Martin y su madre

Clara, frente al espejo, siente la presencia de su hijo que la espía y empieza a germinar en ella el deseo hacia el joven.

Martin y su madre

Frente al espejo

1.

Las hermosas piernas se estiraron lentamente, en tanto la suave seda las iba cubriendo poco a poco. Sentada en la cama, Clara se dejaba llevar por la exquisita sensación de placer que le regalaban las medias mientras subían por sus bien torneados muslos, cubriéndolos de un seductor color plomizo.

Cerró los ojos para disfrutar más aún de la suavidad que se deslizaba por sus piernas, sus muslos y finalmente la zona cercana a su entrepierna. Era algo indescriptible el calorcillo que se apoderaba de ella en tanto sus manos tiraban de la media hasta que ésta la cubrió totalmente.

Se levantó y se paró frente al espejo, que le devolvía la imagen de cuerpo entero de una hermosa mujer de mediana estatura, piernas hermosamente torneadas, un rostro agraciado, con labios carnosos y sugerentes y, no obstante, una mirada tímida. Su pelo negro caía sobre sus hombros, completando una hermosa visión. En síntesis, tenía ante sí una mujer atrayente, seductora, que haría las delicias de cualquier hombre y a la cual no le faltarían admiradores.

Y sin embargo la soledad era su compañía.

Desde hacía dos largos años no había tenido sexo con hombre, y las veces que lo había intentado, pues oportunidades tuvo muchas, nunca pudo llegar a la cama. Había en ella algo que le impedía acostarse con un hombre, como si el padre de Martin la hubiera marcado definitivamente. Y no es que él fuera un hito especial en su vida al punto de vivir apegada a su recuerdo. Al contrario, el recuerdo de su primo se había ido perdiendo al punto de no sentir nada especial hacia él, ni como amante ni como padre de su hijo. No. El no era la causa de su problema. Y ahí radicaba su inquietud.

¿Por qué no podía concretar nada con un hombre? ¿Por qué ese temor a entregarse físicamente, cuando le atraía tanto el sexo? Si ella podía fantasear a solas, ¿por qué no podía hacer realidad esas fantasías?

Mientras reflexionaba, sus manos acariciaban sus pechos, erguidos, blancos, desafiantes. Le gustaba como lucían sus pechos y sabía que a los hombres les atraían.

Y a muchas mujeres también.

Ese hermoso cuerpo que tenía delante suyo solo era disfrutado por Sandra, su pareja desde hacía un par de años a la fecha. Y ella disfrutaba del cuerpo de ella. Se habían complementado muy bien desde ese día en el departamento de Sandra cuando se miraron a los ojos y envalentonadas por las copas que habían bebido, se fundieron en un beso apasionado, dando inicio a un romance que las había unido permanentemente.

Decidió cubrirse con un sostén negro, a tono con el calzón que tenía sobre la cama. Lentamente cubrió sus senos, cuyos pezones lucían erectos, producto de sus propias caricias. Se acercó a la cama y tomó el calzón, agachándose para meter una y después la otra pierna. Con un movimiento exquisito de su cuerpo subió la prenda y la acomodó en sus bien formadas nalgas. Volvió a pararse frente al espejo y contempló el efecto. Era digno der apreciar el conjunto, de una belleza impresionante.

¡Qué lástima que ningún hombre pudiera disfrutarlo!

Abrió las piernas y pasó una mano bajo el calzón, como para acomodarlo, pero realmente era una caricia final antes de vestirse. Sus dedos se deslizaron bajo al suave tela, paseándose por el canal que formaban sus rosados labios vaginales. Cerró los ojos y haciendo un esfuerzo por no seguir, retiró su mano.

Terminó de vestirse y se perfumó, como último detalle para completar su apariencia.

Martin, escondido tras la puerta, se retiró poco a poco para no delatarse, pero su madre alcanzó a divisar su sombra reflejada contra la pared.

Clara sonrió, complacida.

2.

Desde hacía un par de meses que sabía que su hijo la espiaba.

Primero fue una intuición, cuando salía del baño después de ducharse y se iba a la cama a vestirse. No sabría explicarlo, era un no sé qué, pero sentía como la presencia de alguien cerca. Y después, cuando vio la silueta agazapada tras la puerta, mientras ella se quitaba la toalla, comprendió quien era esa presencia que la inquietaba.

Su primera reacción fue taparse y llamarle la atención, pero desistió de hacerlo para no crearle un trauma al niño y terminó de vestirse rápidamente. Pero cuando iba camino al trabajo tuvo tiempo de meditar sobre lo sucedido y decidió callar, aunque no por los motivos que tuvo en un principio sino porque algo dentro de ella la movía a continuar el juego.

Todo el día pensó en ello y en la noche, en la soledad de su cuarto, ya tenía claro que se sentía atraída por la actitud de su hijo hacia ella. Y las razones para ello eran varias.

Tanto tiempo sin sexo de verdad la habían hecho adicta a las fantasías, las que alimentaba leyendo páginas de relatos eróticos, dibujos sexuales o películas porno. Cada vez que visitaba las páginas de sexo encontraba algún material que le servía para aumentar su colección de material que le ayudaba a soportar sus noches de soledad, imaginando situaciones nuevas, cada vez más morbosas y atrevidas, que sabía bien que nunca llevaría a cabo mientras no superara el trauma que tenía hacia al hecho de acostarse con un hombre. Sus fantasías solitarias aumentaron su deseo de sexo, de un sexo que no se atrevía a hacer realidad.

Y sus fantasías se hicieron cada vez más atrevidas, imaginando situaciones cada vez más escabrosas, que la hacían vivir experiencias increíbles con vergas de portes increibles, con varios machos a la vez, con mujeres  con un perro, en situaciones comprometidas como en su casa o en su oficina o incluso en un cine. E inevitablemente llegó a las páginas de sexo filial, con madres seduciendo a sus hijos, las que le atrajeron particularmente.

Esa fue una de las razones que tuvo para no detener las actividades voyeristas de su hijo. Al contrario, se sintió atraída por la idea de alentarlo, por lo que puso especial cuidado en lucir seductora para el muchacho, que escondido tras la puerta disimulaba poco su presencia y ella le daba verdaderos espectáculos privados cada vez que se vestía o desvestía, cuidando que su puerta quedara entornada y moviéndose en forma sinuosa, eróticamente, luciendo prendas que estaban más adecuadas para una película porno que para lucir en la casa.

Y estaba segura que su hijo se pajeaba viéndola.

Algunas veces llegó a mostrarle el cuerpo completamente desnudo, mientras se duchaba, o mostraba su vulva cuando estaba sentada en el baño orinando, o sus senos que secaba como en una cámara lenta. Todo en ella era incitación al muchacho. Y este respondía de acuerdo a lo que ella pensaba que haría, buscando en todo momento la ocasión de verle las piernas o los senos. Sí, porque el espionaje de Martin no se limitaba a su dormitorio. Empezó a perseguirla en todas partes, atentos a un descuido de su parte al sentarse o moverse, dejando al descubierto parte de su hermosa anatomía.

Y ella se prestó de muy buen grado a este juego, permitiéndole verle sus senos, sus muslos, sus nalgas y todo lo que, por algún “descuido” ella dejaba expuesto a su vista.

Pero este día parecía estar más dispuesta al juego que otras veces, por lo que el espectáculo frente al espejo demoró más de la cuenta y estaba segura que su hijo terminaría haciéndose una paja en su dormitorio.

Cuando creyó prudente, se acercó sigilosamente a la pieza de Martin y escuchó a través de la puerta. Efectivamente, el muchacho emitía gemidos quedos, que no dejaban duda respecto a lo que estaba haciendo en solitario. Y ella era la causante de ello.

Fue tal la excitación que la embargó que durante todo el día no pudo quitarse de la cabeza la idea de que su hijo se masturbaba pensando en ella. Que la deseaba como mujer.

Y no tenía duda alguna que la excitación que ese pensamiento le producía ocultaba un deseo creciente hacia su hijo, al que empezaba a ver como objeto sexual.

Quería verlo desnudo, en la cama, y acercarse a él para tocar su verga, que había visto cuando entró sorpresivamente a su dormitorio y lo vio vistiéndose. Aunque el muchacho se tapó rápidamente, no lo fue tanto como para que ella tuviera una visión del instrumento que se gastaba su hijo. A sus dieciocho años lucía una verga propia de un hombre adulto. Había olvidado que su muchachito ya no era tal sino un varón en toda la regla.

La idea de verlo desnudo la excitó increíblemente y esa noche, en la soledad de su pieza, pensaba en su hijo y en su polla. Quería sentirla entre sus labios y saborearla.

Mientras su mente vagaba por entre visiones eróticas en que su hijo jugaba el papel principal, sus manos se apoderaron de su vulva y empezó a pajearse con frenesí imaginando escenas de sexo con su hijo.

Martin acostado y ella inclinada sobre el, con su polla en la boca y saboreándola a placer. Martin con su polla parada y ella sentada encima, sintiendo cómo le entraba en su vulva caliente. Martin follándola con energía.

El climax le llegó cuando se imaginó a Martin acabando en su culo, y ella recibe las descargas, gozando como una puta con la verga de su hijo atrás.

Con esa imagen sintió que llegaba el orgasmo como un torbellino y abriendo sus piernas, mientras su mano se movía frenéticamente, soltó sus jugos musitando el nombre su hijo.

Martin, asiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Cuando logró conciliar el sueño, lo hizo con la firme convicción de que tendría que follarse a su hijo. Y esperaba hacerlo lo más pronto posible.