-De verdad, sólo conmigo.

-No se preocupe, señorita. Lo haré bien.

-Puedes marcharte.

Se fue muy contento, podía oír sus cantos desde el despacho. Al instante entró Clara.

-¿Le has ascendido?

Me golpeé la cabeza contra la mesa.

-¿Qué podía hacer? Es un buen hombre y trabaja bien. Además, Vázquez ni si quiera mirará los sueldos, siempre me encargo yo de los mantenimientos. Vivo para hacer su trabajo y el mío.

-¿No lo habrás hecho a cambio de que no diga nada de lo sucedido?

La miré mal.

-¿De verdad me crees capaz de eso?

Negó y me dio su media sonrisa otra vez. Se acercó y besó mi frente.

-Eres tan buena…

-Sí, pues tengo que despedir a dos personas antes de la reunión. Llama a Barroso y a Acosta. Que entren por turnos.

Despidos, ruegos, lloros e insultos. No me acostumbraba a aquello. No podían entender que no era decisión mía, que si fue mi elección estaría metida allí media ciudad, cobrando unos sueldos generosos y trabajando en un buen ambiente.

La reunión fue sobre ruedas. Varias aclaraciones sobre que no se harían más despidos y felicitaciones a Castillo por su ascenso. Después de explicarle bien su labor delante de unos platos de jugosa carne, Clara y yo nos marchamos al hotel.

Ambas guardábamos silencio en el coche. Sin embargo no podía dejar de pensar en sus besos, esa manera de reaccionar… ¿qué quería decir? Le eché un vistazo por el retrovisor; miraba por la ventana. A saber qué pensaba.

-¿Quieres que paremos a tomar un café?

-No me apetece mucho.

Asentí. Unos minutos de silencio incómodo e interminable y al fin:

-¿Te apetece ir al cine más tarde?

¿Esto era una cita?

Sonreí.

-¿De verdad me lo dices?

-Sí, un café no me apetece, pero cine, cena y copa, están bien siempre.

-Pero hagámoslo bien.

-¿Bien?

-Vestido, tacones, cine, buen restaurante y un increíble bar de copas.

Sonrió.

-¿Conoces todos esos sitios?

-He estado investigando.

-Vale, con una condición.

-¿Cuál?

-Yo invito.

Unas maniobras con el volante después, nos encontrábamos en el ascensor, subiendo a las habitaciones.

-Llamaré a tu puerta a las ocho.

-Estaré lista entonces.

Una vez en mi cuarto me dejé caer sobre la cama. Teníamos una cita, habíamos quedado para cenar y tenía que estar estupenda para gustarle. Sacar mis armas de mujer, pero antes de sacarlas me dispuse a sacar los vestidos. Tras muchas pruebas, opté por el vestido azul cielo de cola con escote V y los zapatos… Dudé unos segundos. Christian Loboutin. La verdad es que me dejaba más de la mitad de mi sueldo en zapatos. Siempre fueron mi obsesión.

Sonreí mirando el conjunto encima de la cama cuándo me acordé. ¡No había llamado a María para contarle las novedades!

Llamé dos veces pero no hubo respuesta. Otro intento más y nada. “Ya me llamará”

Alguien golpeó la puerta.

-¿Quién es?

-Pues yo, ¿quién si no?

Sonreí y la dejé entrar.

-Me aburro mucho sola, vengo para que me hagas compañía.

-Que bien, yo empezaba a sentirme sola también.

Sonrió y se sentó en la cama.

- Tengo algo para ti.

La miré rebosante de curiosidad.

-¿Qué es?

-Cierra los ojos.

Vacilé unos instantes.

-Vamos, ciérralos .

La obedecí. Escuché el sonido de una bolsa.

-Ábrelos.

Sonreí al ver el paquete torpemente envuelto en un papel  marrón con un lazo de esparto.

Comencé a abrirlo lentamente.

-Te gustará.

Lo miré feliz.

-Rubén Darío, cuentos completos.

-Creí recordar la admiración que sentías por él y al verlo me acordé de ti. Mira la dedicatoria .

Lo abrí sintiendo el olor a hojas nuevas que me encantaba y leí en voz alta:

-Para Adriana, con todo mi amor y cariño. Gracias por ser tal y cómo eres y respetar mis decisiones y actos. Un fuerte beso. Clara.

La miré emocionada. Una felicidad pura invadió mi pecho y en el estómago sentía ahora mil cosas, cosas que se movían, que me hacían flotar. Esa noche no hubo ni cine, ni cena, ni copa. Pero no te equivoques, tampoco hubo sexo. Simplemente nos quedamos calladas, tumbadas en la cama, mirándonos y regalándonos sonrisas y caricias.

Los siguientes días fueron de cuento de hadas. Llegamos a conocernos bien, a conectar del todo. Compartimos nuestros miedos, nuestros secretos más íntimos y lo pasamos en grande. El único tema que no salió a flote fue Alex y lo dicho el día que dejamos la oficina. Pero no importaba. Yo estaba feliz y ella parecía disfrutar a mi lado. Me dejaba acariciarla y besarla y ella buscaba cariño también, eso me bastaba. En ese momento supe que era mía, que estaba enamorada de mí, era seguro…

Pronto llegó el Martes y repetimos el mismo trayecto que hicimos para venir. Un largo viaje en el que pude notar su nerviosismo. En el avión tuvimos mucho tiempo para hablar.

-¿Qué harás cuándo lleguemos?

-Iré a casa.

-¿Verás a Alex?

Me miró con un rostro que no decía nada y se encogió de hombros.

- Tú me pediste que no viera a Ana y yo no me negué.

-Ana… -repitió en un suspiro.

Pasamos casi dos horas en silencio y vi la mejor solución en hacerme la dormida. Lo hice bien, pues a los quince minutos más o menos me hallaba en trance.

- Adriana, despierta . –acarició mi cara.

-¿Hemos llegado ya?- la luz de la cabina me molestaba y casi no podía abrir los ojos.

-Aterrizaremos en unos minutos.

Tenía mi mano cogida y le sonreí.

-Por favor, bésame . –Le pedí.

-¿Aquí? –me miró.

-Y ahora.

No pensé que lo hiciera, pero me besó. Me besó con timidez y muy despacio. Cómo si saboreara mis labios. Al separarse acarició mi mejilla.

El aterrizaje fue bastante duro.

-Es lo que peor llevo de volar.

Se rió de mí.

Fuimos juntas a buscar el equipaje y planeamos ir a cenar a un italiano encantador pero los planes se torcieron cuando dejamos las pistas. Entre la multitud de gente había un muchacho alto, musculoso y con unos ojos preciosos. Hizo señas para que le viéramos.

-¡Alex!

Se sobresaltó. No podía ser, no por favor. ¿Qué hacía él ahí? Joder.

Alex corrió hacia ella y la tomó por las caderas dándole algunas vueltas, al parar la besó. Pero no un beso cualquiera, podía ver su lengua tocándole la campanilla. Clara se deshizo de él lo más rápido posible.

-Alejandro, no estamos solos.

-Perdona pero te echaba de menos, un mes sin verte nada menos y casi no respondías mis llamadas.

Yo estudiaba el suelo.

Ante el silencio, Alex se presentó.

-Yo soy Alejandro, el novio de Clara, ¿tú serás su jefa, no?

- Usted –le corrigió Clara.

-Pero si debe tener nuestra edad . –Replicó él.

- Está bien, no importa. Soy Adriana . –Le estreché la mano.

-Encantado.

-Igualmente .

Otro silencio incómodo. Clara me miraba de reojo con la cabeza agachada, yo miraba a un punto fijo en las escaleras mecánicas que llevaban al segundo piso con el corazón a mil y Alex nos miraba a ambas sin comprender qué estaba pasando.

-¿Nos vamos a casa, cielo?

Estaba pálida. Esperaba que dijera algo pero no hizo objeción alguna.

-Sí, por supuesto.

Sentí un pinchazo y una especie de vacío en el pecho que no sé explicar y que pocas veces había sentido.

Alex cogió su maleta y me preguntó.

-¿Quieres que te llevemos a casa?

Negué con la cabeza llena de odio y sin mirarle respondí.

-No. Cogeré un taxi.

-Como quieras.

Tomó a Clara de la mano y se fueron hacia la puerta. Esperé a que Clara se girase, pero volví a hacerlo en vano, no hizo el menor gesto. En cuanto los vi salir a la calle no pude retener más las lágrimas. Sentía odio, traición y angustia. Quería gritar, llorar y romper cosas. Golpeé la columna que tenía detrás y fui al baño corriendo. Necesitaba estar sola. Una vez metida en una de las cabinas, eché el pestillo y me dejé caer arrastrando mi espalda por la pared. No tenía consuelo. Me acurruqué con la cabeza en mis rodillas y lloré hasta que no pude más.