Martes y 13

Eduardo llega a casa de Rosa con la firme decisión de romper la relación que mantiene con ella...

Martes y 13

Eduardo llega a casa de Rosa con la firme decisión de romper la relación que mantiene con ella.  Como es un hombre cobarde, inseguro y lleno de temores, lleva una semana estudiando, analizado y memorizado lo que va a decir. Rosa lo hace pasar al salón. Eduardo, nervioso,  se sienta en el sofá.  Ha llegado la hora de romper con esta locura, de poner los puntos sobre la íes.

—Oye, Rosa…

—Perdona, ¿quieres tomar algo?

—¿Eh…? Ah, no, gracias. Verás…

—Yo me serviré una copa.

—Oh, claro; adelante.

—Llevo un día horrible. Martes y 13.

—¿Eh?

—Hoy es martes y 13 —dice Rosa desde el mueble bar—. No soy supersticiosa, pero he pasado un día de perros; te aseguro que voy a borrarlo del calendario. —Rosa regresa con la copa en la mano y se sienta junto a Eduardo—. Pero ahora echamos un polvo y me arreglas el día.

—¿Martes y 13? —Eduardo agacha la cabeza y se tapa la cara con las manos. —. No debí venir. Hoy no es el mejor día para…

Hay un rato de silencio. Rosa, sin perder la elegancia, da un trago a su copa.

—¿Para qué, cariño? ¿para follar? —pregunta Rosa, posando la mano en la entrepierna del  hombre y frotando con la destreza de una profesional—.  Yo diría que sí. Tu polla nunca falla.

Eduardo siente la presión del pantalón, y se acelera cuando Rosa lo libera y lo consuela con la humedad de su boca.

—Rosa… por favor… no sigas… tenemos que hablar...

Rosa le presiona el glande con los labios, arriba y abajo, mientras mueve la lengua. Tiene ganas de follar  y compartir la humedad que empapa sus carnes.  Automáticamente se lleva la mano bajo la falda y se quita las bragas, prenda que durante unos segundos ha sido paño absorbente  de su lubricidad. Eduardo cierra los ojos y piensa —dentro de los márgenes que le permite la lógica excitación— en la enorme dificultad de romper una relación tras haber echado un polvo.

—Por favor, Rosa, para…

Rosa para, se levanta, separa las piernas y se sienta sobre Eduardo, encajando su sexo en el de él. Sin dejar de moverse arriba y abajo, se desbrocha los botones de la camisa y se baja el sostén por debajo de los pechos. Eduardo los chupa. Los pezones de Rosa le saben a gloria.

—¿De verdad quieres que pare? —suspira Rosa.

Eduardo deja de chupar, jadeante, y dice:

—No; ahora no… voy a correrme.

Rosa ladea la cabeza y le chupa el cuello, lo besa, lo succiona y lo muerde.

—Yo también voy a correrme, cariño. Vamos, hazlo conmigo…

El culo de Rosa acelera su vaivén y alcanza el orgasmo.

Eduardo está a punto de correrse cuando,  de repente, llega hasta ellos el sonido de una llave que intenta en vano abrir la puerta principal de la casa.

—¡Joder, Rosa! —dice Eduardo, exaltado— ¡dijiste que no venía hasta mañana!

Rosa, impasible, se levanta, se baja la falda, se abrocha la camisa y, de una patada, esconde las bragas bajo el sofá.

—Eso creía yo—dice, atusándose el pelo con una serenidad irritante—. Vamos, sal por la ventana y espera en la repisa. Paco viene de servicio. Seguro que lleva la pistola encima.

—¡No me jodas, Rosa, vives en un  decimotercero! Y además, hoy es…

—Lo sé, lo sé —dice Rosa, encogiéndose de hombros—: martes y trece. ¿Pero qué le vamos a hacer? Mira, en cuanto Paco se duerma, que será en nada, te aviso, entras y seguimos con lo nuestro, que tengo unas ganas de seguir follando que ni te cuento.  Y tú tranquilo, que Paco tiene un sueño muy profundo. Hala… saliendo.