Más allá de la oficina 12

Final. Dilculpen la gran demora, fue causa de asuntos familiares.

El espectáculo dado el día anterior en la oficina había tenido más repercusión de la que yo imaginaba, y no era menuda la idea que yo tenía de lo que iba a causar entre los empleados. Los cuchicheos y murmullos entre la gente se hacían presentes en la hora del desayuno, almuerzo y comida, por no hablar del horario de trabajo. Las miradas indiscretas se clavaban en mi nuca y el miedo a la llamada de Vázquez se acentuaba. Vivía en una tensión constante. Por otro lado había conseguido ser la elección de Clara. Por fin había plantado cara a Alex y Había decidido seguir su corazón. Por fin huiríamos juntas y seríamos felices en algún rincón recóndito de este mundo; lejos de pruebas de amor persistentes y de jefes hipócritas. Solo ella y yo. Se la presentaría a mamá,"un dulce de chica" diría ella y papá la aceptaría con esa resignación con la que trataba a las mujeres de mi vida (que tampoco habían sido muy numerosas). Más tarde nos casaríamos y recorreríamos cada continente y...

Me estaba precipitando. Pero esta ilusión me subyugaba. Me apresuré hacia el despacho, era extraño, la puerta no estaba cerrada con llave. Dentro todo parecía normal, probablente habría olvidado cerrarla el día anterior, no era normal en mí pero mi cabeza no estaba entonces como para preocuparme de dichosas puertas. Lancé la cartera a la mesa y encendí el portatil.

Arranqué a teclear el informe de A.L.P.H.E.S cuando unas voces exteriores, con un tono más alto de lo normal sin llegar al grito, me desconcentraron. Me avergüenza admitirlo pero lo primero que pensé es que Alex volvía para continuar su enfado, mas me equivoqué. Esa potente voz procedía de uno de los mayores empresarios que habitaban en España. El personaje (por llamarlo de alguna manera) exigía una cantidad prominente de dinero que según él se le debía desde años antecesores. Pedía hablar inmediatamente con el director, lo cuál quedaba muy lejos de su interés. Suspirando decidí coger las riendas de aquel problema.

Expliqué una y otra vez de maneras distintas que ese gasto no nos correspondía a nosotroas. La empresa no se hacía cargo de pérdidas realizadas por alguno de los empleados del cliente. él trataba nuevamente de persuadirme cuándo alguien llamó a mi puerta. Vázquez entró sin esperar respues y acto seguido pidió disculpas.

-Lo siento, no sabía que estaba reunida. Buenos días, soy el director de la empresa.

-Buenos días

. -El pez gordo se puso en pie y añadió: -Por fin se ha dignado a venir, esta empleaducha suya no me entiende y yo quiero recuperar todo mi capital.

-Esta señorita ya no trabaja aquí.

Sentí que mi corazón se detenía.

-¿Puede esperarme en mi despacho? Está al final del pasillo.

-Por supuesto

.

Nos quedamos solos. Fue entonces cuando empezó el verdadero infierno.

-¿Se puede saber qué está ocurriendo? -quise saber.

Vázquez no respondió. Simplemente comenzó a rebuscar entre los cajones y estantes.

-¿Dónde está?

-¿Dónde está el qué? -Me puse en pie alterada.

-Lo sabes perfectamente. Eres una ladrona.

-¿Qué está diciendo?

Corrió los libros de la bitrina y allí estaba: el precioso abreacartas traído de Arabia que valía millones y del que Vázquez tanto presumía.

Lo agarró enfurecido.

-¡Lárguese! No quiero ingratos en mi trabajo.

-Pero...

-¡Fuera!

Salió del despacho con un portazo con el que casi rompe la puerta.

¿Qué estaba pasando? ¿Quién había puesto eso ahí? ¿Quién podía desear ni despido y más importante aún, ¿cómo podía mostrar mi inocencia? Lo primero era encontrar al culpable pero sería casi imposible. Tal vez Clara supiera algo. Abrí la puerta pero ella no estaba allí. Ya me resultaba extraño que no hubiese entrado para descubrir lo ocurrido. No había rastro de que hubiese ido a trabajar. Tal vez el terror le había impedido acudir a trabajar ese día. Miré a mi alrededor, todos se mostraban indiferentes, podría ser cualquiera. Allí me odiaba tanta gente. Observé a cada persona con ojos acusadores pero ninguno me convencía. Entonces lo vi claro; Alex... Tenía sentido. El día anterior había llegado antes que yo a la oficina y me odiaba, todo encajaba: la suspicacia en su interrogatorio cuando buscaba la llave, la venganza... Y no le habría resultado dificil conseguir la llave, su novia trabajaba para mí y tenía acceso a cualquiera de mis privacidades.

Cogí el móvil para hablar con ella y contarle la trampa con la que habían atentado contra mí y mi irrefutable sospecha hacia su ex novio. No hubo respuesta a la llamada. Ni a las tres siguientes. Clara volvía a esconder la cabeza como de costumbre. Ya me ocuparía de ella en otro momento, ahora tenía que conservar mi trabajo.

Estaba claro que no podía contarle a Vázquez que el hombre al que mi secretaría había dejado por mí intentaba tenderme una trampa pero si podía adornar la historia. Tal vez un trepa rencoroso que pedía justicia después de un despido sin explicaciones o un compañero que no soportaba mi arrogancia. Cualquier excusa era buena para hacerle ver que yo no era quién anhelaba tener esa maldita espada de puño empedrado.

Llamé con decisión a la puerta e imité su anterior acción: abrí la puerta sin preguntar. Esto aumentó su enfado.

-¡¿Qué cojones haces aquí?!

-Puedo demostrarle que yo no fui quien puso eso ahí.

-¿No? Hay testigos, Casals. Te vieron cogerla.

-¿Quién le ha dicho tal mentira?

-No es asunto tuyo, desaparece de mi vista.

-¡No, hasta que no me escuche, sé quién fue!

-¡Estoy harto de estupideces! ¡Mañana quiero tus cosas fuera de aquí!

-¡No va a encontrar a nadie que trabaje como lo hago yo!

-No te creas, tu plaza ya está ocupada.

-¡¿Qué?!

-Lo que oyes, y si me disculpas tengo mucho trabajo pendiente. Deja todo libre para pasado mañana.

Salí enfadada y frustrada. ¿Quién podía haberme hecho una cosa así? Deseaba gritar y atacar  a todo el mundo, pero lo mejor sería mantener la dignidad. Casi llorando comnecé a recoger mis cosas, amontonar miles de recuerdos para, por la mañana, meterlos en cajas y dejar que se pudrieran en algún lugar oscuro de mi desván.

Golpearon la puerta. Con un acto reflejo sequé mi cara seca para asegurarme de que no había lágrimas que mostraran mi tristeza y mi abnegación.

-Adelante.

Clara entro en silencio.

-¿Qué estás haciendo?

Mis mejillas se mojaron en un instante y yo caí en sus brazos casi sin fuerza.

-Me han despedido.

-¿Qué?

-palideció. -¿Por lo de ayer?

Negué con la cabeza.

-Alguien colocó el abrecartas famoso en mi oficina.

Seguí quitando cosas de su sitio.

-¿Alguien? ¿Quién?

-No lo sé.

-El llanto apenas me dejaba hablar.

-¿Has hablado con Vázquez?

Asentí.

-No me cree...

-¡¿Y eso te basta para rendirte?!

-¡¿Qué quieres que haga?!

-¡Algo, joder! Algo para defendere.

-No puedo hacer nada.

-Algo podrás hacer.

-Creo que ha sido Alex.

-No digas tonterías.

-No son tonterías, él estuvo ayer aquí y la llave no estaba y...

-Él no ha sido.

-¿Cómo lo sabes?

-Porque estuvo hablando con mi madre sobre nuestro "accidente".

Suspiré.

-¿Cómo estás?

-Bien, conseguí demostrar que era mentira.

-¿Cómo?

-Ya te contaré. Mira, vete a casa, yo intentaré descubrir quién ha sido y esta noche iré a tu casa para hacerte la cena y cuidar de ti, ¿está bien?

Asentí sumisa y besé sus labios.

- Hasta luego.

-Ciao.

Abrí la puerta del apartamento y me eché en el sofá. Mi cabeza estaba abarrotada de ideas y empezaba a dolerme. Iba a desbordarse en cualquier momento. Cerré los ojos notando cómo el agua que brotaba de ellos los resecaba y hacía que escocieran. Recuerdo que pensé en Clara, en su voz, en sus ojos, en su piel, en su sonrisa... Ella me tranquilizaba...

Me desperté sobresaltada al escuchar el timbre. Me había quedado dormida. Miré la hora, las nueve y media. Me levanté para recibir a la visita.

Allí estaba otra vez, cada vez que aparecía se paraba el tiempo y los problemas desaparecían.

Me besó con dulzura y entró sujetando varias bolsas que olían a comida china.

-He traído chino, sé que te encanta.

Sonreí vagamente.

-¿Has descubierto algo?

Negó tristemente.

- He traído sopa de aleta de tiburón, tu preferida.

Suspiré.

-Tal vez sea mejor así...

-Es posible...

-Clara, vámonos.

-¿Qué?

-Vámonos lejos, las dos solas, sin que nadie nos moleste.

-¿Qué estás diciendo, cielo? No podemos irnos sin más.

-Por qué no? Que le den al mundo entero.

Me rodeó por la cintura y contestó:

-Porque aquí está mi trabajo, tus amigos, mi familia, tu casa.

Besó mi cuello y susurró:

-Aquí podemos ser muy felices.

Recorrió mi espalda con sus manos. No estaba en posición de discutirle nada. La deseaba.

Me condujo hacia la cama sin despegar sus labios de mi cuello y yo me dejé llevar sin protestar. Nos quitamos la ropa la una a la otra y nuestro caluroso beso terminó en el más dulce y maravilloso encuentro que esa cama había conocido jamás.

Me desperté tapada apenas con la sábana, busqué a Clara con la mano pero no estaba.

-¿Clara?

No respondió. Miré la hora.

-¡Mierda!

Eran las diez, Clara no me había despertado y llegaba tarde a trabajar. Corrí al baño y al entrar a la ducha me di cuenta de que ya no tenía que trabajar.

Me sentí estúpida, aunque aún tenía que recoger mis cosas. Terminé la ducha y me vestí. Eché algunas cajas de la mudanza al maletero e inicié el último viaje a la empresa en la que había comenzado mi carrera.

Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo mucho que me gustaba aquel ascensor, aquel pasillo y aquella puerta que me separaba del resto.

Al tiempo que mi despacho se vaciaba lo hacía también mi interior. No quería irme de aquel lugar, era mi sitio, yo me había gaado el respeto de esa gente, yo había viajabo y despedido gente para conservar mi puesto, había luchado a cal y canto para ser fija y había aprendido a ocultar todos los fraudes de numerosas empresas. Exacto, no podía echarme, ese era mi lugar, mío y de ningún asqueroso aprovechado que quería sustituirme. Golpeé una de las cajas y me dirigí rauda hacia el despacho de Vázquez, estaba llena de adrenalina y sabía bien lo que quería.

Iba a decirle a ese capullo que yo tenía más prestigio que él y que sin mí todo iría a pique. Iba a poner las cosas en su sitio, pidiendo que se me reconociera de una vez por todo mi esfuerzo, que estaba harta de soportar humillaciones y de tragar mierda. Al fin Adriana Casals iba a poner las cartas sobre la mesa.

Abrí la puerta con brusquedad y todo mi arrojo se desvaneció de repente. Noté un peso tremendo en mi espalda y el corazón, en un puño, se rompió en mil pedazos.

Clara, la mujer a la que amaba, la que me había hecho olvidar todo el dolor que sentía dentro de mí, la que había hecho que volviera a confiar en alguien y a quien dedicaba cada alegria y pena, estaba sentada en la mesa de mi jefe mientras su lengua jugaba dentro de su boca.

Me quedé callada, mirándoles en silencio. No era capaz de reaccionar. Mis músculos se entumecieron y mi cabeza no podía pensar.

Se separaron, él me miraba esperando a que algo saliera de mi gargante, ella  me miraba que se yo de qué forma.

-¿Quiere algo, Casals?

Me encogí de hombros.

-Bueno, ya que está aquí le presentaré a su sustituta. La señorita Abellán sera la encarga a partir de ahora.

Yo la miraba incredula y salí de aquel lugar si una gota de sangre. Mi mente no era capaz de comprender qué ocurría y mi cuerpo desvalido no podía tenerme en pie. Me dejé caer de rodillas sin importarme ser vista o pasar desapercibida.

Empezaba a encontrarme fatal. Corrí al baño y encerrada en una de las cabinas vomité toda la angustia y el nerviosismo que llevaba dentro deseando que todo fuera un mal sueño y poder despertar de una vez. Quedé apoyada en la taza del bater respirando por la boca. El corazón iba a salirse y mis extremidades temblaban al compas de mi pecho. Esperé unos minutos hasta que al fin pude ponerme en pie. Lavé mi cara y observé mi rostro en el espejo. ¿Quién era esa desconocida que me miraba? Estaba consumida, blanca y con los ojos hinchados.

Estiré mi ropa y recorrí el camino hacia el ascensor. Ya nada me importaba, que le dieran a los objetos, solo quería desaparecer de allí, evaporarme. Al llegar a la puerta maldije mi suerte. La llave del piso estaba en el cajón del escritorio y aunque a mí no me importara, los caseros querrían recuperarla. Retrocedí en esa direcciónrezando por no encontrarla.

Jodido destino. Allí estaba esa mentirosa, esa actriz que actuaba vete tú a sabes con quién y traidora de sentimientos sentada en mi silla.

Deseaba odiarla pero la amaba tanto, me llené de esperanza al pensar que estaba arrepentida y que quería seguir conmigo, irse de allí y no mirar atrás.

Nada de eso, tan solo encontré desprecio en su visita.

-¿Cómo pudiste creer que yo estaba enamorada de ti?

No tenía valor de contestar. Ella rió-

-Ha sido tan sencillo engañarte, más de lo que creí. Fingí ser una niña desvalida en México, que estaba perdida y que necesitaba ayuda, pensé que sería complicado pero cuando me besaste todo se facilitó. Solo tenía que parecer aturdida y jugar un poco, enseguida te enamoraste, ¿verdad? Yo tan solo quería tu puesto, quería ser como tú, te idolatraba aunque me he dado cuenta de que soy más inteligente.

Era imposible.

-Y...¿Alex...? -tartamudeé.

-Otro peón inutil. Esta claro que jamás dejaría que alguien decidiera si tenía que estudiar o no. Pude engatusarte y conseguir que él llegara en el momento preciso a la casa para que nos pillara y robar tu llave fue aun más sencillo.

-¡Fuiste tú!

-Y quien dio el chivatazo también. ¿Cómo no iba a creerme el querido jefe? Con tal de meterla sería capaz de vender a su madre.

La miré aguantando las ganas de pegarle. La detestaba. Quería morirme y arrastrarla conmigo. Que sufriera por todo el daño que me estaba haciendo. Ella siguió hablando.

-¿Quién crees que pago a tu querida Ana para que se acostara contigo? El único problema fue que no pensaste en contarme tu desliz, por tanto yo no podía alejarme de ti y salir impoluta aunque no importa, he de admitir que contartelo también es verdaderamente divertido.

-Eres... eres...

La ira empezó a salir de mí.

-¿Soy qué?

-Eres una zorra, no te vas a salir con la tuya, como que me llamo Adriana Casals que...

-¡Cállate! Tengo  Vázquez comiendo de la palma de mi mano. Si a mí me da la gana tú no vuelves a trabajar de lo tuyo en la vida.

Respiré hondo e intenté parecer calmada.

-¿Sabes qué te digo?

-¿Qué?

-Que querías ser como yo pero no me llegas ni a la suela del zapato. Te creíste más lista, ¿verdad? Pues ahí te quedas con un trabajo de mierda y follándote a un viejo que como tú dices solo quiere meterla y en el momento en el que no pueda prescindirá de ti. Yo me marcho al pueblo a buscar trabajo de lo mío en la ciudad con un algún jefe estupendo y con un contrato digno de personas humanas. Si me disculpas.

Salí de aquella habitación con el corazón hecho trizas y la dignidad bien alta.

Esa fue la última vez que vi a Clara. No negaré que aun me acuerdo de ella a menudo, pero no le deseo ningún mal. Cuatro años después soy directora de una gran empresa y, Laura, mi novia, es el amor que tanto buscaba. ¿Quién iba a decir que esa jugarreta me arreglaría la vida? Y doy gracias porque el amor más allá de la oficina no exista.