Más allá de la oficina 1

Adriana Casals lo tiene todo para ser una triunfadora: inteligencia, belleza, una gran perspicacia, sensualidad y un trabajo increíble. Pero le falta algo: esa mujer que tanto la enloquece. Mi primer relato, espero les guste.

Allí estábamos, desnudas, enlazando nuestros cuerpos y acariciando nuestra piel. Era tan perfecta: su cara, su cuello, sus pechos, su vientre, sus piernas. Me volvía completamente loca, cada beso era un mundo y cada roce, un universo. Cada gemido que emitía me hacía estar más excitada. Lo que empezó de una manera lenta y dulce alcanzaba ahora el paroxismo. Casi sin aliento, besé sus carnosos labios y…

“¡Pi, pi, pi, pi!”

Abrí los ojos aturdida. Me vi sola en la cama y con una gran humedad entre las piernas. Joder, solo era un sueño. Apagué el despertador con resignación sin llegar a comprender bien que había pasado y tomé unos minutos para reflexionarlo.

-Otro sueño más, Adriana –me dije a mí misma- Ya es el sexto este mes.

Repasé cada escena que había vivido esa noche, y realmente, solo sirvió para desear más a Clara. Somnolienta, miré el reloj. ¡Oh, no! ¡Eran las ocho y media! ¡Volvería a llegar tarde y Vázquez ya no estaba para bromas!

Me asee, me vestí lo más rápido que pude y me monté en el coche llevando una tostada en la boca y recogiéndome el pelo deficientemente. Tuve suerte esa mañana, pues nadie había ocupado mi plaza de aparcamiento y dejé el auto sin mayor dificultad; el reloj marca las nueve y cuarto, por lo que aún me quedaban unos minutos para arreglarme e ir un poco más adaptada al estatus al que pertenecía en la empresa. Me maquillé y peiné con un facilidad brillante y dejando unos grandes resultados y salí del coche con serenidad dirigiéndome al edificio.

- Buenos días, chicos ¿qué tal estáis esta mañana? –dije sin dejar de caminar hacia el despacho.

- Muy bien, señorita Casals. Ya tiene los papeles encima de la mesa, como acordamos ayer en la reunión. –Manolo siempre estaba detrás de mí como un perrito que idolatra a su dueño. De haber sido así, me habría lamido la mano complacientemente.

- Muchas gracias, prepara las estadísticas de esta tarde.

Y acto seguido me encerré en el cuarto para comenzar a trabajar. “Cuanto antes empieces, antes terminarás” Las palabras de mi madre resonaban ahora en la cabeza; solo pude reír, lo que duró poco porque unos golpes en la puerta me interrumpieron.

- Adelante .

Era increíble como mi cara cambiada a un estado de frialdad cuando algún empleado se dirigía a mí, siendo tan joven y vicepresidenta, no queda otro remedio que parecer una bruja.

- Buenos días, señorita. ¿Puedo entrar?

Ahí estaba, preciosa, con ese pelo negro cayendo por sus hombros y esos ojos verdes que me hacían perder la noción del tiempo. Su voz tan dulce y la perfecta forma de sus labios. Cuando me quise dar cuenta, llevaba cinco minutos sonriendo sin decir una palabra: había que estar ciega para no darse cuenta de que bebía los cielos por ella. Demasiado inocente, supongo.

-Sí, Clara, por favor.

Entró dejando el aguate que decía ser café encima de la mesa y sonrió:

- Aquí tiene, su agua concafé –rió dulcemente, lo que me hizo sonreír con más ganas – he estado hablando con el señor Vázquez y me ha pedido que le comunicara que sigue esperando los resultados de la empresa de petróleo, que por favor no se demore.

-¿El señor Vázquez ha dicho por favor?

Sonrió entonces ella.

-Y que tiene que confirmar el viaje a México.

-Vale, cuando beba el café iré a su despacho, muchas gracias.

-De nada, señorita Casals. –Y salió del despacho.

Cómo me gustaba lo de señorita Casals: con su voz, claramente. Era una diosa y una empleada. Dos términos que no se podían unir por algo que podría traer serios problemas. Aunque más problemático era, o me lo parecía a mí, estar todo el día deseándola y no poder tocarla. Ni si quiera la conocía bien. Si estaba casada, tenía novio y perro o tres hijos rubios y ejemplares o si por el contrario era soltera, lesbiana y se moría por mí. No daba crédito a lo que estaba pensando. “Reacciona de una vez, estúpida”

Dejando atrás un suspiro y esa mezcla de agua con azúcar que parecía mata ratas, salí del despacho para llevarle los papeles a mi jefe.

-¿Puedo pasar?

-Por supuesto y dese prisa, estoy harto de esperar . -¿A caso hacía algo más?

-Le traigo los resultados de la actividad de la empresa petrolífera, con los cálculos de productividad, la cantidad de trabajadores de cada bloque y hasta el precio de los bocadillos que almuerzan.

-¡Ya era hora! Déjalos en el estante y siéntate, tenemos que hablar.

Tomé asiento y le miré con atención.

-Como ya sabes, que por iniciativa de vuestro querido presidente, nuestra empresa ha abierto otra sucursal en ciudad de México, algo que nos permite expandirnos a grandes empresas y que nos hará ganar millones. Una idea maravillosa, pero nuestros trabajadores no se adaptan bien a la empresa y eso hace que bajen los niveles económicos, el caso, ya no me ando por las ramas, necesito que vayas a pasar unos meses, trabajando se supervisora para enseñarles cómo se hace.

-Pero…

-Lógicamente –me cortó - este viaje corre a cuenta de la empresa y supondrá un importante cambio en tu salario.

-¿Y eso cuándo sería?

-En una semana. Claro está que no irías sola, te acompañaría la señorita Clara Abellán.

-¿¡Abellán!? –No podía creerlo.

-¿Es tu secretaria, verdad?

Titubeé y exhalé algo parecido a un “sí”

-Pues ya está todo dicho, el próximo jueves viajaréis las dos.