Martel vista a Juanita y Enriqueta

Martel encuentra a Juanita, la mamá y éta lo lleva hasta donde follan Enriqueta y Alfonso. Orgía.

Martel, la ninfa Juanita, Alfonso y su madre

Llegó el momento en que decidí devolverle a Enriqueta el libro de sonetos que me prestó con tanta amabilidad y cortesía. Dejé en su casa, a propósito, mi paraguas para que se cumpliera aquello de ‘el que se va sin que lo echen vuelve por el sombrero’. Yo regresaba a esa casa sin previo aviso y con dos motivos, devolver y recuperar lo que es mío. Sin que se dieran cuenta en la posada, me lancé a caminar seguro de que no me seguiría nadie, ni María ni menos Leonora.

Me hice anunciar, la señora estaba muy ocupada, en unas dos horas estaría conmigo, me dijeron, en cambio vi a la púber Juanita nadando en la piscina y distraídamente me acerqué a ella. Se sorprendió al verme mientras yo la observaba nadar con su dos piezas blanco, trasparente, el sostén sin rellenar casi y muy blanco en la zona del pubis. Bien podía bañase sin él.

  • Tú debes ser Juanita le dije festivamente.

  • Sí - contestó ella con cara de estar pensando ‘los viejos son los peores’, pues bien los conocía.

  • Vengo a ver a tu madre, para recoger mi paraguas y devolverle un libro.

Salió del agua lentamente, tenía piernas preciosas y muy bien formadas, así como la cola firme y alzada. Se contoneaba mientras se acercaba a mí, seductora. Sus manos ya grandes, casi de mujer, tomaron la toalla con la que se secó cuidadosamente terminando en la punta de su hermoso cabellos rubio, que le caía por los hombros, se movió como un junco hacia los costados para secarlo bien. No me quitaba los ojos de encima, ni yo a ella.

  • ¿Es usted quien tradujo los sonetos? – me preguntó interesada.

  • Sí.

  • Yo tengo algunos, los estuve leyendo anoche.

  • ¿Te gustan los sonetos? – pregunté incrédulo mientras ella se sentaba bajándose los breteles del sostén y arreglando la tanguita.

  • Sí, mucho. ¿Qué le dijeron de mamá?

  • Que tardaría unas dos horas en bajar de su habitación.

  • Ah, sí. ¿Quiere usted venir conmigo para recoger las páginas que tengo yo? Están en mi cuarto – me dijo pícaramente.

No supe que contestar. Me tomó de la mano y subimos la escalera, la seguí sin darme cuenta y entramos en su refugio. Me hizo pasar a esa amplia habitación, muy emocionada pues oscilaba entre la niña y la adolescente, y no estaba acostumbrada a estar en ella con hombres a solas.

  • Aquí es donde duermo, sueño, estudio - me ilustró mirando unas fotos y dijo: éstas son mías, de este verano en Málaga y la Costa del Sol.

  • De mi tierra - dije orgulloso, mientras pensaba que en la playa la niña debió mezclarse entre mujeres casi desnudas.

  • Sí - yo también nadé desnuda – agregó como leyéndome el pensamiento.

  • La niña desapareció tras la puerta del escusado, abrió la ducha. Me quedé solo revisando el cuarto con la mirada, de pronto oí voces que provenían de otra habitación.

  • Dame más papito. Sí, sí, así.

  • ¡Qué bien estás, mamá! ¡Me vuelves loco!

  • Mas fuerte querido, más fuerte amorcito. Ah, así, así

Los gritos y jadeos se oían cada vez más fuertes, no cabía duda de que Enriqueta se estaba dando el gusto con su hijo Alfonso y ambos se estaban quitando la gana, que debía se mucha para demorar mi espera.

  • No, no me la saques, no.

  • ¡Vamos, madre, chúpamela un poco, despacio, no quiero correrme tan pronto!

Se hizo silencio.

  • ¡Ay que me corro! – gritó Alfonso.

  • Sí querido, en la cara, en la cara de tu madre, en su pecho, en su boca. ¡Cuánta leche tiene mi bebé! ¡Toda para su mami! ¡Venga, que te la como toda!

Yo me revolvía en mi asiento y sentía que toda mi sexualidad se alborotaba. En ese momento reapareció Juanita, no advertí que había dejado de bañarse, reapareció en camisa y short, el pelo reacondicionado y se sentó a mi lado tomándome de la mano,

Escuchaste – me dijo – son mamá y mi hermano Alfonso – confirmando mis sospechas – me da tanta rabia dijo alejándose de mí e instalándose casi sentada sobre la cómoda y mirándome con los ojos brillantes. Los viejos son los peores, parecía repetir.

  • Tienes una linda habitación – le dije para distraerla.

  • ¿Te gusta? Es para una niña.

  • ¿Tú no eres una niña?

  • ¡Qué va! Soy una mujer. Y sonrió llevándose un dedo a la boca.

De la otra habitación se oyó claramente:

  • ¡Ay, que me haces cosquillas!

  • Es Alfonso – dijo Juanita - la hace reír mientras prepara el segundo asalto, juguetea con sus chichis buenas, que yo no tengo. Me da tanta rabia.

Las voces siguieron escuchándose perfectamente. El hablar juguetón se incrementaba paulatinamente, incrementando la relación altamente erótica entre la madre y el hijo.

Juanita se sentó casi sobre la cómoda, la camisa la tenía entreabierta, se puso una mano en el vientre y la deslizó dentro del short acariciándose la valva

  • ¡Ten cuidado! –se escuchó desde la habitación – sabes que por ahí duele al principio. Evidentemente Enriqueta se había aficionado a que Alfonso se la diera por el agujerito más chico, como Leonora con Alberto. A continuación hubo quejidos de goces y dolor confusos, hasta que se encontraron en pleno mete y saca, con fuerza, que tanto deleitaba a la madre.

Juanita me miró mientras sacaba la mano del pantalón y se chupaba un dedo. Yo había acumulado mis deseos de ninfólepto, ahora veía nada más que a la ninfa de los poetas, a la vírgula preciosa que me estaba llamando cantarinamente, sus sonidos me sonaban al susurro de las abejas, al revoloteo de los pájaros en celo.

La nínfula se me acercó muy caliente por lo que se escuchaba en el otro cuarto, se restregó contra mí sensualmente, me tomó la mano y me la puso sobre su chochita. Sin darme cuenta se la comencé a tocar por fuera. Ella se quitó el short y la camisa y desnuda se sentó en mis piernas, deseando que la acariciara, le metí un dedo, sabía que ya no era virgen pero me gustaba tratarla como si lo fuera, la besé, la besé toda deseando ese cuerpo abandonado. Juanita temblaba de calentura, se contraía riendo. Yo le pasaba mi lengua por su raja que le producía cosquilleo y, finalmente, el estertor. Todo lo hice suavemente dejándome llevar por la dulzura de la niña. Sentimos el grito feroz de la corrida de Enriqueta, sus jadeos y bufidos finales.

  • En la boca – pedía – pónmela en la boca y acaba en ella. Enriqueta estaba verdaderamente perdida y delirante.

Juanita aprovechó ese momento para salirse de mis brazos. Guiada por el amor de su hermano, me condujo a la habitación de la pasión, entramos y sorprendimos a Enriqueta mamando a su hijo. Alfonso estaba de pié en la cama y ella de rodillas pasándole la lengua por los huevos. El hijo fue el primero en vernos y advirtió que Juanita pretendía que yo la poseyera delante de él y de su madre. Ésta se dio vuelta y sonrió regalona para ocultar ante mí su delito. Alfonso aprovechó para sacar con un manotón a Juanita de mi lado, la tocaba y sabía que estaba jugosa, ardiente. Comenzó a besarla en la boca y a revolcarse con ella por el lecho. Como eran muy jóvenes, Alfonso, excitado por su hermana, comenzó a levantar el ardor de su miembro que la hermana, ni lenta ni perezosa, se metió en la boca para tragárselo casi todo.

Enriqueta estaba sorprendida, si bien sabía los de sus niños, nunca lo habían hecho los tres. Tampoco parecía resignarse a quedar fuera de la ronda de placer y me hizo una seña para que me acercara que no supe desatender. Me quité la poca ropa que llevaba y estuve junto a la hermosa mujer en un instante, antes de que se arrepintiera. Enriqueta poseía todo un cuerpo preparado para el amor y la lujuria, ninguna de sus partes desencajaba del conjunto sensual en que se crió, era una golosina para los labios, una delicia al tacto, emanaba el olor ala perfección en la hembra terminada, redonda, voluptuosa, sus cabellos los manejaba con coquetería sin par, pues los sabía delicados, parte de su orgullo de mujer. Se había depilado toda, su sexo, enrojecido por la faena con su hijo, estaba hinchado, y todavía manaban los jugos del amor. Me tendió los brazos y no pude resistirme a ubicarme entre sus piernas que estaban tan abiertas como acogedoras. Miraba al hijo con despecho, Alfonso estaba al mete y saca con su estrecha hermana, que gozaba con toda clase de penetraciones que festejaba con sonidos articulados, sin cuidarse de los demás. Sabía que estábamos en una orgía, pero todo ocurría normalmente, éramos parejas separadas aunque dependientes de la calentura unas de la otras. La madre, me sacó y me ofreció el culo para ofender al hijo, yo lo tomé pues me lo daba bien empinado, ella descansaba la cara en el colchón.

Juanita, para no ser menos, hizo lo mismo que su madre, colocó la cara muy cerca de ella. Enriqueta, lejos de ofenderse,, comenzó a besarla, besos de lengua apasionados que obligaban a Alfonso a arremeter con furia, acercando la cara de Juanita a la de su madre. Alfonso le estaba haciendo muy bien el culo y yo pretendía lo mismo con Enriqueta moviendo mis dedos en su clítoris como estímulo aleatorio y con la mano libre, le amasaba las tetas hasta donde podía. Alfonso, que estaba un poco más arriba, sincronizó todos los movimientos, deguíamos su ritmo. Juanita, por ser más joven, o por variar, porque en ello va el verdadero gusto de las cosas, hizo señas de querer ir boca arriba y recibir a su hermano por delante, este le dio el gusto. Yo aproveché la oportunidad para hacer lo mismo.

Cuando se avecindaba el final, Enriqueta más sabia, prefirió que su hijo se descabalgara de Juanita y se las arregló para volcar a Alfonso de manera tal que ella permaneciese ensartada arriba, moviéndose muy bien, tan bien como para saber detenerse oportunamente y aprovechar más a su hijo. Juanita, sorprendida por la maniobra rápida de su madre, no perdió un segundo, me empujó para disponer de mí igual que su madre. ¡Qué gloria sentir a aquella chiquilla! Se movía de acuerdo a la virtud de su peso, era menuda como Leonora pero parecía más sabía por la pasión sin límites que ponía en la faena.

Alfonso y la madre se corrieron de manera descomunal. Era digno de ver cómo aquellos lazos consanguíneos se cruzaron para amarse hasta lo más profundo de sus almas, sus gritos resonaban y parecían estar muy alejados de allí. Yo aproveché el desconcierto para trabajar seriamente a Juanita y producirle la corrida con la que recordaría siempre, luego la dí vuelta, la levante del vientre y la penetré por detrás, ella había quedado muy fláccida después de su orgasmo y mi mete y saca lo soportaba con deleite y sin participación de su cuerpo. Había quedado a mi merced por unos minutos en que le hice saber qué es canela fina, se daba cuenta y me sonreía porque no esperaba tanto y lo gozaba perfectamente. Alfonso, destartalado al lado de su madre, nos miraba como un tonto, bien le hubiese gustado estar en mi lugar. Estaba probando un cuerpo de hurí y lo disfrutaba a más no poder. Juanita, que no era tonta para nada, se dejaba hacer, aunque causara el despecho de su hermano y a Enriqueta le hubiese gustado cambiarse por su hija. Terminé con ella, sin saber el tiempo, cuando escuché los bufidos y resoplos de su nueva corrida, entonces, recién entonces, podía ponerle fin a la fiesta, aunque por lo que veía en los ojos de Enriqueta, había sido admitido en el círculo de sus pasiones, sabían que era un trashumante viajero y que me iría mientras que ellos estarían unidos siempre, pero quizá volvería para renovar los ánimos y cambiar los humores.

En la posada, María se dio cuenta que estaba nuevamente mi paraguas en su lugar y que el libro no estaba. Me miró y con toda confianza me preguntó:

  • ¿Se puede saber dónde has estado?

  • Pasé por lo de Enriqueta, hice los cambios y luego observé cómo los hortelanos le cambian el agua salada a las aceitunas – dije con displicencia.

Martel