Marta mirando al mar

Marta estaba apoyada en la barandilla de madera, vestida con un pareo y un liviano jersey de color crema y escote marinero.

MARTA MIRANDO AL MAR

El sol escapaba poco a poco por encima del perfil que conformaban las rocas. Marta estaba apoyada en la barandilla de madera, vestida con un pareo y un liviano jersey de color crema y escote marinero, también una gran bolsa roja (con el anagrama de publicidad de un banco) colgada de su hombro donde guardaba las cremas, la toalla, un libro, etc. Lo típico que lleva todo el mundo cuando va a la playa. Bajó la vista y miró a la playa. Unos cuantos niños continuaban jugando ajenos a las sombras y al viento que acababa de levantarse, como si el suave frío no pudiese afectarles a ellos mientras sus padres les miraban desde el chiringuito, vestidos. Los niños entraban y salían del agua desafiando las olas, el viento, las piedras. Marta sonrió y después devolvió su vista al sol. Estaba protegida por unas gafas oscuras, en realidad no se había quitado las gafas en todo el día. Le gustaba observar sin saber que estaba observando. Los rayos del sol se perdían y mientras esto sucedía el amarillo del cielo se tornó rosa y finalmente rojo. Le encantaba mirar la puesta de Sol después de estar todo el día en la playa. Marta era una mujer alta, alrededor de metro ochenta aunque razonablemente proporcionada, con una cabellera morena y rizada que caía sobre sus hombros. Sus labios eran gruesos y su mirada oscura.

Un sonido la devolvió por unos momentos a la realidad, era el sonido de los matorrales y alguien respirando aceleradamente, por unos instantes creyó que se trataba de un exhibicionista o algo por el estilo hasta que de entre los matorrales apareció corriendo un hombre, iba vestido con un pantalón corto y una camiseta sin mangas. Las zapatillas de deporte le informo que estaba haciendo precisamente eso, deporte. El hombre pasó como una exhalación a su lado y ella le miró de reojo, el hombre la saludó brevemente y continuó caminando colina arriba. Su respiración se ahogo en la distancia y finalmente desapareció.

Por unos instantes Marta pensó que conocía a aquel hombre. Pero no podía ubicarlo en ninguna etapa de su vida. Ella sabia que en aquella dirección solo había una ermita abandonada que era donde acababa el camino por lo que era evidente que el hombre volvería a aparecer dentro de un rato, de vuelta.

Marta dio la espalda al atardecer. Atardeceres habían muchos, pero aquel hombre era una novedad. Por lo poco que había visto era un tipo atractivo, alrededor de los cuarenta años, excesivamente bronceado, en buena forma. Alto, quizás aun mas que ella. Fuerte y de pelo canoso. El tipo de hombre que se acercaba demasiado a sus gustos. El tipo de hombre con el que podía haber ligado cualquier noche. Quizás lo conociese de eso.

El ruido le indico que el hombre estaba de vuelta, aunque ahora los sonidos eran mas lentos, quizás el hombre volvía caminando. A los pocos segundos volvió a aparecer por el sendero, caminando lentamente. Ella sonrió.

-Hola de nuevo –dijo el como disculpándose- no me han quedado fuerzas para volver corriendo.

Su voz le era familiar. Sus gestos también.

-Creo que le conozco de algo –comenzó ella- pero no se de que.

El hombre se detuvo y la miró de arriba abajo.

-No se –dijo el- creo que la recordaría. Usted es tan… tan

-¿Alta?

-Espectacular.

Los últimos rayos del Sol le iluminaban la cara, estaba sudando. Marta se acercó a el y olió su olor. Todo le era familiar. Se acercó aun mas y le plantó un beso en la boca. El hombre no se resistió, pero tampoco colaboró. Marta recordaba ese sabor. Continuó besándole y su lengua se introdujo en la boca de el. También recordaba ese movimiento circular, esas humedades, esa saliva. Todo eso la estaba volviendo loca. ¿Quién diablos era?

El hombre subió una de sus manos hasta el pecho de ella y se lo tocó suavemente. Ella no se resistió sino que bajo una de sus manos y la posó en su pantalón. La erección era considerable.

Ambos comenzaron a moverse en dirección a unos arbustos, sin dejar de tocarse y besarse. Cuando Marta se arrodillo y le bajo los pantalones, una verga de más de 20 centímetros salió disparada en dirección a su cara, rápidamente se la metió en la boca y comenzó a chuparla, también recordaba ese sabor, incluso todas y cada una de las venas que adornaban a aquel miembro. ¿Qué estaba sucediendo? Continuo metiéndosela una y otra vez en la boca mientras el hombre gemía lentamente. De improviso el la separo y le quitó toda la ropa. Marta hizo lo mismo con el. Ambos estaban bronceados y sudorosos. El hombre se metió uno de los pechos de Marta en la boca y comenzó a chuparlo mientras con una mano la masturbaba. Marta se aferró a aquel hombre mientras sentía como el dedo entraba y salía de su coño. Un segundo dedo comenzó a hurgar en su culo.

-Fóllame –suplicó ella.

El hombre la puso a cuatro patas encima de la hierba en dirección al atardecer y se la clavó toda entera de un solo golpe. Marta aun conservaba sus gafas de sol y observó con detenimiento aquella hermosa estampa mientras el tipo comenzaba a bombearla con rapidez. Sus tetas se balanceaban, su cuerpo temblaba y su culo se abría poco a poco. Todos eran síntomas pero ella continuaba incapaz de recordar a aquel hombre. Le conocía.

-Metemela por el culo, por favor.

El hombre sacó su polla y la escupió en el culo, después puso la punta y comenzó a empujar suavemente. La polla entró sin apenas dañarla. El hombre continuó sodomizandola con suavidad, dando vueltas a su polla dentro de sus entrañas, dejando caer saliva en su culo, masajeándola las nalgas con extremo cariño.

Los últimos rayos del Sol desaparecieron por detrás de las rocas mientras Marta se corría ahogando sus gritos en la toalla que llevaba dentro del bolso.

Los recuerdos llegaron todos de golpe. Aquel era el único hombre que la había conseguido llevar al orgasmo mientras una polla se retorcía dentro de su culo. Aquella suavidad, aquellas formas… entonces el hombre eyaculó y como un resorte a ella le llegó su nombre.

-Carlos.

-Marta.

Se habían conocido en el mismo chiringuito de la playa. El mismo atardecer. Veinte años más tarde.

El la besó en la espalda. Y ella se quitó las gafas. Ambos se vistieron y bajaron caminando cogidos de la mano en dirección al chiringuito. Cuando llegaron era prácticamente de noche. Marta pidió una cerveza y el hombre una coca-cola light.

-Veinte años más tarde –dijo ella sin dejar de sonreírle mientras bebía la cerveza.

Veinte años más tarde.