Marta y su padre

El padre de Marta, de profesión militar, había impuesto en su casa unas normas bastante estrictas y que abarcaban todos los aspectos de la vida

El padre de Marta, de profesión militar, había impuesto en su casa unas normas bastante estrictas y que abarcaban todos los aspectos de la vida, desde la higiene personal hasta las relaciones mantenidas con amigos y amigas. A pesar de todo, la familia estaba muy unida. En casa, además de Marta y su padre Braulio, vivía la madre, Luisa, que era ama de casa pero tenía muchas actividades fuera del hogar y, de vez en cuando, el hermano mayor, José, que ya iba a la universidad en otra ciudad. Así, Marta pasaba mucho tiempo a solas.

Con 15 años, Marta descubrió la masturbación. Ya llevaba mucho tiempo sintiéndose excitada en las ocasiones más extrañas y se tiraba casi todo el día pensando en unas escenas de una película porno que había visto a escondidas y en otras que ella misma inventaba. Un día le dio por tocarse y, ya sea por instinto o porque alguna idea tenía, se hizo su primera paja. Desde entonces pasó a ser su actividad favorita.

La puta que llevaba dentro le hacía imaginar todas las posibilidades que tenía al alcance de su mano, nunca mejor dicho, y terminó desvirgándose ella sola con la ayuda del delgado mango de un cepillo de pelo. Esa primera vez no consiguió llegar al orgasmo por el dolor, pero sí que sintió mucho gustito mientras, por pura tozudez, siguió moviendo el mango en su interior. Durante unos días, vivió temerosa de que alguien de su familia se diese cuenta de que había perdido la virginidad y dejó de masturbarse por ello y porque notaba el coñito escocido por su desvirgamiento, pero cuando se convenció de que todo seguía igual que siempre, volvió a repetir la experiencia con el cepillo. Durante esos días de sequía, había leído y visto mucho por internet. Gracias a Dios que a su padre no le dio por poner filtros paternos en el ordenador y tuvo tiempo de sobra de saciar su curiosidad, además de alimentarla y siempre tenía cuidado de borrar cualquier rastro de las páginas a las que entraba.

Al cabo de un par de semanas, Marta se follaba diariamente con el cepillo. Realmente le gustaba el sexo y pasaba casi todo el día pensando en ello. En sus sesiones con su juguete llegaba a correrse varias veces y lo hacía durante casi toda la tarde, mientras no hubiese nadie en casa, es decir, casi siempre y por las noches, cuando todo el mundo dormía.

Después de ver unas fotos guarras de dobles penetraciones por internet y que la pusieron como una moto, se fue a comprar un cepillo igual al que tenía y esa tarde probó lo que era meterse dos mangos por el coño al mismo tiempo. Esa misma noche también se desvirgó su culo y descubrió que le encantaba. Así, estuvo hasta altas horas de la madrugada dándose caña y mordiendo la almohada para que nadie la oyera. A partir de entonces, no hacía más que jugar con sus dos cepillos por todos los agujeros durante horas y horas. Su rutina era llegar a casa, comer con su madre y con su padre. Su padre volvía al trabajo y, mientras su madre estaba por los alrededores, se dedicaba a hacer los ejercicios de clase; cuando aquella se iba, no perdía tiempo y, sin quitarse su uniforme del colegio, se follaba a solas en su habitación. Por las noches esperaba a que todo el mundo estuviese dormido y entonces, bajaba al suelo para no hacer ruido con la cama y de rodillas, con la cabeza apoyada en la almohada al borde del colchón, volvía a follarse.

Debido a las normas de su padre, pocas veces tenía ocasión de juntarse con chicos, pero tampoco veía a nadie que le llamara poderosamente la atención. Además, estaba acostumbrada a ver tíos espectaculares por internet, por lo que ninguno de su edad le parecía atractivo. En busca de un hombre, se fijó en el único que se acercaba al modelo al que aspiraba y éste era Braulio, su padre.

Gracias a su vida militar y sus hábitos, Braulio era un hombre que para su edad no estaba nada mal. De hecho llamaba mucho la atención ya que era alto y poseía una gran masa muscular por tantos años de ejercicio disciplinado. Tenía una piel morena que contrastaba con su pelo blanco cortado, cómo no, al estilo militar. Su cara era angulosa, con una ancha mandíbula y unos ojos de mirada penetrante. Su físico, su seguridad y su autoridad lo hacían todo un macho. A Marta siempre le había parecido guapo en comparación con otros padres, pero ahora, con los calentones diarios que padecía, lo veía el hombre más atractivo de la tierra y pasó a formar parte de sus fantasías más obscenas. Cuando Braulio estaba en casa, no podía evitar mirarlo con ojos encendidos aunque siempre procuraba disimular. Robaba sus calzoncillos o alguna camiseta del cesto de la ropa sucia y jugaba con ellos mientras se follaba, los restregaba por su coño húmedo, por sus tetas, por su culo… cuando los apretaba contra su nariz tenía las corridas más intensas. Por las noches, era lo que utilizaba para morder y no hacer ruido. Su lengua se acostumbró al sabor paterno y se convirtió en una fetichista obsesiva de la ropa usada de su padre. Su grado de excitación llegó a tal punto que muchas noches las pasó en vela corriéndose una y otra vez. Con la mala vida que llevaba y su estado anímico, comenzó a mostrar ojeras y la piel se le empalideció, en pocos días adelgazó bastante y en casa comenzaron a notarlo.

Braulio hacía tiempo que notaba a su pequeña muy rara. Al principio pensó que no sería nada serio pero con el tiempo comenzó a preocuparse. Cuando se lo comentó a su mujer, decidieron vigilarla pero no notaron nada fuera de lo normal. Alguna vez le preguntaron si le ocurría algo pero ella siempre contestaba que nada. Su mirada de asombro convenció a la madre que dejó de preocuparse, pero Braulio no las tenía todas consigo. Entonces tuvo la idea de que igual su hija estaba penando por un chico y sintió que la sangre le hervía. No concebía que su hija pudiera estar interesada en ningún otro macho; inconscientemente, siempre había tenido la idea de que era el único hombre en la vida de su hija, aparte de su hijo José, que siempre había cuidado tan bien como él de ella. Al no haber ningún otro hombre en la casa, era cuestión de honor protegerla de las manos sucias de un cualquiera; sabía muy bien lo que había en la mente de un chico con las hormonas alteradas porque él había hecho todo lo que pudo cuando era más joven. Cuanto más pensaba en ello, más se auto convencía de que ese era el problema y, cuanto más convencido estaba, más furioso se ponía. Volvió a hablarlo con su mujer pero ella se rió de él diciéndole que era normal, que su niña ya era toda una mujercita y, a esa edad, lo habitual y lo más sano es que comenzara a interesarse por los chicos. Esto no ayudó en nada a Braulio, más bien lo puso más furioso y decidió pasar más tiempo con su hija, no sea que se descarriara y alguien le hiciese daño. Como suponía que de su mujer no obtendría ayuda alguna, en secreto preparó todo en su trabajo para tener un horario más flexible y poder pasar más tiempo en casa. Mientras esperaba a que le preparan los permisos, comenzó a fijarse en Marta con ojos de halcón. Tuvo que reconocer que su mujer tenía razón, su niña ya no era tal y se había convertido en una jovencita muy apetecible para los buitres. Tenía unas curvas perfectas y al ser un poco bajita, se le notaban más. La verdad es que tenía unas tetas descomunales para la edad que tenía, una cintura estrecha y unas caderas de reloj de arena. Todo en ella clamaba el despertar de la sexualidad más descarnada. De tanto fijarse en ella, se dio cuenta de que ella también lo miraba fijamente con cierta frecuencia, pero siempre apartaba la vista como si eso la incomodara.

Llegó el día en que le dieron los permisos y, en cuanto los tuvo en la mano, se largó pitando hacia casa. Sabía que su mujer estaría en una de esas actividades a las que era tan aficionada y le pareció una buena oportunidad para hablar a solas con su hija.

Al entrar al salón oyó unos jadeos muy característicos que le puso los pelos de punta. Con una tranquilidad que ocultaba su furia, se dirigió sigilosamente a la habitación de su hija. Se estaba poniendo malo sólo de imaginar que se beneficiaban a su niña en su propia casa. Con mucho cuidado abrió la puerta y lo que vio por poco lo mata de un infarto. Su nena, la niña de sus ojos, estaba despatarrada en la cama, tenía uno de sus calzoncillos sucios pegado a la cara y con la otra mano se metía… ¡2 cepillos! al mismo tiempo en el chumino. Y los movía con una práctica y un salvajismo inusitado. A pesar del calzoncillo, cada vez se oían más claramente los gritos y los jadeos que ganaban intensidad.

Marta estaba tan abstraída imaginando que su padre la follaba como un animal que no oyó que alguien llegaba a casa. Ese día tenía la imaginación especialmente activa y sintió que el orgasmo que le venía iba a ser espectacular. Dejó de apretarse el calzoncillo en la cara y utilizó las dos manos para mover sus juguetes con más violencia cuando se corrió y gritó, pensando que estaba sola en casa:

  • Síiiiii, papá, fóllameeeee… papá, dame bien fuerte… síiiii… me corro en tu pollaaaaa… Joder, dame, dale fuerte a tu putaaaaaaaaa… lléname el coño de tu lecheeee

Exhausta porque ya era su tercera corrida, se quedó quieta en la cama. Un sexto sentido le hizo destaparse la cara y vio, con pánico creciente, que el objeto de su obsesión estaba en la puerta de su cuarto mirándola con ojos asesinos.

En el cerebro de Braulio se dio un cortocircuito y se despertó la bestia que llevaba dentro. Con unas largas zancadas, se acercó al borde de la cama y le cruzó la cara con dos hostias.

  • ¡PUTA! ¡ERES UNA PUTA COCHINA! ¡UNA ZORRA DEGENERADA!

Marta, presa de tal pánico, no pudo pensar en nada, ni sintió las hostias de su padre. Los gritos de Braulio le llegaban desde muy lejos, su cabeza se bamboleaba de un lado a otro por la fuerza con la que utilizaba su padre. Después de lo que pareció una eternidad, volvió en sí cuando notó algo entre sus piernas. Era su padre que le estaba sacando los cepillos del coño con una delicadeza que contrastaba con la violencia anterior. Él había caído de rodillas al suelo junto a la cama y lloraba desconsolado. Tiró los cepillos al otro lado de la habitación con gesto de asco y se quedó temblando. Marta comenzó a notar que la cara le ardía y suponía que la tendría bien marcada. Comenzó también a llorar y eso hacía que la piel le escociera.

  • ¿Papá? – susurró.

Braulio seguía llorando mientras la arrastraba hacia él y le dio un fuerte abrazo, enterrando su cara en su cuello.

  • Mi niña… mi niña… ¿por qué, hija mía? ¿Por qué?

Marta parecía una muñeca rota con los brazos colgando mientras su padre la acunaba lleno de dolor. Quiso reaccionar y sólo se le ocurrió una cosa. Alzó la cabeza y le dio un beso justo en la comisura de la boca.

  • Lo siento, papá. Lo siento mucho.

Braulio, todavía impactado, la miró a los ojos y una chispa prendió entre ellos. Totalmente quieto, dejó que su hija le diera besos diminutos por la cara, prácticamente lo estaba consolando. Una y otra vez alternaba palabras de disculpa con besos.

Debido a la postura en la que estaban, Marta sólo alcanzaba la zona cercana a la boca de su padre y, sin querer o sin querer evitarlo, le dio uno muy leve en los labios. Durante unos minutos siguió dándole besos y cada vez eran más los que caían en la boca masculina. En algún momento, cuando ella se los daba en la boca, él empezó a devolverlos. Comenzaron moviendo sólo los labios de manera casi torpe hasta que alguno de los dos aventuró la lengua y pasaron de algo suave a un morreo bien húmedo.

Braulio abrazó a su hija con más fuerza y ella se sujetó de su nuca. Las lenguas iban y venían recorriendo la carne interior, los dientes. Respirando con fuerza por la nariz, siguieron besándose como si en ello les fuera la vida. El beso se tornó carnal y lujurioso. Se mordían los labios, succionaban la lengua del otro. Braulio fue colocándose sobre su hija encima de la cama y terminaron con los cuerpos totalmente juntos, la polla paterna mortalmente dura entre las piernas de su hija, pegada a su coño que rezumaba líquido viscoso y humedecía la tela de los pantalones. Las tetas de Marta se aplastaban contra el duro pecho de su padre y los dos sintieron los pezones del otro rígidos como pinchos. Como si alguien hubiese dado el pistoletazo de salida, empezaron a restregarse con furia creciente.

Marta seguía sin pensar pero una vocecita interna le decía que su fantasía se estaba cumpliendo, tenía a su padre entre las piernas y él movía las caderas como si la estuviese jodiendo, cada vez los movimientos eran más contundentes y podía notar a través de la tela la punta de su polla apuntando directa a su raja, frotándose a lo largo. Con miedo a que todo se desvaneciera, probó a alzar las caderas contra las de su padre. Cuando constató que él no la rechazaba, el movimiento se hizo más firme, era como si realmente follaran. Se dio cuenta de que jadeaban como en las películas porno que llevaba viendo durante tanto tiempo y eso la puso tremendamente cachonda.

Braulio no estaba muy seguro de lo que estaba haciendo, lo único que sabía con seguridad era que su hija era una cerda, una cerda que pensaba en él mientras se corría. Después del estallido de furia, le había entristecido ver a su hija de esa manera pero la bestia que se había despertado en su interior se alegraba de que no estuviese con ningún chico. Seguía siendo el único hombre para su hija. La bestia lo incitaba a reclamarla, a marcarla como suya para que ningún cabrón se la llevara lejos de él. Si alguien tenía que tocarla, follarla y hacer que se corriera hasta la muerte, sería él y sólo él. Una idea despertó unos celos horribles que nunca había sentido ni por su mujer. La miró con salvaje posesividad mientras le sujetaba con ambas manos la cabeza para que no apartara la vista y saber si le mentía.

  • ¿Cuándo perdiste la virginidad? ¿Quién ha sido el hijo de puta que se ha atrevido a tocar a mi niña de quince años?
  • Nadie, papá.
  • No seas una zorra mentirosa y dime la verdad. ¡Tenías dos putos cepillos en el coño!

Marta volvió a asustarse. Su padre apretaba los dientes y casi le había escupido las palabras, pero seguía dándole caña entre las piernas mientras le gritaba.

  • De verdad que nadie, papá. Te lo juro. He sido yo sola, con los cepillos. Nunca lo he hecho con nadie

Marta empezó a sollozar y Braulio se dio cuenta de que decía la verdad.

  • ¿Ningún tío te ha tocado?
  • Nadie, de verdad… Sólo… sólo tú.

Braulio sintió un orgullo muy masculino al saberse el primero. En el fondo, lo de los cepillos era una suerte, no tendría que preocuparse de hacerle ningún daño. A él le gustaba la rudeza en el sexo, pero su mujer lo toleraba de esa manera muy pocas veces y no parecía que lo disfrutara mucho cuando aceptaba. La bestia interior prácticamente saltaba de felicidad, por fin iba a gozar como le gustaba y además la niña se merecía un castigo.

Dando por solucionada la conversación, Braulio volvió a besarla sin reprimirse más las ganas. Marta estaba hasta mareada de tantos altibajos emocionales y no dudó en responder también como una salvaje.

Las caderas no habían parado de moverse, pero ahora las manos también participaban. Marta estiraba la camisa de su padre por la espalda, tirando hasta que se salió de los pantalones; Braulio, por su parte, había bajado las manos y ahora magreaba las nalgas de su hija con mucho vicio. Las estrujaba, las masajeaba, las separaba y las volvía a juntar. Las deslizaba por la raja, rozando el ano, mojado de tanta corrida, hacia arriba y hacia abajo. A su hija parecía gustarle el trato que recibía y procuraba pegarse más a él.

Braulio se puso de rodillas, se quitó la camisa y se desabrochó los pantalones bajándoselos hasta medio muslo. Su polla salió a saludar y Marta flipó cuando la vio apuntando directamente hacia ella, como si no existiera la ley de la gravedad. Había tenido buen ojo al fijarse en su padre porque la tenía incluso más grande que muchos actores porno. Era preciosa, húmeda por el líquido preseminal y casi morada por todas las venas hinchadas que la recorrían, el capullo era enorme, grueso, como un hongo gigante, pero la base era más ancha aún. Las pelotas colgaban llenas y redondas, con un pelo que parecía suave al tacto. Marta tragó saliva por el hambre.

  • Papá… ¿Cuánto te mide? – su voz sonó infantil pero con un tono vicioso.
  • 22 cms. No te preocupes, visto el trabajo que te hacías, no tendrás problema con ella.

Marta volvió a mirarlo. Su padre sonreía mientras la miraba como un macho mira a una hembra follable. Le devolvió una sonrisa de puta lasciva y trató de abalanzarse para probarla, pero su padre fue más rápido y la aplastó contra la cama empujándola por las tetas. Le desabrochó la camisa del uniforme y el sostén con su eficiencia militar y se las sobó con ansias, apretándoselas casi hasta el dolor.

  • Tú déjate hacer que papá se encargará de todo. Cuando acabe contigo no querrás tener de nuevo los putos cepillos.

Ante estas palabras, Marta casi se corrió. Estaba deseando que su padre hiciera con ella lo que quisiera. En el fondo, sabía que se lo merecía, pero sobre todo, era lo que llevaba tiempo deseando.

Braulio se lanzó sobre sus tetas. Se las comía con hambre atrasada, metiéndose en la boca toda la carne que podía, mordiéndole los pezones sin compasión, curándolos luego con la lengua. Sus manos seguían sobándole el culo, alzándola de cintura para abajo mientras su polla jugueteaba en la entrada del coño chorreante pero sin meterse. Marta, obediente, se dejaba hacer y sólo atinaba a agarrar con fuerza las sábanas.

  • ¿Te gusta, puta? Es lo que querías, ¿no? Que papá te follara como la zorra que eres, ¿verdad? Dilo, di que quieres que papá te folle. Vamos, dilo.
  • Síiiiii, papá
  • He dicho que lo digas.
  • Sí, quiero que papá me folle.

Marta casi no podía hablar del gustazo que sentía. Jadeaba las palabras mientras se ponía cachonda oyendo las guarradas que su padre le decía con voz de animal en celo.

Sin aviso alguno, su padre la sujetó de las caderas y se la metió con sólo un golpe violento. Gritaron a la vez y, sin tomarse un respiro, Braulio la empezó a follar con salvajismo, como un maníaco poseído. Los dos arquearon la espalda para lograr una mayor penetración. No había ternura, sólo las ansias de joder como animales. Marta daba gracias por estar tan lubricada ya que el pollón de su padre ocupaba más que los dos cepillos juntos. Sentía la carne dilatarse con rapidez, pero aún había un punto de dolor que la excitaba más. Las pelotas resonaban cuando chocaban contra la carne de las nalgas y al mismo ritmo que los golpes que daba la cama contra la pared.

  • Síiiiiii puta, aaafff, aaafff… JOOODEEERRR, ¡QUÉ COÑO MÁS RICOOO! Te voy a follar todos los días, puta… aaaggghh.
  • Sí papá, fóllate a tu hija… dale, dame polla… reviéntame papáaaaa
  • ¡TOMA POLLA, ZORRA! TE VOY A LLENAR DE LECHE… síiiii, puta zorra de mierda… eres mi perraaaa

Braulio y Marta gritaban como posesos. La calentura los estaba llevando a límites que no conocían, oírse gritar y decirse cochinadas los ponían cada vez más cachondos. Follaron durante unos 45 minutos, Marta no paraba de correrse impresionada por la resistencia de su padre. Cuando creyó que no podía más, su padre se puso de pie y la arrastró hacia el borde de la cama. Sentada frente a él, recibió la polla en su boca de una sola estocada. Estaba poseída por todo lo que gozaba y se aguantó las arcadas que subían por su garganta cuando Braulio, totalmente ido, le sujetó la cabeza y comenzó a violar la boca de su niña, sin hacer caso de que casi la estaba ahogando. A Marta le daba igual, no le importaba seguir respirando mientras su padre le diera su leche largamente deseada.

  • Trágatela toda… que no se te escape ninguna gota. Uufff, ufff… venga, mama, mama, mamaaa… ¿te gusta el sabor de tu chocho en mi polla? Cómete toda mi lefa, zorraaaanggg, asíiii, síiiiiiiii

Braulio se corrió con un estertor, lanzando infinitos chorros, teniendo el mayor orgasmo de su vida mientras notaba los músculos de su hija ordeñándole la polla. Cuando no había más que exprimir, dejó que su hija siguiera lamiéndosela hasta que la volvió a tener lista para el combate. Aún quedaba una hora y media antes de que la madre llegara, por lo que decidieron aprovechar el tiempo. En ningún momento se plantearon si lo que hacían estaba bien o mal. Marta realizaba su mayor fantasía y el padre por fin había encontrado a la compañera de cama perfecta.