Marta (y 7)

Marta decide hacerle un regalo muy especial por su cumpleaños a su hermano: su virginidad anal.

Había sonado el despertador y estaba en ese duermevela en el que acopias ánimos para intentar levantarte y comenzar el día. En eso entró Marta dando la luz, saltando y saludándome con su simpática vocecilla.

  • “¡Buenos días, hermanito! ¡Feliz cumpleaños!”

exclamó mientras se abalanzaba sobre mí, abrazándome y cubriéndome de besos.

Estaba preciosa, como siempre. Iba con su viejo pijama de dibujitos y sin sujetador, noté sus suaves pechos rozándose y ya empezaba a ponerme malo. Pero no parecía recién levantada, era como si llevara ya un buen rato aguardando, esperando oírme para entrar y felicitarme. De repente se puso medio seria y extendiendo su brazo me alcanzó una pequeño paquete, primorosamente envuelto en papel de regalo.

  • “Toma, tu regalo. Bueno, en realidad es ‘medio’ regalo, la otra parte  te la daré esta tarde cuando vuelvas del trabajo, porque tienes que abrirlo con cuidado y te llevará un tiempo” dijo de forma falsamente misteriosa, con media sonrisa picarona.

  • “Ah, no tenías que molestarte… Pero la verdad es que mola, a ver…”

Rasgué el papel y lo eché a un lado, quedándome en la mano con lo que parecía la típica botellita de lubricante que puedes comprar en cualquier sex-shop.

  • “Pero, ¿y esto? No entiendo nada. ¿Para que quiero yo este lubricante? Siempre tiramos de aceite de bebé y no parece ir tan mal”

  • “Te he dicho que era la ‘mitad’ del regalo, y que la otra mitad te la daré cuando vuelvas del trabajo…” contestó con una sonrisa mientras movía la cabeza de un lado al otro.

Me quedé con la boca abierta, no queriendo entender lo que tan descaradamente me estaba proponiendo.

  • “Pero… yo… esto… no sé si te entiendo y además…”

  • “No te hagas el tonto que saber perfectamente a lo que me refiero. Que no soy idiota y llevo ya tiempo viendo que andas obsesionadito con mi culete. Así que para que perder tiempo, a mi también me apetece probar, y hoy es el día perfecto. Que se nota que tienes muchas ganas y te lo mereces, esta tarde vente directo del curro a casa que me tienes que romper el culito. Hala, ya está dicho. Y date prisa, que te has quedado emparrado y vas a llegar tarde otra vez…” dijo saliendo de la habitación.

Estaba en shock. Mi hermanita se había propuesto regalarme para mi cumpleaños su virginidad anal. Tela.

A ver, la verdad es que llevaba razón. De tonta no tenía nada y yo era un libro abierto para ella, y ella para mí, sobre todo en temas sexuales. Ya no había cortapisa alguna entre nosotros, aunque ocultos entre estas cuatro paredes vivíamos nuestra sexualidad a tope, sin hipocresías ni bobadas.

Ahora ya follábamos regularmente, además de nuestras otras practicas manuales y orales, e íbamos probando diversas posturas. Una que nos hacía gozar especialmente a ambos era a cuatro patas, la del perrito. Me ponía tras ella, le hacía agachar la espalda hasta que su cabeza tocaba el colchón o el suelo y la penetraba cuidadosamente. Nos gustaba porque favorecía una penetración mucho más profunda al mismo tiempo que me permitía mantener el ritmo y la velocidad que quisiera, así como controlar cuanto de mi miembro entraba en ella.

Normalmente eran penetraciones lentas, sacando prácticamente todo mi pene y dejándolo resbalar por las paredes de su estrecho coño. Podíamos aguantar bastante rato así, sin prisas por alcanzar un orgasmo que luego lográbamos en cuanto nos lo proponíamos. Bastaba con acelerar mis empellones, clavársela un poco más, toda en realidad, castigándola de forma tan dulce que se corría sin remisión entre suspiros y ayes.

Mientras Marta yacía relajada, con cabecita apoyada de lado y los ojos cerrados, yo no podía bajar la mirada para contemplar como mi pene entraba y salía dulcemente, siempre empapado en los jugos que segregaba su tierna vagina apenas la tocaba. Y claro, veía su ano sonrosado, ese que tantas veces había lamido e incluso penetrado ligeramente con mi lengua durante algunos de los interminables cunnilingus a los que la sometía sin queja por su parte.

Un día no pude resistir la tentación de acercar mi mano y rozarlo con mi pulgar mientras apoyaba la palma de mi mano en su nalga derecha, aparecía húmedo y lubricado por las secreciones antes comentadas. Apoyé más decididamente el dedo en la entrada mientras seguía empujando con mi polla y, sin saber por qué, me atreví a tratar de introducirlo un poco.

Marta abrió los ojos sorprendida y yo me quedé petrificado. Pero giró la cara, me sonrió levemente y noté como empujaba sus caderas hacia atrás, permitiendo que casi toda la primera falange de mi pulgar se adentrara en el orificio, resbalando merced a la humedad. Estaba claro que no tenía nada que objetar en principio, así que retomé mis embestidas mientras movía ligeramente el pulgar dentro su culo.

Aquello era una barbaridad. Estaba acostumbrado a que su estrecho coño casi exprimiera mi polla, pero el anillo de su esfínter presionaba mi dedo con diez veces más fuerza, imaginar mi polla devorada por aquel agujero me provocó una oleada de placer descomunal, haciendo que esta adquiriera un rigidez desconocida, obligándome a acelerar mis empujones y derramándome en apenas un minuto dentro del coño de Marta, cosa que le hizo mucha gracia.

Desde entonces, siempre que practicábamos dicha postura me las apañaba para rozar y acariciar con alguno de mis dedos su ano. Me excitaba en sobremanera y a ella no parecía molestarle, pero no sabía como plantearle el asunto por muchas vueltas que le diera. Era una tontería, pero no veía como enfocarlo.

Así que, una vez más, Marta había tomado la iniciativa y resuelto la disyuntiva. Ese día, el de mi cumpleaños, iba a romperle el culo a mi hermanita nada más salir del trabajo. Maravilloso.

Me levanté y fui a trabajar, aunque debió de ser el día más improductivo de mi carrera. No podía dejar de pensar en la conversación, la propuesta y lo que me esperaba al llegar a casa. Aunque no estaba todavía del todo convencido, o eso pretendía, de seguir adelante con la propuesta, lo único cierto es que me pasé las ocho horas empalmado como un burro y cachondo como nunca.

Finalmente llegó la hora de salir y fui corriendo para casa. Mi idea era conversar tranquilamente con Marta, tratar de convencerla de que igual era un poco pronto para comenzar con esas practicas y que de momento estábamos bien como estábamos.

Entré y fui directo al salón. Allí, sentada en el sofá, con una pierna doblada y un brazo tendido sobre el respaldo estaba Marta. Había recogido su cabello en una linda cola y solo llevaba puesto un sujetador de encaje y unas diminutas braguitas, todo rojo y a juego. Se había maquillado ligeramente y era, sin más, la muchacha más hermosa y perfecta que había visto en mi vida. Era un auténtico cromo de mujer, solo contemplarla era una delicia.

Debió divertirle la cara de bobo y asombro que se me había quedado, porque riendo comentó:

  • “Vaya, parece que ha causado mejor efecto de los esperado. Es que he pensado que la envoltura de los regalos también cuenta, así que he querido hacerlo un poco más… presentable”.

Me senté a su lado tomándola de la mano.

  • “Marta, de verdad que te agradezco el detalle, es el mejor regalo que me han hecho en mi vida. Pero…”

  • “No hay peros que valgan. Hemos probado ya bastantes cosas y no hay ninguna que no me haya parecido maravillosa. Nunca estaré lo suficientemente agradecida por todo lo que me has enseñado y el cariño y paciencia con que lo has hecho. Ahora he visto que te mueres por encularme, se te nota y no puedes negármelo, y quiero que probemos. Porque me encanta poder cumplir ese capricho.”

Esas últimas palabras las pronunció posando sus labios sobre los míos al tiempo que me besaba. Entreabrió los labios y mi lengua busco el camino sin preguntarme, pronto estábamos besándonos y acariciándonos como el primer día. Apoye mis manos en sus pequeños pechos, notando los pezones endurecidos como pocas veces. Pronto mis manos levantaron la goma de sus braguitas y mis dedos se acercaron a su vagina, que estaba caliente y ya inundada. Debió notar mi sorpresa, porque dijo:

  • “No te puedes imaginar el día que llevo, estoy cachonda desde que te fuiste al trabajo. Pero no me he querido tocar para reservarme, quiero que todo el placer me venga ahora junto, quiero el orgasmo más bestia de mi vida.”

Introduje dos dedos de repente y hasta el fondo de su coño, resbalaron mientras Marta soltaba un gemido increíble. No cabía ya ninguna duda, estaba cachonda como una perra.

La masturbé mientras ella me desabrochaba los pantalones. Pronto me quedé desnudo, sus braguitas volaron a un rincón y me tendí sobre ella. La besaba con fiebre y locura mientras mi pene se rozaba sobre su vagina y clítoris, empapados.

Estuvimos un buen rato así, besándonos, tocándonos, chupándonos. Yo ya no podía más, notaba mi polla a punto de reventar. Sin pensarlo, apoyé la cabeza de mi pene en la entrada de su vagina y me dispuse a empujar con todas mis fuerzas. Marta me separó con una mano en mi pecho y con una cara totalmente seria dijo simplemente:

  • “No”.

Al mismo tiempo me ofrecía el botecito de lubricante que me había dado aquella misma mañana. Yo estaba enloquecido, todas mis defensas habían caído y estaba claro que los planes de Marta iban a cumplirse de todas todas.

Se dio la vuelta y a cuatro patas sobre el sofá me ofreció su delicioso culito.

  • “Por favor, ponme y ponte bastante y ves despacio y con todo el cuidado que puedas”

  • “Pero, Marta, ¿estás segura?”

  • “No del todo, la verdad, pero quiero probar. Me apetece mucho, en serio. Vamos a probar y si no aguanto te lo digo y paramos”

Estaba claro que sabía que meter mi polla por aquel agujerito iba  a ser de todo menos fácil y cómodo.

Embadurné mi polla con una importante cantidad de lubricante. Estaba dura como una roca y me parecía más grande que nunca. Luego seguí la misma maniobra con el ojete de Marta, que aparecía sonrosado y casi con vida propia. Le puse todo el que pude, esparciéndolo cuidadosamente con mis dedos.

  • “Méteme uno, para ir probando”

Lubriqué mi anular y lo apoyé a la entrada de su ano. Le di un tierno beso en la nalga y comencé a empujar. La entrada comenzó a dilatarse y pronto la primera falange estaba dentro. Paré un par de segundos, vi que Marta no ponía resistencia y empujé un poco más.

  • “Ya lo tienes todo dentro, ¿va bien?”

  • “Sí, de momento, guay. Mete y saca, a ver”

Lo hice lo más dulcemente que pude, y la verdad es que pronto entraba y salía sin dificultad.

  • “¿Pruebo con otro?”

  • “Vale”

Saqué el anular, junté anular y corazón y puse una buena cantidad de lubricante sobre ellos. Los acerqué a la entrada y empujé sin dudar. Su esfínter se dilató, dejándolos pasar hasta el fondo. Empecé de nuevo con el metesaca, cada vez un poquito más fuerte. Marta resistía como una campeona.

  • “¿Todo bien?”

  • “Sí, es una sensación rara pero no especialmente molesta. Y se nota que lo estás haciendo con todo el cuidado. Venga, vamos con la de verdad antes de que me arrepienta”

  • “Pero Marta, si no lo tienes claro…”

  • “Es broma, tete. Me muero por darte tu regalo. Esto va a ser la hostia”

Yo ya no era yo. Yo estaba totalmente borracho con la obsesión de encular a mi hermana pequeña. La situación, la belleza de Marta, su deseo, el placer que estaba experimentando y que no dejaba de aumentar no me dejaba pensar.

Me puse de tras de ella y apoyé mi capullo en la entrada de su ano. Este brillaba de lubricante y jugos, mi polla estaba dura, una dureza tan tensa que parecía fuera a partirse en cualquier momento. Puse mis manos en su cintura y comencé a empujar. Parecía imposible que fuera a entrar. Tuve que apretar fuerte de verdad para que mi glande comenzara a introducirse.

  • “Uf!”

  • “Espera, ¿paro?”

  • “No, molesta pero es soportable. Sigue despacito”

Noté que bajaba la cabeza y mordía algo. Era increíblemente cabezona, valiente y generosa.

Pronto todo el capullo estuvo dentro. La presión que su esfínter ejercía sobre la base de mi polla era una barbaridad, mucho más apretado de lo que nunca pude imaginar.

  • “Ya está dentro el capullo. Voy a metértela ahora poco a poco, ves diciendo”.

Empujé con firmeza. Centímetro a centímetro fue introduciéndose, sin piedad. Yo miraba hipnotizado. Mi hermana suspiraba de vez en cuando y gemía, pero no parecía estar sufriendo. Seguí hasta que mi pelvis rozó sus nalgas.

  • “Nena, ya la tienes toda dentro. Voy a estar quieto un poco, así te acostumbras”

  • “Uf. Vale, gracias.”

  • “Esto es una puta pasada. Me aprieta la polla de forma inhumana, es una sensación de la hostia. Creo que me voy a correr en medio minuto en cuanto me mueva”

  • “Venga, dame un poco a ver”

Comencé un metesaca muy lento. Cada vez sacaba un poco más, haciendo el recorrido un poco más largo. Con cada empujón, mi hermana emitía un gemido pero que poco tenía ya que ver con el dolor. Estaba empezando a disfrutar. Conforme se relajaba, yo me animaba a ir un poco más fuerte, un poco más aprisa.

  • “¿Cómo vas, Marta?”

  • “Guay, mejor de lo que me esperaba. No me ha dolido casi, al principio era incómodo, pero ahora… es otra cosa. Me siento superllena, y noto como se roza todo lo largo de tu polla con las paredes. Dame un poco más de caña, mola”

Afiancé mis manos en su cintura y empecé a darle, ahora sí, ya con un ritmo respetable. Trataba de concentrarme en sus sensaciones, quería que disfrutara, si no tanto como yo, lo máximo posible.

  • “Espera, quiero darme la vuelta. Necesito verte la cara”

Saqué mi pene y Marta se tumbó sobre su espalda, ofreciéndome su culo y vagina. Me miraba a los ojos y sonreía. Haciendo lo mismo acerqué de nuevo mi polla a su entrada trasera.

  • “Dale”

Empecé a empujar, todo lo dulcemente que pude. El pene empezó a introducirse de nuevo en su ano, esta vez sin problemas, casi resbalando. Pronto mi pelvis se apoyaba sobre su vagina.  Marta cerró los ojos y suspiró. Estuve quieto uno segundos, gozando  de la sensación de sentirme atrapado en tan suave trampa. Abriendo los ojos, sonrió de nuevo y apoyó sus dos manos detrás de mi cuello.

  • “Feliz cumpleaños, hermanito. Te quiero.”

Comencé con mi metesaca, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Mi hermana estaba radiante, más bella a cada segundo. Me miraba fijamente mientras se mordía su labio inferior.

  • “¿No te duele ni molesta?”, pregunté sabiendo la respuesta

  • “Ni de coña. Me siento más a gusto que nunca. Cuesta un poco acostumbrarse, pero después es lo mejor del mundo. Ahora quiero que me des caña”

Empecé a darle más fuerte mientras la miraba fijamente.

  • “No me has entendido” dijo mientras me hacía parar.

Había algo en su mirada que me asustó, una fiereza y determinación que nunca había visto en sus ojos.

  • “Quiero que me des todo lo fuerte que puedas. Olvídate de que soy tu hermana pequeña, no pienses en ello. No tengas piedad, solo quiero que me revientes”

Algo hizo click en mi interior. De alguna forma había leído no mis pensamientos, si no interpretado mis deseos.

Apoyé con fuerza mis piernas para no resbalar mientras Marta abría las suyas para facilitar mis embestidas. Saqué toda mi polla y se la inserté de nuevo de un solo golpe. Mi pelvis retumbó sobre su cuerpo.

  • “¡Sí!”

Comencé a darle con toda mi rabia y fuerza, a toda velocidad. Con cada empellón mi pelvis golpeaba contra su cuerpo. Marta gemía ya sin control, me apretaba contra su cuerpo abrazándome hasta casi inmovilizarme, pero yo seguí una y otra vez con mis embestidas, incansable. Notaba mi pene rozarse con cada centímetro de su intestino, apretado, caliente, suave.

De pronto el cuerpo de Marta se tensó, era imposible pero estaba experimentando su primer orgasmo anal. Gimió y suspiró y luego comenzó a soltarme. Yo seguía empujando como una bestia, ciego y enloquecido, y vi que no podía más. Marta recuperó la consciencia, me sonrío y suavemente me dijo:

  • “Dámela ya, quiero sentirla”

Inmediatamente llegó el climax y comencé a eyacular como un caballo, creía que me iban a dar hasta convulsiones. Marta estaba más bella que nunca, con una sonrisa tranquila me acariciaba suavemente la cabeza

  • “La noto, la noto. Siento tu leche caliente abrirse paso ahí abajo. Es la hostia, podría morirme ahora”

Derrotado, mi pene salió de su trasero. Derrengado, caí a su lado en sofá, dejando un brazo sobre ella.

  • “Gracias, cariño. El mejor regalo de cumpleaños de mi puta vida, que bestialidad. Se me ha ido la cabeza, perdona. ¿Te he hecho daño?”

  • “Que va, has hecho justo lo que te he pedido. Me he corrido mientras me dabas por el culo, acojonante”

  • “Ni yo sabía las ganas que tenía de hacerlo.”

  • “Ya, pero se te notaba” -rió con ganas- “Lo que no entiendo es como no me lo proponías. Hasta ahora todo lo que hemos hecho me ha gustado, y no creo haberte puesto muchos peros a nada. Cada paso ha sido como un peldaño de una escalera, cada vez más alto, cada vez mejor. Y tú no sé, pero yo tengo pensado seguir subiendo”

  • “Ah, ¿sí?”

  • “Pues sí. Quiero juntarme con cuatro o cinco tíos a la vez, que me llenen todos los agujeros y me dejen satisfecha como nunca. Probar otras pollas hasta hartarme de ellas. Que me follen todos los que puedan uno detrás de otro, hasta que me desmaye. Comerle el coño a Lucía mientras me das por detrás, ayudarte a romperle el culo. Compartir tu semen con cualquiera de tus amigas después de jugar con tu polla hasta que te vuelvas loco. Que me arrastres hasta el límite, que me lleves hasta esa delgada línea que separa placer y dolor y cruzarla contigo si nos apetece. Que vengan todos los que puedan y pajearlos y me bañen de leche, sentirme la más guarra, puta y deseada de todas…”

  • “Espera, espera. ¿Recuerdas que somos hermanos? No es tan fácil que entren más personas en nuestra relación, podemos meternos en un lío de cojones. Además, yo ya estoy harto de no poder ser pareja más que entre estas cuatro paredes. Había pensado en pedir traslado y mudarnos a una ciudad grande, lejos de aquí y donde nadie nos conozca. Poder ir a un restaurante y darte un beso a mitad de cena, enrollarnos en cualquier sitio sin miedo a que alguien nos vea y tener que dar explicaciones. Lo llevo tiempo pensando, pero tal y como me lo has planteado, me parece que le voy a dar prioridad total, hermanita...” le dije sonriendo.

No sabía qué nos iba a deparar el futuro, pero no me cabía la menor duda de que iba a ser la experiencia más excitante de nuestras vidas, vidas que habían cambiado para siempre tras unos meses de locura.