Marta (11: Fallas 2013)
Placentero viaje a la capital del Turia junto con mi amiga Sara...
Llegamos a Valencia el 16 por la tarde después de pasarnos el día metidas en el coche de Sara. Al final habíamos ido las dos solas, ya que Elena se echó atrás a última hora por temas de trabajo. Íbamos a estar allí hasta el 20, para poder ver tanto la Nit del Foc como la Nit de la Cremà, así que dormiríamos en un hotel de la ciudad. Alquilamos una habitación con dos camas que encontramos de casualidad porque estaba todo hasta arriba de gente.
Fue ya el domingo 17 cuando conocimos a Jose y a Vicente. Eran dos chicos muy simpáticos que nos entraron como quien no quiere la cosa y con los que terminamos pasándolo genial aquel día, por lo que quedamos para cenar y ver la Nit del Foc juntos al día siguiente.
A la hora de prepararnos para la cita las dos optamos por vaqueros y calzado cómodo, pues iban a ser muchas horas andando o simplemente de pie. Como compartíamos baño, mientras yo me duchaba, ella se secaba el pelo. Ante aquella falta de intimidad, decidí no entretenerme y dejar la posibilidad de tocarme para otra ocasión, aunque ya empezaba a tener ganas después de un par de días sin hacerlo. Ella seguía totalmente desnuda, como si tal cosa, así que yo no iba a ser menos y salí de la ducha sin ningún pudor. Ya nos habíamos visto todo varias veces, así que no había novedad alguna en vernos los cuerpos. Yo me cubrí la cabeza con la toalla mientras miraba el reflejo de ambas en el espejo: dos chicas bonitas dispuestas a dar guerra durante aquellas Fallas.
¿A cuál te vas a follar tú? – Saltó Sara de pronto.
¿Qué? – Me dejó atónita.
Que si te vas a follar a Jose o a Vicente, por ir escogiendo, digo.
Pero mira que eres bruta, ¿eh?
Sí, ya, pero dime ¿a cuál?
Pues no tengo en mente follarme a nadie, aunque no lo descarto – Y las dos nos echamos a reír.
Bueno, elijo yo entonces. Me quedo con Jose, me mola más.
Como quieras, Sara, pero luego no te enfades si Jose prefiere probar conmigo. ¡Y no me hables de estos temas estando desnuda que soy capaz de hacerte lesbiana!
Y luego soy yo la bruta… – Y nos dio por reír de nuevo.
Vicente era un chico alto y moreno que parecía estar cachas bajo la ropa con la que le había visto. Según nos contó la noche anterior, tenía 30 años y trabajaba en una fábrica en un polígono cuyo nombre no recordaba. Pensando ya en agradarle la vista, opté por acompañar los vaqueros con una camiseta negra de tirantes muy ceñida y un suéter rosa holgado que dejaba al descubierto uno de mis hombros. Como la camiseta ajustaba tanto, decidí no usar sujetador aunque sí que me puse un tanguita de color negro. Me hice una coleta y pinté mis labios de rojo pasión.
Desafortunadamente había que usar abrigo si una no quería quedarse helada, así que tuvimos que tapar nuestros bonitos cuerpos al salir a la calle.
La noche transcurrió entre risas y buen rollo, Sara iba descaradamente a por Jose y eso hizo que Vicente se centrara más en mí, así que, estando ya posicionados en el Pont de les Flors para ver la Nit del Foc parecíamos dos parejitas de novios felices. Ellos estaban a lo suyo y Vicente se lanzaba a temas más picantes conmigo.
Cuéntame, ¿qué es lo que más te gusta en la cama? – Fue directo el chico.
Vaya, no me esperaba esa pregunta. No sé… me gusta mucho todo, no te pienses que soy una mojigata.
Nunca pensaría eso de ti, tienes cara de saber disfrutar.
No sé si eso es bueno o malo.
Bueno, mujer, bueno.
Y a ti, ¿qué te vuelve loco? – Contraataqué.
Que me hagan sexo oral, como a todos.
Sí, eres poco original.
Qué se le va a hacer, la culpa es vuestra por hacerlo tan bien.
Pues lo haré mal a partir de ahora, a ver si descubrís nuevos gustos – Y le lancé una mirada de pícara que seguro que su pene despertó del letargo.
Bueno, eso no quiere decir que no tenga otros gustos, el anal me mola mucho también, pero no es fácil dar con una chica que lo practique.
No es tan difícil – Y le guiñé un ojo.
¿No me digas? Vaya, qué sorpresa tan agradable.
Eh, eh, que yo no he dicho que vaya a dejarme – Estaba disfrutando de aquel juego.
Entonces, ¿no hay algo especial que te gusta más que el resto?
Claro que sí, lo que pasa es que no quiero escandalizarte.
Ja, ja. Venga, cuéntamelo.
Me vuelven loca los lugares prohibidos.
¿Sí? ¿Cómo cuál?
Pues como los parques, las tiendas, los autobuses…
Vaya, vaya, nos ha salido morbosilla.
Ya ves, así soy yo.
Me gusta, me gusta. Yo también he probado los parques, no te creas.
¿Solo o en compañía?
Con una chica, claro.
Yo también lo practico a solas, es muy excitante salir, por ejemplo, con una mini pero sin ropa interior y según vas caminando irte mojando hasta no poder más y terminar tocándote en algún baño o el probador de una tienda de ropa.
Joder, Marta, ya me has puesto a cien.
Si lo prefieres me callo, ¿eh?
De eso nada, tú habla lo que quieras – Pero justo en ese momento se apagaron las luces de la ciudad para dar paso a los fuegos artificiales, por lo que desviamos nuestra atención hacia el cielo de Valencia.
No habían pasado dos minutos cuando empecé a sentir la mano izquierda de Vicente posarse levemente en mi trasero, para posteriormente ir dándome un magreo en toda regla durante el tiempo que duró el espectáculo. Aquello, lógicamente, me calentó sobremanera, dejando el tanguita bien húmedo. El hecho de que me tocara tan alegremente entre tal cantidad de personas, que a buen seguro no se enteraron de nada, había activado a la Marta morbosa, la que siempre quiere sexo.
Sara y Jose dijeron algo de ir a tomar unas copas, pero yo les dije que prefería volver al hotel, que Vicente me acercaría. Por supuesto que todos allí entendieron perfectamente qué era lo que quería, así que nos dejaron ir sin insistir. Llegamos andando hasta el hotel, que no estaba lejos, y subimos a la habitación.
Tras una breve conversación y un poco de manoseo por parte de ambos, terminamos sentados en el balcón, uno enfrente del otro. Como la noche estaba refrescando y yo había soltado el abrigo sobre la cama, mis pezones comenzaron a endurecerse y ser claramente perceptibles por mi acompañante.
Me parece que alguien olvidó ponerse sujetador esta noche – Me dijo al darse cuenta.
Lo dirás por ti, porque yo no lo olvidé – Le respondí.
Pues el caso es que me alegro, se intuyen bonitos desde aquí.
Yo también intuyo algo ahí – Le dije indicando su paquete con mi dedo índice.
¿Y te extraña? Me tienes a cien, Martita.
¿Sí? Pues habrá que ponerte a mil, ¿no? – Otro guiño. Acto seguido me deshice del suéter, quedando de cintura para arriba únicamente con la camiseta de tirantes, no me importaba el frío. Vicente no me quitaba ojo y empezaba a pasarse la mano por encima del pantalón, rozándose el pene.
Yo pellizqué mis pezones por encima de la ropa para endurecerlos aún más sin dejar de mirarle y sobé mis pechos sensualmente buscando excitar al máximo a Vicente. Me levanté, desabotoné el vaquero y me acerqué para quedar entre las piernas de mi chico . Él agarró los pantalones y me los bajó hasta los tobillos, dejando a la vista mi bonito tanga negro impregnado en flujo.
- Vamos a ver qué guardas ahí – Le dije al tiempo que me arrodillaba y desabrochaba su pantalón para liberar su miembro de la tiranía de la tela vaquera. Estaba realmente duro, tenía el glande fuera y mojado y su tamaño se adaptaba perfectamente a mi mano, la derecha, que fue quien lo recibió.
Comencé a masturbarlo lentamente, viendo como el placer se adueñaba de su rostro y los ojos se le cerraban. En un momento dado empezó a emanar algunas gotitas de líquido, así que dejé de tocarle para evitar que terminara antes de tiempo y me volví a mi silla.
Qué mala eres – Me dijo.
¿Por qué? ¿No lo hago bien?
Demasiado bien lo haces. Podría vivir con tu mano siempre ahí agarrada.
Pues ahora está ocupada – Le dije mientras usaba la susodicha mano para frotar mi propio sexo. Él, mientras, ya se masturbaba mirando como lo hacía yo.
Nunca me he tocado viendo a una chica hacerlo también.
¿Te gusta? – Pregunté.
Me encanta, aunque estás muy tapada para mi gusto.
Ah, bueno, eso tiene fácil arreglo – Y sin darle más tiempo, me deshice de las deportivas, los pantalones y el tanga.
Eso está mejor – Me dijo. Segundos después ya estaba totalmente desnuda, dejando la camiseta tirada en el suelo.
No te imaginas cómo me pone estar desnuda en la terraza contigo masturbándote.
Pues yo no veo el momento de echarme sobre ti y darte duro por todas partes, Martita.
¿Quieres follar? – Pregunté inocentemente.
No sabes cuánto. Voy a reventar.
¿Y te gustaría hacerlo anal?
Joder, claro.
Pues no estoy preparada, no me atrevo a probar y que tengamos una desagradable sorpresa.
Es igual, podemos follar a la vieja usanza hasta el amanecer – Se le notaba impaciente ya. Entonces se me pasó algo por la cabeza, a pesar de la excitación que a menudo me nubla la mente y no me deja pensar en nada más que en el placer del sexo.
Te propongo un trato – Le dije levantándome y volviendo a arrodillarme entre sus piernas, tomando su pene con la mano y continuando la masturbación.
Joder… Dime – Estaba a punto de correrse.
¿Qué te parece si mañana volvemos a vernos para follar como Dios manda? Yo te prometo tener todo mi cuerpo listo para la acción, para que me hagas todo lo que quieras.
Dios… Sí.
Podrás usar mi vagina, mi culito, mi boquita… – No dejaba de frotarle manteniéndole a un paso del orgasmo.
Te voy a follar como nunca te han… – Y no le dejé terminar la frase. Apreté con algo más de fuerza y el orgasmo le vino al instante, soltando chorros de esperma por todas partes; incluso se las apañó para decorar una de mis tetas con su líquido del amor. Por supuesto me dejó la mano pringada, así que me dediqué a limpiarla con la lengua mientras él volvía en sí.
Dios, Marta… Ha sido genial, de verdad que no esperaba terminar así, pero ha sido impresionante.
De nada, chico. Pero te recuerdo que el plato fuerte se sirve mañana, no lo olvides – Terminé de hablar para lamerle las últimas gotas de semen directamente de su glande.
No me resultó nada fácil dejarle marchar e irme a la cama con semejante calentón. Después de todo, él se había ido feliz tras su eyaculación, pero yo me había quedado a medias. Y así quería que fuese, evitaría por todos los medios tocarme hasta el día siguiente para estar todo lo excitada posible en el momento de encontrarme de nuevo con Vicente.
Para colmo, tras un par de horas de insomnio y vueltas en la cama, llegó por fin Sara y se puso a contarme lo bien que le había ido con Jose y la cantidad de guarradas que habían hecho, con todo lujo de detalles, como era costumbre en ella. No podía más con la excitación y a hurtadillas me pasaba levemente la mano por el sexo bajo las sábanas mientras ella me relataba un impresionante polvo en el piso del chico. Por lo visto Sara se había dedicado a montarle tanto de cara como de espaldas, él la había puesto a cuatro patas… Vamos, que se repasaron todo el Kamasutra para que al final ella tuviera un par de orgasmos y él dejara escapar su semen sobre el pecho de mi amiga.
Cerca estuve de llegar yo al orgasmo antes de armarme de cordura y dejar de tocarme. Me obligaría a dormir y que mañana fuera otro día.
¡Y qué día!
Pasamos la mañana viendo algunas fallas y terminamos en la Plaza del Ayuntamiento “sufriendo” la mascletà a eso del mediodía. Además del ruido de los petardos, el calor de aquella hora y el tumulto de personas apiñadas todas en la plaza hacían insufrible el momento. Aguantamos golpes, empujones y tocamientos. Aprovechando el gentío, más de uno y más de dos se habían puesto las botas con nuestros traseros, que estaban más manoseados que un billete de cinco euros.
La tarde, en cambio, fue para descansar en el hotel. Mientras Sara dormía un poco yo me dediqué a prepararme para la noche, ya que le había prometido a Vicente estar dispuesta a todo. Tras pasar por el inodoro para hacer mis necesidades, me metí en la ducha y comencé a lavarme bien el ano para deshacerme de todas las “impurezas” que pudieran quedar. Como siempre, con ayuda de los dedos y de la alcachofa de la ducha introduje agua en el interior y lo expulsé con fuerza. Proceso que repetí hasta estar segura de que el agua salía totalmente limpia. Después, un poco de crema untada a la entrada del esfínter dejaría un agradable olor a vainilla y de esa manera conseguí tener el ano preparado para la marcha que le esperaba aquella noche y la vagina tremendamente hinchada de la excitación provocada por el juego anal que acababa de realizar.
Una vez preparada por dentro me dispuse a decorarme por fuera. Me planché el pelo para tenerlo bien liso y decidí dejármelo suelto, me pinté los ojos oscuros y los labios de rojo intenso. Como no podía presentarme desnuda (algo que en mis fantasías sí he hecho) oculté mi cuerpo con sujetador y tanga negros, blusa azul y leggins negros. Para completar, zapatos de tacón también negros. Ya estaba lista para la acción.
La noche transcurrió sin grandes sobresaltos, un paseo por la ciudad, cena en un bar repleto de gente y unas copas en otro lugar igual de abarrotado. Allí estábamos cuando Vicente inició el juego. Mientras conversábamos alegremente con Sara y Jose, una de sus manos recorría una y otra vez la suavidad de mis leggins, especialmente la cara interna de los muslos y las nalgas. A ninguno nos importaba que alguien pudiera percatarse, pues había tanta gente y tan desconocida que no teníamos miedo ni vergüenza. Yo mantenía las piernas algo separadas para ayudarle con sus acometidas a mi zona más íntima y poco a poco iba lanzando algunos ataques a su entrepierna con mi mano izquierda. El juego aún era un tanto inocente, pero lo suficientemente morboso como para activar nuestros cuerpos y comenzar a excitarnos sexualmente. Realmente ambos estábamos ansiosos por unir nuestros cuerpos después de lo pasado en la terraza del hotel el día anterior y las expectativas puestas en aquella noche.
Después de unos minutos la situación se había vuelto mucho más caliente. Mi mano se adentraba en sus pantalones tras bajar la cremallera que daba paso a su templo del placer y la suya masajeaba mi culito por debajo de los leggins y a menudo se paseaba por la parte delantera de mi tanga. Mi mente ya se había ido de viaje a paraísos lejanos y no prestaba atención a Sara y a Jose, miraba a Vicente y veía la lujuria en sus ojos, lo tenía muy cachondo con una erección enorme que amenazaba con atravesar su ropa interior.
Me molesta tu tanga – Me susurró al oído.
¿Qué? – Ciertamente no creía haberle entendido bien.
Que tu tanga no me deja seguir mi camino – Entonces sí lo entendí perfectamente. Y no iba a dejar que un triangulito de tela se interpusiera entre aquella mano y mi sexo. Me puse en pie y les comuniqué a todos que me ausentaba un momento al baño. Evidentemente llevaba idea de deshacerme del tanga y volver a la mesa para que Vicente pudiera seguir su camino. Fue una grata sorpresa ver que el aseo estaba libre, así que me metí dentro y cerré la puerta.
Era un baño para una sola persona, es decir, solo tenía un inodoro escondido tras una puerta y un lavabo con un espejo a la entrada del aseo. Como la puerta de entrada tenía pestillo y no necesitaba utilizar el inodoro, una vez segura de que nadie podría entrar me dispuse a quitarme el empapado tanga allí mismo junto al lavabo. Tuve que deshacerme de los zapatos y de los leggins como paso previo para poder deslizar la ropa interior por mis piernas hasta el suelo, así que allí me encontré reflejada en el espejo desnuda de cintura para abajo con una más que evidente humedad en el sexo. El subidón de excitación me superó por completo y me lancé sin ningún miramiento a frotarme el clítoris con la mano derecha mientras me apoyaba en el lavabo con la izquierda. Tenía todo el sexo pringoso de flujo y chapoteaba con el movimiento de mis dedos, que enviaban oleadas de placer a mi mente desbordada por la situación, únicamente centrada en disfrutar de aquello.
Solo dejé de masturbarme los segundos necesarios para sacarme la blusa por la cabeza (no tenía tiempo de desabotonarla) y rápidamente volver a darme ese placer que tanto me gustaba. Sabía que si no paraba al instante, acabaría por alcanzar el orgasmo allí mismo, únicamente vestida por el sujetador negro. Veía mi rostro reflejado en el espejo pleno de gozo, presa del placer que yo misma me proporcionaba y esa cara, esa chica disfrutando al máximo de su sexo, no hacía más que excitarme más y más a cada momento. Imaginaba a Vicente penetrando mi preparado ano ahí mismo, veía también el reflejo de su cara en el espejo, dibujando muecas de puro placer sexual mientras gozaba de mis caderas. Quería un pene en mi ano, lo deseaba, lo necesitaba.
Con mis temblorosas manos acerté a escribir un corto mensaje en el móvil dirigido a Vicente: “wc chicas YA” Pocos segundos después, oí unos golpecitos en la puerta y una voz al otro lado del aseo que preguntaba por mí. Por supuesto, se trataba de él, que acudía a mi llamada de “socorro” Entreabrí la puerta para echar una rápida ojeada y ver que estaba solo y así tirar de su brazo hacia dentro y volver a cerrar la puerta del baño.
Su cara era todo un poema, no podía dejar de mirar mi cuerpo desnudo y a buen seguro que se preguntaba cómo había llegado a aquella situación.
Ya sé que no es como lo hablamos, pero quiero que me lo hagas ahora – Le pedí.
Joder Marta, ¡estás loquísima! – Dijo sorprendido.
Date prisa, lo necesito ya, joder – Insistí.
No tuve que darle más pistas, a los treinta segundos le tenía con el miembro a la vista y perfectamente erecto, listo para la acción. Al minuto ya se había puesto el condón mientras yo me apoyaba en el lavabo quedando inclinada para darle una mejor vista de mi trasero y facilitarle la tarea que se apresuraba en comenzar. Hizo un primer intento de penetrarme el sexo, pero no le fue fácil, en cualquier caso no era eso lo que yo andaba buscando, así que le ordené rápidamente que se olvidara de aquello y que se centrara en mi puerta trasera. Directamente. Sin preámbulos.
La experiencia, la previa preparación y el hecho de que estaba todo pringado de mi propio flujo hicieron que la penetración fuera lo bastante sencilla como para no sentir dolor alguno y poder empezar con el “mete-saca” en pocos segundos. Las imágenes que unos minutos antes mi imaginación hacía reflejar en el espejo en ese momento se volvieron reales: Vicente y yo misma, ambos gozando del más puro placer allí, en el pequeño aseo de aquel local.
Él se iba animando y cada vez me lo hacía más fuerte, bien agarrado a mis caderas. Yo, sujeta al lavabo con la mano izquierda no dejaba de frotar mi amado clítoris con la derecha, de manera que el placer anal que él me daba se multiplicara hasta el infinito. El orgasmo, seguro, iba a ser genial, pero la acción no duraría mucho pues yo me encontraba en el máximo estado de excitación desde hacía ya rato. Deseé que aquello durara eternamente pero mi sexo dijo basta y me regaló el más bonito de los placeres haciéndome gemir de gozo a cada contracción que recibía. Eran como ondas que se expandían por todo mi cuerpo dejando músculos tensos, extremidades flojas y la mente perdida. Aquellos increíbles segundos quedarían siempre en mi recuerdo, ese que desde aquel día me proporcionaría muchas placenteras sesiones de masturbación al ser rememorado.
Volvía en mí (muy a mi pesar) cuando recordé que todo aquello se debía en parte a ese chico que seguía bombeando mi entrada trasera con su pene. Todavía hoy no sé cómo no se le reventó con las contracciones de mi estupendo orgasmo, pues el ano ejerció sobre él una fuerza inmensa. Como mis fuerzas flaqueaban, mis rodillas se doblaron y no pude evitar escurrirme hacia abajo, provocando que su miembro se saliera de mi cuerpo dejando una extraña sensación de vacío. A pesar de mis esfuerzos terminé sentada sobre el suelo del aseo, aún casi incapaz de articular palabra, cuando vi que Vicente se deshacía del preservativo y se masturbaba a toda velocidad frente a mí. Durante unas décimas de segundo pensé que quizá él había entendido que mi movimiento había sido premeditado y que le estaba invitando a que eyaculara toda su carga sobre mí, digamos que como compensación por su labor. No pude pensarlo más porque inmediatamente comenzó a lanzar chorros de esperma sobre mi cara y yo, sobresaltada, no acerté más que a abrir la boca y cerrar los ojos, esperando que aquello terminara. No era ni mucho menos mi primera vez, pero el hecho de verme sorprendida no me dejó reaccionar con normalidad.
Cuando hubo derramado hasta la última gota se agachó un poco para introducir su miembro en mi boca, lo que me hizo reaccionar y volver a abrir los ojos. Succioné ya más tranquila su pene durante unos segundos y me erguí, volviendo a ponerme en pie. No sabía qué decir, así que me giré hacia el espejo. La imagen era increíblemente morbosa, tenía todo el pelo alborotado y una buena cantidad de semen recorría mis mejillas y mi boca en sentido descendente. Uno de mis pechos se había liberado del sujetador durante el coito y el resto del cuerpo se mantenía desnudo, con una más que evidente cantidad de flujo chorreando por mis piernas. Vicente ya se estaba guardando el instrumento y se arreglaba la ropa, quedando en unos segundos como si tal cosa, como si nunca hubiera roto un plato.
Marta, te prometo que en la vida había hecho algo tan impresionante – Dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Joder, ha sido la bomba, ¿no? – Apenas me salían las palabras.
Ya te digo, tía. Pero que sepas que lo prometido es deuda, el plan de esta noche aún sigue en pie – Me advirtió.
Por supuesto, esto no ha sido más que el calentamiento – Le dije y le lancé un guiñó reflejado en el espejo.
Vístete que nos deben estar echando de menos. Yo voy ya para allá – Me dijo mientras me daba un sonoro cachete en las nalgas y abandonaba el cuarto de baño.
Volví a ponerme la ropa, me limpié la cara y me adecenté cuanto pude, de manera que no se notara el calentón que había tenido (aunque seguro que se imaginaban la mayor parte de lo ocurrido por nuestra ausencia) Y una vez lista, eché una última mirada al tanga, culpable de todo lo acontecido, y decidí abandonarlo a su suerte en aquel pequeño aseo valenciano.