Marta pide consuelo a su cuñada María.
Marta sigue perdida en un mar de lujuria incestuosa, teniendo sexo con toda su familia.
Marta no tardó más de una hora en liberal a su marido de sus ataduras para que se limpiara y durmiera. Ella no volvió a dormir con él y se juró que nunca más lo haría. A la mañana siguiente decidió ir a hablar con su cuñada María. Le había demostrado confianza al contarle lo de su hijo y ahora ella necesitaba alguien con quien hablar y aclarar sus ideas. Marchó a casa de su cuñada sin estar segura si estaría allí o no. Llamó a la puerta y María le abrió.
¡Hola Marta! ¿Qué haces por aquí? - Su cuñada le recibió con una gran sonrisa.
Necesito hablar con alguien.
Pasa, ¿quieres un café?
Las dos se sentaron en la cocina tomando café. Marta comenzó a contarle lo que había ocurrido la noche anterior con su marido. María se alegró de lo que le había hecho.
- Siempre fue un pervertido cabrón. - Comentó María. - Cuando yo tenía quince años intentó follarme una noche en mi cama. Además me coaccionó amenazándome con contarles a mis padres lo que había hecho unas horas antes con mi novio. ¡Es un cabrón! No le des más vueltas, has hecho muy bien.
María se alegró de que el hijo mayor de Marta y su tía Pili hubieran tenido esos encuentros sexuales. Ella ya estaba desesperada con su hijo Eduardo. Había tenido que comprar un lubricante para aguantar el ritmo de él. Se llevaba todo el día pidiéndole que lo hicieran. Era incansable.
- Menos mal que el otro día estuvo aquí mi hermana Chari. - Dijo María aliviada. - Sabes que ella es soltera y folla con todo hombre que se le pone a tiro. Pues estábamos hablando de todo un poco y derivó para el tema sexual. Entonces le comenté que había visto a Eduardo desnudo y con la polla erecta y que tenía una de las que a ella le gusta. ¡Marta, se le hizo la boca agua! Poco a poco la fui introduciendo en el tema del incesto y cuando le confesé que me había acostado con mi hijo no se enfadó, todo lo contrario, se excitó y quería probar a Eduardo. Así que lo mandé para que pasara unos días en casa de su tía. Cuando vino el niño me lo tenía medio agotado. Por lo visto no pararon de follar durante los tres días que pasó en casa de Chari. ¡Y ella tan alegre!
Mientras María hablaba, Marta la miraba a los ojos. No encontraba explicación a la atracción que aquella regordeta mujer le hacía sentir. Bajaba la vista por su cuerpo y observaba sus redondas tetas marcadas en el vestido de María. Pero necesitaba sentir a su cuñada. Sentía un calor interior que la abrasaba. No pudo aguantar y se lanzó contra ella para besar su boca. María no huyó del inminente beso, no, todo lo contrario le correspondió y en el sillón corrido que franqueaba la mesa, las dos mujeres jugaban con sus lenguas en el interior de sus bocas.
- ¡Necesito comerte el coño! - Dijo María y Marta no contestó.
Marta dio un bote y se sentó en la mesa delante de la otra, se subió la falda que llevaba y abrió sus piernas. Allí estaba el húmedo coño que María deseaba, cubierto por la delicada tela negra de unas bragas de encaje. María las apartó a un lado con una mano y apareció su aromática raja. Marta separó los labios que cubrían la entrada de aquella vagina y su clítoris estaba endurecido por la excitación. María metió su cabeza entre las piernas de su cuñada y su lengua sintió por primera vez el sabor de los flujos de una mujer, de Marta.
- ¡uoooh, cariño, tú si que sabes dar placer! - Gimoteaba Marta sintiendo a la golosa de su cuñada comer su coño. - ¡Qué bueno! ¡Qué bien me lo estás haciendo!
María no decía nada, solamente el sonido del batir de su lengua en los íntimos líquidos de Marta era la respuesta de ella.
- ¡Sí, ahí, mete tu lengua! - Le indicaba para que le diera más placer. - Vamos al sillón que yo también deseo su sexo. - Pidió Marta.
Caminaron por el pasillo para ir al salón. Se besaban y Marta sintió el sabor de su propio coño. María se tumbó en el sillón con sus piernas abiertas y su cuñada le levantó la falda para atacar su coño y devolverle el mismo placer que antes le había dado a ella. Le quitó las bragas y el depilado coño de María la esperaba. Abrió los labios del sexo y hundió su lengua en aquella caliente raja.
¿Puedo unirme a ustedes? - Escucharon la voz de Eduardo que entraba en bañador después de nadar un poco en la piscina.
¡Claro hijo, trae tu polla a mi boca! - Le respondió María.
Eduardo se colocó junto a su madre. Se había quitado la ropa y le ofrecía su polla. María comenzó a mamar mientras sentía en su clítoris las caricias de la lengua de Marta. Él podía ver a su tía a cuatro patas, con su culo en pompa y su boca clavada en el coño de la madre. La polla del chaval no tardó en ponerse en su máximo esplendor y María la tragaba a duras penas. Entonces ella la sacó de su boca sin quitar la mano de aquel palo y comenzó a gemir al sentir el orgasmo que le provocaba la habilidosa lengua de su cuñada que intentaba penetrar su vagina.
Marta se incorporó al ver que había conseguido el primer orgasmo de María. Su boca estaba empapada con los flujos de su cuñada. María se arrodilló junto a la otra y Eduardo se colocó en medio para ofrecerles su polla a las dos. No lo dudaron. Mientras Marta se tragaba el gran glande, María lamía los huevos de su hijo. Él gruñía y se retorcía por el placer, con las manos puestas en las cabezas de ellas que intercambiaban los lugares para comerse todo lo que pudieran. Abrieron sus bocas y sacando las lenguas. Él empujó sus cabezas hasta que las dos lenguas estuvieron juntas. Colocó su polla encima de las lenguas y se movió para que su polla pasara por encima y las dos lamieran a la vez tan enorme miembro.
Eduardo se sentó en el sillón después de que ellas le dieran un buen rato de placer. Su polla apuntaba al techo esperando un coño donde clavarse. María le indicó a su cuñada que fuera la primera. Marta se levantó la falda, se quitó las bragas y, dándole la espada, abrió las piernas para colocarse sobre aquel monolito que la esperaba ansioso. Eduardo la sujetaba por la base cuando su tía empezó a bajar. María veía como el glande de su hijo separó los carnosos labios del coño de Marta y empezó a hundirse dentro de ella. Marta cerró los ojos y lanzó un chillido mezcla de placer y del dolor que le provocaba sentirse llena con aquella polla.
- ¡Oh tita, qué buen coño tienes! - Eduardo estaba excitado con aquella follada sorpresa. - ¡Quiero correrme dentro de ti!
Marta no decía nada. Ella se limitaba a moverse y gemir. María estaba de rodillas delante de ellos y veía como la gorda polla de su hijo entraba y salía de Marta provocándole gemidos de placer. Acercó su boca a los sexos de los otros y pasó la lengua por la parte superior de la raja de su cuñada. Sintió como su lengua separaba los labios y rozó el erecto clítoris de Marta que sintió más placer. No lo dudó, siguió lamiendo aquel mojado coño mientras la polla de su hijo no dejaba de entrar y salir. A veces sentía el roce de la piel de la polla de su hijo en su lengua y se calentaba más.
María no lo pensó, con una mano indicó a Marta que parara, mientras la otra agarraba la polla de su hijo para forzarla a salir de su cálido refugio. Se enganchó un poco en el coño de Marta, y cuando su madre tiró de ella para sacarla, salpicó su cara con los flujos de la otra. La acarició un poco y después abrió su boca para mamar la enrojecida cabeza de aquella polla.
- ¡Vuélvela a meter en mí! - Pidió Marta tras varios segundos.
María dirigió a su hijo a la entrada de Marta y ésta se sentó para clavársela hasta el fondo. Volvía a montarlo y gemía por el placer de sentir al sobrino dentro de ella mientras su cuñada le lamía con su lengua el clítoris.
- ¡Cambiemos de postura! - Dijo Eduardo.
Marta se tumbó boca arriba en el sofá, con la falda en la cintura, las piernas abiertas de par en par y su coño esperando que sus amantes le dieran placer. Eduardo se arrodilló y metió su lengua para lamer aquel coño que no dejaba de echar flujos. María empujó con su cabeza al hijo para que le dejara espacio, ella también quería saborear a Marta. Cómo podían madre e hijo lamían la raja de aquel maduro y excitado coño. Marta tenía cerca el culo de María, así que alargó la mano y lo acarició para buscar su coño. Estaba empapado. Con un dedo separó los labios y lo introdujo para masturbar a su cuñada que no dejaba de lamerla.
Eduardo se incorporó y acercó su polla al coño de su tía mientras María seguía lamiendo. Ésta pasó de lamer un sexo a mamar la polla de su hijo por unos segundos. Él empujó con los dedos su polla para que el glande saliera de la ansiosa boca de su madre y se deslizara por la raja de Marta. Empujó y volvió a penetrarla. De nuevo la clavaba hasta el fondo en su tía.
- ¡Cariño, pon tu coño en mi boca! - Le pidió Marta a su cuñada que no tardo en subirse sobre ella y sentir su lengua.
Los tres gemían de placer. María se inclinó un poco adelante y ofreció su boca a su hijo que la besó. Sacó sus tetas por encima del escote del vestido, él mamó y chupó sus endurecidos pezones sin dejar de mover su polla que entraba y salía de su tía provocándole un primer orgasmo. Marta gritaba medio ahogada por la cantidad de flujos que salían de la vagina de María que disfrutaba de la lengua de ella y de los chupetones que su hijo le daba en la tetas. María se retorció y sus piernas temblaban cuando sintió el gran orgasmo que invadía todo su cuerpo. Marta no paró de lamerla hasta conseguir que ella se lo implorara.
- ¡Para Marta! ¡Me voy a desmayar de placer! - Pedía María a gritos y su cuñada no le hacía caso. - ¡Dios, para ya! ¡No me castigues más! - No tenía fuerzas para levantarse de la boca de la otra y apartar su coño. - ¡Me muero de gusto! - Cayó hacia delante quedando su cara al lado de la raja que Eduardo follaba tenazmente. Entonces Marta dejó de castigarla.
María descansaba sobre Marta y veía a escasos centímetros como la polla de su hijo entraba en su tía dilatando la raja de aquella madura mujer. Podía escuchar los grandes gemidos que daba con cada penetración y entonces Marta empezó a convulsionarse al tener el orgasmo que buscaba. Ahora era ésta quien pedía que no la follase más, que no podía seguir sintiendo ese placer que la estaba volviendo loca, pero Eduardo no bajaba el ritmo, él también estaba buscando su placer y le quedaba poco. Mientras Marta se retorcía e imploraba, María acarició su clítoris con un dedo, provocando que su cuñada enloqueciera, chillara, maldijera y pidiera clemencia. Eduardo dio una gran embestida y dejó la polla clavada hasta el fondo. Marta sintió que el semen de su sobrino le quemaba las entrañas. Se estaba volviendo loca. Aquello no podía ser verdad. Tanto placer no podía existir. Tía y sobrino gemían con la respiración entrecortada por el esfuerzo que hicieron para tener su recompensa.
Eduardo se retiró poco a poco, saliendo su polla del interior de la vagina de Marta y derramando algo de leche que caía deslizándose por la raja de Marta, llenando su ano hasta caer al sofá. María se metió entre las piernas de su cuñada y lamió todo lo que salía de ella hasta dejar su coño limpio. Eduardo acercó su polla para que su madre la limpiara también. Los tres tirados en el sofá descansaban de tanto placer y apenas tenían fuerzas para hablar. Entonces María habló y los otros dos asintieron con la cabeza.
- ¡Tenemos que repetir esto, pero con más gente!