Marta (3)

La lujuria va apoderándose de Marta con cada nuevo truco sexual que le propone su hermano.

Pasaron los días sumidos en nuestra deliciosa rutina, esperándonos mutuamente para darnos placer. Una noche, estando ya Marta masajeándome la polla con toda su sabiduría, comentó como quien no quiere la cosa

-    “¿Sabes quién le da masajes de estos a su novio? Lucía...”

Se me heló el corazón pensando que Marta hubiera comentado con ella nuestras prácticas. Lucía era la mejor amiga de Marta y era un año mayor que ella, lo que marca una gran diferencia a esas edades. Era un palmo más alta, las tetas más desarrolladas y turgentes y las caderas más amplias. Unos labios carnosos siempre con media sonrisa en ellos, una hermosa medio melena rubia y ojos de color indescriptible. En resumen, ya era toda una mujer y estaba de buena que reventaba. Más madura y atrevida, hacia volver la vista a todos los hombres, de su edad o mayores, conocidos o no. Era la bomba. Hasta yo había fantaseado con la remota posibilidad de llenar de leche su dulce boquita, esa boca adolescente que en mis sueños era una fuente de placer agotadora. Y ahora me enteraba de que se dedicaba a pajear con todas sus ganas a un capullo con suerte dos años mayor de ella.

Pero como he dicho, no era eso lo que me preocupaba.

-    “Marta, no me jodas. No le habrás comentado a Lucía ni a nadie lo nuestro...”

-    “Joer, soy idiota pero no tanto. Como si ir contando como le manoseo la polla a mi hermano cada noche fuera lo más normal del mundo.”

-    “Buf, que susto. Perdona, pero como las chicas lo charráis todo.”

-    “Nah, me estuvo contando eso, que le mete unos meneos a Toni en el parque que no veas. Pero ella lo hace de otra manera, dice que Toni le enseñó. Que le coge la polla con toda la mano y le da arriba y abajo, hasta que se corre. Y que a veces lo putea, parando y acelerando a su antojo hasta que lo tiene que no puede más, que entonces le da caña hasta que le saca toda la leche. ¿Cómo dijo que lo llamaba? ¿Hacer una paja? ¿Te suena? ¿Te han hecho alguna?”

-    “Claro que me suena” reí a gusto. “Alguna me han hecho en el rincón más oscuro de la discoteca y eso, pero la mayoría me las he hecho yo... ¡miles!”

-    “¿Y eso?”

-    “Pues que es la única manera de aliviarnos cuando estamos calientes y no tenemos una amiga o hermanita dispuesta a ayudarnos. No es lo mismo que te la hagan, pero menos da una piedra”.

-    “¿Quieres que te haga una? Así aprendo y de paso voy practicando”, dijo con la voz traviesa que utilizaba cuando quería calentarme un poco.

Casi me muero al oír su proposición, estuve a punto de correrme en ese mismo instante.

-    “Bu... bu... bueno, si te empeñas” murmuré intentando hacerme el duro y graciosete

-    “Pero que tonto que eres, tete”

-    “Coge el aceite que vas a ver lo tonto que me pongo”

Marta alargó la mano hasta coger la botella de aceite para bebés que veníamos usando desde hace ya tiempo para facilitar nuestros masajes y masturbaciones reciprocas.

-    “Ponme bastante, que quiero que vaya suave”

Como siempre, obedeció sin dilación derramando una importante cantidad de aceite sobre mi polla, al mismo tiempo que la repartía cariñosamente con la otra mano. Íbamos a dejar el sofá hecho una guarrada otra vez, pero ya estábamos lanzados.

-    “¿Qué hago ahora?”

-    “Cógela como el mango de una raqueta, así, desde los huevos.”

Noté sus deditos y la palma de su mano abrazándome la polla, firme pero dulcemente al mismo tiempo.

-    “Aprieta, que no me vas a hacer daño”

-    “¿Seguro? A ver si me emociono y te lastimo”

-    “Wow, esto promete” volví a reír. “No te preocupes, si me haces daño te aviso”

-    “Vale, ¿qué hago ahora?”

-    “Pues empieza a subir y bajar la mano, primero despacio y luego ya más aprisa. Lo importante es que cojas un ritmo y lo mantengas, luego puedes ir jugando... Ahora más deprisa, ahora más despacio. Es un juego como lo que me haces en el sofá, solo que de otra forma... Uf, vaya tela...”

Había cogido un ritmo de la hostia, no muy rápido pero si sostenido. Además, ayudada por el aceite, su mano subía y bajaba desde la punta de mi glande hasta la base de mi pene en cada movimiento. Era una auténtica pasada.

-    “¿Te gusta?”

-    “Joder, claro. ¿No se nota?”

-    “Sí, algo sí que he notado” dijo con esa sonrisa que me volvía loco mientras aceleraba el ritmo sensiblemente.

-    “Espera, espera, no vayas tan deprisa que no quiero correrme tan rápido”

-    “Oye, tampoco vamos a estar así toda la noche, que me canso”

-    “Eso es que te falta práctica, ¿eh?”

-    “Pues porque tú quieres, tonto”

La verdad es que lo sensual de la escena y la conversación me tenían ya a tope, sabía que no iba a poder aguantar mucho. Le había sujetado la mano para que parara, dos meneos más y me hubiera derramado como un crío.

-    “Mira, hagamos una cosa. Ahora empieza y dame fuerte, dame todo lo fuerte que puedas. Sin miedo, no vas a hacerme daño. Si puedes mantén el mismo ritmo todo el rato, así puedo dejarme ir sabiendo que no vas a parar en el peor momento. Ah, cuando veas que me corro, que no tardaré mucho, por favor no pares de darme. Tienes que sacarme toda la leche, hasta que no pare de salir no dejes de darme caña. Es que si se queda algo dentro es muy molesto y jodido.”

-    “Vale. ¿Empiezo?” dijo divertida

-    “Por favor...”

Noté como su mano se aferraba a mi polla y comenzó a moverse poco a poco, cada vez más deprisa hasta que alcanzó un ritmo más que respetable. No iba a aguantar ni un minuto.

-    “¿Quieres que apriete más?”

-    “Sí, claro”

-    “Si te la cojo con las dos manos puedo hacer más fuerza, ¿me dejas?”

-    “Claro, nena, ahora mismo eres el ama”

Noté entonces sus dos manos rodeando mi polla, una encima de la otra. Cubrían justo toda la longitud de la misma, la de arriba cubriendo el glande y la parte superior, la de abajo golpeando desde el nacimiento de la misma.

Apretó todo lo que pudo mientras mantenía un ritmo aceleradísimo, abrí los ojos para verla arrodillada a mi lado, mordiéndose el labio inferior, concentradísima mirando mi polla mientras ambas manos aferradas a ella subían y bajaban a toda velocidad.

-    “Dame más caña...”

-    “¿¡Más!?”

-    “¡¡¡Dame todo lo fuerte que puedas!!!. ¡Arráncame la polla!”

Me miró asombrada pero en su fuero interno sabía que no había tiempo para nada. Sacó fuerza de donde no las había para incrementar todavía más el ritmo y la presión, era una auténtica máquina haciendo pajas. De repente, cuando ya no podía más, noté como sus manos soltaban mi polla. Antes de poder quejarme, noté como volvía a agarrármela con las dos manos, esta vez con los dedos entrecruzados y apoyando sus dos pulgares sobre mi frenillo. Apretó todo lo que pudo y oí como susurraba

-    “Ahora sí que vas a flipar...”

Comenzó a darme entonces con toda su rabia y fuerza, con una cadencia infernal. Debía de tener los brazos doloridos, pero siguió sacudiéndome la polla de una forma que solo puedo calificar de bestial. Abrí de nuevo los ojos preparándome para correrme, y la vi mirándome fijamente, con la boca entreabierta y moviendo en ocasiones la mandíbula casi desencajada. Apenas pude aguantar un minuto, era como disfrutar de un orgasmo increíblemente largo. De alguna manera supo que iba a descargar y comenzó a sonreír. Sus manos ascendían y descendían a toda velocidad, haciendo extraños sonidos al resbalar sobre la mezcla de aceite de masaje y líquido preseminal, notaba y oía los golpes que sus manos daban sobre mi pubis con cada meneo. No sé de donde aún sacó fuerzas para aumentar todavía más la frecuencia, pero entonces bastaron ya solo seis o siete de aquellos golpes tremebundos para que, retorciéndome de placer, mi pene comenzara a expulsar borbotones de leche, casi líquida después de la sesión a la que me había sometido. Conté al menos cuatro copiosas descargas que volaron hasta lo más alto de mi pecho, casi mi barbilla. Marta siguió pajeándome como le había pedido mientras cada vez menos semen salía de mi exhausto pene. Sonreía pícara y satisfecha, exprimiendo ya con delicadeza y suavidad mi polla, lentamente, de arriba abajo, hasta que fue evidente que no iba a salir nada más.

Marta me miró manteniendo su sonrisa de satisfacción, orgullosa de su trabajo tan bien hecho, mientras preguntaba:

-    “¿Te ha gustado? ¿Lo he hecho bien?”

-    “Ha sido una pasada, cariño. En mi vida me habían hecho un pajote así, ha sido brutal. De verdad, ha sido el orgasmo más fuerte y largo que he tenido nunca. Estoy muerto”

Así era. El orgasmo había sido bestial y yo estaba absolutamente derrengado, casi incapaz de recobrar el aliento.

-    “Pero... ¿Qué te gusta más? ¿Las pajas como las hace Lucía o lo que yo te hago en el sofá?”

-    “Es que es diferente, nena. No tiene nada que ver, es otro rollo.”

-    “Eres un mentiroso” respondió con un mohín de tristeza. “Nunca te habías corrido tanto y tan fuerte”

-    “Ya, te lo he dicho. Pero ha sido por la sorpresa y la novedad. Además, a veces también apetece un achuchón así, rápido y fuerte. No seas tonta. De cien veces, prefiero noventa estar en el sofá contigo que un pajote de estos. Que ha estado de puta madre, pero a mí lo que de verdad me gusta es lo otro. Despacito, suave, cariñoso. Saboreándolo, disfrutándolo los dos...”

-    “Nah.” dijo con lo que en principio me pareció una inexplicable tristeza “Es cuestión de tiempo que conozcas a una chica con mejores manos, mayor y con más fuerza. Que pueda aguantar más tiempo dándote caña y sepa controlarse.”

Se acurrucó cruzando las piernas, todavía con restos mi semen en sus manos brillantes por el aceite, apoyando los brazos cruzados sobre sus rodillas y sus barbilla sobre estos, medio temblando con los ojos ya vidriosos.

Se me partió el corazón. Supe entonces que, si hasta el momento nuestra peculiar relación ya era un lío de tres pares de cojones, la cosa estaba empeorando por momentos. Porque aquello ya no era un calentón inexplicable que nos había llevado a sobarnos y pajearnos. Yo estaba enamorado hasta las trancas de mi hermanita. No era cuestión de placer y juegos sexuales. Aquel ángel me había encandilado y mi pecho se veía aplastado por unos sentimientos ya fuera de control.

Me acerqué para tratar de consolarla, rodeándola con mis brazos.

-    “No seas tonta, Marta. ¿No te has dado cuenta? Ya no salgo con nadie, cada minuto que me queda libre lo atesoro para pasarlo a tu lado. Eres lo que da sentido a mi vida, así de sencillo. Además, lo tienes todo: eres guapa, cariñosa, simpática. Y vaya cuerpo de pecado se te está poniendo. Y entre eso y lo que estás aprendiendo a marchas forzadas, pronto podrás elegir y disfrutar con el chico que más te guste. Y serás tú la que te vayas por ahí a pasarlo bien y disfrutar, que es lo que te mereces”.

Nos quedamos mirándonos fijamente, ambos ya con una media sonrisa. Y me acerqué lentamente hasta posar mis labios sobre los suyos, que se abrieron para dejar pasar mi lengua. Y así estuvimos largos minutos, besándonos sensualmente y abrazándonos, ajenos al mundo y a todo lo que nos rodeaba. Fue un beso, largo, húmedo y sensual, nuestras lenguas entrelazadas apasionadamente, pero no era la lujuria ni el ansia de placer lo que nos empujaba. Eramos dos seres desválidos perdidos en un huracán de sensaciones y sentimientos, buscando consuelo y cariño antes de cualquier otra cosa. No sé si ella era consciente de las dimensiones que estaba tomando nuestra historia, pero yo sí. Y estaba acojonado como nunca lo había estado.