Marta (2)
La versión de ella.
Marta (2)
Paco me había convencido de ir a Mar del Plata y yo había aceptado a regañadientes. En Buenos Aires al menos podía ir a casa de alguna amiga y escaparme ya de su insoportable presencia. Paco había dejado de gustarme (si es que alguna vez me gustó) y ni siquiera su dinero me parecía suficiente para aguantar su compañía.
Paco tenía mañas de viejo enfermo. Sus problemas físicos le hacían imposible satisfacerme y eso lo había vuelto agresivo y celoso. Estaba segura de que en Buenos Aires me había puesto un seguimiento, por lo que la idea de engañarlo no era prácticamente posible. Paco era capaz de cualquier cosa. Mientras tanto, yo seguía interpretando el papel de esposa fiel de sociedad y acostándome con él. A veces me obligaba a mamarle la pija antes de dormir, pero yo había encontrado la forma de sedarlo durante las cenas y el atribuía su sueño pesado a los medicamentos que tomaba. A los 65 años parecía un viejo de 80.
Sin embargo yo, a mis 49 y merced a horas de Gym y cirugías apenas aparentaba los 40. Dinero no me faltaba para vestirme, y toda mujer sabe que eso es muy importante.
Dos días después de haber llegado la estancia ya se me estaba haciendo insoportable. Paco se iba temprano a jugar al golf y yo pasaba casi todo ese tiempo sola. De noche salíamos a cenar o al cine, y después Paco se dormía. Estaba aburrida y necesitada de sexo.
Cuando ya creí que mi suerte estaba echada, Paco me contó que había llegado Mario, el yerno de unos amigos de la sociedad, los Martínez. La verdad es que a mí los Martínez no me caen nada bien. Adela Martínez siempre tiene ese rictus de "señora" y no vacila ni un segundo a restregármelo por la cara. Creo que sospecha mi pasado de prostituta, no porque tenga pruebas, sino porque Paco históricamente se liado con mujeres de ese oficio. Y sí, fui puta. Bailaba en un Cabaret caro porque a los 20 años no tenía otra forma de ganarme la vida. Mas tarde empecé a cobrar mis servicios y Paco fue de mis "regulares" hasta que, ya viudo, me invitó a jugar de "esposa". Yo tenía ya cuarenta largos y mi cuerpo daba señales de fatiga. Acepté y Paco me reconstruyó.
Pero Mario era un buen chico. Y además muy atractivo. Cuando Paco mencionó su llegada no pude evitar recordar su trabajado cuerpo el último verano en la playa. Lo recordaba bien porque lo observé escondida tras mis anteojos negros de sol. Tal vez él me hubiera visto también, aunque jamás se hubiese animado a insinuarse a una amiga de su suegra en presencia de su esposa. Podía ser un escándalo memorable. Y yo tampoco me hubiese animado a darle ninguna señal. Paco me hubiese matado. Mario era alto y de anchos hombros. Su esbelto cuerpo era magro y musculoso. Debía ser una máquina de coger. Y sería mía.
Lo cierto es que Paco me comentó que esa noche había invitado a Mario a cenar y yo no iba a desperdiciar esa oportunidad.
Me preparé bien. Depilé mi coño, pinté mis uñas de rojo y seleccioné mi tanga más pequeña. Me puse un vestido ajustado y a la rodilla, medias de nylon carne y zapatos de tacón aguja. Cuando terminé de maquillarme y peinarme con una coleta me ví al espejo y semejaba una putita de sociedad lista para cornear a su marido.
Cuando nos encontramos, noté que Mario estaba impresionado. Estaba muy bien vestido y no pude evitar que mi conchita se humedeciera de pensar que pronto tendría su polla a mi disposición. Sin dar mucha señal, nos encaminamos al restaurante.
La cena fue olvidable, excepto porque Paco bebía como últimamente solía hacerlo: en forma desmedida. Yo contaba con eso y me cuidé. Mario tampoco se extralimitó, aunque estoy segura que no tenía intenciones hacia mí. Sin embargo pude notar que evitaba mirarme posiblemente para no predisponer mal a Paco.
Cuando nos fuimos Paco estaba muy borracho. Hubo que aguantar el viaje de regreso porque Paco jamás deja manejar a otro su Mercedes. Y jamás admitiría una borrachera.
Pero Mario tuvo que cargarlo hasta la cama y me ayudó a desvestirlo y acostarlo. Cuando yo estaba administrando un sedante a Paco y antes de que me diera cuenta, Mario se había retirado prudente y caballerosamente.
Yo no podía creer que Mario no hubiese intentado nada. Pero no me rendí.
Me desvestí y me quedé sólo con la tanguita y mis zapatos de tacón, me puse un negligé transparente y fui a tocar su timbre (él ocupa el 4A y nosotros el 4B) para representar mi acto.
Mario me abrió la puerta y me hizo pasar. Yo me hice la esposa desconsolada por su marido y él no tardó en dejarme en bolas. Prácticamente me arrastró a su cama y en un abrir y cerrar de ojos yo me estaba acabando con su grueso rabo entre mis piernas.
Tanto era el placer que me estaba arrancando, que apenas escuchaba sus palabras. Mario me trataba de puta y de perra. Mientras tanto me estaba propinando una cogida de campeonato y yo quería más y más. Me sentía una cerda sedienta de pija y actuaba como tal. Mario rompió mi culo y creí morir del placer.
No sé cuanto tiempo me cogió. Al despedirme, entrada la madrugada, me obligó en la puerta a arrodillarme y mamarle la pija, lo que hice como experta.
Nos prometimos repetir en Bueno Aires y lo hemos cumplido, pero eso lo contaré después.