Marta (4)
Marta recibe de su hermano la primera sesión de sexo oral de su vida, experimentando un placer desconocido hasta entonces. Ahora quiere más...
Nuestro siguiente paso adelante en nuestra particular y acelerado curso de conocimiento carnal tuvo lugar unas semanas después.
Alternabamos ya caricias, pajas y masturbaciones más o menos salvajes, aunque nuestro pasatiempo favorito seguían siendo las largas sesiones de masajes sexuales en el sofá, que a veces duraban horas. No era raro sentarnos un sábado por la tarde nada más comer y no levantarnos del mismo hasta la hora de la cena, agotados y satisfechos. Aunque de vez en cuando, cuando yo llegaba un poco salido tras haber estado pensando y fantaseando con ella todo el día en el trabajo, que le pedía me hiciera un pajote cañero al estilo de los de Lucía. Marta siempre accedía de buen grado, con la condición de que luego me dedicara a darle marcha con mis dedos un buen rato. Era un un chollo para ella, en menos de diez minutos había acabado conmigo y yo, ya tranquilizado, podía dedicarme a ella sin prisas ni ansias, proporcionándole dos o tres orgasmos épicos.
Con la práctica, había mejorado espectacularmente su técnica y supongo que algún músculo en particular, porque ahora podía aguantar bastante más rato y a un ritmo endiablado. Tanto era así que procuraba dosificar esos pajotes, ya que si se aplicaba con toda su sapiencia y prolongaba el dulce martirio acababa totalmente exhausto y sin ganas nada más durante un buen rato.
El caso es que esa tarde se lo había pedido y me sometió a un tercer grado pajero brutal, sin duda fue mi orgasmo más bestia desde aquella primera paja que me pilló por sorpresa.
- “Joder, Marta, te has salido. Siempre te lo haces de puta madre, pero de verdad que cada día mejoras. Creía que me moría de gusto, que pasada...”
- “Que exagerado que eres. Aunque sí que es verdad que ahora me canso menos y puedo aguantar más dándote...”
- “No sé, pero ha sido la hostia. No sé cómo agradecértelo...”
- “Eh, no te hagas el loco que ahora me toca a mi”, contestó entre risas mientras comenzaba a quitarse las braguitas, que ya mostraban una pequeña manchita de humedad en el lugar que cubría en la entrada de su vagina
- “No se me olvida, no. Además, hoy te mereces un premio especial. Sube los pies al sofá”
Me miró intrigada pero sin inquietud alguna.
- “¿Así?”
Ya sin bragas, dobló las rodillas apoyando las plantas de los pies en el asiento.
- “Exactamente. Ahora abre un poco más las piernas”
Puse un cojín en el suelo entre sus piernas, mientras me arrodillaba acercando la cara a su coñito.
- “¿Qué vas a hacer?”
- “¿Tú que crees? Tírate hacia atrás y disfruta, voy a estar comiéndote todo el rato que quieras”
Acerqué mi boca a su sexo, ligeramente abierto y húmedo. El flujo hacía brillar su clítoris, casi a la vista, y en su vagina asomaba un poquito de ese líquido que no era el flujo acostumbrado. Algo más denso y blanquecino, delataba que su excitación estaba subiendo cosa fina.
Pronto llegó a mi nariz aquel olor ya familiar pero indescriptible. Era una pasada, olía como ninguno. Un coño joven, fresco, salvaje, gozoso, una maravilla.
Me había convertido un adicto a los olores de Marta. Llevaba “de serie” el que todos conocemos como “olor a chica”, ese delicioso aroma que solo tienen las adolescentes en flor. Cada piel tiene un olor y combina de forma diferente con cada jabón, colonia o perfume, consiguiendo una gama de matices enloquecedora cuando de jovencitas hablamos. Y claro, el olor a Marta, el que dejaba en su ropa y sentías cuando te acercabas, era una droga y de las duras. No estoy hablando de nada especialmente sexual, en absoluto, es sólo que podía oler un jersey suyo y quedarme alucinado, cerrar los ojos y verla delante de mi sonriendo, moviendo la cabeza y mirándome con aire ausente.
Pero ese solo era uno de los olores de Marta. Tenía muchos, el de dormir, el de la playa, el del baile. Uno de mis favoritos era, extrañamente, el no-olor. Era cuando salía del baño, recién duchada, con el pelo mojado. Te acercabas a ella y era entonces cuando podías acceder a su olor de verdad, su olor más íntimo. Fresco, dulce, limpio, virgen. Apenas un lejano rastro del gel que hubiera utilizado para la ducha, el resto era Marta en estado puro. Éxtasis.
Otro especialmente atractivo era el que desprendía cuando tenía ganas de sexo. Abarcaba una gama amplísima, desde el “estoy nerviosa y no sé qué me pasa pero tú vas a remediarlo” al olor de hembra en celo, de auténtica perra cachonda y que era como la llamada de la selva, que te obligaba a dejar lo que estabas haciendo para abalanzarte sobre ella y hacerla disfrutar. Era especialmente sensible a ese olor, a veces entraba en casa y de verdad que podía saber cómo estaba de ánimo mi hermanita. Era un olor totalmente sexual, como si su coño fuera desprendiendo alguna molécula que lo impregnara absolutamente todo. Dulzón y empalagoso, solo intuirlo me ponía como una moto. Era garantía de encontrar un coñito húmedo y receptivo del que poder abusar todo lo que quisiera. No era muy frecuente, pero luego he sabido que algunas tardes se ponía a tontear con ella misma esperando que llegara del trabajo imaginando todo lo que íbamos a hacer, poniéndose al borde del infarto con la calentura.
Y luego estaba el que yo llamaba “de recién follada”, aunque en realidad nunca la hubiera penetrado ni pensado en hacerlo. Era el olor que quedaba en el aire después de una de nuestras maratonianas sesiones de sexo. Pegajoso, pesado, profundo. Una mezcla de sus jugos, los míos, semen, sudor y pasión. Escrito parece asqueroso, pero lo cierto es que era un aroma embriagador, del que disfrutábamos relajados los dos. Un aroma que podía quedarse pegado en la piel de Marta durante horas, podíamos quedarnos dormidos en el sofá toda la noche y seguir oliéndola hora tras hora era el mejor de los afrodisiacos.
Ahora tenía ese tesoro a menos de un palmo de mis narices. Su olor llegó hasta mi como una bofetada, Marta estaba realmente cachonda después de haberme masturbado y curiosa por probar lo que se avecinaba.
Acerqué mi boca lentamente y la posé sobre su coño ligeramente entreabierto, abarcando todo lo que pude. Luego saqué la lengua lentamente y comencé a lamer cada recoveco, despacio pero intensamente. Noté como Marta relajaba sus muslos y comencé a lamer. Mi lengua rozó por fin su clítoris y fue para ella como una pequeña descarga eléctrica. No dijo nada, así que comencé a alternar ligeras lamidas con la punta de mi lengua, primero en círculos y luego de arriba abajo. Oí como se agitaba su respiración y decidí apretar un poquito más. Un dulce gemido escapó entre sus labios, y dejé de lamer con la punta para aplicar toda la base de mi lengua. Noté como se derretía y decidí regodearme. Lamí toda la vulva y sin previo aviso introduje la punta de mi lengua en su vagina. Lanzó un grito de sorpresa y le pregunté si le molestaba, contestándome que siguiera.
Dos o tres lamidas más y comencé a meter y sacar mi lengua de su vagina, tratando de follarmela con ella. El resultado fue que su coño se encharcó de su flujo en apenas segundos, nunca la había visto tan mojada. Para acabar de redondear el primer acto, lamí como un perro el lateral de sus muslos y acerque mi lengua hasta rozar ligeramente el ano, haciendo amago de introducirle la punta pero sin llegar a ello. Pareció que el gesto le gustaba, porque a pesar de removerse nerviosa por lo inesperado, no sólo no hizo ademán alguno de retirarse o apartarse, sino que avanzó su culito hacia afuera para facilitar mis maniobras. Lo lamí a conciencia y volví a dedicarme a su coño con fruición. Saboreé todo lo que pude, empapé mi lengua en sus flujos y lancé el ataque final.
Lubricada por sus propios jugos, acoplé toda mi lengua sobre su clítoris y comencé a lamer apretando con todas mis fuerzas, como un perro enloquecido. Marta lanzó un ahogado grito y noté sus manos sobre mi cabeza, apretándome contra su coño. Ello me enfebreció todavía más y chupé como un poseso, lo cual hizo que todavía me apretara más mientras sus gemidos llenaban el aire. Apenas podía respirar y la presión de sus manos sobre mi cabeza era considerable, Marta iba en busca de su orgasmo y no le importaba nada ni nadie. Comenzó a mover su pelvis, frotando y apretando su vulva contra mi boca. Yo ya no podía lamer ni chupar ni nada, sólo podía apretar mi lengua con todas mis fuerzas sobre su clítoris, mientras ella movía salvajemente su cintura entre gemidos y suspiros, presurosa en busca de su climax y ajena a todo lo demás. Noté como se tensaba y apreté con todas mis fuerzas mi boca sobre su coño, tratando de mover la lengua con una rabia desconocida. Los gemidos se convirtieron en un tremendo grito de placer. Marta se había corrido como una perra.
Me quedé quieto con la cara entre sus muslos. El aroma era embriagador, debía de poder olerse desde el rellano de la escalera. Marta estaba ahora con los pies en el suelo, totalmente abierta de piernas, respirando entrecortadamente, sudorosa, agotada. Comencé a mover la lengua muy lentamente, lamiendo su vulva y entrada de su vagina, dándole un pequeño receso a su hinchado clítoris. Marta gimió como una gatita y volvió a cogerme la cabeza suavemente. Comenzaba el segundo asalto.
Estuve muchísimo tiempo preparándola, lamiendo suavemente hasta el último rincón de su coño, dándole ocasionales besitos en sus muslos y vulva, jugando y sin dejar que se enfriase. No quería tocar su clítoris, que imaginaba hipersensible después del castigo anterior. Pero sentí que, incansable, al rato comenzaba a buscar el contacto total moviendo descaradamente su pelvis. Me dejé hacer, arrastró de nuevo con sus manos mi cabeza a su entrepierna y me apliqué con todo el cariño que pude. Estaba completamente abierta de piernas, prácticamente en un ángulo de ciento ochenta grados, así que mi acceso era completo. Comencé a lamer directamente y lanzó un gemido escalofriante. Apreté de nuevo y retomamos el combate. El sudor nos empapaba a ambos, yo tenía un calor de la hostia y mi único objetivo era proporcionarle otro orgasmo bestial. Lamí con todas mi ansias, a lo loco, bruto y sin miramiento. Marta gemía y me apretaba como la primera vez, más incluso. Noté de nuevo que se avecinaba su orgasmo, le di con mi lengua todo lo fuerte que pude y se corrió en mi boca de nuevo. Pero esa vez no le di un minuto de respiro, tome aire y con la lengua ya dolorida volví a lamer con toda mi rabia. Marta dio un gritito sorprendida mientras hizo ademán de retirar su coño de mi boca, pero en seguida volvió a apretarme contra su clítoris, aceptando el desafío. Evidentemente estaba cachonda como una perra, gemía y suspiraba sin vergüenza alguna, llegándome incluso a decirme
- “Más fuerte, dame más!!! Me estás matando!!!”
Esto me puso más caliente que nunca, tenía la lengua medio dormida pero no pensaba dejar el trabajo a medias. Apreté mientras Marta se retorcía, pronto se corrió dejando mi boca llena de sus flujos. Decidí batir el record y no dejé de chupar, Marta parecía incapaz de moverse durante medio minuto, pero entonces lanzó un gemido escalofriante y volvió a apretarme la cabeza contra su pelvis. Gritaba como una loca, yo movía la cabeza como podía, siempre con la lengua fuera, mientras ella movía sus caderas a un ritmo salvaje, gimiendo al compás. Estaba fuera de si y yo otro tanto, pensé que iba a volver a correrme sin necesidad de tocarme y pese al tremendo pajote que hacía un rato me había proporcionado.
Con mis últimas fuerzas comencé a cabecear todo lo que pude, deseoso de que Sara se corriera como nunca se había corrido. Noté como sus manos me empujaban hacia dentro de su coño sin dejarme respirar, comenzó a temblar y con un tremendo gemido volvió a correrse. Fue sin duda el orgasmo más fuerte y tremendo de su vida.
Allí quedó, totalmente abierta de piernas y con la cabeza mirando al techo. Sudorosa, sin aliento, vencida, agotada. Me eché al suelo intentando recuperar el aliento, estaba mareado.
Noté que la habitación olía como nunca, a sexo y lujuria, un olor que casi podías palpar. Era una mezcla de aromas indescriptible, que daba incluso miedo por su intensidad.
- “Ha sido una pasada, creía que me moría. Te has pasado, no pensaba que podía correrme tres veces seguidas, sin descansar”
- “Pues parece que tienes esa suerte. No te creas que todas las mujeres pueden, pero hay algunas que empalman cuatro o cinco orgasmos seguidos”
- “Buf, no quiero ni pensar lo que puede ser eso. Ahora mismo no puedo ni levantarme, se me doblan las piernas. Te has pasado, hermanito”, comentó con una pícara sonrisa.
- “Ha estado bien, ¿eh? Te hubiera comido más, durante horas. No sé que tiene tu coño, pero huele y sabe como nada que haya probado nunca”
Así era. Si su aroma era embriagador, el sabor del coño de Marta lo superaba. Mientras otros, como los pocos que había podido catar, tenían un regusto ácido e incluso casi metálico, la vagina de mi hermana era un manantial de olores, sabores y placer. No era comparable a nada, sólo sé que estaría bebiendo de su coño eternamente. Había llegado a un punto en que solo pensar en ello me hacía enloquecer. Era adicto a su coño.
- “Que exagerado eres... A ver...”
Diciendo eso, vi como acercaba su mano al coño, introduciendo dos dedos en la entrada de su vagina. Boquiabierto vi como los pasaba por el interior de misma como si de una cucharilla se tratase, recogiendo los restos de su flujo y mi saliva que todavía permanecían allí.
Sacó los dedos brillantes y mirándome fijamente los acercó muy despacio a su boca. Lamió con lujuria primero y luego los introdujo a fondo entre sus labios, chupándolos con fruición. Mi polla comenzó a dar signos de recuperación, aquello solo lo había visto en películas porno de lo más guarro.
- “Hum, no está mal” dijo con una sonrisa de putilla que me hizo estremecer “Sabe saladito, como lo que echas tú antes de correrte. Mira, me apetece probarlo... ¿Vienes?”
- “Ay, que más quisiera. Los chicos no funcionamos igual, te recuerdo que me has vaciado hace un ratito y necesito un tiempo de recuperación”
- “Bah, tonto, ven aquí a mi lado. Pocas veces me vas a tener igual de dispuesta que me tienes ahora, creo que has creado un monstruo. Siéntate y afronta las consecuencias.” dijo dando palmaditas en el asiento del sofá mientras sonreía como una golfilla.