Más allá de la oficina 11

Guarda el secreto.

Me desperté sobre las cinco y media, el sin fin de emociones antagónicas no me dejaba descansar.

Clara seguía dormida, aún con la cara mojada de llorar. Su melena caía por el colchón y sus brazos se escondían entre su pecho y el mío. Cada día era más guapa.

Recordé lo sugerido esa misma noche: una escapada al pueblo de mis padres. Seguro que le vendría bien huir de todo un poco, cambiar de ambiente y estar en la tranquilidad (que a mí me parecía sumamente aburrida) del campo. No era lo más romántico del mundo, pero mi economía no alcanzaba a más y quería llevármela lo más lejos posible de allí. Sentía que Clara necesitaba huir y dejar todo atrás por un tiempo. Ni si quiera ahora tengo claro si lo de salir corriendo era la idea más inteligente pero, tal vez de esta forma los problemas se solucionaran o al menos se aplacaran un poco.

Entonces sentí la necesidad de tomar un vaso de agua. Intenté incorporarme pero mi brazo estaba aprisionado por su cabeza. Volví a echarme, no podía despertarla después de la noche que había pasado.

Durante una hora me quedé en silencio, observándola y aguantándome las ganas de acariciarle la cara. Era tan vulnerable en estos momentos…

Escuché un murmullo y seguidamente se acurrucó en mi pecho. Besé su cabeza y la estreché entre mis brazos. Susurré:

-Buenos días, cariño.

Apretó la cara en mi hombro.

- Hola.

-¿No tienes más sueño?

Negó con la cabeza. Acaricié su pelo con dulzura.

-Adriana…

-¿Sí?

-No quiero ir a trabajar…

-¿Y qué piensas hacer si no vas?

Me abrazó.

-No lo sé… Podía quedarme aquí y pensar en algo…

-No tienes por qué ir si no te apetece pero eso no cambiará nada.

Levantó la cabeza y me miró.

-¿No te asusta que se presente allí y se lo diga a Vázquez?

Mentí para tranquilizarla:

-No. Ya soy mayorcita para salir con quien me apetezca… Y tú también.

En verdad estaba temblando. El corazón palpitaba con harta velocidad; iba a quedarme en el paro y con la crisis tardaría años en encontrar otro trabajo. Y Clara… Vázquez le pondría el ojo y no la dejaría ni respirar, el trabajo se convertiría en un infierno, mucho más leve que el que se formaría en su casa, pero infierno en cualquier caso.

-¿Y qué propones?

-Que vayamos y finjamos que anoche no ocurrió nada. Cuando llegue el momento ya tomaremos cartas en el asunto.

Asintió.

- No me vas a dejar sola, ¿verdad?

-Jamás.

Le besé la frente y añadí:

-Vamos a darnos un baño en esa bañera de hidromasaje tan bonita que he visto. –Acaricié su espalda. – Aún tenemos tiempo.

Me besó.

- Eres un cielo.

-Tú eres el mío.

Me escuché tarde. Estaba siendo demasiado sincera.

El resto de la madrugada la pasamos besándonos y compartiendo miradas. Durante un tiempo pudimos olvidarnos de los problemas.

-Cómo vivís los ricos, eh.

Me mofé.

-No es para tanto.

-Clara, esta bañera es como mi cuarto de baño . –Reí.

- Que por cierto, ¿cuándo me lo vas a enseñar?

-¿Después de ver tu casa? Nunca.

Rompió en risas.

- Venga ya, eres una exagerada, mi casa es muy normalita.

La miré sarcástica.

-Cariño, eres una niña bien.

-¡Oye!

-Asúmelo, ¡eres una pija! En mi pueblo no durarás ni dos días.

Me echó agua.

- Perdona, pero eres tú la que se calza con billetes de doscientos euros.

-Ya, porque me lo quito de comer.

Me miró con los ojos muy abiertos y añadí:

-¡Estoy enferma, vale!

Nos pusimos a reír y tirarnos agua. Nuestro recreo duró poco; el teléfono nos calló.

Me miró.

-¿Lo cojo?

-Pues tú verás.

Suspiró y se levantó para ir en su búsqueda. El timbre cesó.

-¡Mamá! ¿Cómo va todo?

-…

-Bien, bueno, como siempre, acabo de ducharme y me voy a trabajar.

-…

-Estará en su casa, supongo. No te preocupes que no lo meto en la nuestra.

Me recordó a las conversaciones que tenía con mi madre a los quince años. Que peculiar era esta chica.

-…

-¡No! ¿Para qué vas a llamarle? Ya te digo yo que está bien, nos vemos a diario.

-…

-Un beso, hasta la semana que viene.

Sonó el “pi” del teléfono y apareció en el lavabo.

-Alex no le ha dicho nada…

-Tal vez no lo haga.

Se encogió de hombros. Aunque ya no temblaba aún podía ver sus palpitaciones a través de su pecho.

- Vamos a desayunar –salí de la bañera y me acerqué a ella – iremos a trabajar como siempre y nos pondremos en lo mejor.

Me abrazó.

-Todo va a salir bien, ¿a que sí?

-¡Claro! Ya me encargo yo.

Llegamos al aparcamiento. Ella subió y diez minutos más tarde entré yo. Caminé despreocupada por el pasillo. Todo era igual, las paredes tétricas, las mesas iguales ordenadas milimétricamente y los teléfonos sonando. Prácticamente normal. Eso creía, ilusa de mí.

Cuando llegué a la puerta, ahí, justo sentado en la mesa de Clara, con las piernas colgadas, estaba Alex.

El corazón me pegó un vuelco, busqué a Clara pero no estaba por ningún lado.

- Buenos días . –Se puso de pie.

-Buenos días . –Le miré.

Sonrió y me miró de arriba abajo. En fin… Abrí el cajón de Clara para recoger la llave, ya que la mía seguía en paradero desconocido.

-No deberías meter la mano en sitios ajenos.

-¿Perdona?

-Lo digo por el cajón.

Asentí y seguí rebuscando. Fue en vano. La llave no estaba. Resoplé.

-¿No encuentras lo que buscas?

-¿Dónde está Clara?

-Yo qué sé.

Cerré el cajón e intenté salir para buscar al  portero pero Alex me cortó el paso colocándose delante de mí.

- Adriana, no me gusta que toquen mis cosas.

-¿He tocado algo tuyo?

-No te hagas la digna.

-Que yo sepa, ella no lleva tu nombre escrito . –Bajé la voz.

-Te lo digo por tu bien.

-¿Me estás amenazando?

-¿Qué te parece?

-Que tus advertencias de niño prepotente y petulante son un chiste.

-Ya, pues yo me las tomaría en serio.

-Si me las tomara en serio jugaría a ser adulta y me iría derechita a denunciarte.

-Tienes huevos.

-Más que tú seguro.

Soltó una risa nerviosa.

- Deja a mi novia en paz.

Miré alrededor para ver si alguien nos escuchaba.

-¿Tu novia? Creo que ella tiene otros planes.

-Deja de hacer el ridículo. Ella no es como tú, aléjate.

-¿Y si no lo hago?

-No te la juegues.

-Alejandro, no voy a irme de su vida así como así. No me da la gana.

-Es el último aviso.

Apareció Clara con Lucas, el portero, quien traía un manojo de llaves. Se quedó sorprendida y enmudeció al vernos.

Lucas sonrió al vernos.

-Aquí está su llave, señorita. Tendré que decirle al director que cambie esta cerradura, de lo contrario, podría entrar alguien no deseado.

Se echó a reír.

-Muchas

gracias, Lucas. Y perdona por la molestia.

-¡Tonterías! Es mi trabajo.

Abrió la puerta y volvió a su lugar.

Clara se acercó y con un hilo de voz preguntó:

-¿Qué haces aquí?

-¿No puedo venir a hacerle una visita a mi chica?

No entendía nada y por la expresión de mi amante, juraría que ella tampoco.

- Alex, si esto es una broma no tiene gra…

-No es una broma. Me apetecía verte.

Me miró con cara de preocupación. Dirigí la vista al idiota vestido de Ralph Lauren.

-La respuesta es no.

Sonrió a Clara con simpatía.

-Vendré a buscarte cuando salgas e iremos a cenar, ¿sí?

-No creo que sea lo más adecuado.

-He reservado en tu restaurante favorito. Porque yo sí sé cuál es.

-Yo también lo sé . –Añadí con aridez.

-Pues eso . –Me ignoró con toda facilidad.

-Nos vemos a la noche . –Se acercó para besarla y Clara apartó la cara.

-¿Por qué me apartas la cara?

Me di cuenta de que gran parte del piso nos miraba.

-¡¿No tenéis trabajo o qué?!

Todos volvieron a sus tareas.

Clara respondió con un hilo de voz.

-Se acabó…

-¡Me vas a deja por…!

Clara le empujó.

-No es el momento.

Intervine.

- Tengo que pedirte que te vayas.

-¡No me digas lo que tengo que hacer!

Se acercó el guarda de seguridad.

-¿Les está molestando?

-Sí, por favor, llévatelo.

Lo asió del brazo.

-Acompáñeme.

-¡Quiero hablar con el director!

-Que sí, que sí. En la calle hablas con quien te dé la gana.

Lo arrastró con dificultad hasta la mitad del salón.

-¡Lesbianas de mierda! ¡Me habéis hundido la vida!

Todo el mundo se giró a mirarnos. Algunos sonreían, otros cuchicheaban y otros tantos se reían del espectáculo.

El guarda tiró con más fuerza.

-¡A la calle!

Ambos se metieron al ascensor y desaparecieron.

Miré a Clara. Estaba ruborizada. Me dirigí a las masas.

-¡A lo vuestro, si no queréis que empiece con las cartas de despido!

Se giraron pero seguía hablando y murmurando.

Hablé en un tono que solo Clara pudo escuchar.

- Puedes irte si quieres a que te dé el aire.

Asintió y salió apresurada.