Más allá de la oficina 5
Disculpen la demora y la brevedad del capítulo. Esta semana he estado muy ocupada y apenas he sacado un rato. Espero que les guste a pesar de ello.
Nos siguieron múltiples besos, caricias y gemidos que rompían el silencio de la oscuridad que invadía la habitación. Sentir su cuerpo contra el mío, su respiración en mi cuello, su deseo, sus perfectos labios sobre mi piel y el olor que desprendía me hacían estremecerme de placer.
Su voz era casi un espejismo y sus manos el paraíso.
La noche pasó como un suspiro y pronto comenzó a sonar el despertador.
-¿Trabajamos por la mañana?
-Hoy sí –dije sin dejar de besar su espalda.
Suspiró molesta.
-¿Por qué justo hoy? Si llevamos una semana entrando a las cinco de la tarde.
Apoyé la cabeza sobre ella y mostré una sonrisa ausente.
-Porque probablemente hoy será el último día…
Se giró poniéndose bocarriba y me miró incrédula.
-¿El último?
-Vázquez quiere que volvamos ya a España. Parece ser que la cosa ya fluye aquí y comprará los billetes tras comprobar que todo está en orden –me incorporé quedando sentada de espaldas a ella. – Porque, ¿habrás enviado las evaluaciones, no?
-Sí. –sonó casi muda.
Me encogí de hombros.
-Pues ya está, la semana que viene nos vamos.
-¡La semana que viene! –golpeó su cabeza contra el somier de la cama.
-¿No quieres volver?
Me puse inquieta.
-¿Y tú?
-No lo sé.
-Yo tampoco.
Quedamos unos minutos en silencio hasta que caí en la cuenta de que llegaríamos tarde.
-¿Te importa que me duche aquí?
-¿Y tu ropa?
Asentí.
- Cierto, me voy a mi cuarto.
Me levanté, no sin cierta decepción, y me puse mi ropa con la única finalidad de tapar lo justo, salí dejando atrás un seco “hasta ahora”
Me duché con una gran angustia. No tenía nada claro. ¿Qué iba a pasar ahora? O mejor dicho, ¿qué acababa de pasar? Las cosas habían cambiado en cuestión de segundos. Primero me besaba y después se mostraba distante. ¿O no se había mostrado distante y yo sí? A lo mejor me estaba ofuscando en un problema que no existía y ella estuviese pensando lo mismo que yo. Tal vez me necesitara en ese momento y yo me había marchado sin ningún reparo. ¡Aaaah!
Grité mientras me sacudía la cabeza. ¡Cállate ya! Suspiré y salí de la ducha tapándome con una de las toallas blancas con las iniciales del hotel bordadas a mano. Me miré al espejo. Lo cierto es que lucía unas ojeras poco atractivas, a pesar de haber pasado una noche maravillosa. Nada que no se arreglara con un poco de maquillaje. Me sonreí dándome ánimos y salí del baño para vestirme. La falda gris, la camisa color melocotón y lo Manolos negros. Mientras me calzaba tocaron a la puerta.
-¿Sí? –me puse en pie.
-Soy yo.
Me apresuré a ir hacia la puerta y en cuanto la hube abierto, Clara se abalanzó sobre mí abrazándome con fuerza. Acaricié su pelo con cierta ternura.
-Todo saldrá bien.
Asintió sin soltarme.
- Vamos, te invito a desayunar.
Echamos a andar y, casi por casualidad, terminamos en la cafetería de siempre. Al cabo de unos minutos nos encontrábamos tomando nuestros desayunos.
-¿Qué día volveremos?
Se la notaba afligida.
-Aún no lo sé. Quedé en llamar Vázquez .
Suspiró y apoyó la espalda en el respaldo de la silla.
-Voy a echar de menos este sitio.
-La verdad es que yo también .
Me sonrió llevándose un trozo de pan a la boca.
-¿Puedo preguntarte algo?
-Ajá.
-¿Cómo descubriste que eras… ya sabes?
-¿Lesbiana? –reí, tanto tiempo respondiendo a esa pregunta…
-Me enamoré de una de mis mejores amigas.
Dio media sonrisa.
-¿Y qué pasó?
-Nunca se lo dije. Su novio era amigo mío también.
-Qué horror.
-¡No lo sabes tú bien! –sonreía ampliamente. –Pero era una cría, aún me faltaba mucho por saber de la vida.
-En el trabajo no lo sabe nadie.
-No creo que mi vida personal sea algo que deba difundir por la oficina. Del mismo modo que no contaría que mi abuela se llamaba Laura o que soy manchega.
-¿Y tus padres lo saben?
¿Esto era una entrevista?
-Pues sí. Mi madre me descubrió besando a mi primera novia en casa y no le importó en absoluto, a los pocos meses se enteró mi padre, el que por cierto, no estuvo muy abierto de mente, aunque ¿qué se puede esperar de un hombre de campo? Pero comprendió que esa era yo y que tenía que aceptarme con la condición de que en el pueblo no se supiera nada. Ya sabrás cómo son en las aldeas con los motes. No hubo problema, pues unos años después me marché.
Concluí mi excesiva explicación tomando un trago de café. Vi como aguantaba la risa y añadí:
-Más información, programas de mano.
Carcajeó.
-¿Me he pasado con tanta pregunta, verdad?
-No creas. Al menos tú no me has preguntado por qué me gustan las mujeres.
-¿La gente te pregunta eso?
-Muchos.
-Vaya…
Comprobé la hora. Todavía disponíamos de veinticinco minutos.
-¿Y tú? ¿Cómo conociste a Alex?
Tal vez era una pregunta arriesgada. Él no pegaba nada en la conversación y menos a sabiendas de que Clara debía sentirse fatal, pero si ella podía preguntar por mi pasado, yo podía también.
-En las bodas de plata de mis padres. Él es el hijo de uno de los socios de mi padre. Su familia tiene gran influencia en el extranjero y una cuenta corriente que asusta y mi madre pensó que era un buen partido.
No pude evitar burlarme de ella.
-¿Tu madre siempre te elige los ligues?
-No siempre, a veces quiere saber mi opinión –siguió la broma como si tal cosa.
-Y os gustasteis.
-Supongo. Quedamos unas cuantas veces, se puso pesado y accedí a salir con él.
¿Bromeaba? Lo que sí podía asegurar con certeza es que Clara no era una chica fácil. Es difícil de explicar. Sé que se acostó conmigo en seguida, pero esto era un caso aparte, algo que empezaba a comprender ahora y que te contaré llegado el momento. Se notaba su timidez. Cómo si alguien le hubiese adoctrinado como a una dama de la nobleza. Y eso es lo que era (al menos fuera de la cama), una señorita.
-Si te soy sincera, no sé qué le vi. Es guapo y un buena persona, no me entiendas mal, pero un poco narcisista.
-A lo mejor deberías replantearte salir con otras personas.
Sonrió. Sabía por dónde iba mi sugerencia.
-Y ahora que hemos pisado el terreno de peligro –continuó hablando. -¿Me cuentas cómo conociste a tu ex?
-Creía que no te gustaba ese tema.
-Quiero conocer la historia.
-No es gran cosa.Nos conocimos cuando estaba de vacaciones en Segovia, visitando a unos tíos. Ella había ido a entrevistar a un pintor de pintura moderna. Por lo visto, una promesa del arte, no llegó a nada. Y coincidimos durante varias noches en la misma cafetería. Nos conocimos y la cosa fue a más.
Hizo un sonido para dar a entender que estaba escuchándome.
- Sigo sin poder comprender cómo pudo engañarte. Poner los cuernos es lo más ruin que puede hacer una persona.
Alcé la vista y la miré fijamente, me miró y añadió.
-Ya sé que no soy la más indicada, pero no voy por ahí siéndole infiel a todas mis parejas. Es la primera vez...
- Lo sé.
-¿Te dolió mucho, verdad?
A veces odiaba la testarudez de Clara. Cuándo un tema se le metía en la cabeza ya no había forma de que reculara.
-Pues sí, para qué mentirte, estaba muy enamorada de ella y fue un palo muy gordo. El día de su cumpleaños fui a su casa para prepararle una cena sorpresa y la sorpresa acabé llevándomela yo. Las encontré en la cama.
Acarició mi mano.
-Las cosas siempre pasan por algo. El destino siempre acaba justificando sus actos.
-¿Crees en el destino?
-¿Tú no?
-A veces. No lo entiendo bien, la verdad. Eso del karma y de que todo está escrito... Es un poco tétrico, ¿no crees?
Se echó a reír.
-Un poco sí. Pero tiene mucha razón. Si eres bueno te pasaran cosas buenas y si eres malo, ya sabes, te toca pagar el desayuno.
-¿Quiéres decir que invitas hoy?
Me tiró un trozo de pan.
- Perdona pero soy bastante más buena que tú.
-¡Ya, claro! Pero aquí estás, sin querer invitar a tu amiga, tu confidente, tu jefa, a un mísero desayuno.
-No se preocupe, señorita Casals. Queda usted invitada.
-Así me gusta. Anda vamos, que llegaremos tarde.
Llegamos a la hora justa. Ni un minuto más, ni uno menos.
Los trabajadores ya estaban en sus mesas tecleando, unos contestando a llamadas y otros tantos, reunidos. Veía más efectividad aquí que en Madrid.
-Buenos días señoritas . –Castillo tan simpático siempre.
-Buenos días –respondimos al unísono.
-Enviaron este urgente para usted desde España. –Sonrió tendiéndome el papel.
Le eché un ojo.
-Bien. Señorita Abellán, haga el favor, convoque a todo el personal en la sala de reuniones del segundo piso.
-Ahora mismo señorita Casals. –y se dirigió hacia mi despacho.
-¿Se marchan ya para Madrid?
-Sí, señor Castillo. Aquí ya hemos terminado.
-Creí que se alojarían más tiempo.
-Y yo, pero la situación ha cambiado y debemos irnos.
-Bueno. Me gustaría pedirle un favor, si no es molestia.
-Si está en mis manos.
-Cuando usted se marche, necesitaremos un supervisor nuevo. No le pido que me ascienda, tan solo que le hable al presidente de mí. Verá, tengo tres hijos y mi esposa esperando otro.
Sonreí.
- Enhorabuena. Yo le hablaré maravillas de ti.
-De verás. Muchas gracias.
¿Acababa de tutear a un trabajador?
Me dirigí hacia mi despacho. Encontré a Clara con el teléfono, supongo que hablando con los encargados de cada planta. Colgó el teléfono y se dirigió a mí.
-Reunión en una hora.
-Gracias . –Sonreí.
Comprobé que había cerrado la puerta y me acerqué a ella. La rodeé por la cintura y sonriendo susurré:
-Si sigues siendo tan eficaz tendré que darte un sobresueldo.
Sonrió rodeándome por los hombros.
-Suena bien.
Me besó cariñosamente. Alguien abrió la puerta y nos sorprendió, nos separamos con avidez.
Era Castillo, estaba claro que nos había visto ya que, el tono de su morena piel palideció y su voz se atascó al hablar.
-Se… señorita. Me informaron de que la sala de reuniones de la segunda planta está en obras por el atasco de las tuberías.
-¿No sabes llamar? –seguro que mi cara mostraba el rubor. Miré a Clara de soslayo; miraba a suelo.
- Perdona, quise decirle a su… su secretaria, pero bueno… no…
-Vale, vale. La reunión será en la cuarta.
-Como ordene. –Cerró la puerta al salir.
-¡Joder! –Me tapé la cara con las manos.
Clara me miró con harta preocupación.
-¡Mierda! –golpeé la mesa.
-A lo mejor no nos ha visto.
-¿Qué no nos ha visto? ¿Cómo no iba a vernos? ¡No es ciego!
-Igualmente, seguro que no cuenta nada. ¡Es Castillo, por favor!
-Si abre la boca estoy perdida.
-Tampoco es para tanto…
-¿Cómo que no? Clara, ¿no lo entiendes? Vázquez me odia, no puede ni verme.
-¡No te odia!
-¡Sí, sí me odia! Me encaré con él un día delante de toda la plantilla y desde entonces está buscando el más mínimo error para echarme de allí. Me quiere fuera, lejos. Y si puede ser, retirada.
Quedó cayada.
-¡No puedo liarme con un trabajador de la empresa, no puedo…! Va contra la moral del sitio. Tengo que hacer algo, ha sido un error.
-¡Pues no haberme besado! –me miraba con odio, más bien, una mezcla entre dolor y rabia.
Respiré hondo.
-Perdona, no quería decir eso.
-¡¿He sido un error?! ¡Entonces no haber empezado!
-¡No! El yerro ha sido besarte aquí, tú no eres para nada un error.
Se giró para marcharse pero la así del brazo. Se deshizo de mi mano bruscamente y se giró hacia mí.
-¿¡Si tan prohibido está por qué me besaste?! ¡Eh! ¿¡Por qué te acostaste conmigo !? –seguía en sus cabales.
-No lo entiendes…
-¿No lo entiendo? ¡A lo mejor eres tú la que no lo entiende! Yo lo entiendo todo. Un año sin pareja y aquí, en un país tan lejano de tu vida rutinaria. Te apetecía jugar y ya está. ¡El que juega con fuego se acaba quemando!
-¡No entiendes que te quiero, estúpida! ¡Que llevo enamorada de ti desde el preciso instante en el que me entregaste el primer café! ¡Que me mata el no poder hacerte feliz cada día! ¡Que me eres imprescindible para vivir y que necesito que tú sientas lo mismo por mí! –me puse a llorar. Al parecer, algo impropio de mí, pues, no sé qué le extrañó más, mi declaración o mis lágrimas.
Me abrazó y musitó algo que no llegué a entender. Me regalo tiernos y lentos besos repartidos por la cara y los labios y secó mi llanto con sus dedos.