Marta (13: Palacio de hielo)
Las calurosas tardes de verano a veces acaban muy bien...
¡Hola a todos! Ya sé que hace siglos que no publico nada, pero estos días me he animado y he escrito algo que me sucedió el verano de 2015. Espero que os guste. Quiero dejar un mensaje también para la web: ¿Sería posible crear la categoría "Público/Exhibicionista" o algo parecido? Ya que normalmente ese tipo de relatos tengo que incluirlos en "Voyeurismo" y la verdad, no es lo mismo una cosa que la otra. Saludos a todos...
Fue un pequeño sobresalto. Estaba tumbada en el sofá, toda bañada por el sudor que el asfixiante calor veraniego me producía. Aquello que me había hecho volver al mundo real era el teléfono móvil, que me notificaba un mensaje. Alargué el brazo hasta la mesita y palpé hasta dar con él, lo cogí y me lo acerqué para poder leerlo. Era de Sara, que me incluía en un grupo de Whatsapp llamado “Kedada hoy!” Hice un esfuerzo sobrehumano para incorporarme y despertar de una vez todo mi cuerpo, que aun con el viento del ventilador seguía sudando como en una sauna. Volví a ver el móvil, en el grupo había tres personas más aparte de nosotras dos. Decidí escribir un escueto “hola”
Me recogí el pelo que tenía pegado al cuello en una coleta y recordé que antes de quedarme profundamente dormida en el sofá había estado viendo una peli mala de sobremesa. Como no me enganchaba y me aburría, poco a poco y como quien no quiere la cosa había empezado a pasar mi mano por encima de las braguitas, rozando levemente mi sexo. Solamente llevaba una camiseta de tirantes y las citadas braguitas, la una blanca y las otras rosas, pues con aquel calor no era recomendable taparse mucho más. Sin embargo, el sueño me había vencido antes de darme el suficiente placer como para terminar la masturbación.
Resultó ser que Sara había quedado con una amiga y sus respectivos ligues y quería que yo fuera también. Era solamente para tomar algo antes de cenar pero no veía yo muy claro eso de ser la única sin pareja en aquella “cita” Al chico de Sara ya le conocía, Samuel, típico musculitos de gimnasio algo más joven que ella. A la amiga no conseguía ubicarla, aunque Sara me decía que ya la había visto anteriormente, y a su novio menos aún.
Al final accedí, ya que no tenía planes y no me apetecía pasarme la noche del viernes sola en casa pasando penurias por el calor. Decidí darme una buena ducha para eliminar el sudor y espabilarme un poco antes de vestirme para salir. Tuve la tentación en el cuarto de baño de acabar lo empezado en el sofá, pero me encontraba algo desganada, en parte por el calor y quizá también porque aquella misma mañana me había dado una sesión masturbatoria, culito incluido, de las que hacen época. Así es que salí rápido de la ducha y me puse la leche hidratante por todo el cuerpo, me acariciaba con la crema mis partes más sensibles y activaba de esa manera mi lado sexual, erizando los pezones y humedeciendo, solo un poco, el interior de mi vagina. Era un estado que me gustaba, excitada pero al mínimo.
En el dormitorio seleccioné un tanga de color claro, rosáceo pero muy pastel, nada que ver con las braguitas rosa chicle que me había quitado antes de ducharme. Cubrí mi sexo con él, es decir, lo poco que cubre un tanga, y busqué un sujetador blanco que me realzara el pecho. Para terminar de tapar mi cuerpo, un fino vestido veraniego ceñido hasta la cintura y con vuelo en la falda de color rojo. Me veía bien, con una buena delantera que decía “aquí estoy yo” y combinando rojo en vestido, labios y zapatos de tacón, todo muy sexy. Finalmente me hice una coleta que no me diera calor en el cuello, dejando libres un par de mechones de pelo y junto con mi bolso salí de casa camino del bar en donde habíamos quedado.
Fui la última en llegar. Allí estaban sentados en el interior del local, bañados por el aire acondicionado, mis cuatro acompañantes. Sara llevaba unos shorts vaqueros, una camiseta holgada sin mangas y unas sandalias, su chico iba en vaqueros y una camisa a punto de explotar, lástima me dieron los botones nada más verle. Por otra parte, Virginia, la amiga de Sara, iba también con shorts y una camiseta minúscula que dejaba al aire su cintura, su ombligo y su piercing y buena parte de su pecho. El novio… el novio era un chico espectacular que me impresionó nada más verlo. Iba con un pantalón corto vaquero y deportivas y una camisa blanca que le quedaba de muerte sin miedo a que pudiera reventar como la de su compañero de mesa.
Aproveché los dos besos de rigor al presentarnos para oler su cuello y me empezó a entrar un gusanillo por dentro que me encantó.
Una vez acabados los formalismos, quedé sentada entre Sara, a mi izquierda, y Mario (el niño de mis ojos) a mi derecha. Me encontraba algo nerviosa por ser la única sin pareja y estar con gente a la que apenas conocía, aunque con lo dicharachera que era Sara se evitaban los silencios incómodos. Sin embargo, en un determinado momento, y sin venir a cuento, Virginia dijo algo que no me gustó nada:
¿Así que ya has cumplido los treinta?
Pues sí, aunque no lo parezca, ¿verdad? – les dije con una falsa sonrisa en la cara.
La verdad es que no, pareces una de veinticinco – dijo Samuel queriendo ser caballeroso conmigo. Mario asintió con la cabeza y pude comprobar como su novia le enviaba una mirada de desaprobación que él nunca llegó a captar. Aquello me animó y con la más seductora de mis caras les di las gracias, aunque mirando descaradamente a Mario a la cara. Él me sonrió y la conversación se desvió a otros temas.
Yo estaba un poco ida de la conversación, mi atención se había desviado a la parejita de mi derecha. Ella continuamente hacía muestras de cariño como arrimar su cabeza al hombro de él o cogerle la mano, pero en cambio, él rápidamente se apartaba y no se mostraba nada “enamorado” con su chica. Y no hacían mala pareja, porque ella también tenía un buen cuerpo, pero en él no se intuía una conexión especial con ella, quizá solo fueran pareja de sexo.
Chicos, ¿a vosotros qué os pone más, un buen escote o unas piernas largas? – la pregunta de Sara me sacó de mis pensamientos bruscamente. Ellos rieron tímidamente y Virginia puso una media sonrisa que demostraba su mala faceta de actriz.
A mí ya sabes que me vuelven loco tus bubis, Sarita – dijo Samuel haciendo un gesto con las manos que casi termina tocándoselas allí mismo.
¿Y tú, Mario? – le preguntó Sara. Él tragó saliva, echó una rápida mirada a su chica y por fin habló:
Yo soy más de piernas, me gusta la curva que hacen vuestros cuerpos desde la espalda hasta las piernas, los muslos…
¡Eso es el culo! – le cortó Samuel riendo.
Bueno… sí… el culo y las piernas, todo junto – habló todo sonrojado y reímos todos menos Virginia que solo sonreía de manera muy forzada.
Y vosotras, ¿qué? – pidió Samuel a las chicas.
Yo adoro tus músculos, ya lo sabes, pero donde esté un buen culazo… - contestó Sara haciendo con las manos como si apretara uno.
A mí me gustan menos musculosos pero bien formados… así como Mario – y le lancé una mirada sexy que le dejó tieso como una estatua. Virginia me miró con desprecio y Sara siguió con sus risas.
Pues yo no soy tan superficial, chicas, me fijo más en los ojos y las manos, que las tenga cuidadas – dijo Virginia mintiendo sin saber hacerlo. Estaba picada, claramente.
Como la tensión había aumentado, relajamos la conversación y hablamos del calor y las vacaciones. Yo me entretenía jugando con el zapato, tenía el talón fuera y lo balanceaba con los dedos cuando sin querer me topé con la pierna izquierda de Mario y el zapato se fue al suelo. Él me miró al notar el roce de mi pie y yo buscaba el zapato con el propio pie, hasta encontrarlo y atraerlo hacia mí para volver a ponérmelo. Me giré hacia él y me calcé dándole una vista sensacional de mis piernas, con el vuelo del vestido a medio muslo. Levanté la cabeza y le descubrí mirándome de soslayo, entonces sonreí y miré a su novia, que a juzgar por su cara se había percatado de la escena al completo. Me gustó la sensación, empezaba a sentirme un poco excitada, así que me puse a jugar.
Ya de vuelta a mi posición anterior, estiré mi pierna derecha y comencé a rozarle la suya a Mario, pero sin ni siquiera mirarle. Dejé el zapato en el suelo, esta vez a propósito, y froté mi pie con su pantorrilla. Él no se movía ni un milímetro, así que me animé a continuar, cada vez más descaradamente, y como parecía no importarle, dejé mi mano “muerta” y rocé con el dorso su pierna por encima del pantalón. Era un movimiento súper inocente, pero estar viendo a su chica mientras lo hacía me subió los niveles de morbo a las nubes y comencé a mojarme a lo bestia. Los calores me subieron de golpe y tuve que coger aire y respirar un poco. Finalmente comuniqué a la mesa que iba un momento al baño y abandoné la sala con un buen balanceo al andar, por si Mario me estuviera mirando.
Nada más entrar al baño me fui directa a uno de los inodoros y eché el pestillo. Me senté sobre la tapa del inodoro y respiré hondo. Estaba taquicárdica, me parecía imposible llegar a ese estado solo con un mínimo roce. Casi mecánicamente llevé una de mis manos bajo el vestido y me palpé el sexo por encima del tanga. Ya estaba mojado y el contacto con mis dedos fue genial, lo tenía todo preparado para gozar. Pero no era el momento, ¿o sí? Pensaba en Mario y me frotaba por encima de la ropa interior hasta que no aguanté más y me subí el vestido a la cintura y me bajé el tanga hasta las rodillas. Abrí las piernas lo que la pequeña tela me permitió y llevé los dedos índice y corazón hasta mi clítoris para frotarlo. El gusto fue tremendo, tuve un escalofrío y me revolví en el inodoro. Podría terminar en menos de cinco minutos, estaba segura. Mi mente pensaba rápido y antes de abandonarse al placer sexual más inmediato decidió jugar. Decidió jugar muy fuerte.
Saqué el móvil del bolso, fui hasta el grupo de “Kedada hoy!” y abrí un nuevo chat con Mario. Le di a la cámara y me hice un selfie de los que quitan el hipo (la verdad es que tuve que hacer seis hasta dar con la foto idónea) Se me veía súper cachonda, con el vestido subido, el tanga en las rodillas y la vagina al descubierto. Solo me restaba darle a enviar para iniciar un camino sin retorno, muy placentero pero también peligroso.
Le di a enviar.
Inmediatamente después me froté con rabia unos segundos imaginando a Mario viendo la foto con Virginia a su lado. No había pensado en las consecuencias de que ella la viera también, pero el estado en que me encontraba no daba para tanto. Dejé el teléfono en el bolso y me saqué el tanga. Lo hice una bola y lo tiré también dentro antes de levantarme, colocarme el vestido y salir a remojarme un poco la cara y el cuello que me ardían de calor y excitación.
Eché un ojo al Whatsapp y comprobé que Mario había visto la foto, eso me aceleró el pulso tanto que pensaba que se me salía el pecho del vestido. Como no respondía nada, le escribí yo:
“¿Jugamos?”
Y a los diez segundos respondió:
“Ok”
Me acomodé el pelo de la coleta, respiré, me aseguré de no tener el maquillaje corrido y salí del aseo camino nuevamente de la sala.
Allí todo seguía igual, así que me senté y me incorporé a la conversación que trataba de una serie de televisión que yo no seguía. Notaba nervioso a Mario, así que para “tranquilizarle” hurgué en el bolso y saqué el tanga, lo deslicé bajo la mesa hasta su pierna y se lo dejé sobre la rodilla. Él notó algo y fue con su mano a cogerlo… La cara que puso cuando reconoció el tanga de la foto fue para enmarcar, rojo como un tomate. Rápidamente se lo fue metiendo en el bolsillo izquierdo sin que Virginia se enterara con un tembleque de manos que estaba como para llevar una bandeja. Cogí el móvil, y allí, con todos delante, le escribí de nuevo:
“Necesito follar YA ¿qué hacemos?”
Uy, ni que os estuvierais wasapeando los dos – dijo Sara al oír la notificación de Mario justo al escribir yo – ambos reímos y pasamos del comentario, dando por hecho que nadie pensaba realmente que estuviéramos escribiéndonos el uno al otro. La verdad es que lo necesitaba de verdad, que ya llevaba ¡semanas! sin probar varón.
Virgi, no estoy muy católico, ¿qué tal si nos vamos? – sorprendió él.
¿Ya? Jo, cari… – se quejó ella.
Sí, te acerco a tu casa y me voy a la cama derecho, que ya sabes que cuando me entra el dolor este de cabeza no soy persona hasta que duermo.
Oye Virginia, quédate con nosotros. Luego te acercamos si quieres – propuso Sara.
No sé… ¿qué opinas? – le dijo a Mario.
Como quieras, quédate y disfruta si quieres.
Bueno cariño, en cuanto llegue a casa te llamo a ver cómo estás, ¿ok? – le dijo preocupada.
Muy bien – se dieron un beso de despedida y Mario salió casi huyendo de allí. Yo no sabía muy bien qué pensar ni hacer hasta que recibí un nuevo mensaje:
“Palacio de Hielo”
Como yo no había soltado el móvil y lo mantenía en silencio, nadie se enteró de la notificación. Se refería al centro comercial que estaba justo enfrente de donde nos encontrábamos. Entendí que me esperaba allí, claro, así que mi vagina aumentó el caudal de flujo. Pero el muy cabrón me había pasado la pelota y a ver qué me inventaba yo para escapar.
Pues yo os voy a tener que dejar también, chicos – mentí.
¿Y eso? – preguntó Sara. Puse cara de fastidio y seguí con la mentira.
Me acaban de recordar que hay reunión de la comunidad y me están esperando. Así que me voy volando. Menudo rollo…
Ya ves, tía. ¿Y no puedes faltar? – insistió Sara.
Imposible, soy la tesorera.
Cinco minutos después deambulaba por el Palacio de Hielo buscando con la mirada a Mario. De reojo miraba el Whatsapp por si respondía a mi “Dónde estás?”
No obtuve respuesta, ya que rápidamente apareció a mi lado. Se le notaba nervioso, aunque no más de lo que yo lo estaba.
Hola Marta – me dijo algo inseguro. Quizá dudara de que todo aquello fuera en serio.
Mario… – no me salió nada más en ese momento. Bueno, algunas gotitas de flujo sí que salieron al volver a ver ese cuerpazo.
Vaya foto… Me ha puesto a cien – se sinceró conmigo y eso me tranquilizó, no sé por qué.
¿Te gustó? – pregunté ingenua, sabiendo de sobra la respuesta.
Ya te digo…
Y… ¿qué hacemos? – le pasé la pelota.
Podemos ir a un hotel – propuso.
No sé si puedo esperar tanto – la verdad es que no quería esperar tanto. Quería empezar cuanto antes.
Pues como no bajemos al parking… Tengo el coche abajo – una nueva oleada de excitación inundó mi cuerpo y me arrebató el control. Me acerqué a él hasta entrar en contacto y llevando una mano a su entrepierna, palpé su sexo por encima del vaquero mientras le susurré al oído: “¿Así que te gusta follar con otras mientras tu novia anda cerca?”
Solo con las que me mandan fotos guarras – contestó muy seguro de sí mismo. Y eso me puso a mil por hora. Le cogí de la mano y me lo llevé a paso ligero hasta los aseos del centro comercial. Empujé la puerta del baño de chicas y me encontré con dos mujeres, madre e hija, allí de charla. Rápidamente me giré e hice lo propio con la puerta del baño de chicos y al no encontrar persona alguna, me metí seguida de Mario.
Cuando me giré hacia él después de introducirnos en una de las pequeñas cabinas y ya con la puerta cerrada a su espalda, vi la lujuria en sus ojos. Antes de poder articular palabra lo tenía sobre mí comiéndome la boca. Su ímpetu me hizo caer hacia atrás, quedando sentada sobre el inodoro. Dejé el bolso en el suelo y abracé su espalda por debajo de la camiseta. Tras unos segundos en los que casi me deja sin aliento, se retiró de mí y me soltó lo siguiente:
- Me apetece verte probar mi polla con esa boquita preciosa que tienes – y se quedó tan ancho. Mi cara seguro que respondía que sí, porque acto seguido tenía los vaqueros en los tobillos y su pene, ya erecto, resplandeciente a escasos centímetros de mi cara.
Le miré a los ojos, me puse en el borde de la taza y abrí mis piernas, de manera que pudiera llegar con facilidad hasta su miembro. Lo agarré con la mano derecha y lo guie hasta mis labios.
Joder – dijo entre suspiros después de la primera toma de contacto.
Dios… – después de pasar por primera vez la lengua por debajo de su glande. Una vez bien rodeado su pene por mi boca, llevé las manos a su culo para regular la distancia, de manera que no se me fuera y que no me atragantara tampoco. Cosillas que una va aprendiendo con la experiencia. Era un pene bastante grande, aunque nada fuera de lo normal, por lo que después de las primeras chupadas, pude aguantarlo completo en mi boca. Cuando no se veía ni un milímetro fuera de mí, le miraba a los ojos y veía la felicidad en su rostro. A mí se me saltaba alguna lágrima por el esfuerzo, pero lo disfrutaba muchísimo, pringando de flujo la tapa del inodoro.
Tras unos minutos, dejé escapar aquel pedazo de carne de mi boca, cayendo algunos hilos de saliva por mi barbilla. El sexo oral estaba siendo muy bueno, sobre todo para él, pero yo necesitaba follar antes de que él terminara por bañarme la garganta. Así que me puse en pie, le di la espalda y me incliné apoyando las manos en la pared, con las piernas abiertas alrededor del inodoro y el culito expuesto hacia Mario. Seguro que nunca le habían dado tantas facilidades.
Veloz como el rayo, me subió la falda y puso su polla en mi vagina. Ni siquiera me preguntó si tomaba la píldora. O estaba muy muy muy excitado o le importaba un pimiento ser padre. Como sí que la tomaba, no dije nada y me limité a disfrutar de su carne adentrándose en mi ardiente cuerpo. Chapoteaba por la gran cantidad de flujo que emanaba de mí y la falta de roce le permitió bombear a gran velocidad casi desde la primera embestida. Me sujetaba por las nalgas, apretando fuerte sus pulgares y a cada golpe de sus caderas, mi cara se pegaba a los azulejos del baño. Me estaba gustando tanto que ni me percaté de que alguien había entrado en los servicios hasta que le oí decir: “Joder, qué bien se lo pasan algunos. ¡Qué aproveche!” Evidentemente no nos veía, pero oía el choque de la cadera de Mario en mi sexo y los gemidos que salían de mi boca. Escuchar aquellas palabras me produjo un sobresalto por lo inesperado y de corrido, valga la redundancia, me corrí. Un orgasmo largo, con varios picos de placer acompañados de espasmos que me hacían retorcerme de gusto. Tal fue que se salió su pene de mi cuerpo y caí rendida sobre la taza, la cabeza sobre la cisterna, aún recibiendo sacudidas de exquisito placer físico.
- Marta, rápido que me corro – dijo Mario. Pero no supe reaccionar, seguía ida por el orgasmo. Como no respondí, fue él mismo quien me cogió por las axilas y me giró, sentándome en el suelo, con la espalda tocando la puerta. Con su mano izquierda me sujetó la barbilla y con la derecha, polla en mano, se masturbó rápidamente hasta llegar al ansiado orgasmo y derramar su semen por toda mi cara. Vi un primer chorro sobrevolar mis ojos y caer en la frente y el pelo, un segundo que me impactó de lleno en la nariz y ya no supe si otros dos o tres que impregnaron mis labios y mis mejillas, así como mi barbilla, de su néctar amoroso. Relamí lo que alcanzaba con la lengua y mi rostro dibujó una sonrisa de oreja a oreja que se le contagió a Mario, quien terminó por soltar una carcajada.
Me sorprendió que me levantara y me diera un profundo beso en los labios, saboreando su propio sabor. Puso sus manos en mis hombros, se echó hacia atrás y desde allí, a escasos veinte centímetros de mi cara me dijo:
- A Virgi le va a encantar cuando se lo cuente – Ni que decir tiene que mi cara fue un poema…