Marta (6)
Marta y su hermano dan el paso definitivo. Pero lo que parecía era el paso final no es más que un punto y seguido en los descubrimientos que este le tiene preparados.
Seguimos con nuestros juegos sexuales durante semanas. Con la práctica ambos mejoramos nuestras habilidades, sobre todo Marta. Se había convertido en una auténtica experta en dar placer, sobre todo conmigo. Había aprendido a anticiparse a mis deseos, detectando e interpretando perfectamente cualquier mínimo gesto por imperceptible que yo pensara fuera.
Aunque nuestra sintonía sexual era evidente y nuestra confianza y cariño mutuos estaban fuera de toda duda, inexplicablemente siempre habíamos esquivado las relaciones completas, la penetración. He pensado mucho en ello, creo que ambos la deseábamos y era el final inevitable del lío en que nos habíamos metido. No sé, supongo que hasta que no agotábamos un paso no dábamos el siguiente. Y la verdad que nuestra satisfacción con las masturbaciones reciprocas y sesiones maratonianas de sexo oral era absoluta.
Un día noté uno de esos gestos casi imperceptibles que mencionaba antes en Marta. No sabría decir el qué, pero algo me dijo que aquel día iba a ser diferente. Iba a ser el día.
Me encontraba especialmente excitado y cachondo, no sé por qué. Y Marta... Marta estaba especialmente revoltosa y juguetona. Y guapa. Y sexy. Llevábamos media hora de toqueteos y manoseos, su sexo estaba más húmedo de lo habitual –y normalmente estaba más que mojado- y mi polla daba respingos mostrando una erección más seria que nunca. Marta había estado jugando con ella más de media hora, embardunando sus manos en el aceite lubricante y llevándome al límite tres o cuatro ocasiones, parando en seco cuando veía que me iba a dejar llegar. Tras limpiarla, había utilizado también su lengua siguiendo el mismo juego, atrapándola dentro de su caliente boca por instantes, lamiendo incluso mis testículos ya al borde de la explosión. Mi excitación era máxima, era imposible que mi pene endureciera siquiera un poco más.
Por mi parte también estuve acariciando buen rato su delicado y caliente coño. Mis dedos rozaban su clítoris haciéndole proferir toda clase suspiros y gemidos, resbalando con facilidad en su vagina, uno, dos, tres dedos. Me asombraba con la facilidad que entraban, estaba totalmente dilataba y la notaba más receptiva que nunca. Mi hermana estaba más cachonda que nunca.
Acerqué mi lengua a su maravilloso coño, intenté comenzar una comida de las que tanto le gustaban, asombrado de la cantidad de jugos que estaba segregando, pero nada más notar mi lengua posarse sobre él dio un pequeño gritito, abrió la boca cesando la deliciosa tortura a la que estaba sometiendo a mi pene. Se separó de él al mismo tiempo que con las dos manos separaba mis labios y lengua de su coño, echando mi cabeza a tras con poco disimulada violencia. Tenía muy claro lo que quería y no iba a esperar ni un minuto más.
Marta saltó a horcajadas sobre mis muslos, rozando su pubis sobre mi polla. Lo habíamos hecho otras veces, rozándonos salvaje y mutuamente hasta que ella tenía un orgasmo y yo me derramaba poco después, dejando toda su entrepierna pegajosa de mi semilla.
Comenzó a subir y bajar, cerrando los ojos. Su humedad era evidente, estaba al borde el orgasmo pero se movía lentamente, disfrutando más que otras veces. Su vulva semiabierta se acoplaba perfectamente a la circunferencia de mi pene, apretándolo con toda la fuerza que podía imprimir sus caderas. Pronto mi polla brillaba bañada por sus jugos, totalmente lubricada. Era capaz de oler el aroma de su coño, acre y dulce a la vez, un aroma que me volvía loco y del cual era imposible saciarme. Pasé mis dedos por su clítoris, y empapados me los llevé hasta los labios, emborrachándome con su sabor indescriptible. Estábamos los dos al límite de nuestra resistencia, ninguno de los dos iba aguantar mucho más sin correrse.
Marta ralentizó sus movimientos y finalmente paró. Tenía la mirada enfebrecida, como aquel que sabe que está a punto de dar el paso definitivo, el que arranca un viaje que nunca sabes donde va a acabar. Me miró fijamente mordiéndose el labio inferior, un gesto que siempre me había puesto a mil desde la primera vez que la vi hacerlo. Asintió ligeramente con la cabeza, casi de forma imperceptible, como dándome permiso para hacer algo que yo ni siquiera había pedido. Y con una voz tan dulce como los jugos que acababa de beber tomados de su vulva, murmuró:
- “Por favor...”
Bajé mi mano y dirigí la punta de mi polla hacia la entrada de su vagina. Supe que iba a ocurrir lo que llevaba semanas deseando sin atreverme siquiera a pensarlo. Íbamos a dar el último salto, hasta entonces aún podíamos pretender que lo nuestro eran juegos, que estaban mal y todo lo que quieras, pero esto iba a ser diferente. Iba a follarme a mi hermana pequeña con todas sus consecuencias, no había eufemismo capaz de rebajar la gravedad del hecho. Aquello iba a ser un incesto con todas las letras, y lo peor -o lo mejor- era que ambos lo deseábamos con todas nuestras fuerzas. La miré a los ojos una última vez, para asegurarme de que era lo que realmente quería, y volvió a asentir delicadamente.
Temblando de emoción y miedo, empujé un poco y mi glande desapareció sin dificultad entre sus labios mayores, casi resbalando. Noté como su cuerpo se tensaba, pero también como se apretaba al mío todo lo que podía. Apenas llevaba unos centímetros introducidos cuando noté algo que impedía la penetración completa, supuse que era su himen. Habíamos pasado el punto de no retorno, empujé un poquito más, luego bajé mis manos hasta su cintura y di un pequeño golpe de riñones. Noté como algo se rasgaba dentro del coño de Marta y ella emitía un pequeño quejido mientras se abrazaba todavía más fuerte a mí. Le dije si le dolía, que si quería que parase, y me dijo que no, que siguiera. La penetré dulcemente pero sin pausa, pronto toda mi polla estaba dentro de ella. Toda. Completa. La tenía enteramente empalada, noté mi capullo rozar con su útero, no podía ir más allá:
- “La tienes toda dentro, cariño”
- “Buf, lo sé, ya la noto. Estoy llena.”
La saqué casi del todo y a continuación empecé el metesaca lo más lento que pude. Primero por no hacerle daño, segundo porque el gusto era impresionante y me iba a correr en cuestión de segundos. No sabría describir con justicia mis sensaciones, pero todos mis sentidos gozaban de una plenitud total y absoluta.
Casi sin darme cuenta empecé a acelerar el ritmo. Marta comenzó a gemir dulcemente, sin duda ya no había molestia alguna y si un placer en aumento. Noté como movía sus caderas, intentando introducirse en lo más hondo mi pene con cada uno de mis empujones. La locura se apoderó de mi y le di más rápido, más fuerte. Estuvimos varios minutos así, eternos e imperceptibles al mismo tiempo, mis cojones golpeaban contra su coño, totalmente dilatado y encharcado. Marta se lamió los labios, me miró fijamente y dijo:
- “Dame caña. Dame todo lo fuerte que puedas, sin miedo… por favor…”
Paré mis embestidas una décima de segundo, lo que duró mi último rapto de lucidez. El pensamiento se me nubló, solo era capaz de mirar aquellos ojos y ya no pensé más. Comencé a darle con todas mis fuerzas, a una velocidad endiablada. Ahora lo pienso y me asusto, aquello era una barbaridad. Marta simplemente se abrió todo lo que pudo de piernas:
- “Síííííí….”
Ya no eran gemidos lo que salía de su boca, si no una mezcla entre suspiros y lamentos, la había llevado al límite y estábamos a punto de sobrepasarlo. Iba a correrme dentro sin pensar en consecuencia alguna, la cabalgué de forma salvaje, con unos empujones más propios de una bestia que de un ser humano. Mi polla entraba y salía como un pistón, estaba sencillamente reventándola. Enloquecida totalmente, se abrazó a mi con todas su fuerzas, clavando sus uñas en mi espalda mientras temblaba como una hoja. Sentí como sus piernas se cruzaban sobre mi espalda, apretando todo lo que podía mi cuerpo contra el suyo y haciendo que la penetración fuera más profunda e intensa. Se estaba corriendo como nunca se había corrido antes, era de lejos el orgasmo más brutal que nunca había sentido. Luego se dejó caer hacia atrás extendiendo sus brazos, desmadejada, vencida, destrozada. Noté como se dejaba arrastrar, gozando todavía de alguna manera de cada una de mis terribles embestidas, casi como contemplándolas desde lejos, como si en realidad fuera otra persona quien las recibiera, una imagen inexplicablemente excitante que me hizo reforzarlas todavía más.
Aún fui capaz de acelerar un poco más mi ritmo, pero apenas pude aguantar unos segundos más. Un placer sin límite se apoderó de mi, las sensaciones se agolpaban en mi cerebro con una intensidad casi dolorosa. No aguantaba más, iba a explotar. Tensando todos mis músculos y nervios, me derramé dentro del coño de mi hermana con una fuerza indescriptible. Sentía que la vida se me iba con cada descarga de semen, que sin duda fue la más copiosa y abundante que había tenido con ella, notaba como mi alma me abandonaba en ese instante. Durante largos segundos creí convulsionar, era la corrida más tremenda que había tenido en mi vida.
Después, agotado, caí sobre el pecho de Marta. Ninguno de los dos fuimos capaces de decir nada durante minutos, en realidad no hacía falta. Había sido la experiencia sexual más plena hasta entonces para ambos, la entrada en un mundo nuevo de placer y deseo incomparable al que ya no íbamos a poder renunciar.
Nos mirábamos sonriendo, no necesitábamos más. Casi temblando, Marta acariciaba mi frente sudorosa mirándome con un cariño que me volvió a enamorar. Al día siguiente no hubo remordimientos, charlas ni arrepentimiento alguno. Lo único que quedó claro era que había que tomar medidas para evitar complicaciones previsibles. Marta comenzó a tomar la píldora esa misma semana y ya nunca miramos atrás, nuestra única obsesión era disfrutar de nuestros cuerpos y sexualidad de toda manera posible y sin límite alguno. Aquello no era el punto final de nada, sino el comienzo de la aventura más hermosa y placentera de nuestras vidas.