Más allá de la oficina 10

¿Siempre has sido así?

Empecé a llenarme de odio. La ansiedad me oprimía el pecho y deseaba que corriera la sangre. Esto sí que no podía estar ocurriendo. Eché una mirada asesina a la mesa de Clara, pero no estaba. Me acerqué pero no había rastro de ella. Su ordenador estaba apagado y su bolso no colgaba de la percha de pie que estaba situada tras la silla.

Abrí la puerta de mi despacho con violencia. Bingo.

-Adriana…

No le permití seguir. Cerré la puerta bruscamente.

-¡¿Cómo se puede ser tan cínica y ególatra?!

-¿Qué?

-¿¡Cómo que qué!? ¡Has sido tú la que has divulgado el rumor de Vázquez!

-¡Qué dices!

Levantó la voz. Su cara mostraba el enfado que mis acusaciones causaban.

-¿¡Lo vas a negar ahora!? ¡Me lo han dicho!

-¿Quién te ha dicho eso?

Ahora estaba angustiada. Le temblaba el labio y respiraba con avidez.

-¡El capullo de Manolo!

-Rata asquerosa…

-Jamás creí que pudieras hacer algo tan ruin.

-¡Qué yo no he sido, joder!

-¿¡Qué pasa si ahora salgo a la oficina y le digo a todos que nos hemos acostado, eh!?

-¡Cállate!

-¡¿Y si llamo a Alex?!

-Créeme, por favor . –Me asió del bazo.

La aparté.

-¡No me toques!

Golpearon la puerta y yo grité aún más enfadada.

-¿¡Qué!?

Se abrió y Vázquez asomó las narices.

-¿Ocurre algo?

Me senté con dureza y golpeé el escritorio.

-No, pase.

Entró mirando la cara casi lacrimosa de Clara y, por lo visto, eso le agradó. Me dedicó una sonrisa radiante y añadió.

- Mano dura.

Clara suspiró con desazón.

-Los dejo solos.

Se dispuso a salir del despacho y Vázquez se lo impidió.

- Espere, señorita. Quiero hablar con las dos.

Clara cerró la puerta.

- Tienen que ir al aeropuerto a recoger al señor Kawayama.

-¿Yo también? –Clara no cabía en sí de aflicción.

-Por supuesto. ¿Cómo va a ir ella sola?

Intenté relajarme y pregunté:

-¿Y qué hacemos con ellos?

-Cumplirán sus deseos y más tarde, me uniré a vosotros en una comida y firmaremos el contrato.

-Está bien.

-Pues yendo, que es gerundio. El avión llega en cuarenta y cinco minutos.

Se giró para abrir la puerta y antes de girar el pomo “sugirió”

-Y… Casals… Llévate el coche de la empresa, como vayas a recogerlos en tu chatarra pensarán que es un secuestro.

Cerró la puerta detrás de él. Me puse en pie y cogí mi bolso.

-Adriana, te lo juro… -tartamudeó.

-Se acabó. No quiero oírte, no quiero verte, no quiero hablar contigo de nada más que de trabajo y no quiero que me toques –aguanté las lágrimas.

-Pero…

-Espérame en el coche.

Asintió y me dejó sola. No pude aguantar más y rompí a llorar.

La odiaba. La odiaba por lo que me estaba haciendo, la odiaba porque era una cobarde. Odiaba su mundo y odiaba a su novio. Odiaba sus juegos y sus caprichos. Simplemente, la odiaba…

Me sequé las lágrimas y limpié el rímel. Salí llena de dignidad otra vez y pulsé el botón hacia el garaje dónde se encontraban los autos de empresa.

Clara ya estaba metida en el asiento del copiloto mirando a la nada.

Fingiendo que ella no estaba entré en el coche y arranqué. No mediamos palabra en todo el caminos, ni siquiera nos miramos; volvíamos a ser desconocidas, sí, desconocidas que se conocen muy bien.

No tuvimos que esperar mucho, en quince minutos los japoneses hacían su salida por la puerta. Una falsa sonrisa invadió mi cara y con un trato de simpatía, la cual les hizo sentirse cómodos, los llevé a comer algo para reponer fuerza. Más tarde pidieron ir a ver la oficina. De vuelta otra vez.

Una ruta turística por todo el edificio y largas explicaciones por doquier. Clara nos seguía sumisa a mis órdenes sin dirigirme la mirada. Al fin llegamos a la planta del director, pasando por mi despacho vimos una cara familiar, Ana, la que faltaba para culminar.

Me lanzó una sonrisa y yo seguí hasta el despacho de Vázquez. Toqué a la puerta.

-Adelante.

-Señor, el señor Kawayama ya está aquí.

-Creí que íbamos a quedar en el retaurante.

-Insistió en venir aquí a firmar. Dice que le parece más serio.

-Que pasen.

Hice un gesto para indicarles que entraran. Sonrió complacido y me estrechó la mano.

-¿Puedo marcharme, señor?

-Sí, sí. Haz lo que te plazca.

Cerré la puerta e ignorando a Clara, no sin cierto esfuerzo, caminé hacia mi despacho. Ella me siguió y se sentó en su mesa.

-¿Qué haces aquí?

Hurgué en mi bolso para encontrar la llave de la sala.

-Yo también me alego de verte, cariño.

Me pegó un vuelco el corazón. ¿Qué estaría pensando Clara? ¿Y qué más daba si ya habíamos terminado lo que nunca fuimos?

-Te dije que no vinieras.

No encontraba la llave y quería desaparecer de ahí.

-Es que en nuestro encuentro de anoche se me olvidó llevarme el equipo.

Sentí la mirada de Clara clavada en mi cabeza.

-Pues ve luego a por ella.

-Quería invitarte a comer, ¿me dejas?

Vale, ya. Teníamos que salir de allí. Me dirigí a Clara.

-Señorita Abellán, ¿tiene la copia de la llave? Debo haberla perdido.

La miré. Sus ojos me observaban con asombro y decepción. Se temía lo peor.

-Señorita Abellán, le estoy hablando.

-Sí, perdone, creo que la tengo en el cajón .

No me apartó la mirada. En esto algo sorprendió a Ana. Se acercó a la mesa y leyó en voz alta:

-Clara Abellán Marín.

Sonrió con picardía y me miró.

- Mierda –pensé.

-Clara, eh…

Mi secretaría no entendía las miradas que compartíamos.

-La llave, señorita.

-Sí.

La sacó del cajón y me la dio. La cogí sin mirarla y abrí la puerta.

- Encargue una videoconferencia con México. Quiero contactar con el señor Castillo.

Dejé paso a Ana y entré cerrando la puerta.

-¿Te follas a tu secretaria? –le dio un ataque de risa.

-No es asunto tuyo.

-¡Es increíble! Y parecías tonta.

Se sentó en mi silla y giró sobre las ruedas.

-No voy a comer contigo.

-No me refería a comer comida.

Me guiñó un ojo.

-No estoy para tus tonterías, Ana.

-¿Estás de mala leche?

Suspiré.

-¿No será por la niña esa?

Arqueé la ceja.

-¿Niña?

-¡Venga ya! ¿Cuántos años tiene? ¿19?

-Tiene tres menos que yo.

-¿De verdad? Parece una niña.

-Tampoco es una señora.

-Si quieres la ponemos celosa.

-No digas estupideces.

-No digo estupideces. Cuando vea que te pierde correrá a tus brazos.

-Que no.

-¿Te beso delante de ella?

-¿Cómo está Ainoa?

-¡Ay! Que corta rollos eres. –Empezó a jugar con el pisapapeles.

-Es que te vas a casar con ella.

-Anoche eso no te importó.

-Ya, bueno…

-Ella te hizo lo mismo. Estáis en paz.

Suspiré.

-Bueno, ¿vas a dejar que te invite a comer, Señorita Casals?

Cerré los ojos.

-No… Comeré sola hoy.

-Cómo quieras.

Se levantó y fue hacia la puerta.

-Si necesitas algo, llámame.

-Así lo haré.

Esto me hizo pensar. Tal vez Clara dijera la verdad y ella no había sido. Estaba comportándome como una niñata. Su palabra debería bastar pero, ¿cómo confiar en ella después de todo?

¿Y si había sido Manolo? Tampoco en él se podía confiar y yo me había dejado llevar por la cólera.

Miré el reloj. Era el descanso para ir a comer. Al salir la oficina estaba medio vacía. Era increíble cómo la gente huía de allí en cuanto podía. Clara seguía sentada en la mesa, tecleando en el ordenador.

-Hola.

Me apoyé en la pared. No me contestó.

-¿Podemos hablar?

-Creí que ya estaba todo hablado.

-Me he pasado, lo sé.

Suspiró y al fin conseguí que me mirara.

-No confías en mí.

-Es normal, ¿no crees?

-Ya, tienes razón, pero, cielo, yo no he sido.

Se puso de pie y yo me llené de ternura. El enfado desapareció por completo, “cielo”

Asentí.

-Te creo.

Se acercó a mí.

-¿Comemos juntas y te explico lo que ha pasado?

-No hace falta que me des explicaciones. Si dices que no has sido tú es que tú no has sido.

Me abrazó.

-Cuidado, pueden vernos.

-Me da igual.

Me miró.

Me acerqué unos centímetros para besarla, pero sin llegar a rozar sus labios. No quería incomodarla. Se acercó y nos unimos en un dulce beso. Acaricié su pelo sin despegarme de sus labios. Se separó apenas un poco y susurró:

-¿Quieres venir esta noche a mi casa a… dormir y eso?

Reí leve.

-¿Y mamá y papá?

-No te burles –me dio un golpe en el brazo.

-No lo hago.

-Están de viaje con los padres de Alex y la casa está sola unos días .

La rodeé por la cadera.

-¿No será mejor que vayamos a mi casa?

Acarició mi cuello.

-En mi casa podríamos bañarnos en el jacuzzi o meternos en la piscina.

-¡Vaya! He pegado un braguetazo.

Reí y ella volvió a besarme.

El resto del día pasó con rapidez. Estaba feliz otra vez. Nos habíamos reconciliado y me esperaba una noche que jamás olvidaría (y tanto que no iba a olvidarla…)

Esperamos a que todo el mundo se fuera para salir juntas. Conduje alrededor de veinte minutos y por fin llegamos a un barrio de casas enormes, paralelas y todas iguales. Era un lujo.

Después de girar varias veces llegamos a una con un jardín meticulosamente cuidado, con dos perros atados a una caseta de tamaño similar a mi cuarto de baño y una piscina enorme. Que sensación tan inmarcesible.

- Esto es asombroso.

Sonrió.

-Aparca en esa plaza.

Cuando abrió la puerta de la casa me deslumbré aún más. Una gran escalera blanca llevaba al piso de arriba y me pareció ver otra más. A la derecha un gran salón, seguido de una antesala y una sala que parecía un bar. A la izquierda estaba la cocina y una despensa que parecía mi dormitorio.

-¿ Cómo puedes vivir en este palacio?

Se echó a reír.

-Esto es de mis padres, no es mío.

-Algo te tocará.

-Ven aquí, anda.

Tiró de mi camisa y me llevó hasta la mesa del comedor, bueno, “mesa”, eso parecía una pista de tenis. Se sentó, se abrió de piernas y tirando de mí se echó hacia atrás.

La besé tendida encima de su cuerpo.

Metí la mano por su jersey hasta llegar a su pecho y lo acaricié con suavidad. Gimió.

- Clara…

Me bajó la sangre de repente y me separé de ella con gran avidez. Clara se incorporó exaltada. Estaba pálida.

-Alex… ¿Qué haces aquí?

El corazón me iba a cien. Alex tenía la cara descompuesta. Enseñó la botella de vino que tenía en la mano.

-Quería disculparme por la discusión de esta mañana pero… Ya veo que tienes otros planes.

-Te lo puedo explicar… Escucha.

Alex me miró.

-¿Cómo he podido estar tan ciego? –Le devolvió la mirada a Clara. –Tantas horas extras, tantas horas hablando de ella… Por eso no querías acostarte conmigo. ¡Porque ya tenías a la guarra esta!

No hice ninguna objeción. No estaba en derecho.

- No te pases. Esto no lo he buscado, simplemente ha ocurrido.

-¿Qué le vas a decir a tu madre? Sabes, el padre Raúl no va a aceptar a una lesbiana.

Susurré.

-¿Sois católicos?

-Yo soy católica, mi madre está en una secta.

Alex continuó.

-¡Me estás poniendo los cuernos con una tía!

-Quería habértelo dicho antes, créeme.

-¡¿Qué te crea?! Te estás tirando a esta muerta de hambre con zapatos caros. ¿Te divierte follarte a mi novia? ¿Te lo pasas bien?

Se acercó a mí y yo retrocedí unos pasos.

-Alex, para.

- Cállate. ¿Lo hace bien, verdad? No veas cómo gime.

Bajé la mirada. ¿Qué podía decir? Era verdad que le estábamos engañando y yo también me sentí así una vez.

-Te vas a cagar. Te vas a cagar porque voy a hablar con tu jefe y vas a acabar en la puta calle. Y tú.

Miro a Clara.

-Se va a enterar toda tu familia, vas a acabar viviendo debajo de un puente por puta y desviada.

Tiró las cosas del estante y salió cerrando la puerta con un estruendo.

Clara empezó a llorar.

-Y por esto nunca salí del armario…

La abracé indicándole que todo saldría bien.

- Yo voy a cuidar de ti. No estás sola, ¿vale?

Me abrazó con fuerza y me deslicé hacia el suelo. Quedamos ahí sentadas; ella, llorando y yo, acariciando su cabeza dándole tranquilidad.

Las cosas iban a cambiar a partir de ahora y tenía miedo.